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La teoría queer rechaza el sentido común de plano a cambio de una visión posmoderna asociada a lo ‘extraño’.
Alicia Díaz | El Diario, 2019-07-20
https://www.eldiario.es/eldiarioex/Drag-Queer_0_922508077.html
Uno de los debates más comprometidos dentro de los círculos académicos feministas gira en torno a la llamada teoría queer. Esta teoría, cada vez más extendida y defendida socialmente, ha influido de manera importante a favor de la aplicación de las denominadas leyes de identidad. Las leyes de identidad, promovidas por sectores pertenecientes al movimiento LGTBI y apoyadas por los considerados partidos progresistas, intentan garantizar, a través del marco jurídico, el derecho de cualquier persona a (re)asignarse un género o sexo distinto al impuesto al nacer. Con esta medida se pretende proteger a personas o colectivos vulnerables que puedan sufrir discriminación por su condición sexual o identitaria en relación al género, especialmente en personas transexuales y transgénero.
Aquí es donde comienza el debate entre el feminismo y los partidarios de la propuesta queer. El primer punto de divergencia se nos presenta a la hora de definir la categoría sexo/género. El feminismo ha conceptualizado durante décadas acerca de la condición sexual de la mujer a lo largo de la historia y los métodos opresivos utilizados como sujetos receptores de distintas violencias; en cambio, los afines a la teoría queer, enrocados en la idea de una supuesta diversidad que consiga la igualdad, señalan como esencialista y reaccionario atribuir condiciones biológicas diferenciadoras a la hora de definir a hombres y mujeres. El género, que es entendido como una categoría construida socialmente y que actúa de manera jerárquica, asigna roles y estereotipos que habilitan conductas relacionadas con el concepto de feminidad y masculinidad tal y como está concebido normativamente. La propuesta del feminismo radical es la abolición del constructo que reproduce patrones de carácter machistas y sexistas. Mientras, los postulados queer, apuestan por llevar el género a su máxima expresión dándole un estatus subversivo performativo que pueda servir como elemento disruptivo a la lectura fenomenológica feminista clásica.
La teoría queer conviene analizarla en torno a tres conceptos: sexo, género y deseo. Bajo estos tres elementos pivota el disentimiento con el feminismo siendo la fuente principal de la mayoría de los desencuentros. Antes de ponerme a desarrollar el resto de texto, me gustaría decir abiertamente que la teoría queer no puede ser defendida bajo ningún concepto por los sectores feministas ya que ambos movimientos caminan en direcciones antagónicas.
La teoría queer rechaza el sentido común de plano a cambio de una visión posmoderna asociada a lo 'extraño', esto conlleva el cuestionamiento de los principios ontológicos para que la subjetividad pueda llevarse a la esfera del relativismo pudiendo caer en constantes contradicciones.
La mujer y el hombre no serían realidades empíricas en relación al sexo, sino meras figuras no constitutivas de naturaleza fija a las que habría que atribuirle una materialidad mutable y reversible.
Para contextualizar la esencia de la teoría queer y su influencia habría que remontarse a su raíz.
A finales de los ochenta aparece un movimiento contestatario –formado principalmente por lesbianas negras precarizadas– que pone en cuestionamiento la idea de "identidad gay" instaurada, desde hacía aproximadamente una década, en Estados Unidos asociada al perfil de varón gay blanco de clase media y carácter consumista no ajeno a las influencias de la moda predominante del momento. Este grupo crítico pasará a denominarse ‘queer’. Las sexualidades marginales entre los años sesenta y setenta comenzaron a ser visibles a través de acciones callejeras, múltiples actividades y propuestas variadas que acabaron filtrándose, de manera paulatina, por diferentes espacios artísticos que acabaron popularizándose. La extravagancia propia de lo queer pronto se convirtió en lo opuesto a lo que demandaban, ya que inicialmente se manifestaron contrarios a las políticas de integración por parte del Estado temiendo el control sistémico.
El influjo de la contribución foucaultiana es clara en este sentido. Entrado los noventa, la teoría queer comenzó a ocupar espacios académicos de la mano de varias autoras donde cabe destacar por su influencia a Eve Kosofsky con ‘Epistemología del armario’, Judith Butler con ‘El género en disputa’ o el famoso ‘Manifiesto contra-sexual’ de Beatriz Preciado. Estas autoras posestructuralistas han sido determinantes para la agenda queer actual. Judith Butler es considerada como la voz principal del movimiento en el campo teórico, en la que destaca su aporte sobre la ‘teoría performativa del sexo y la sexualidad’. Butler va más allá del género, asegurando que el sexo es otra construcción social junto al deseo que formaría parte de un conjunto de normas violentas, por lo que propone subvertir el sujeto a través de prácticas paradójicas performativas.
La autora no considera importante redescubrir el mundo desde el punto de vista de las mujeres, tampoco está en ella analizar la genealogía acerca de los géneros. Propone, en cambio, la utilización del cuerpo como maquinaria expresiva del género al que no hay que abolir, sino dotarlo de una categoría identitaria. Para Butler centrar el debate en el sujeto mujer como realidad natural es un error, ya que el dispositivo binario trabaja como mecanismo de control. Para construir este discurso pone de ejemplo la representación del travesti como figura teatral que interpretar las líneas divisorias entre los vínculos del papel actuado y el papel social. No es casual este paralelismo teniendo en cuenta lo anteriormente abordado en la antesala de lo queer. Casualmente la figura del travesti, como teatralización de lo espectacular, coincide con la aparición de la cultura ‘underground’ emergente en los movimientos contraculturales a partir de los años sesenta reflejados en la cultura mod, la cultura hippie, el movimiento punk, la generación beat o el movimiento grunge entre otras variedades subculturales. La figura del travesti es muy interesante; podemos situarla con la llegada de los cabaret junto a los espectáculos de carácter político y sexual donde comenzaron a producirse las primeras "pantomimas homosexuales". Aunque los primeros cabaret datan de 1880, sería en el año 1960 cuando aparece una nueva forma de espectáculo llamada café-théâtre en París. Otro ejemplo en el que podemos ver el lado comercial de lo queer, es a través de la cultura de masas.
Muy claro y documentado es el caso de la carrera artística de Andy Warhol en los sesenta que empieza a ser meteórica junto al auge del sustrato urbano más marginal. Warhol adquiere cierta relevancia en obras en las que toma como modelos a transexuales y travestis.
Lo mismo pasó con la moda británica ‘GlamSite’ de finales de los 60 y principios de los 70 recordadas por la estética extravagante y afeminada de colores brillantes, cortes futuristas, peinados con cardados exagerados y maquillajes ataviados con purpurina a los que se le unía un calzado con interminables plataformas y tacones vertiginosamente cosificadores. Esta moda fue acogida también en el mundo artístico musical por célebres grupos y solistas como David Bowie, Roxy Music o Suede.
En Japón la danza Butoh nace alrededor de la década de los 50’ y principalmente en los 60’ en plena posguerra formando parte de esa exaltación de la marginalidad basada, ante todo, en el concepto de deconstrucción. En España Almodóvar es el cineasta de las sexualidades marginales por excelencia y también, en el mundo de la cultura, el historietista Nazario Luque Vera, conocido por Nazario, fue considerado el padre del cómic underground español, y uno de los más destacados del cómic gay.
A la obra de Judith Butler se le unió Paul B. Preciado que hace saltar por los aires todos los conceptos netamente feminista para llevar el sexo y el género a una explosiva deconstrucción influenciada por la escuela de Derrida y, a mi juicio, amparada por la estela de la moda cultural anteriormente citada con varios ejemplos. Para Preciado cualquier resistencia desde el poder hay que combatirla desde la corporalidad siendo necesaria la utilización de productos químicos como la testosterona para abrir la subjetividad. Lo que hace Preciado es deconstruir el lugar de sujeción de la mujer a través de lo pasa a denominar ‘farmacopornografía’ y toma el concepto de 'identidad sexual' reconstruyendo la idea de identidad en sí misma fuera del género.
Paul B. Preciado considera que el primer lugar donde se construye la identidad sexual está en la inscripción de la sexualidad natural, por lo que propone acabar con el binario ya que la genitalidad seguiría sin romper el paradigma. Para ello se apoya en la visión de Foucault sobre el poder que se ejerce sobre la sexualidad. Es importante destacar que Paul B.Preciado aporta, a través del ensayo 'Testo Yonqui' ( 2008), conceptos académicos en la filosofía de género recogidos desde su propia experiencia personal. Preciado experimenta sobre su propio cuerpo administrándose testosterona.
¿Qué es la identidad? Según la filosofía posestructuralistas y la sociedad posmoderna, la identidad es un deseo que puede variar continuamente porque está sujeta a la subjetividad. La identidad deviene, es un ficción que se plantea en términos presencia-ausencia. Para Butler la identidad estaría deviniendo constantemente por lo que no tiene sentido fijar la identidad .
¿Por qué esa necesidad entonces de legislar y autoconfirmar la identidad? ¿No estaría siendo una herramienta de poder la institucionalización de las identidades? ¿Puede romper el binarismo sexual que propone estas teorías los mecanismos judiciales? ¿Qué sentido tiene hablar continuamente de identidades si funcionan de manera nómada y constructivista? ¿Qué tendría de rupturista la aceptación de otra identidad mediante un contrato social?
Si el Estado moderno es una forma de enajenación, y la enajenación es la pérdida de identidad, estaríamos legislando la no identidad del individuo; o lo que es lo mismo: se estaría teatralizando una acción judicial sobre una teatralización social performativa a través de la categoría género 'per se' construida. Un bucle de subjetividades relativas convertidas en una pantomima de Estado legitimada.
¿Puede una mujer trans ser considerada una mujer? No. Pero no lo digo yo, lo dice la teoría queer y la biología.
Según la teoría queer esta asignación no rompería con el paradigma al estar constreñida en el sistema binario mujer/hombre. Tampoco podría darse la probabilidad debido a la subjetividad sexual y al tratarse de un constructo mutable que redefine el sujeto. En realidad nadie sería mujer bajo este paraguas semántico. El resto de respuestas pueden encontrarlas en la ciencia, pero la ciencia tampoco es compatible con la teoría queer ya que la biología está considerada como una ficción por el infinito movimiento del ser. Es contradictorio ser queer con la idea de asignación de un sexo distinto ya que siempre termina recayendo en el binarismo.
Tendremos que quedarnos con la categoría mujer las que creemos en la ciencia y en las pruebas empíricas.
La naturalización de la desigualdad se produce a través de la categorización de lo diverso, es falaz y contraproducente hablar en términos de tolerancia ya que bajo esta aprobación quedaría instalada una ficticia corrección política que descentra las necesidades de los colectivos vulnerables a los que se encajona institucionalmente arrebatándole su identidad. La identidad no debería ser regulada o legislada por imperativo social y dogmas sin base que los acredite ya que es contraria a la idea de libertad. Los deseos son el eje medular de las sociedades capitalistas que a través del neoliberalismo someten al individuo bajo la idea de una felicidad ilusoria. El problema no son las identidades, sino la pérdida identitaria estructural reforzada por el Estado y sus normas. El mayor problema de la izquierda política parte de la pérdida de identidad, la ausencia de la ética y los complejos a romper con la corrección hegemónica imperante. Al negar la biología y la ciencia se fomenta la desinteligencia y se imposibilita la toma de conciencia, lo que crearía sociedades fácilmente manipulables. La teoría queer nació de la defensa a ser lo extraño, lo raro, lo situado al margen de cualquier método de control, incluido el social. Aceptar este híbrido entre filosofía, tribu urbana, posmodernismo, deconstrucciones subjetivas y negación de la realidad, se estaría impidiendo el progreso de la civilización propiciando una vulneración de los principios colectivos.
La mujer dejaría de ser. No tendría sentido el feminismo.
Todo este combo de diversidades solo son telares que han ido consolidándose con la llegada de la revolución tecnológica y el auge populista. La era de la información supuso un periodo de flujo informativo caracterizado por la rapidez y la grandes cambios sociales a nivel global. La idea de fabricación de armas biológicas, suplementos biológicos sintéticos o la manipulación climática a través de la inteligencia artificial, es comparable con la idea queer actual y compatible con un futuro donde la reproducción pasará a las manos de una máquina, —el segundo paso a dar es la legalización de los vientres de alquiler—. Las diferentes culturas pudieron conectarse entre sí y tomar influencias de manera más rápida estando sujetas a constantes cambios cuya tendencia dependería del nivel de populismo que se genere. No es de extrañar que las autoras queer apuesten por eliminar el concepto de mujer ya que todo apunta a una posible desnaturalización.
El consumo de hormonas exógenas a base de estrógenos y testosterona, en personas biológicas, condiciona una serie de trastornos que la teoría queer ignora. Las autocobayas de estas teorías ya han encontrado un nicho de mercado en los más vulnerables: la infancia, a la que insistimos en robarle la libertad convirtiéndolos en esclavos de la nueva norma de la hormona. Lo único que han hecho Butler y Preciado es un ejercicio de provocación hiperbólica aportando narrativa rupturista desde la filosofía de ficción para describrir una distopía. El ser humano desde su origen ha buscado el camino hacia la verdad, quienes prefirieron negarla se acogieron a la religión y a la existencia de un ente sobrenatural que diera respuesta a todas las dudas existenciales y los desastres naturales.
No sería posible legislar una ficción sin la existencia de una política extravagantemente queer y una sociedad que ha dejado de buscar la verdad.
Aquí es donde comienza el debate entre el feminismo y los partidarios de la propuesta queer. El primer punto de divergencia se nos presenta a la hora de definir la categoría sexo/género. El feminismo ha conceptualizado durante décadas acerca de la condición sexual de la mujer a lo largo de la historia y los métodos opresivos utilizados como sujetos receptores de distintas violencias; en cambio, los afines a la teoría queer, enrocados en la idea de una supuesta diversidad que consiga la igualdad, señalan como esencialista y reaccionario atribuir condiciones biológicas diferenciadoras a la hora de definir a hombres y mujeres. El género, que es entendido como una categoría construida socialmente y que actúa de manera jerárquica, asigna roles y estereotipos que habilitan conductas relacionadas con el concepto de feminidad y masculinidad tal y como está concebido normativamente. La propuesta del feminismo radical es la abolición del constructo que reproduce patrones de carácter machistas y sexistas. Mientras, los postulados queer, apuestan por llevar el género a su máxima expresión dándole un estatus subversivo performativo que pueda servir como elemento disruptivo a la lectura fenomenológica feminista clásica.
La teoría queer conviene analizarla en torno a tres conceptos: sexo, género y deseo. Bajo estos tres elementos pivota el disentimiento con el feminismo siendo la fuente principal de la mayoría de los desencuentros. Antes de ponerme a desarrollar el resto de texto, me gustaría decir abiertamente que la teoría queer no puede ser defendida bajo ningún concepto por los sectores feministas ya que ambos movimientos caminan en direcciones antagónicas.
La teoría queer rechaza el sentido común de plano a cambio de una visión posmoderna asociada a lo 'extraño', esto conlleva el cuestionamiento de los principios ontológicos para que la subjetividad pueda llevarse a la esfera del relativismo pudiendo caer en constantes contradicciones.
La mujer y el hombre no serían realidades empíricas en relación al sexo, sino meras figuras no constitutivas de naturaleza fija a las que habría que atribuirle una materialidad mutable y reversible.
Para contextualizar la esencia de la teoría queer y su influencia habría que remontarse a su raíz.
A finales de los ochenta aparece un movimiento contestatario –formado principalmente por lesbianas negras precarizadas– que pone en cuestionamiento la idea de "identidad gay" instaurada, desde hacía aproximadamente una década, en Estados Unidos asociada al perfil de varón gay blanco de clase media y carácter consumista no ajeno a las influencias de la moda predominante del momento. Este grupo crítico pasará a denominarse ‘queer’. Las sexualidades marginales entre los años sesenta y setenta comenzaron a ser visibles a través de acciones callejeras, múltiples actividades y propuestas variadas que acabaron filtrándose, de manera paulatina, por diferentes espacios artísticos que acabaron popularizándose. La extravagancia propia de lo queer pronto se convirtió en lo opuesto a lo que demandaban, ya que inicialmente se manifestaron contrarios a las políticas de integración por parte del Estado temiendo el control sistémico.
El influjo de la contribución foucaultiana es clara en este sentido. Entrado los noventa, la teoría queer comenzó a ocupar espacios académicos de la mano de varias autoras donde cabe destacar por su influencia a Eve Kosofsky con ‘Epistemología del armario’, Judith Butler con ‘El género en disputa’ o el famoso ‘Manifiesto contra-sexual’ de Beatriz Preciado. Estas autoras posestructuralistas han sido determinantes para la agenda queer actual. Judith Butler es considerada como la voz principal del movimiento en el campo teórico, en la que destaca su aporte sobre la ‘teoría performativa del sexo y la sexualidad’. Butler va más allá del género, asegurando que el sexo es otra construcción social junto al deseo que formaría parte de un conjunto de normas violentas, por lo que propone subvertir el sujeto a través de prácticas paradójicas performativas.
La autora no considera importante redescubrir el mundo desde el punto de vista de las mujeres, tampoco está en ella analizar la genealogía acerca de los géneros. Propone, en cambio, la utilización del cuerpo como maquinaria expresiva del género al que no hay que abolir, sino dotarlo de una categoría identitaria. Para Butler centrar el debate en el sujeto mujer como realidad natural es un error, ya que el dispositivo binario trabaja como mecanismo de control. Para construir este discurso pone de ejemplo la representación del travesti como figura teatral que interpretar las líneas divisorias entre los vínculos del papel actuado y el papel social. No es casual este paralelismo teniendo en cuenta lo anteriormente abordado en la antesala de lo queer. Casualmente la figura del travesti, como teatralización de lo espectacular, coincide con la aparición de la cultura ‘underground’ emergente en los movimientos contraculturales a partir de los años sesenta reflejados en la cultura mod, la cultura hippie, el movimiento punk, la generación beat o el movimiento grunge entre otras variedades subculturales. La figura del travesti es muy interesante; podemos situarla con la llegada de los cabaret junto a los espectáculos de carácter político y sexual donde comenzaron a producirse las primeras "pantomimas homosexuales". Aunque los primeros cabaret datan de 1880, sería en el año 1960 cuando aparece una nueva forma de espectáculo llamada café-théâtre en París. Otro ejemplo en el que podemos ver el lado comercial de lo queer, es a través de la cultura de masas.
Muy claro y documentado es el caso de la carrera artística de Andy Warhol en los sesenta que empieza a ser meteórica junto al auge del sustrato urbano más marginal. Warhol adquiere cierta relevancia en obras en las que toma como modelos a transexuales y travestis.
Lo mismo pasó con la moda británica ‘GlamSite’ de finales de los 60 y principios de los 70 recordadas por la estética extravagante y afeminada de colores brillantes, cortes futuristas, peinados con cardados exagerados y maquillajes ataviados con purpurina a los que se le unía un calzado con interminables plataformas y tacones vertiginosamente cosificadores. Esta moda fue acogida también en el mundo artístico musical por célebres grupos y solistas como David Bowie, Roxy Music o Suede.
En Japón la danza Butoh nace alrededor de la década de los 50’ y principalmente en los 60’ en plena posguerra formando parte de esa exaltación de la marginalidad basada, ante todo, en el concepto de deconstrucción. En España Almodóvar es el cineasta de las sexualidades marginales por excelencia y también, en el mundo de la cultura, el historietista Nazario Luque Vera, conocido por Nazario, fue considerado el padre del cómic underground español, y uno de los más destacados del cómic gay.
A la obra de Judith Butler se le unió Paul B. Preciado que hace saltar por los aires todos los conceptos netamente feminista para llevar el sexo y el género a una explosiva deconstrucción influenciada por la escuela de Derrida y, a mi juicio, amparada por la estela de la moda cultural anteriormente citada con varios ejemplos. Para Preciado cualquier resistencia desde el poder hay que combatirla desde la corporalidad siendo necesaria la utilización de productos químicos como la testosterona para abrir la subjetividad. Lo que hace Preciado es deconstruir el lugar de sujeción de la mujer a través de lo pasa a denominar ‘farmacopornografía’ y toma el concepto de 'identidad sexual' reconstruyendo la idea de identidad en sí misma fuera del género.
Paul B. Preciado considera que el primer lugar donde se construye la identidad sexual está en la inscripción de la sexualidad natural, por lo que propone acabar con el binario ya que la genitalidad seguiría sin romper el paradigma. Para ello se apoya en la visión de Foucault sobre el poder que se ejerce sobre la sexualidad. Es importante destacar que Paul B.Preciado aporta, a través del ensayo 'Testo Yonqui' ( 2008), conceptos académicos en la filosofía de género recogidos desde su propia experiencia personal. Preciado experimenta sobre su propio cuerpo administrándose testosterona.
¿Qué es la identidad? Según la filosofía posestructuralistas y la sociedad posmoderna, la identidad es un deseo que puede variar continuamente porque está sujeta a la subjetividad. La identidad deviene, es un ficción que se plantea en términos presencia-ausencia. Para Butler la identidad estaría deviniendo constantemente por lo que no tiene sentido fijar la identidad .
¿Por qué esa necesidad entonces de legislar y autoconfirmar la identidad? ¿No estaría siendo una herramienta de poder la institucionalización de las identidades? ¿Puede romper el binarismo sexual que propone estas teorías los mecanismos judiciales? ¿Qué sentido tiene hablar continuamente de identidades si funcionan de manera nómada y constructivista? ¿Qué tendría de rupturista la aceptación de otra identidad mediante un contrato social?
Si el Estado moderno es una forma de enajenación, y la enajenación es la pérdida de identidad, estaríamos legislando la no identidad del individuo; o lo que es lo mismo: se estaría teatralizando una acción judicial sobre una teatralización social performativa a través de la categoría género 'per se' construida. Un bucle de subjetividades relativas convertidas en una pantomima de Estado legitimada.
¿Puede una mujer trans ser considerada una mujer? No. Pero no lo digo yo, lo dice la teoría queer y la biología.
Según la teoría queer esta asignación no rompería con el paradigma al estar constreñida en el sistema binario mujer/hombre. Tampoco podría darse la probabilidad debido a la subjetividad sexual y al tratarse de un constructo mutable que redefine el sujeto. En realidad nadie sería mujer bajo este paraguas semántico. El resto de respuestas pueden encontrarlas en la ciencia, pero la ciencia tampoco es compatible con la teoría queer ya que la biología está considerada como una ficción por el infinito movimiento del ser. Es contradictorio ser queer con la idea de asignación de un sexo distinto ya que siempre termina recayendo en el binarismo.
Tendremos que quedarnos con la categoría mujer las que creemos en la ciencia y en las pruebas empíricas.
La naturalización de la desigualdad se produce a través de la categorización de lo diverso, es falaz y contraproducente hablar en términos de tolerancia ya que bajo esta aprobación quedaría instalada una ficticia corrección política que descentra las necesidades de los colectivos vulnerables a los que se encajona institucionalmente arrebatándole su identidad. La identidad no debería ser regulada o legislada por imperativo social y dogmas sin base que los acredite ya que es contraria a la idea de libertad. Los deseos son el eje medular de las sociedades capitalistas que a través del neoliberalismo someten al individuo bajo la idea de una felicidad ilusoria. El problema no son las identidades, sino la pérdida identitaria estructural reforzada por el Estado y sus normas. El mayor problema de la izquierda política parte de la pérdida de identidad, la ausencia de la ética y los complejos a romper con la corrección hegemónica imperante. Al negar la biología y la ciencia se fomenta la desinteligencia y se imposibilita la toma de conciencia, lo que crearía sociedades fácilmente manipulables. La teoría queer nació de la defensa a ser lo extraño, lo raro, lo situado al margen de cualquier método de control, incluido el social. Aceptar este híbrido entre filosofía, tribu urbana, posmodernismo, deconstrucciones subjetivas y negación de la realidad, se estaría impidiendo el progreso de la civilización propiciando una vulneración de los principios colectivos.
La mujer dejaría de ser. No tendría sentido el feminismo.
Todo este combo de diversidades solo son telares que han ido consolidándose con la llegada de la revolución tecnológica y el auge populista. La era de la información supuso un periodo de flujo informativo caracterizado por la rapidez y la grandes cambios sociales a nivel global. La idea de fabricación de armas biológicas, suplementos biológicos sintéticos o la manipulación climática a través de la inteligencia artificial, es comparable con la idea queer actual y compatible con un futuro donde la reproducción pasará a las manos de una máquina, —el segundo paso a dar es la legalización de los vientres de alquiler—. Las diferentes culturas pudieron conectarse entre sí y tomar influencias de manera más rápida estando sujetas a constantes cambios cuya tendencia dependería del nivel de populismo que se genere. No es de extrañar que las autoras queer apuesten por eliminar el concepto de mujer ya que todo apunta a una posible desnaturalización.
El consumo de hormonas exógenas a base de estrógenos y testosterona, en personas biológicas, condiciona una serie de trastornos que la teoría queer ignora. Las autocobayas de estas teorías ya han encontrado un nicho de mercado en los más vulnerables: la infancia, a la que insistimos en robarle la libertad convirtiéndolos en esclavos de la nueva norma de la hormona. Lo único que han hecho Butler y Preciado es un ejercicio de provocación hiperbólica aportando narrativa rupturista desde la filosofía de ficción para describrir una distopía. El ser humano desde su origen ha buscado el camino hacia la verdad, quienes prefirieron negarla se acogieron a la religión y a la existencia de un ente sobrenatural que diera respuesta a todas las dudas existenciales y los desastres naturales.
No sería posible legislar una ficción sin la existencia de una política extravagantemente queer y una sociedad que ha dejado de buscar la verdad.
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