Imagen: El País / Camelia |
Las políticas de Malasia, supuesto país musulmán moderado, mutilan los derechos de este colectivo.
Natalia Lázaro | El País, 2016-08-11
http://elpais.com/elpais/2016/08/11/planeta_futuro/1470871213_968288.html
Camelia rebusca en su armario uno de esos vestidos que le hacen sentirse más mujer. Empezó a llevarlos cuando terminó el colegio, encontró su primer trabajo y pudo ahorrar para vestir a la dama que sentía dentro. Era y sigue siendo musulmana pero, aunque desde bien temprano tuvo claro cuál era el camino hacia su libertad, su entorno no lo tuvo tanto.
“Fui a una escuela religiosa en Penang, al norte de Malasia. Me sentía muy atraída por las chicas que llevaban ‘hiyab’ y le pedí a mi madre que me cosiera uno. A mi padre no le hizo ninguna gracia y culpó a mi madre por animarme a ser una mujer”, recuerda con la mirada perdida entre sus trajes. Al final encuentra el vestido que buscaba. Igual que el resto de vestimenta islámica femenina que le gusta llevar, lo cosió ella. De esos primeros ‘hiyab’ en el colegio hoy ya solo queda el recuerdo de sus compañeros riéndose de ella. A sus 38 años, Camelia malvive en un suburbio de Kuala Lumpur, mientras enfrenta con valentía las amenazas de ser transexual en Malasia.
En Malasia, las mujeres transexuales —el mayor grueso del colectivo— son conocidas como ‘mak nyah’, que deriva del malayo ‘mak’ ("madre"). A pesar de que históricamente las personas transgénero han disfrutado de un alto grado de aceptación en el país, una serie de iniciativas legislativas lanzadas a partir de los ochenta obstruyeron las libertades y derechos del colectivo.
Hoy, el gobierno del primer ministro Najib Razak presenta este país asiático como "musulmán moderado” ante la comunidad internacional, pero la política interna del país resulta ser “una interpretación estricta del Islam que restringe los derechos de la comunidad LGBT”, según un informe de la organización Human Rights Watch (HRW). Las detenciones de personas transexuales suelen tener lugar bajo las leyes de la ‘sharia’ (ley islámica) del Estado, impuestas por los Departamentos Religiosos Islámicos y sólo son aplicables a los musulmanes (aproximadamente el 60% de la población).
HRW denunciaba la discriminación y el abuso por parte de funcionarios estatales hacia este colectivo. Trabajadores de la salud pública, guardias de prisión, agentes de la policía religiosa o maestros de escuelas públicas, entre otros, hacen de la vida de estas personas una mutilación de la misma. “La mentalidad de la gente es que somos hombres y debemos portarnos como tal. Las leyes se fundamentan en la religión y el objetivo puede ser curarnos, pero en ningún caso aceptarnos”, mantiene Camelia. También denuncia la falta de educación sexual, a la que achaca un aumento de los casos de VIH. “Malasia solo avanzará cuando religión y política dejen de ir de la mano”, remata contundente.
La religión como instrumento político
Otra investigación publicada en el International Journal of Transgenderism, constató que en Malasia, los transexuales musulmanes —la mayoría de esta comunidad— comparten características con transexuales de otras partes del mundo. Sin embargo, la fuerte influencia religiosa ha hecho que muchos acepten la restricción de sus derechos y libertades como, por ejemplo, las operaciones de cambio de sexo. “Recuerdo un día, al principio de todo, cuando todavía intentaba entrar en la mezquita para rezar… Me dijeron que me fuese a casa porque los desconcentraba”, explica Camelia.
Otro día que fue a rezar, unos policías religiosos la detuvieron y estuvo encerrada día y medio en el calabozo. Para entonces ya había sido diagnosticada de sida y fue liberada para tomar su medicación. “Muchos imanes no nos dejan entrar en las mezquitas o nos piden que probemos nuestro género. Es lamentable pero la mayoría de transexuales en Malasia no podemos rezar en público y tenemos que hacerlo a escondidas”, denuncia. Aunque sea desde casa, Camelia sigue el dictamen de su credo: “Las personas que sentimos nacer en un cuerpo que no era el nuestro somos tratadas como si fuésemos un error, pero aunque seamos transexuales también queremos rezar. Tenemos derecho a creer en Alá”.
El islam es la religión mayoritaria, pero no la única en el país. A los ‘mak nyahs’ no musulmanes —principalmente chinos e indios budistas, cristianos o hinduistas— no se les aplican estas restricciones. Aún así, los despidos en el trabajo, los desalojos de sus casas, los abusos físicos y sexuales o la denegación de acceso a la atención sanitaria, no entienden de fe, y todos los sufren. “En Malasia los transexuales estamos condenados a la marginación. Aunque tengamos estudios no podemos acceder a puestos cualificados: nunca verás a un transexual trabajando como abogado o médico”, asegura Camelia.
Ella trabajaba en un banco pero tuvo que dejarlo por las burlas de sus compañeros. La historia de su infancia se repetía para derribar la vida que se había construido: “Nunca había recibido ninguna queja de mis clientes, pero un día llegó mi jefe y me pidió que me cortase el pelo y me pusiese corbata si quería seguir trabajando en allí. Finalmente decidí dejarlo y buscarme la vida de una forma donde pudiese sentirme cómoda siendo yo misma”, evoca con malestar. Esa alternativa es la que muchos transexuales terminan adoptando por falta de oportunidades: la prostitución.
Blancos fáciles de la policía religiosa
Víctima de extorsiones y abusos por parte de la policía y los clientes, Camelia estuvo haciendo la calle cuatro años hasta que contrajo el sida. “La policía se aprovechaba nosotras, sabían que les íbamos a dar el dinero porque no queríamos ir a prisión”, relata. En Malasia, los ‘mak nyahs’ pueden ser multados con entre 800 a 3.000 ringgits malayos (180-700€ aproximadamente), encarcelamiento o ambos. La autoridad religiosa islámica, como la policía, puede llevar a cabo redadas entre la comunidad musulmana. HRW denunciaba que las mujeres transexuales condenadas a prisión son enviadas a recintos masculinos donde se enfrentan al abuso sexual.
“No puedo decir que Malasia sea un país peligroso para los transexuales comparado otros países musulmanes. Pero, aunque en general nuestra vida no corre peligro, no podemos vivir en libertad”, opina Camelia. Ella ha nacido y vivido siempre en Malasia, aunque sus conocidos han ido emigrando: ”Muchos se van a países vecinos como Tailandia, Indonesia o Filipinas donde las libertades son mayores para nosotras”. Sus amigos emigrantes le enviaban la medicación contra el VIH a través de agentes.
La falta de soporte del sector sanitario
El acoso laboral, la imposibilidad de adoptar hijos o de contraer matrimonio son aspectos que impiden a estas personas desarrollar sus vidas plenamente. Pero la discriminación llega también al sector sanitario. La Administración malaya ha reconocido algunas de sus necesidades para prevenir las infecciones por VIH y garantizar que los seropositivos reciban tratamiento. Pero, aunque en principio las instituciones médicas no musulmanas podrían ofrecer la cirugía de reasignación de sexo (CRS) a cualquier ciudadano, a los transexuales locales les resulta difícil encontrar a alguien que las realice.
Según el estudio publicado en el ‘International Journal of Transgenderism’, el registro nacional no permite cambios de sexo en las tarjetas de identidad, ni siquiera cuando alguien se ha operado en el extranjero. Esto les obliga a vivir en un limbo legal en el que su cuerpo no coincide con el sexo que aparece en su tarjeta de identidad.
“Al no poder cambiar nuestro nombre en la tarjeta de identidad, los doctores nos llaman por el nombre que ya no usamos aunque nos conozcan perfectamente. A mí la doctora que siempre me visita también es musulmana y nunca ha sido capaz de tratarme de mujer a mujer", cuenta Camelia, que suma el estigma del sida. “Cuando mi padre supo que tenía esta enfermedad me puso un plato delante, me hizo coger una cuchara y me dijo: ‘A partir de ahora tú solo vas a comer de aquí’. Tenía miedo que le contagiase y pensaba que tenía sida porque era transexual”. El tiempo la ha ayudado a entender que aquellas fueron las palabras del miedo ante la posibilidad de ver morir a una hija que no entendían: “Como padre de familia debe ser muy difícil soportar durante años en la calle el desprecio a los tuyos solo porque tu hija es diferente”, asume.
Por todo ello, aunque muchos de los ‘mak nyahs’ musulmanes confesaron para el citado estudio que se sentirían más felices si se sometieran a una operación de cambio de sexo, en realidad son reacios a hacerlo. Las dos principales razones fueron la falta de presupuesto (pues tendrían que operarse en el extranjero) y que se plantearía un problema para sus familiares en el momento de su muerte, ya que los ritos musulmanes varían en función del género de la persona.
La identidad de género no es lo mismo que la orientación sexual. Las personas transexuales experimentan un profundo sentido de identificación con un género diferente del sexo con el que nacieron. A pesar de los desafíos que enfrentan, los ‘mak nyahs’ en Malasia no son víctimas pasivas de sus circunstancias. La organización ‘Justice for Sisters’, con sede en Kuala Lumpur, pretende aumentar la conciencia pública acerca de la violencia y la persecución contra las mujeres transexuales, así como advertir de que la transexualidad es compatible con el islam. Camelia aceptó su transexualidad cuando entendió que la religión no era quien le privaba de su libertad: “La gente dice que el sida es nuestro castigo por ser impuros, lo toman como una señal para que volvamos a ser hombres. Pero yo estoy bien tranquila de ser quien soy. Aunque tenga que rezar sola en casa”.
“Fui a una escuela religiosa en Penang, al norte de Malasia. Me sentía muy atraída por las chicas que llevaban ‘hiyab’ y le pedí a mi madre que me cosiera uno. A mi padre no le hizo ninguna gracia y culpó a mi madre por animarme a ser una mujer”, recuerda con la mirada perdida entre sus trajes. Al final encuentra el vestido que buscaba. Igual que el resto de vestimenta islámica femenina que le gusta llevar, lo cosió ella. De esos primeros ‘hiyab’ en el colegio hoy ya solo queda el recuerdo de sus compañeros riéndose de ella. A sus 38 años, Camelia malvive en un suburbio de Kuala Lumpur, mientras enfrenta con valentía las amenazas de ser transexual en Malasia.
En Malasia, las mujeres transexuales —el mayor grueso del colectivo— son conocidas como ‘mak nyah’, que deriva del malayo ‘mak’ ("madre"). A pesar de que históricamente las personas transgénero han disfrutado de un alto grado de aceptación en el país, una serie de iniciativas legislativas lanzadas a partir de los ochenta obstruyeron las libertades y derechos del colectivo.
Hoy, el gobierno del primer ministro Najib Razak presenta este país asiático como "musulmán moderado” ante la comunidad internacional, pero la política interna del país resulta ser “una interpretación estricta del Islam que restringe los derechos de la comunidad LGBT”, según un informe de la organización Human Rights Watch (HRW). Las detenciones de personas transexuales suelen tener lugar bajo las leyes de la ‘sharia’ (ley islámica) del Estado, impuestas por los Departamentos Religiosos Islámicos y sólo son aplicables a los musulmanes (aproximadamente el 60% de la población).
HRW denunciaba la discriminación y el abuso por parte de funcionarios estatales hacia este colectivo. Trabajadores de la salud pública, guardias de prisión, agentes de la policía religiosa o maestros de escuelas públicas, entre otros, hacen de la vida de estas personas una mutilación de la misma. “La mentalidad de la gente es que somos hombres y debemos portarnos como tal. Las leyes se fundamentan en la religión y el objetivo puede ser curarnos, pero en ningún caso aceptarnos”, mantiene Camelia. También denuncia la falta de educación sexual, a la que achaca un aumento de los casos de VIH. “Malasia solo avanzará cuando religión y política dejen de ir de la mano”, remata contundente.
La religión como instrumento político
Otra investigación publicada en el International Journal of Transgenderism, constató que en Malasia, los transexuales musulmanes —la mayoría de esta comunidad— comparten características con transexuales de otras partes del mundo. Sin embargo, la fuerte influencia religiosa ha hecho que muchos acepten la restricción de sus derechos y libertades como, por ejemplo, las operaciones de cambio de sexo. “Recuerdo un día, al principio de todo, cuando todavía intentaba entrar en la mezquita para rezar… Me dijeron que me fuese a casa porque los desconcentraba”, explica Camelia.
Otro día que fue a rezar, unos policías religiosos la detuvieron y estuvo encerrada día y medio en el calabozo. Para entonces ya había sido diagnosticada de sida y fue liberada para tomar su medicación. “Muchos imanes no nos dejan entrar en las mezquitas o nos piden que probemos nuestro género. Es lamentable pero la mayoría de transexuales en Malasia no podemos rezar en público y tenemos que hacerlo a escondidas”, denuncia. Aunque sea desde casa, Camelia sigue el dictamen de su credo: “Las personas que sentimos nacer en un cuerpo que no era el nuestro somos tratadas como si fuésemos un error, pero aunque seamos transexuales también queremos rezar. Tenemos derecho a creer en Alá”.
El islam es la religión mayoritaria, pero no la única en el país. A los ‘mak nyahs’ no musulmanes —principalmente chinos e indios budistas, cristianos o hinduistas— no se les aplican estas restricciones. Aún así, los despidos en el trabajo, los desalojos de sus casas, los abusos físicos y sexuales o la denegación de acceso a la atención sanitaria, no entienden de fe, y todos los sufren. “En Malasia los transexuales estamos condenados a la marginación. Aunque tengamos estudios no podemos acceder a puestos cualificados: nunca verás a un transexual trabajando como abogado o médico”, asegura Camelia.
Ella trabajaba en un banco pero tuvo que dejarlo por las burlas de sus compañeros. La historia de su infancia se repetía para derribar la vida que se había construido: “Nunca había recibido ninguna queja de mis clientes, pero un día llegó mi jefe y me pidió que me cortase el pelo y me pusiese corbata si quería seguir trabajando en allí. Finalmente decidí dejarlo y buscarme la vida de una forma donde pudiese sentirme cómoda siendo yo misma”, evoca con malestar. Esa alternativa es la que muchos transexuales terminan adoptando por falta de oportunidades: la prostitución.
Blancos fáciles de la policía religiosa
Víctima de extorsiones y abusos por parte de la policía y los clientes, Camelia estuvo haciendo la calle cuatro años hasta que contrajo el sida. “La policía se aprovechaba nosotras, sabían que les íbamos a dar el dinero porque no queríamos ir a prisión”, relata. En Malasia, los ‘mak nyahs’ pueden ser multados con entre 800 a 3.000 ringgits malayos (180-700€ aproximadamente), encarcelamiento o ambos. La autoridad religiosa islámica, como la policía, puede llevar a cabo redadas entre la comunidad musulmana. HRW denunciaba que las mujeres transexuales condenadas a prisión son enviadas a recintos masculinos donde se enfrentan al abuso sexual.
“No puedo decir que Malasia sea un país peligroso para los transexuales comparado otros países musulmanes. Pero, aunque en general nuestra vida no corre peligro, no podemos vivir en libertad”, opina Camelia. Ella ha nacido y vivido siempre en Malasia, aunque sus conocidos han ido emigrando: ”Muchos se van a países vecinos como Tailandia, Indonesia o Filipinas donde las libertades son mayores para nosotras”. Sus amigos emigrantes le enviaban la medicación contra el VIH a través de agentes.
La falta de soporte del sector sanitario
El acoso laboral, la imposibilidad de adoptar hijos o de contraer matrimonio son aspectos que impiden a estas personas desarrollar sus vidas plenamente. Pero la discriminación llega también al sector sanitario. La Administración malaya ha reconocido algunas de sus necesidades para prevenir las infecciones por VIH y garantizar que los seropositivos reciban tratamiento. Pero, aunque en principio las instituciones médicas no musulmanas podrían ofrecer la cirugía de reasignación de sexo (CRS) a cualquier ciudadano, a los transexuales locales les resulta difícil encontrar a alguien que las realice.
Según el estudio publicado en el ‘International Journal of Transgenderism’, el registro nacional no permite cambios de sexo en las tarjetas de identidad, ni siquiera cuando alguien se ha operado en el extranjero. Esto les obliga a vivir en un limbo legal en el que su cuerpo no coincide con el sexo que aparece en su tarjeta de identidad.
“Al no poder cambiar nuestro nombre en la tarjeta de identidad, los doctores nos llaman por el nombre que ya no usamos aunque nos conozcan perfectamente. A mí la doctora que siempre me visita también es musulmana y nunca ha sido capaz de tratarme de mujer a mujer", cuenta Camelia, que suma el estigma del sida. “Cuando mi padre supo que tenía esta enfermedad me puso un plato delante, me hizo coger una cuchara y me dijo: ‘A partir de ahora tú solo vas a comer de aquí’. Tenía miedo que le contagiase y pensaba que tenía sida porque era transexual”. El tiempo la ha ayudado a entender que aquellas fueron las palabras del miedo ante la posibilidad de ver morir a una hija que no entendían: “Como padre de familia debe ser muy difícil soportar durante años en la calle el desprecio a los tuyos solo porque tu hija es diferente”, asume.
Por todo ello, aunque muchos de los ‘mak nyahs’ musulmanes confesaron para el citado estudio que se sentirían más felices si se sometieran a una operación de cambio de sexo, en realidad son reacios a hacerlo. Las dos principales razones fueron la falta de presupuesto (pues tendrían que operarse en el extranjero) y que se plantearía un problema para sus familiares en el momento de su muerte, ya que los ritos musulmanes varían en función del género de la persona.
La identidad de género no es lo mismo que la orientación sexual. Las personas transexuales experimentan un profundo sentido de identificación con un género diferente del sexo con el que nacieron. A pesar de los desafíos que enfrentan, los ‘mak nyahs’ en Malasia no son víctimas pasivas de sus circunstancias. La organización ‘Justice for Sisters’, con sede en Kuala Lumpur, pretende aumentar la conciencia pública acerca de la violencia y la persecución contra las mujeres transexuales, así como advertir de que la transexualidad es compatible con el islam. Camelia aceptó su transexualidad cuando entendió que la religión no era quien le privaba de su libertad: “La gente dice que el sida es nuestro castigo por ser impuros, lo toman como una señal para que volvamos a ser hombres. Pero yo estoy bien tranquila de ser quien soy. Aunque tenga que rezar sola en casa”.
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