Imagen: El Periódico / Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera |
Idoya Noain | El Periódico, 2019-06-22
https://www.elperiodico.com/es/mas-periodico/20190622/50-anos-de-stonewall-el-dia-que-nacio-el-gay-power-7514741
Jay Toole es ella, él, ellas, ellos. Con cualquier pronombre se siente bien. En su gorra hay cosido un parche en el que, bajo el bordado de 'llámame', queda un rectángulo en blanco. Con un rotulador negro ha escrito dos palabras: 'Super butch' [marimacho]. Con orgullo.
Algo así era impensable en 1961. Fue entonces, cuando Toole tenía solo 13 años, cuando su padre, que aprovechaba los ingresos en psiquiátricos de su esposa para violar a la pequeña, le echó de casa al verla vestida con ropas propias de un chico. Liberarse de las agresiones sexuales, que también sufría por parte de su hermano, fue para Toole "lo mejor que podía haber pasado". Se marchó del Bronx, libre para ser quien quería, aunque en una sociedad que no la aceptaba. También, convertida en sintecho.
Su hogar pasó a estar en las calles del West Village. Su cama, un banco de Washington Square, a veces Christopher Park. Su modo de supervivencia: lo que fuera necesario. Y su nueva familia, otras 'butches', 'femmes', lesbianas, gais, 'trans' ("aunque entonces se les llamaba travestis") y, en definitiva, toda una comunidad de gente cuya sexualidad o género en aquella época era contestada con marginación, discriminación, acoso y maltrato. De la familia, la sociedad, las leyes y la policía.
Ahora Toole vuelve periódicamente a un Village cambiado. Con el grupo Tours de Justicia Social organiza visitas guiadas por el barrio que fue y sigue siendo epicentro de la comunidad queer. Muestra sus escenarios clave mientras va detallando cómo era la vida en esas calles donde lo mismo les perseguía, golpeaba o detenía la policía que grupos de hombres que convertían su odio en cacerías; en los bares que eran refugio y lugar de liberación; en los muelles, donde todo era más arriesgado y salvaje; en la Casa de Detención, la cárcel de mujeres ahora derribada y solo recordada en una línea en una placa donde tantas veces estuvo ingresada y sufrió, como muchas otras, los abusos de un médico.
La chispa de una revolución
Antes, Toole hacía los 'tours' gratis para niños y jóvenes; ahora cobra 12 dólares por persona, porque, a sus 71 años, la necesidad vuelve a apretar. Pero lo que realmente le mueve a compartir una generosa narración en la que no esconde los trapicheos, ni el comercio del sexo, ni adicciones que pasaron por la heroína y el crack, es su convicción de que "es importante mantener viva la historia y no dejar que la cuenten, reescriban, distorsionen o blanqueen otros".
Esa historia en primera persona, con su contexto, con sus detalles y sus grises, es más importante si cabe este año, cuando se vuelve la mirada al 50º aniversario de la rebelión en el Stonewall Inn, el bar entonces en el 51 y 53 de Christopher Street que Toole describe como "un auténtico antro, controlado por la mafia", como todos los locales que atendían a la clientela homosexual en Nueva York, con bebidas aguadas y caras, insalubres. "Casi no tenían agua corriente y si eras cliente habitual sabías que no convenía pedir nada en vaso".
Era también uno de los locales en los que, junto a una mayoría de hombres gay (los más acaudalados, sujetos a las extorsiones de la mafia para no arriesgarse a ser expuestos públicamente), se mezclaban algunos trans de piel oscura, lesbianas, jóvenes de la calle como Toole. Un buen 'juke box' y dos pistas de baile –junto a la opción tan escasa esos días de poder bailar agarrados lentamente– convertía el Stonewall en un oasis.
Es allí donde, la madrugada del 28 de junio de 1969, una de las redadas policiales habituales por entonces en locales a los que acudía la comunidad queer encontró una inusitada resistencia. Aquello actuó como chispa para prender la llama de una revolución que no ha vuelto a apagarse pero que tampoco ha culminado.
11 años de investigación
Aunque sigue habiendo lagunas y distintas versiones sobre algunos hechos concretos, la reconstrucción más documentada de lo que ocurrió aquella noche es la que realizó, tras 11 años de investigación, el historiador David Carter en su libro 'Stonewall' (2004), base del documental 'Stonewall Uprising'. Y ese trabajo es una de las mejores guías para repasar aquella noche, en la que a la 1.20 de la madrugada el subinspector Seymour Pine dio la orden por la que él y siete agentes del ya difunto Escuadrón de Moral Pública de la policía neoyorquina iniciaron la redada, la segunda de aquella semana en el bar.
Como de costumbre en esas operaciones, obligaron a los clientes que estaban dentro, unos 200, a alinearse y a enseñar su identificación, dispuestos a empezar los arrestos de empleados por venta ilegal de alcohol o de 'drag queens' y 'kings' que podían ser acusados de la "desviación sexual" que supuestamente representaba llevar tres prendas de ropa que no correspondieran al género asignado en el nacimiento.
No era la primera vez que se vivía una operación policial del estilo, ni en el Stonewall, ni en el barrio, ni en la ciudad ni en el país, unos EEUU donde, salvo en Illinois, el sexo entre adultos del mismo sexo con edad de consentimiento se consideraba "sodomía" y estaba ilegalizado; donde la "perversión" se consideraba ofensa suficiente para ser despedido de un empleo federal; donde la Asociación Americana de Psiquiatría clasificaba la homosexualidad como una enfermedad mental "sociopática" (clasificación que mantuvo hasta 1973) o donde, en algunas ciudades, si eras arrestado, veías publicado en los periódicos tu nombre, tu dirección o tu lugar de empleo.
Esa noche en el Stonewall Inn, no obstante, las cosas fueron distintas. En el interior, algunos se negaron a identificarse, y las 'drag', a que comprobaran su sexo. Quienes no habían sido detenidos no se marcharon rápidamente, como era habitual. Fueron congregándose frente al bar y a ellos se fueron sumando decenas y luego centenares de otras personas, incluyendo Toole, conforme la noticia de la redada se expandía como la pólvora de boca a oreja por el Village.
La tensión, que empezó a crecer dentro y fuera, explotó cuando una lesbiana detenida, que nadie ha conseguido identificar con seguridad, se resistió al arresto y logró escapar, esposada, del furgón policial. Así empezó una lluvia de monedas, objetos, botellas, piedras e insultos sobre la policía, obligada a retroceder y refugiarse de nuevo en el Stonewall, que siguió siendo atacado desde fuera. Se plantó también cara a los agentes antidisturbios que llegaron de refuerzo, obligados por la gente a serpentear con retiradas y regresos por las calles del Village.
La noche fue larga y preludio de varios días más de revueltas. Pero la verdadera revolución fue que una comunidad acostumbrada a vivir en el armario, a esconderse o a pagar el precio de la brutalidad o el acoso cuando no lo hacía, esta vez salió de las sombras y, unida, con violencia pero también con euforia y expresiones festivas de celebración, se atrevió a llenar las calles del Village de un grito a pleno pulmón: "¡Gay power!".
"Lo que hizo a Stonewall diferente no fueron los arrestos, nos arrestaban todos los días", recuerda Toole. "Lo que lo hizo importante es que todo el mundo, todas las distintas pequeñas comunidades, gais, lesbianas, trans, gente de color, heteros, jóvenes sintecho y activistas contra la guerra de Vietnam nos unimos como una sola para decir basta, para exigir que parara la brutalidad policial, la violencia contra nosotros".
El antes y el después
La rebelión de Stonewall fue un punto de inflexión pero no sucedió en el vacío. Ahora, el 50º aniversario está sirviendo para divulgar la historia de la revuelta –donde cada vez se reconoce más el impacto de personas como las transgénero de color Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera, a las que se va a dedicar un monumento en Christopher Park–, pero también está ayudando a subrayar la importancia tanto anterior como posterior del movimiento de los derechos LGBTI+ [Lesbianas, Gais, Bisexuales, Trans e Intersexuales] en EEUU.
"Stonewall se ha convertido en la marca de gente que lucha contra la opresión policial y por la igualdad, pero es un error verlo como un acontecimiento aislado", recuerda el historiador Eric Marcus, autor del libro y el 'podcast' 'Making gay history'. "No marcó el principio del movimiento. Lo que la rebelión hizo fue crear una oportunidad para que los activistas, muchos de los cuales llevaban años en la lucha, canalizaran la energía que se desató y se creara una nueva fase, más expansiva y más militante".
Marcus recuerda, por ejemplo, que en 1950 cinco gais fundaron en Los Ángeles la Mattachine Society. Cinco años después, un grupo de lesbianas crearon Daugthers of Bilitis. Para mediados de los años 60 había manifestaciones públicas. Y en 1966 –el año en que se vivieron revueltas en el distrito Tenderloin de San Francisco tras una rebelión trans en la Cafetería Compton– hubo una convención en la que participaron unas 20 organizaciones del movimiento.
Cuando se produjo el alzamiento del Stonewall Inn, ya se contabilizaban unos 60 grupos, y por esa infraestructura existente, como explica el historiador, "fue posible organizarse y expandirse después. Y lo que solidificó el lugar de Stonewall en la historia fue, en el primer aniversario de los hechos, la marcha de protesta 'Christopher Street Liberation March', que fue hasta Central Park y se erigió en la mayor concentración LGTBI+ en el mundo hasta entonces".
De hecho, sin ese después hoy probablemente los disturbios de Stonewall no estarían tan destacados en los libros de historia; ni Barack Obama, en el 2016, habría designado Christopher Park, el bar (aunque es de propiedad privada) y las calles adyacentes donde se vivió la rebelión, monumento nacional, el primero dedicado a conmemorar la historia LGBTI de EEUU. Tampoco es probable que el actual comisionado de policía de Nueva York, James O’Neill, hubiera dado finalmente el paso, como hizo este mes, de pedir una disculpa por la redada: "Las acciones y las leyes eran discriminatorias y opresoras y por eso pido perdón".
Fricciones pasadas y actuales
El movimiento posterior a Stonewall no estuvo libre de fricciones, como tampoco lo está ahora. Hace cinco décadas se enfrentaron grupos que apostaban por una línea de asimilación con activistas, de renovado impulso, más cercanos en ideología y métodos a movimientos antiguerra o de poder negro. Eran grupos como el Gay Liberation Front, abiertamente antirreligioso, contrario a la familia nuclear, anticapitalista, antibelicista, antirracista y antipatriarcal, que planteaban métodos y objetivos más ambiciosos y radicales para avanzar en la lucha por la igualdad y la libertad que el matrimonio (legalizado por el Supremo en el 2015) o la posibilidad de servir en el Ejército (aceptada por Obama y ahora revocada por Donald Trump).
Sigue habiendo réplicas de tensiones y también sigue quedando mucha, demasiada, lucha por luchar. Solo en 20 estados hay leyes contra la discriminación LGTBI+. La actual Administración hace retroceder avances conseguidos. En los dos últimos años se han vuelto a incrementar las agresiones homófobas, y los mayores de una comunidad donde se rompieron y se siguen rompiendo muchos lazos familiares –y donde el sida hizo estragos en los 80– siguen siendo más vulnerables.
Hay además otros colectivos, especialmente los jóvenes que, como Toole hace seis décadas, hoy siguen siendo expulsados de sus casas. O los de los trans de color, que se siguen enfrentando a los mayores retos, las mayores amenazas a sus vidas. Quizá por eso en sus voces se escuchan los ecos más fuertes de un hartazgo como el que estalló en Stonewall.
Esa rabia se palpaba hace dos semanas en una manifestación para protestar contra la muerte –mientras estaba en régimen de aislamiento en la cárcel neoyorquina de Rikers– de Layleen Polanco, una joven encarcelada por no poder pagar una fianza de 500 dólares por un delito menor y la décima mujer transgénero muerta por causas violentas en lo que va de año en EEUU.
Violencia y dejación
En un acto donde solo se dio voz a personas trans, la indignación por la sensación de abandono de parte de la comunidad LGTBI+ y de políticos plagaba los discursos de la actriz de 'Pose' Indya Moore; de Kimberley McKenzie, que trabaja en el Sylvia Rivera Law Project y aseguró que "no hay motivo de orgullo", o de la activista Raquel Willis, que firmó una de las intervenciones más combativas. "No digo a nadie que tenga que empezar revueltas, pero tenemos mucho por lo que estar enfadados", decía. "A la mierda la respetabilidad, la asimilación, que nos digan que tenemos que ser como los cis, los heteros, los blancos, como todo el mundo... Somos como somos. Es nuestro deber luchar. Es nuestro deber ganar".
El domingo 30 habrá dos marchas en Nueva York, que este año acoge la celebración de World Pride por los 50 años de Stonewall. Una coalición de más de 100 organizaciones agrupadas bajo el lema "reclamar el Orgullo" ha preparado otra marcha que replicará la original de 1970, buscando el mismo recorrido y su espíritu reivindicativo. Consideran que la oficial, organizada por Heritage of Pride, con sus carrozas esponsorizadas y su acortado recorrido, se ha convertido en "una extravagancia corporativa que ignora las profundas luchas que aún libramos todo el mundo", en palabras del autor y activista Larry Kramer.
Es un lamento que comparte Toole, que cofundó el grupo Queers for Economic Justice, cuyo trabajo influyó en cambios legislativos que mejoraron los derechos de familias queer y transgénero sintecho en los refugios municipales y con cuyo nombre, junto al de la icónica activista transgénero Miss Major Griffin-Gracy, se ha bautizado un edificio neoyorquino que alberga a varias organizaciones LGTBI+. "Han vendido nuestra comunidad a las empresas, la ciudad y la policía. Lo suyo es un desfile, y los desfiles son para gente que tiene todos sus derechos. Yo marcho porque no tenemos aún todos nuestros derechos".
Algo así era impensable en 1961. Fue entonces, cuando Toole tenía solo 13 años, cuando su padre, que aprovechaba los ingresos en psiquiátricos de su esposa para violar a la pequeña, le echó de casa al verla vestida con ropas propias de un chico. Liberarse de las agresiones sexuales, que también sufría por parte de su hermano, fue para Toole "lo mejor que podía haber pasado". Se marchó del Bronx, libre para ser quien quería, aunque en una sociedad que no la aceptaba. También, convertida en sintecho.
Su hogar pasó a estar en las calles del West Village. Su cama, un banco de Washington Square, a veces Christopher Park. Su modo de supervivencia: lo que fuera necesario. Y su nueva familia, otras 'butches', 'femmes', lesbianas, gais, 'trans' ("aunque entonces se les llamaba travestis") y, en definitiva, toda una comunidad de gente cuya sexualidad o género en aquella época era contestada con marginación, discriminación, acoso y maltrato. De la familia, la sociedad, las leyes y la policía.
Ahora Toole vuelve periódicamente a un Village cambiado. Con el grupo Tours de Justicia Social organiza visitas guiadas por el barrio que fue y sigue siendo epicentro de la comunidad queer. Muestra sus escenarios clave mientras va detallando cómo era la vida en esas calles donde lo mismo les perseguía, golpeaba o detenía la policía que grupos de hombres que convertían su odio en cacerías; en los bares que eran refugio y lugar de liberación; en los muelles, donde todo era más arriesgado y salvaje; en la Casa de Detención, la cárcel de mujeres ahora derribada y solo recordada en una línea en una placa donde tantas veces estuvo ingresada y sufrió, como muchas otras, los abusos de un médico.
La chispa de una revolución
Antes, Toole hacía los 'tours' gratis para niños y jóvenes; ahora cobra 12 dólares por persona, porque, a sus 71 años, la necesidad vuelve a apretar. Pero lo que realmente le mueve a compartir una generosa narración en la que no esconde los trapicheos, ni el comercio del sexo, ni adicciones que pasaron por la heroína y el crack, es su convicción de que "es importante mantener viva la historia y no dejar que la cuenten, reescriban, distorsionen o blanqueen otros".
Esa historia en primera persona, con su contexto, con sus detalles y sus grises, es más importante si cabe este año, cuando se vuelve la mirada al 50º aniversario de la rebelión en el Stonewall Inn, el bar entonces en el 51 y 53 de Christopher Street que Toole describe como "un auténtico antro, controlado por la mafia", como todos los locales que atendían a la clientela homosexual en Nueva York, con bebidas aguadas y caras, insalubres. "Casi no tenían agua corriente y si eras cliente habitual sabías que no convenía pedir nada en vaso".
Era también uno de los locales en los que, junto a una mayoría de hombres gay (los más acaudalados, sujetos a las extorsiones de la mafia para no arriesgarse a ser expuestos públicamente), se mezclaban algunos trans de piel oscura, lesbianas, jóvenes de la calle como Toole. Un buen 'juke box' y dos pistas de baile –junto a la opción tan escasa esos días de poder bailar agarrados lentamente– convertía el Stonewall en un oasis.
Es allí donde, la madrugada del 28 de junio de 1969, una de las redadas policiales habituales por entonces en locales a los que acudía la comunidad queer encontró una inusitada resistencia. Aquello actuó como chispa para prender la llama de una revolución que no ha vuelto a apagarse pero que tampoco ha culminado.
11 años de investigación
Aunque sigue habiendo lagunas y distintas versiones sobre algunos hechos concretos, la reconstrucción más documentada de lo que ocurrió aquella noche es la que realizó, tras 11 años de investigación, el historiador David Carter en su libro 'Stonewall' (2004), base del documental 'Stonewall Uprising'. Y ese trabajo es una de las mejores guías para repasar aquella noche, en la que a la 1.20 de la madrugada el subinspector Seymour Pine dio la orden por la que él y siete agentes del ya difunto Escuadrón de Moral Pública de la policía neoyorquina iniciaron la redada, la segunda de aquella semana en el bar.
Como de costumbre en esas operaciones, obligaron a los clientes que estaban dentro, unos 200, a alinearse y a enseñar su identificación, dispuestos a empezar los arrestos de empleados por venta ilegal de alcohol o de 'drag queens' y 'kings' que podían ser acusados de la "desviación sexual" que supuestamente representaba llevar tres prendas de ropa que no correspondieran al género asignado en el nacimiento.
No era la primera vez que se vivía una operación policial del estilo, ni en el Stonewall, ni en el barrio, ni en la ciudad ni en el país, unos EEUU donde, salvo en Illinois, el sexo entre adultos del mismo sexo con edad de consentimiento se consideraba "sodomía" y estaba ilegalizado; donde la "perversión" se consideraba ofensa suficiente para ser despedido de un empleo federal; donde la Asociación Americana de Psiquiatría clasificaba la homosexualidad como una enfermedad mental "sociopática" (clasificación que mantuvo hasta 1973) o donde, en algunas ciudades, si eras arrestado, veías publicado en los periódicos tu nombre, tu dirección o tu lugar de empleo.
Esa noche en el Stonewall Inn, no obstante, las cosas fueron distintas. En el interior, algunos se negaron a identificarse, y las 'drag', a que comprobaran su sexo. Quienes no habían sido detenidos no se marcharon rápidamente, como era habitual. Fueron congregándose frente al bar y a ellos se fueron sumando decenas y luego centenares de otras personas, incluyendo Toole, conforme la noticia de la redada se expandía como la pólvora de boca a oreja por el Village.
La tensión, que empezó a crecer dentro y fuera, explotó cuando una lesbiana detenida, que nadie ha conseguido identificar con seguridad, se resistió al arresto y logró escapar, esposada, del furgón policial. Así empezó una lluvia de monedas, objetos, botellas, piedras e insultos sobre la policía, obligada a retroceder y refugiarse de nuevo en el Stonewall, que siguió siendo atacado desde fuera. Se plantó también cara a los agentes antidisturbios que llegaron de refuerzo, obligados por la gente a serpentear con retiradas y regresos por las calles del Village.
La noche fue larga y preludio de varios días más de revueltas. Pero la verdadera revolución fue que una comunidad acostumbrada a vivir en el armario, a esconderse o a pagar el precio de la brutalidad o el acoso cuando no lo hacía, esta vez salió de las sombras y, unida, con violencia pero también con euforia y expresiones festivas de celebración, se atrevió a llenar las calles del Village de un grito a pleno pulmón: "¡Gay power!".
"Lo que hizo a Stonewall diferente no fueron los arrestos, nos arrestaban todos los días", recuerda Toole. "Lo que lo hizo importante es que todo el mundo, todas las distintas pequeñas comunidades, gais, lesbianas, trans, gente de color, heteros, jóvenes sintecho y activistas contra la guerra de Vietnam nos unimos como una sola para decir basta, para exigir que parara la brutalidad policial, la violencia contra nosotros".
El antes y el después
La rebelión de Stonewall fue un punto de inflexión pero no sucedió en el vacío. Ahora, el 50º aniversario está sirviendo para divulgar la historia de la revuelta –donde cada vez se reconoce más el impacto de personas como las transgénero de color Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera, a las que se va a dedicar un monumento en Christopher Park–, pero también está ayudando a subrayar la importancia tanto anterior como posterior del movimiento de los derechos LGBTI+ [Lesbianas, Gais, Bisexuales, Trans e Intersexuales] en EEUU.
"Stonewall se ha convertido en la marca de gente que lucha contra la opresión policial y por la igualdad, pero es un error verlo como un acontecimiento aislado", recuerda el historiador Eric Marcus, autor del libro y el 'podcast' 'Making gay history'. "No marcó el principio del movimiento. Lo que la rebelión hizo fue crear una oportunidad para que los activistas, muchos de los cuales llevaban años en la lucha, canalizaran la energía que se desató y se creara una nueva fase, más expansiva y más militante".
Marcus recuerda, por ejemplo, que en 1950 cinco gais fundaron en Los Ángeles la Mattachine Society. Cinco años después, un grupo de lesbianas crearon Daugthers of Bilitis. Para mediados de los años 60 había manifestaciones públicas. Y en 1966 –el año en que se vivieron revueltas en el distrito Tenderloin de San Francisco tras una rebelión trans en la Cafetería Compton– hubo una convención en la que participaron unas 20 organizaciones del movimiento.
Cuando se produjo el alzamiento del Stonewall Inn, ya se contabilizaban unos 60 grupos, y por esa infraestructura existente, como explica el historiador, "fue posible organizarse y expandirse después. Y lo que solidificó el lugar de Stonewall en la historia fue, en el primer aniversario de los hechos, la marcha de protesta 'Christopher Street Liberation March', que fue hasta Central Park y se erigió en la mayor concentración LGTBI+ en el mundo hasta entonces".
De hecho, sin ese después hoy probablemente los disturbios de Stonewall no estarían tan destacados en los libros de historia; ni Barack Obama, en el 2016, habría designado Christopher Park, el bar (aunque es de propiedad privada) y las calles adyacentes donde se vivió la rebelión, monumento nacional, el primero dedicado a conmemorar la historia LGBTI de EEUU. Tampoco es probable que el actual comisionado de policía de Nueva York, James O’Neill, hubiera dado finalmente el paso, como hizo este mes, de pedir una disculpa por la redada: "Las acciones y las leyes eran discriminatorias y opresoras y por eso pido perdón".
Fricciones pasadas y actuales
El movimiento posterior a Stonewall no estuvo libre de fricciones, como tampoco lo está ahora. Hace cinco décadas se enfrentaron grupos que apostaban por una línea de asimilación con activistas, de renovado impulso, más cercanos en ideología y métodos a movimientos antiguerra o de poder negro. Eran grupos como el Gay Liberation Front, abiertamente antirreligioso, contrario a la familia nuclear, anticapitalista, antibelicista, antirracista y antipatriarcal, que planteaban métodos y objetivos más ambiciosos y radicales para avanzar en la lucha por la igualdad y la libertad que el matrimonio (legalizado por el Supremo en el 2015) o la posibilidad de servir en el Ejército (aceptada por Obama y ahora revocada por Donald Trump).
Sigue habiendo réplicas de tensiones y también sigue quedando mucha, demasiada, lucha por luchar. Solo en 20 estados hay leyes contra la discriminación LGTBI+. La actual Administración hace retroceder avances conseguidos. En los dos últimos años se han vuelto a incrementar las agresiones homófobas, y los mayores de una comunidad donde se rompieron y se siguen rompiendo muchos lazos familiares –y donde el sida hizo estragos en los 80– siguen siendo más vulnerables.
Hay además otros colectivos, especialmente los jóvenes que, como Toole hace seis décadas, hoy siguen siendo expulsados de sus casas. O los de los trans de color, que se siguen enfrentando a los mayores retos, las mayores amenazas a sus vidas. Quizá por eso en sus voces se escuchan los ecos más fuertes de un hartazgo como el que estalló en Stonewall.
Esa rabia se palpaba hace dos semanas en una manifestación para protestar contra la muerte –mientras estaba en régimen de aislamiento en la cárcel neoyorquina de Rikers– de Layleen Polanco, una joven encarcelada por no poder pagar una fianza de 500 dólares por un delito menor y la décima mujer transgénero muerta por causas violentas en lo que va de año en EEUU.
Violencia y dejación
En un acto donde solo se dio voz a personas trans, la indignación por la sensación de abandono de parte de la comunidad LGTBI+ y de políticos plagaba los discursos de la actriz de 'Pose' Indya Moore; de Kimberley McKenzie, que trabaja en el Sylvia Rivera Law Project y aseguró que "no hay motivo de orgullo", o de la activista Raquel Willis, que firmó una de las intervenciones más combativas. "No digo a nadie que tenga que empezar revueltas, pero tenemos mucho por lo que estar enfadados", decía. "A la mierda la respetabilidad, la asimilación, que nos digan que tenemos que ser como los cis, los heteros, los blancos, como todo el mundo... Somos como somos. Es nuestro deber luchar. Es nuestro deber ganar".
El domingo 30 habrá dos marchas en Nueva York, que este año acoge la celebración de World Pride por los 50 años de Stonewall. Una coalición de más de 100 organizaciones agrupadas bajo el lema "reclamar el Orgullo" ha preparado otra marcha que replicará la original de 1970, buscando el mismo recorrido y su espíritu reivindicativo. Consideran que la oficial, organizada por Heritage of Pride, con sus carrozas esponsorizadas y su acortado recorrido, se ha convertido en "una extravagancia corporativa que ignora las profundas luchas que aún libramos todo el mundo", en palabras del autor y activista Larry Kramer.
Es un lamento que comparte Toole, que cofundó el grupo Queers for Economic Justice, cuyo trabajo influyó en cambios legislativos que mejoraron los derechos de familias queer y transgénero sintecho en los refugios municipales y con cuyo nombre, junto al de la icónica activista transgénero Miss Major Griffin-Gracy, se ha bautizado un edificio neoyorquino que alberga a varias organizaciones LGTBI+. "Han vendido nuestra comunidad a las empresas, la ciudad y la policía. Lo suyo es un desfile, y los desfiles son para gente que tiene todos sus derechos. Yo marcho porque no tenemos aún todos nuestros derechos".
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