Imagen: Noticias de Gipuzkoa / Leo entre su hermana mayor y su madre, Mónica |
Leo, de once años y natural de Irun, es el primer menor transexual al que Osakidetza suministra y financia inhibidores hormonales, después del preceptivo informe psiquiátrico. El proceso ha resultado difícil pero, ahora, su madre expresa que “todo han sido sonrisas, muy positivo y liberador”
Aitor Anuncibay / Ruben Plaza | Noticias de Gipuzkoa, 2016-02-23
http://www.noticiasdegipuzkoa.com/2016/02/23/sociedad/le-pregunte-a-ane-te-gustaria-ser-un-nino-abrio-los-brazos-y-me-contesto-claro-ama
- ¿Cómo ha sido todo el proceso de Leo hasta llegar al tratamiento?
-Desde que camina, la mayoría de sus comportamientos siempre han sido como cualquier otro niño. En el momento en el que hubo que ponerle braguitas lloraba y se las arrancaba. Lo intenté tres veces y de ahí me fui al súper a comprarle otra cosa. Y se puso calzoncillos. No hubo problema. En ese primer momento notábamos que no se sentía cómodo, pero no le dimos una importancia máxima. También fue totalmente imposible que heredase algo de Nagore, su hermana mayor. De princesas de rosa y con lazos él no quería ni oír hablar. La tendencia fue cada vez marcándose más: el calzado, los pantalones de chándal, la ropa de fútbol, los juegos... En cuanto entrábamos en algún tipo de grupo social, su primer acercamiento era hacia los niños. Jugando con su hermana, ella asumía el papel de niña y él era el príncipe, el novio...
¿Cuándo se produjo el punto de inflexión?
-Interpretas que es una niña muy chicazo o que le gustan las cosas de niños. Y no hay problema porque nada está vetado. Es cierto que con seis años íbamos camino a un cumpleaños, me miró y me dijo: ‘Ama, ¿por qué me llamo Ane?’ Y le contesté: ‘Porque a tu padre y a mí nos gustó ese nombre cuando naciste. ¿Cómo te gustaría llamarte?’ Y me dijo: ‘Erik o Nico’. Pero eso son nombres de niño, le expliqué. ‘¿Te gustaría ser un niño?’ Entonces me miró, abrió los brazos y me dijo: ‘Pues claro, ama, claro’. Le expliqué que se podía llamar Ane, ser una chica y hacer lo que quiera como los chicos. Luego le hice otra pregunta: ‘¿Cuando seas mayor te ves con barba como el aitatxo?’ Y exclamó: ‘Así quiero’. Fue en ese momento más o menos cuando supe lo que ya intuía. Y esos comentarios fueron un bálsamo que le calmaron. Siempre había vivido con el pelo corto y con vestimenta a su gusto. Cuando jugaba a la Wii o a la Play sus personajes siempre eran de chico y se llamaban Leo o Max. Lo tenía clarísimo. Era un rechazo total a todo lo que pudiera identificarle con una niña.
¿Cuándo llegan a la conclusión de que debería someterse a un tratamiento?
-Ese momento llega a raíz de tres meses superdramáticos y superangustiosos para él. En Navidades de 2014 le empieza a brotar un poco el botón mamario. Empezamos a notar que se sentía muy angustiado. No quería comer. Lloraba constantemente, estaba triste. No quería ir al colegio y la mitad de los días me llamaban del centro para decirme que estaba mal. Él decía que le dolía la tripa. Y empezamos un largo proceso de médico en médico. Le hicimos de todo y, evidentemente, no le encontraban nada. Un día, la pediatra le preguntó si estaba nervioso por algo. Y dijo que no. La doctora ya se había dado cuenta de que iba con calzoncillos. Y le preguntó: ‘¿Igual no te sientes cómodo?’ Pues igual, contestó. Entonces fui a unas charlas sobre transfeminismo y transexualidad en menores y, cuando la presidenta de Chrysallis (Asociación de Familias de Menores Transexuales) no llevaba ni un minuto hablando yo ya estaba llorando como una magdalena. Sin conocerlo, estaba describiendo a mi hijo.
¿Qué hizo entonces?
-Terminó la charla y le pregunté cómo debía afrontarlo. Y me dijo que era algo tan sencillo como preguntárselo. Vinimos a casa, le puse el documental el ‘Sexo sentido’ y, en el momento en el que apareció un niño transexual de su edad, me miró a los ojos y me dijo: ‘Ama, esto es lo que me pasa a mí y me abrazó’. Fue un momento superemotivo. Le expusimos: ‘Hoy en día puedes ser lo que quieras y ser quien quieras, te vamos a querer y a apoyar. Cuando tu decidas, nos dices y empiezas el tratamiento.’ Al día siguiente estábamos en el monte, me vino por detrás y me dijo: ‘Ama, quiero que me den el tratamiento masculino ya.’
¿Cómo fue el proceso hasta llegar a la medicación?
-Conocí en unas ponencias a la responsable del servicio de Endocrinología del Hospital Cruces, Itxaso Rica. En ese momento estaba perdidísima, en un estado de pánico, de no saber cuál es el paso siguiente porque nadie sabe de eso. Me fui donde ella y le expliqué todo. Ella nos puso en contacto con el equipo de la Unidad de Género de Cruces y allí se le hizo un seguimiento psiquiátrico durante seis meses, como exige el protocolo. El 29 de octubre le pusieron la primera dosis de los inhibidores de la pubertad y repite cada 28 días. Le bloquea el desarrollo de los pechos y que no le baje la menstruación.
¿Cómo se siente Leo?
-Hasta que le pusieron la primera inyección se sentía un poco ansioso, aunque contento. Él veía que eso detenía su proceso y le creaba mucha ansiedad el no frenarlo a tiempo. Y la verdad es que a mí también. Le ha generado muchísima paz interior. Está superfeliz, se siente muy seguro. No tiene ningún tipo de miedo, ninguna angustia. La peculiaridad de tener vagina en vez de pene no le supone nada. Es algo tan íntimo y que se evidencia tan poco que ni le preocupa. No siente ningún rechazo a su vida anterior, a su nombre anterior. Lo lleva con una naturalidad abrumadora.
¿Cómo ha reaccionado su entorno social?
-Todos increíblemente bien. Como él mismo dice: Se veía venir. Cualquiera que conociera a Leo una semana antes de hacerse el cambio ya le confundía con un niño. No había nadie que interpretara que era una niña. Personalmente me vinieron un par de compañeros suyos a darme las gracias y me eché a llorar como una tonta porque ese era el mejor regalo. Me siento feliz, estoy emocionado, me decía su mejor amigo. Y en el centro escolar todo ha sido muy natural. Se hizo una presentación y todos los profesores hicieron una clase para explicarlo. Hasta se les informó a las personas que cuidan el comedor. A los alumnos les pusieron un vídeo y Leo hizo su presentación. Todo fue muy bonito y gratificante para él.
¿Y su hermana?
-Un día le miré a mi hija mayor y le dije: ‘¿Tú que opinas?’ Y me contestó: ‘Ama, es que no sé qué duda tienes. Es un niño. No sé qué estás pensando...’ La reacción de su hermana fue increíble. Ella se lo comentó a todos sus amigos con naturalidad. Todo han sido sonrisas, muy positivo y liberador. De repente, la pieza encaja.
¿Han tenido algún problema con la documentación personal?
-En Osakidetza ya tiene puesto Leo en la tarjeta. En el colegio aparece Leo en sus notas, en el casillero, incluso en la plataforma de notificaciones. En su carné de biblioteca pone Leo. En deporte escolar es Leo. Nos falta el DNI. Está en un cajón. Él es un niño muy maduro que entiende que lleva un proceso y, a día de hoy, no le soluciona nada que le cambien el nombre. No es necesario y no le genera malestar. Me da bastante igual. Me importaba mucho más su tranquilidad, su bienestar y su felicidad.
-Desde que camina, la mayoría de sus comportamientos siempre han sido como cualquier otro niño. En el momento en el que hubo que ponerle braguitas lloraba y se las arrancaba. Lo intenté tres veces y de ahí me fui al súper a comprarle otra cosa. Y se puso calzoncillos. No hubo problema. En ese primer momento notábamos que no se sentía cómodo, pero no le dimos una importancia máxima. También fue totalmente imposible que heredase algo de Nagore, su hermana mayor. De princesas de rosa y con lazos él no quería ni oír hablar. La tendencia fue cada vez marcándose más: el calzado, los pantalones de chándal, la ropa de fútbol, los juegos... En cuanto entrábamos en algún tipo de grupo social, su primer acercamiento era hacia los niños. Jugando con su hermana, ella asumía el papel de niña y él era el príncipe, el novio...
¿Cuándo se produjo el punto de inflexión?
-Interpretas que es una niña muy chicazo o que le gustan las cosas de niños. Y no hay problema porque nada está vetado. Es cierto que con seis años íbamos camino a un cumpleaños, me miró y me dijo: ‘Ama, ¿por qué me llamo Ane?’ Y le contesté: ‘Porque a tu padre y a mí nos gustó ese nombre cuando naciste. ¿Cómo te gustaría llamarte?’ Y me dijo: ‘Erik o Nico’. Pero eso son nombres de niño, le expliqué. ‘¿Te gustaría ser un niño?’ Entonces me miró, abrió los brazos y me dijo: ‘Pues claro, ama, claro’. Le expliqué que se podía llamar Ane, ser una chica y hacer lo que quiera como los chicos. Luego le hice otra pregunta: ‘¿Cuando seas mayor te ves con barba como el aitatxo?’ Y exclamó: ‘Así quiero’. Fue en ese momento más o menos cuando supe lo que ya intuía. Y esos comentarios fueron un bálsamo que le calmaron. Siempre había vivido con el pelo corto y con vestimenta a su gusto. Cuando jugaba a la Wii o a la Play sus personajes siempre eran de chico y se llamaban Leo o Max. Lo tenía clarísimo. Era un rechazo total a todo lo que pudiera identificarle con una niña.
¿Cuándo llegan a la conclusión de que debería someterse a un tratamiento?
-Ese momento llega a raíz de tres meses superdramáticos y superangustiosos para él. En Navidades de 2014 le empieza a brotar un poco el botón mamario. Empezamos a notar que se sentía muy angustiado. No quería comer. Lloraba constantemente, estaba triste. No quería ir al colegio y la mitad de los días me llamaban del centro para decirme que estaba mal. Él decía que le dolía la tripa. Y empezamos un largo proceso de médico en médico. Le hicimos de todo y, evidentemente, no le encontraban nada. Un día, la pediatra le preguntó si estaba nervioso por algo. Y dijo que no. La doctora ya se había dado cuenta de que iba con calzoncillos. Y le preguntó: ‘¿Igual no te sientes cómodo?’ Pues igual, contestó. Entonces fui a unas charlas sobre transfeminismo y transexualidad en menores y, cuando la presidenta de Chrysallis (Asociación de Familias de Menores Transexuales) no llevaba ni un minuto hablando yo ya estaba llorando como una magdalena. Sin conocerlo, estaba describiendo a mi hijo.
¿Qué hizo entonces?
-Terminó la charla y le pregunté cómo debía afrontarlo. Y me dijo que era algo tan sencillo como preguntárselo. Vinimos a casa, le puse el documental el ‘Sexo sentido’ y, en el momento en el que apareció un niño transexual de su edad, me miró a los ojos y me dijo: ‘Ama, esto es lo que me pasa a mí y me abrazó’. Fue un momento superemotivo. Le expusimos: ‘Hoy en día puedes ser lo que quieras y ser quien quieras, te vamos a querer y a apoyar. Cuando tu decidas, nos dices y empiezas el tratamiento.’ Al día siguiente estábamos en el monte, me vino por detrás y me dijo: ‘Ama, quiero que me den el tratamiento masculino ya.’
¿Cómo fue el proceso hasta llegar a la medicación?
-Conocí en unas ponencias a la responsable del servicio de Endocrinología del Hospital Cruces, Itxaso Rica. En ese momento estaba perdidísima, en un estado de pánico, de no saber cuál es el paso siguiente porque nadie sabe de eso. Me fui donde ella y le expliqué todo. Ella nos puso en contacto con el equipo de la Unidad de Género de Cruces y allí se le hizo un seguimiento psiquiátrico durante seis meses, como exige el protocolo. El 29 de octubre le pusieron la primera dosis de los inhibidores de la pubertad y repite cada 28 días. Le bloquea el desarrollo de los pechos y que no le baje la menstruación.
¿Cómo se siente Leo?
-Hasta que le pusieron la primera inyección se sentía un poco ansioso, aunque contento. Él veía que eso detenía su proceso y le creaba mucha ansiedad el no frenarlo a tiempo. Y la verdad es que a mí también. Le ha generado muchísima paz interior. Está superfeliz, se siente muy seguro. No tiene ningún tipo de miedo, ninguna angustia. La peculiaridad de tener vagina en vez de pene no le supone nada. Es algo tan íntimo y que se evidencia tan poco que ni le preocupa. No siente ningún rechazo a su vida anterior, a su nombre anterior. Lo lleva con una naturalidad abrumadora.
¿Cómo ha reaccionado su entorno social?
-Todos increíblemente bien. Como él mismo dice: Se veía venir. Cualquiera que conociera a Leo una semana antes de hacerse el cambio ya le confundía con un niño. No había nadie que interpretara que era una niña. Personalmente me vinieron un par de compañeros suyos a darme las gracias y me eché a llorar como una tonta porque ese era el mejor regalo. Me siento feliz, estoy emocionado, me decía su mejor amigo. Y en el centro escolar todo ha sido muy natural. Se hizo una presentación y todos los profesores hicieron una clase para explicarlo. Hasta se les informó a las personas que cuidan el comedor. A los alumnos les pusieron un vídeo y Leo hizo su presentación. Todo fue muy bonito y gratificante para él.
¿Y su hermana?
-Un día le miré a mi hija mayor y le dije: ‘¿Tú que opinas?’ Y me contestó: ‘Ama, es que no sé qué duda tienes. Es un niño. No sé qué estás pensando...’ La reacción de su hermana fue increíble. Ella se lo comentó a todos sus amigos con naturalidad. Todo han sido sonrisas, muy positivo y liberador. De repente, la pieza encaja.
¿Han tenido algún problema con la documentación personal?
-En Osakidetza ya tiene puesto Leo en la tarjeta. En el colegio aparece Leo en sus notas, en el casillero, incluso en la plataforma de notificaciones. En su carné de biblioteca pone Leo. En deporte escolar es Leo. Nos falta el DNI. Está en un cajón. Él es un niño muy maduro que entiende que lleva un proceso y, a día de hoy, no le soluciona nada que le cambien el nombre. No es necesario y no le genera malestar. Me da bastante igual. Me importaba mucho más su tranquilidad, su bienestar y su felicidad.
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