Imagen: La Vanguardia / Jaume Collboni y Santi Vila |
Sobre cómo una juerga de 9.000 homosexuales embutidos en bañadores muy ceñidos es también una gran reivindicación social.
Luis Benvenuty | La Vanguardia, 2016-08-10
http://www.lavanguardia.com/local/barcelona/20160810/403813637869/maestros-en-gay-saber.html
Van y te preguntan de manera muy casual qué vas a hacer este martes. Y respondes que vas a hacer un reportaje a Vilassar de Dalt, a escribir sobre la fiesta gay más grande del mundo en un parque acuático, a echar un rato entre unas 9.000 personas presumiblemente homosexuales. Y todo el mundo te responde con un chascarrillo. Prácticamente, todo el mundo. El vecino, un amigo, el del bar de abajo, el dependiente del supermercado, el taxista que te deja en las puertas del recinto de Isla Fantasía... “Culito a la pared ¿eh?”. “Ve con cuidado que allí hay mucho peligro”. “A ver si a estas alturas vas a descubrir algo nuevo”. A pesar de todo, en este país, los chistes de gangosos y de mariquitas siguen haciendo mucha gracia. “Ponte crema”. Aquel fue el mejor consejo. “Allí el sol pega muy fuerte y con tanta agua refrescando uno no se da ni cuenta”.
A pesar de que Barcelona acogió ya en los años setenta la primera manifestación de España por la igualdad de derechos de los homosexuales, aunque no mucho después abrió en esta ciudad el primer sex shop gay de la Península, a pesar de que en las inminentes fiestas de Gràcia el Ayuntamiento llevará a cabo una campaña por el respeto sexual, aunque ahora los políticos se pasean por la zona VIP del sarao gay más bullicioso del Circuit de este año, los chistes de gangosos y de mariquitas continúan haciendo mucha gracia al respetable. Y eso que el socialista Jaume Collboni y el nacionalista Santi Vila no llegaron precisamente encorbatados dando la mano a diestro y siniestro, pidiendo el voto a la vieja usanza, rodeados de asesores y asistentes. Todo lo contrario.
“En verdad no sabéis lo que tenéis –dice un fornido ruso, el propietario de una zapatería en Moscú, ataviado con un exiguo al tiempo que llamativo tanga–. Aquí, en Barcelona, realmente puedes hacer lo que quieras, expresarte con toda libertad”. Su pareja, aún más fornida y definida, todavía más grande, contoneándose al son del house más comercial que retumba, agrega que una de las cosas que más le gusta hacer cada vez que viene a Barcelona es pasear alegremente por la calle, cruzándose con el resto de ciudadanos. “Venga, vamos ¡yo me pido ser Esther Williams!”, exclama un señor de mediana edad. Los rusos detallan que están pasando dos semanas en la ciudad, que llevan todo un año preparando este viaje, que luego se retirarán unos días a Sitges en busca de calma, que no tienen ni idea de cuánto dinero se han gastado. “Aquí lo bueno –dice un abogado noruego– es que puedes mostrarte tal y como eres, sin esconder nada –añade el nórdico antes de darse una florida media vuelta para mostrar con desparpajo su cintura de avispa–. Y eso no lo puedes hacer en cualquier parte”. No lo puedes hacer en Arabia Saudí y tampoco en un montón de provincias nada exóticas. Hacer gala de una desmesurada pluma, dejar bien claro lo que es uno, lo que en plan eufemístico ahora se llama visibilizarse, puede ser muy reivindicativo.
“Lo malo son las colas –tercia un joven con un fuerte acento sudamericano, exagerando su amaneramiento, exigiendo su dosis de protagonismo–, en Ecuador no hay tantas colas ¡aquí hay demasiadas colas!”. Los rusos se ríen. En muy pocas fiestas puede uno encontrar tanta complicidad entre sus asistentes. Al principio resulta intimidante, y luego desconcertante. Luego, cuando queda claro que nadie tiene interés en tu lechosa panza, terminas de integrarte. Porque todo es frenesí, todo el mundo está más contento que en Fin de Año, todo el mundo está loco por divertirse. Uno de los primeros empresarios que apostó por el Gaieixample explicó una vez en una entrevista que ser gay es como ser niño toda la vida. La premisa es muy reduccionista, pero resulta muy útil al caso, viene muy bien para explicar el ambiente que se respira en este jolgorio, las risas que generan las cascadas de agua. Y luego el joven sudamericano se pierde sosteniendo un grito muy agudo, alargándolo. En verdad se refiere a las largas colas que hay que aguardar para comprar los tickets de las bebidas, las propias bebidas, un helado...
¿Quién dijo frivolidad?
Frívolo, consumista, superficial... El Circuit, que este año confía en superar los 70.000 asistentes, cuenta con muchos críticos. Uno entra en el Water Park de Vilassar de Dalt y lo primero que puede hacerse es una foto de recuerdo de la fiesta con dos muchachos esculturales. Pero en verdad es una campaña que trata de presionar a las administraciones para que permitan la comercialización de un medicamento que, dicen, puede frenar la transmisión del virus del VIH. Entre tanto un portavoz del Circuit lamenta que se habla muy poco de su vertiente cultural, de que el otro día más de 200 personas participaron en una ruta por rincones de Ciutat Vella de interés histórico gay. Como los lugares donde se apostaban los travestis del siglo XVIII o los puntos de encuentro entre homosexuales más clandestinos . “Y la conferencia de Krysztof Charamsa, el primer sacerdote que proclamó abiertamente su homosexualidad, pues también se llenó”.
A pesar de que Barcelona acogió ya en los años setenta la primera manifestación de España por la igualdad de derechos de los homosexuales, aunque no mucho después abrió en esta ciudad el primer sex shop gay de la Península, a pesar de que en las inminentes fiestas de Gràcia el Ayuntamiento llevará a cabo una campaña por el respeto sexual, aunque ahora los políticos se pasean por la zona VIP del sarao gay más bullicioso del Circuit de este año, los chistes de gangosos y de mariquitas continúan haciendo mucha gracia al respetable. Y eso que el socialista Jaume Collboni y el nacionalista Santi Vila no llegaron precisamente encorbatados dando la mano a diestro y siniestro, pidiendo el voto a la vieja usanza, rodeados de asesores y asistentes. Todo lo contrario.
“En verdad no sabéis lo que tenéis –dice un fornido ruso, el propietario de una zapatería en Moscú, ataviado con un exiguo al tiempo que llamativo tanga–. Aquí, en Barcelona, realmente puedes hacer lo que quieras, expresarte con toda libertad”. Su pareja, aún más fornida y definida, todavía más grande, contoneándose al son del house más comercial que retumba, agrega que una de las cosas que más le gusta hacer cada vez que viene a Barcelona es pasear alegremente por la calle, cruzándose con el resto de ciudadanos. “Venga, vamos ¡yo me pido ser Esther Williams!”, exclama un señor de mediana edad. Los rusos detallan que están pasando dos semanas en la ciudad, que llevan todo un año preparando este viaje, que luego se retirarán unos días a Sitges en busca de calma, que no tienen ni idea de cuánto dinero se han gastado. “Aquí lo bueno –dice un abogado noruego– es que puedes mostrarte tal y como eres, sin esconder nada –añade el nórdico antes de darse una florida media vuelta para mostrar con desparpajo su cintura de avispa–. Y eso no lo puedes hacer en cualquier parte”. No lo puedes hacer en Arabia Saudí y tampoco en un montón de provincias nada exóticas. Hacer gala de una desmesurada pluma, dejar bien claro lo que es uno, lo que en plan eufemístico ahora se llama visibilizarse, puede ser muy reivindicativo.
“Lo malo son las colas –tercia un joven con un fuerte acento sudamericano, exagerando su amaneramiento, exigiendo su dosis de protagonismo–, en Ecuador no hay tantas colas ¡aquí hay demasiadas colas!”. Los rusos se ríen. En muy pocas fiestas puede uno encontrar tanta complicidad entre sus asistentes. Al principio resulta intimidante, y luego desconcertante. Luego, cuando queda claro que nadie tiene interés en tu lechosa panza, terminas de integrarte. Porque todo es frenesí, todo el mundo está más contento que en Fin de Año, todo el mundo está loco por divertirse. Uno de los primeros empresarios que apostó por el Gaieixample explicó una vez en una entrevista que ser gay es como ser niño toda la vida. La premisa es muy reduccionista, pero resulta muy útil al caso, viene muy bien para explicar el ambiente que se respira en este jolgorio, las risas que generan las cascadas de agua. Y luego el joven sudamericano se pierde sosteniendo un grito muy agudo, alargándolo. En verdad se refiere a las largas colas que hay que aguardar para comprar los tickets de las bebidas, las propias bebidas, un helado...
¿Quién dijo frivolidad?
Frívolo, consumista, superficial... El Circuit, que este año confía en superar los 70.000 asistentes, cuenta con muchos críticos. Uno entra en el Water Park de Vilassar de Dalt y lo primero que puede hacerse es una foto de recuerdo de la fiesta con dos muchachos esculturales. Pero en verdad es una campaña que trata de presionar a las administraciones para que permitan la comercialización de un medicamento que, dicen, puede frenar la transmisión del virus del VIH. Entre tanto un portavoz del Circuit lamenta que se habla muy poco de su vertiente cultural, de que el otro día más de 200 personas participaron en una ruta por rincones de Ciutat Vella de interés histórico gay. Como los lugares donde se apostaban los travestis del siglo XVIII o los puntos de encuentro entre homosexuales más clandestinos . “Y la conferencia de Krysztof Charamsa, el primer sacerdote que proclamó abiertamente su homosexualidad, pues también se llenó”.
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