martes, 23 de julio de 2019

#hemeroteca #feminismo | La historia feminista es polémica

Imagen: La Marea
La historia feminista es polémica.
"Lo que es coherente es que se esté produciendo este debate; lo que es incoherente, dogmático y malintencionado son los intentos de unas y otras por limitarlo o impedirlo".
Noelia Adánez | La Marea, 2019-07-23
https://www.lamarea.com/2019/07/23/la-historia-feminista-es-polemica/

Estos días la historia feminista ha sido invocada por una ministra del gobierno y por algunas feministas radicales en el marco de dos polémicas con un fuerte impacto mediático. En el caso de la ministra, atribuyó al socialismo una especie de relación de histórica complementariedad con el feminismo. De sus palabras se extraía que el feminismo y el socialismo han caminado siempre de la mano y que no hay feminismo de derechas.

Después de la polémica desatada y de las críticas recibidas a la muy gratuita asociación entre feminismo y socialismo, ella misma ha seguido insistiendo en que en las manifestaciones en las que las mujeres reclamaron el reconocimiento de derechos y una sociedad más igualitaria durante la transición y en los primeros años de la democracia, no había mujeres de derechas. La ministra se está refiriendo sin embargo a cuestiones distintas. Una cosa es hablar de feminismo y socialismo en términos absolutos y otra cosa muy diferente es referirse a lo sucedido en la historia reciente de España con relación a las luchas de las mujeres por el reconocimiento de derechos.

El socialismo, como teoría política o como discurso político, no ha integrado históricamente al feminismo. Mucho menos ha alumbrado el feminismo o facilitado su difusión y articulación políticas en el curso del siglo XX. Más bien ha dificultado y hasta confrontado el argumentario feminista desde su diagnóstico primigenio, al restar importancia al patriarcado en detrimento de la lucha de clases, y en sus desarrollos posteriores, al colocar la igualdad de género en una jerarquía en la que la lucha de clases siempre iba primero. En la historia del feminismo, por tanto, no hay rasgos de socialismo significativos más allá de las consabidas menciones a Engels, Tristán, Zetkin o Kollontai. Y en el caso concreto de España, los desencuentros entre el socialismo de partido y las mujeres a cuenta del debate sobre el sufragio femenino en el marco de la segunda República, hacen que la asociación entre feminismo y socialismo no solo no sea pertinente sino incluso sonrojante.

Otra cosa diferente es que en el contexto de los años sesenta y setenta, cuando aparecen los hasta hace no mucho llamados “nuevos movimientos sociales” en los que puede enmarcarse el feminismo tardofranquista y de la Transición, se produce una alianza lógica y necesaria de las feministas con otros grupos de la izquierda que están haciendo oposición a la dictadura y tratando de sentar las bases de la democracia. En esto tiene razón la ministra, hay una asociación histórica entre las izquierdas –también el socialismo– y el feminismo en nuestra historia reciente.

Feministas radicales y abolicionistas

Y aquí entra el tema de las feministas radicales y abolicionistas que estos días reclaman coherencia y continuidad con una historia feminista en cuyo nombre proponen la abolición del género y en cuyo nombre reclaman que el feminismo solo puede ser un proyecto político de las mujeres y para las mujeres. Mujeres que lo son, sin paliativos ni medias tintas, por su condición sexual. Y sostienen estas feministas que eso es lo que está inscrito en la “genealogía” del feminismo que invocan. Implicando de este modo que hay algo “familiar” e inconmovible en la historia feminista, puesto que se habla de genealogía –lo que me resulta muy inquietante– y suponiendo que esa historia tiene una linealidad y transcurre sobre unos supuestos que no se deben traicionar.

Pero lo cierto es que el feminismo, los feminismos, no tienen una historia unívoca. Han cambiado los enunciados, y los sujetos enunciantes, las propuestas y los diagnósticos que las sustentan. Teoría y movimientos sociales se han interferido de maneras muy complejas en el curso del siglo XX y lo que llevamos del XXI. Pensar lo contrario puede resultar reconfortante, pero es pensar ignorando completamente la historia.

Nuestros feminismos de ahora hunden sus raíces inmediatas en ese contexto que mencioné más arriba. Como ha explicado la historiadora Mary Nash, el feminismo tardofranquista y de la Transición está impulsado a partes iguales por políticas identitarias (lo que es propio de los nuevos movimientos sociales) y por políticas contra la dictadura. Las feministas de los sesenta y setenta criticaron la dictadura como lo que fue: un gran artefacto político en el que la opresión de las mujeres –a través de una cultura sexista y de unas instituciones machistas– jugó un papel fundamental. Desvelar el modo de operar del sexismo y sus confines es una tarea de la que los feminismos han ido ocupándose desde entonces. Debatir sobre la dimensión social del sexo –hablar del género– es condición necesaria para insuflar vida en los feminismos críticos.

La polémica entre algunas feministas radicales y algunas feministas de colectivos LGTBI más cercanas a planteamientos teóricos ‘queer’ forma parte y es coherente con la historia reciente de los feminismos en su devenir social y teórico. Lo que es coherente es que se esté produciendo este debate; lo que es incoherente, dogmático y malintencionado son los intentos de unas y otras por limitarlo o impedirlo. Mientras algunas pretenden abolir el género y otras tratan de elevarlo a la categoría de instrumento político, unas cuantas seguimos explorando el carácter polémico de la historia feminista y asumiendo debates y, por supuesto, adoptando posturas políticas frente a cuestiones concretas y decantándonos por unas corrientes y planteamientos en detrimento de otros. No es equidistancia lo que reclamo, sino honestidad intelectual.

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