Imagen: El Español / Fotograma de 'Verano, 1993' |
'Verano, 1993' es el debut de la talentosa Carla Simón; un filme autobiográfico que dibuja la vida de una niña que ha perdido a sus padres a causa del SIDA.
Javier Zurro | El Español, 2017-03-22
Durante los años ochenta una nueva enfermedad asoló el mundo. Nadie sabía de dónde había salido, pero los jóvenes se contagiaban y morían sin encontrar una solución. El SIDA fue un problema que además puso al descubierto los prejuicios de la sociedad hacia ciertos colectivos, a los que señalaba como culpables por el simple hechos de haber contraído el virus. Hay muchas formas de tratar desde el cine una temática tan dura y que provocó tantos muertos en España.
Casi todas tienen forma de dramón desmesurado. Ahí están ‘Philadelphia’, ‘Dallas Buyers Club’ o ‘Las horas’. Y sin embargo el mejor acercamiento que ha dado una película lo ha encontrado una debutante española de 30 años, Carla Simón, que con ‘Verano, 1993’ ha emocionado y dejado sin palabras al público del Festival de Málaga.
La realizadora -que venía con aura de favorita tras haber sido premiada en Berlín- se abre en canal en su debut para contar su propia historia. La de una niña que con siete años tiene que irse a vivir con sus tíos porque sus padres han fallecido. La aceptación de la muerte por su parte es el centro de esta obra sutil, medida y a la vez desgarradora.
La palabra maldita
Nunca se menciona la palabra SIDA en el filme, porque nunca abandonamos la mirada de es pequeña Frida que tiene que adaptarse a una nueva situación. Pero se entiende lo que hay detrás. El drama de una familia que no sabe cómo aceptar la situación. La pugna entre una abuela -que ha perdido a su hija por la enfermedad y que ahora intenta que su nieta sea feliz- y unos nuevos padres que se chocan con el silencio de una persona que antes era su sobrina y ahora una hija más.
La muerte está muy presente en ‘Verano, 1993’, y nunca de forma explícita. Frida ve moscas muertas, a su nueva hermana casi ahogarse y hasta a un cordero degollado, y poco a poco va entendiendo que por mucho que rece un Padre Nuestro nunca volverá a a ver a su madre. Lo hace en una escena final desgarradora, que arranca el corazón y que confirma que uno ha visto una obra tan madura que resulta impropia para un director novel.
Simón lo logra al anteponer la frescura y la naturalidad de Frida -impresionante Laia Artigas- y mostrando cómo, pese a todo, sigue siendo una niña que también disfruta de la temporada favorita del año, el verano. Los baños en el río, los manguerazos para pasar el calor, las siestas después de comer, las Polly Pocket para jugar y Bom Bom Chip y su Toma Fruta como banda sonora. Uno vuelve a ser niño gracias a los ojos de Artigas y a esa sensación de tiempo efímero y definitivo que impregna una película que comienza con San Juan y termina cómo acaban todos los veranos cuando eres niño: forrando los libros para empezar las clases.
Realidad y ficción
Un filme que respira verdad, y no sólo por la osadía de la directora de contar sin reparos su historia personal. “Es una mezcla de cosas que me han contado mi familia, de momentos que ellos recuerdan muy bien, y de sensaciones y emociones para las que he buscado mecanismos para poder visualizar. Ha llegado un momento en el que ya no sé qué es verdad y qué me he inventado, hay cosas que tengo claras y otras que ya no lo sé”, cuenta la realizadora a El Español minutos después de haber recibido la ovación más calurosa escuchada en el Teatro Cervantes y convertirse en la gran favorita para la Biznaga de Oro y cualquier tipo de premios que se entreguen este año.
Tenía claro que quería contar la historia de una niña que se enfrenta a la muerte por primera vez, y ella tenía ese punto de vista, así que no cree que haya sido un acto impúdico hacer de sus propias vivencias esta historia que llegará a los cines españoles en junio. Lo que tuvo muy claro es que el tono no sería grave ni dramático. “Es que es una historia feliz. Yo me sentí querida y los niños son niños, por más que sea algo dramático ellos no dejan de jugar”, añade.
Otra de las patas centrales del proyecto era que la sombra del SIDA estuviera siempre presente, pero que nunca se hiciera visible y explícita, porque así fue su experiencia. “Yo no supe que mis padres murieron de SIDA hasta que tuve 12 años, una niña no podía ir diciendo eso en una época en la que la enfermedad era tan desconocida y la gente tenía miedo. Para mí era importante que estuviera, porque fue una cosa muy importante, se murió mucha gente, pero sin que fuera una película sobre el SIDA, eso me parecía un coñazo. Mi infancia no estuvo marcada por eso, ha sido más de adulta cuando he empezado a reflexionar sobre ello”, zanja.
El cine español ha encontrado su primera joya del año. Lo ha hecho en un Festival cuya especialidad es encontrar nuevos talentos. Este año Málaga puede estar tranquila, ya lo ha hecho con Carla Simón.
Casi todas tienen forma de dramón desmesurado. Ahí están ‘Philadelphia’, ‘Dallas Buyers Club’ o ‘Las horas’. Y sin embargo el mejor acercamiento que ha dado una película lo ha encontrado una debutante española de 30 años, Carla Simón, que con ‘Verano, 1993’ ha emocionado y dejado sin palabras al público del Festival de Málaga.
La realizadora -que venía con aura de favorita tras haber sido premiada en Berlín- se abre en canal en su debut para contar su propia historia. La de una niña que con siete años tiene que irse a vivir con sus tíos porque sus padres han fallecido. La aceptación de la muerte por su parte es el centro de esta obra sutil, medida y a la vez desgarradora.
La palabra maldita
Nunca se menciona la palabra SIDA en el filme, porque nunca abandonamos la mirada de es pequeña Frida que tiene que adaptarse a una nueva situación. Pero se entiende lo que hay detrás. El drama de una familia que no sabe cómo aceptar la situación. La pugna entre una abuela -que ha perdido a su hija por la enfermedad y que ahora intenta que su nieta sea feliz- y unos nuevos padres que se chocan con el silencio de una persona que antes era su sobrina y ahora una hija más.
La muerte está muy presente en ‘Verano, 1993’, y nunca de forma explícita. Frida ve moscas muertas, a su nueva hermana casi ahogarse y hasta a un cordero degollado, y poco a poco va entendiendo que por mucho que rece un Padre Nuestro nunca volverá a a ver a su madre. Lo hace en una escena final desgarradora, que arranca el corazón y que confirma que uno ha visto una obra tan madura que resulta impropia para un director novel.
Simón lo logra al anteponer la frescura y la naturalidad de Frida -impresionante Laia Artigas- y mostrando cómo, pese a todo, sigue siendo una niña que también disfruta de la temporada favorita del año, el verano. Los baños en el río, los manguerazos para pasar el calor, las siestas después de comer, las Polly Pocket para jugar y Bom Bom Chip y su Toma Fruta como banda sonora. Uno vuelve a ser niño gracias a los ojos de Artigas y a esa sensación de tiempo efímero y definitivo que impregna una película que comienza con San Juan y termina cómo acaban todos los veranos cuando eres niño: forrando los libros para empezar las clases.
Realidad y ficción
Un filme que respira verdad, y no sólo por la osadía de la directora de contar sin reparos su historia personal. “Es una mezcla de cosas que me han contado mi familia, de momentos que ellos recuerdan muy bien, y de sensaciones y emociones para las que he buscado mecanismos para poder visualizar. Ha llegado un momento en el que ya no sé qué es verdad y qué me he inventado, hay cosas que tengo claras y otras que ya no lo sé”, cuenta la realizadora a El Español minutos después de haber recibido la ovación más calurosa escuchada en el Teatro Cervantes y convertirse en la gran favorita para la Biznaga de Oro y cualquier tipo de premios que se entreguen este año.
Tenía claro que quería contar la historia de una niña que se enfrenta a la muerte por primera vez, y ella tenía ese punto de vista, así que no cree que haya sido un acto impúdico hacer de sus propias vivencias esta historia que llegará a los cines españoles en junio. Lo que tuvo muy claro es que el tono no sería grave ni dramático. “Es que es una historia feliz. Yo me sentí querida y los niños son niños, por más que sea algo dramático ellos no dejan de jugar”, añade.
Otra de las patas centrales del proyecto era que la sombra del SIDA estuviera siempre presente, pero que nunca se hiciera visible y explícita, porque así fue su experiencia. “Yo no supe que mis padres murieron de SIDA hasta que tuve 12 años, una niña no podía ir diciendo eso en una época en la que la enfermedad era tan desconocida y la gente tenía miedo. Para mí era importante que estuviera, porque fue una cosa muy importante, se murió mucha gente, pero sin que fuera una película sobre el SIDA, eso me parecía un coñazo. Mi infancia no estuvo marcada por eso, ha sido más de adulta cuando he empezado a reflexionar sobre ello”, zanja.
El cine español ha encontrado su primera joya del año. Lo ha hecho en un Festival cuya especialidad es encontrar nuevos talentos. Este año Málaga puede estar tranquila, ya lo ha hecho con Carla Simón.
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