Imagen: El Salto |
Es imprescindible nuestro cambio, el de los hombres, abandonar al ser agresivo y dominante que nos habita y dar paso a nuestro lado femenino, ese que llevamos dentro y que tanto reprimimos.
Juan Miguel Garrido Peña · Integrante de Hombres por la Igualdad | El Salto, 2019-08-20
https://www.elsaltodiario.com/algarabias/porque-otro-hombre-posible
La mayoría de los hombres somos muy sensibles cuando se habla de nosotros, lo tomamos todo a la tremenda y rápido nos ponemos a la defensiva. Sobre todo si las críticas provienen de una mujer, o aun peor, de un hombre aliado con la causa feminista.
Aunque no se nos critique directamente, y sí al hombre como idea y concepto, nos damos por aludidos, y ponemos en práctica la táctica que tanto nos gusta, de “la mejor defensa es un buen ataque”. Resulta que para la protección del grupo al que pertenecemos, y con el que nos identificamos, sí somos empáticos y solidarios. Permitir las críticas y no oponer resistencia no es propio de los hombres y seria como mostrar debilidad y traicionar la esencia de lo que somos. Con todo lo que eso conlleva.
Por eso intentaré ser preciso, para no caer en injustas generalizaciones que hagan rugir a los monstruos que habitan dentro de muchos de nosotros. Porque la inmensa mayoría de los hombres no somos maltratadores, asesinos machistas, ni abusamos de las mujeres y, en general, somos buenas personas. Entonces parece lógico que nos enojemos ante una crítica a los hombres que no haga distinciones y nos meta a todos en el mismo saco.
Quizás el problema pueda estar en la ignorancia y en la confusión que nos genera la masculinidad, que hace que todo lo interpretemos en clave de ataque personal, provocando que reaccionemos de forma virulenta, como si la vida nos fuera en ello.
¿Qué debemos hacer entonces los hombres para desterrar este cabreo permanente, en el que sucumbimos cada vez que alguien nos habla de desigualdad y/o feminismos? ¿Cómo afrontar un debate sereno y sosegado sobre cuestiones importantes que afectan tanto a nuestras vidas? ¿Cómo quitarnos esa venda que nos nubla la razón cuando una mujer nos habla de derechos e igualdad de oportunidades? ¿Cómo llegar realmente a entender que nuestra relación con las mujeres no es de igualdad, y si de poder y subordinación? ¿Cómo posicionarnos para comprender que vivimos en un mundo dominado por la masculinidad y donde todo es interpretado bajo los esquemas de los dominadores, los hombres, al no existir referentes fuertes que nos permitan otra visión de la realidad? ¿Qué tenemos que hacer los hombres para que, sin dejar de sentirnos hombres, podamos contribuir a la igualdad entre los sexos? ¿Cómo cambiar el chip y aceptar que el modelo de hombre en el que creemos es una construcción mental y que existen muchas posibilidades de ser hombre sin hacer daño a los demás?
Pulsar la tecla de resetear y olvidarnos de la injusta división de los roles y tareas, masculinas y femeninas, pensar en cuál es nuestra situación de partida y la posición en la vida, ponerla en relación con la de las mujeres y sacar honestas conclusiones. Auto-chequearnos, ver la forma que tenemos de entender, enjuiciar y tratar a las mujeres y comenzar a contemplar relaciones igualitarias.
Colocar el sexo en el ámbito al que realmente pertenece, el personal y privado, que el pene deje de ser el centro y referente de nuestras vidas y olvidar las expresiones, comentarios, y actitudes sexistas y acosadoras. Dejar de pensar que el feminismo nos ataca o que es una cuestión que les concierne solo a las mujeres.
Compartir y democratizar los espacios, la palabra y respetar los derechos de las mujeres. No pensarnos el ombligo del mundo o que este comienza y termina en nosotros, hacer una relación sincera de nuestro privilegios y comenzar a renunciar. Mover el culo, salir de nuestra zona de confort, no hablar tanto y trabajar por el cambio. No tolerar en público ni en privado comentarios y prácticas abusivas, vejatorias o discriminatorias hacia las mujeres, las distintas identidades y orientaciones. Participar en plena igualdad y responsabilidad en las tareas de los cuidados, los afectos y el hogar, facilitando así el empoderamiento de las mujeres y una justa valoración de estas imprescindibles tareas, que tanta importancia tienen para la vida y la economía. Abandonar nuestro permanente estado de escaqueo y dejadez. Desterrar la androcéntrica división sexual del trabajo que causa tantas discriminaciones.
Olvidar al macho viril, heterosexual que llevamos dentro y llorar, sin miedo a nuestros sentimientos, inseguridades y temores ni a mostrarlos en público. Ser empáticos con la realidad de los demás y reconocer que vivimos en una sociedad muy desigual, donde las mujeres tienen las discriminaciones y desventajas y nosotros una cómoda situación y privilegios.
Aceptar que el “orden natural de las cosas” es una construcción histórica creada por el hombre para dominar a la mujer, y obtener el poder.
Ser hombres blandengues, llorones, fuertes, débiles, y cariñosos. Porque ser Hombre no puede ser sinónimo de agresividad, dureza, violencia, egoísmo, insensibilidad, arrogancia, abusos, poder ni golpes en la mesa. Ser hombre es respetar, amar, y trabajar por un mundo mejor.
Por eso es imprescindible nuestro cambio, el de los hombres, abandonar al ser agresivo y dominante que nos habita y dar paso a nuestro lado femenino, ese que llevamos dentro y que tanto reprimimos. Porque otro hombre es necesario, hagámoslo posible.
Aunque no se nos critique directamente, y sí al hombre como idea y concepto, nos damos por aludidos, y ponemos en práctica la táctica que tanto nos gusta, de “la mejor defensa es un buen ataque”. Resulta que para la protección del grupo al que pertenecemos, y con el que nos identificamos, sí somos empáticos y solidarios. Permitir las críticas y no oponer resistencia no es propio de los hombres y seria como mostrar debilidad y traicionar la esencia de lo que somos. Con todo lo que eso conlleva.
Por eso intentaré ser preciso, para no caer en injustas generalizaciones que hagan rugir a los monstruos que habitan dentro de muchos de nosotros. Porque la inmensa mayoría de los hombres no somos maltratadores, asesinos machistas, ni abusamos de las mujeres y, en general, somos buenas personas. Entonces parece lógico que nos enojemos ante una crítica a los hombres que no haga distinciones y nos meta a todos en el mismo saco.
Quizás el problema pueda estar en la ignorancia y en la confusión que nos genera la masculinidad, que hace que todo lo interpretemos en clave de ataque personal, provocando que reaccionemos de forma virulenta, como si la vida nos fuera en ello.
¿Qué debemos hacer entonces los hombres para desterrar este cabreo permanente, en el que sucumbimos cada vez que alguien nos habla de desigualdad y/o feminismos? ¿Cómo afrontar un debate sereno y sosegado sobre cuestiones importantes que afectan tanto a nuestras vidas? ¿Cómo quitarnos esa venda que nos nubla la razón cuando una mujer nos habla de derechos e igualdad de oportunidades? ¿Cómo llegar realmente a entender que nuestra relación con las mujeres no es de igualdad, y si de poder y subordinación? ¿Cómo posicionarnos para comprender que vivimos en un mundo dominado por la masculinidad y donde todo es interpretado bajo los esquemas de los dominadores, los hombres, al no existir referentes fuertes que nos permitan otra visión de la realidad? ¿Qué tenemos que hacer los hombres para que, sin dejar de sentirnos hombres, podamos contribuir a la igualdad entre los sexos? ¿Cómo cambiar el chip y aceptar que el modelo de hombre en el que creemos es una construcción mental y que existen muchas posibilidades de ser hombre sin hacer daño a los demás?
Pulsar la tecla de resetear y olvidarnos de la injusta división de los roles y tareas, masculinas y femeninas, pensar en cuál es nuestra situación de partida y la posición en la vida, ponerla en relación con la de las mujeres y sacar honestas conclusiones. Auto-chequearnos, ver la forma que tenemos de entender, enjuiciar y tratar a las mujeres y comenzar a contemplar relaciones igualitarias.
Colocar el sexo en el ámbito al que realmente pertenece, el personal y privado, que el pene deje de ser el centro y referente de nuestras vidas y olvidar las expresiones, comentarios, y actitudes sexistas y acosadoras. Dejar de pensar que el feminismo nos ataca o que es una cuestión que les concierne solo a las mujeres.
Compartir y democratizar los espacios, la palabra y respetar los derechos de las mujeres. No pensarnos el ombligo del mundo o que este comienza y termina en nosotros, hacer una relación sincera de nuestro privilegios y comenzar a renunciar. Mover el culo, salir de nuestra zona de confort, no hablar tanto y trabajar por el cambio. No tolerar en público ni en privado comentarios y prácticas abusivas, vejatorias o discriminatorias hacia las mujeres, las distintas identidades y orientaciones. Participar en plena igualdad y responsabilidad en las tareas de los cuidados, los afectos y el hogar, facilitando así el empoderamiento de las mujeres y una justa valoración de estas imprescindibles tareas, que tanta importancia tienen para la vida y la economía. Abandonar nuestro permanente estado de escaqueo y dejadez. Desterrar la androcéntrica división sexual del trabajo que causa tantas discriminaciones.
Olvidar al macho viril, heterosexual que llevamos dentro y llorar, sin miedo a nuestros sentimientos, inseguridades y temores ni a mostrarlos en público. Ser empáticos con la realidad de los demás y reconocer que vivimos en una sociedad muy desigual, donde las mujeres tienen las discriminaciones y desventajas y nosotros una cómoda situación y privilegios.
Aceptar que el “orden natural de las cosas” es una construcción histórica creada por el hombre para dominar a la mujer, y obtener el poder.
Ser hombres blandengues, llorones, fuertes, débiles, y cariñosos. Porque ser Hombre no puede ser sinónimo de agresividad, dureza, violencia, egoísmo, insensibilidad, arrogancia, abusos, poder ni golpes en la mesa. Ser hombre es respetar, amar, y trabajar por un mundo mejor.
Por eso es imprescindible nuestro cambio, el de los hombres, abandonar al ser agresivo y dominante que nos habita y dar paso a nuestro lado femenino, ese que llevamos dentro y que tanto reprimimos. Porque otro hombre es necesario, hagámoslo posible.
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