Imagen: El País / Largarder Danciu |
Activista sin techo, gay, okupa e inmigrante gitano proveniente de Rumanía, pasó de nacer en un orfanato a las calles de Madrid, donde hoy vive y asesora en temas de marginalidad a Manuela Carmena.
Jesús Ruiz Mantilla | El País, 2016-08-23
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/08/22/actualidad/1471866888_504506.html
Creció en un orfanato de la Rumanía de Ceaucescu. Pudo acabar en el hampa, pero gracias a una profesora que le iluminó, emprendió la senda del compromiso social. Se llama a sí mismo activista. A día de hoy, Lagarder Danciu, 35 años, lo es en tres frentes: como okupa sin techo, como gay y como gitano. Ha saltado a cierta fama por reventar mítines políticos de todo signo: “Ya has tenido tu momento de gloria”, le han dicho desde el PP, el PSOE y Podemos. Pero él sigue viviendo en la calle para levantar conciencias y de paso, tiene línea directa con la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, para resolver asuntos de marginalidad y pobreza.
Pregunta. ¿Me cuenta su vida?
Respuesta. Nací en una ciudad del sur: Slatina, cerca de la residencia de Ceaucescu. Mi familia me abandonó en el hospital, fui un niño más dentro de las acogidas gigantes que tenía el régimen.
P. ¿Cómo se crece en un orfanato de la Rumanía de Ceaucescu?
R. Como en una jungla, tratando de que los mayores no te quiten la comida porque escaseaba. Tengo la nariz rota y todas estas cicatrices en la cara, 13 o 14, no sé…
P. Empezamos bien…
R. Lo bueno es que estos orfanatos no tenían escuela dentro y debíamos salir a las de la ciudad. Tuve la suerte de encontrar a una persona que me cambió la vida. Se convirtió en una madre. Kosoveanu Doina, se llamaba. Mi profesora. Hoy que veo todo lo que me ha sucedido, comprendo que me hizo darme cuenta de lo que significaba mi propia libertad. Ella se fijó en mí porque recogía las sobras de los otros chicos del colegio y me las comía debajo de un nogal. Apareció y me dijo: eso lo tenemos que cambiar.
P. ¿El qué? ¿El hambre?
R. Se refería a adquirir un compromiso conmigo. Yo, a partir de entonces, también me comprometí a dejar de robar los bocadillos de mis compañeros. Fue una lección que desde entonces me pesa y creo que por eso, hoy trabajo por la igualdad de oportunidades.
P. Muchos justificarían su inclinación hacia la delincuencia en ese tipo de infancias. Pero usted ha escogido otras sendas. ¿Cómo es el camino entre la ley de la selva y creer en la igualdad de oportunidades?
R. La mayoría de mis compañeros de orfanato no aprendieron esas cosas. Creo en los seres ‘sentipensantes’. Quienes mantienen su equilibrio entre el ser, las sensaciones y el pensamiento. Mi maestra era así. Ponía pasión a lo que hacía, buscaba esa igualdad en su día a día. Siempre me demostró su empatía. Regalándome libros, por ejemplo, el primero fue ‘Oliver Twist’. Leyéndolo vi reflejado mi mundo pero también que no vale resignarse. A partir de entonces me puse a soñar en convertirme en profesor de secundaria y denunciar lo que me rodeaba.
P. Así que desde siempre le han gustado los líos…
R. Desde que con 11 años me planté en el despacho de un ministro para denunciar lo que ocurría en los orfanatos. Era un liberal cristiano, como la Merkel, pero lo sorprendente es que me escuchó. Entré, él estaba escuchando ‘Las cuatro estaciones’, de Vivaldi, me arrodillé, le conté y nos hicimos amigos. Quiso reformarlo todo, tenía ese espíritu de justicia parecido al de Ángel Gabilondo, el del PSOE.
P. De ahí, hasta reventar mítines de todos los partidos y reivindicarse como okupa, gay y gitano rumano, ¿es cuestión de actitud?
R. Lo último responde a las etiquetas necesarias, pero detrás hay mucho más. Una necesidad de reivindicar la justicia, un viaje sin destino, una puesta en valor de la experiencia. La lucha contra la criminalización de la pobreza, que es un acto consciente. Necesitamos hacer partícipes a los más pobres de sus propias soluciones.
P. ¿Cómo?
R. Visibilizando, por ejemplo. Yo decido vivir en la calle porque, a través de mí, mucha gente se siente identificada. He llegado a autoculpabilizarme de mi situación de pobreza. Pero sé que está en mi mano salir, ser consecuente conmigo y no participar de esta sociedad del postureo.
P. ¿Qué lleva en la mochila?
R. Hoy, pancartas…
P. ¿Y la ropa?
R. Me la guardan en una floristería de la plaza Tirso de Molina, como el saco de dormir. Lo recojo a las nueve y duermo cerca de sitios con cámara por si me pasa algo de noche. Pero elijo lugares donde también pueden verse claramente las estrellas. Me quedo frito contándolas.
P. ¿Qué come?
R. De lo que despilfarra el sistema o de los centros sociales, muchos hacen el menú con productos reciclados o desperdicios de los supermercados… También de lo que me invitan por la calle. Hoy, un café y una magdalena que me ha pagado un señor.
P. Entonces, ¿no necesitamos dinero para sobrevivir?
R. No. Nos crean esa necesidad de dependencia y con ello la de no ser auténticos. Los políticos hablan del pueblo, pero no lo conocen. Hay que estar en la calle para comprobar la inteligencia emocional de la gente y su solidaridad.
P. ¿Ha sentido demasiado el racismo en España?
R. Me he hartado de recibir mensajes: vete a tu puto país, gitano de mierda… Pero mucha gente se da cuenta también de las contradicciones que vamos denunciando.
P. ¿Por ejemplo?
R. Lo humillante que nos resulta la caridad. Muchos comedores sociales, en agosto, cierran. ¿Qué pasa? ¿Que los estómagos de los sin techo nos vamos de vacaciones? Es absurdo.
P. ¿Por qué hay que reventar los mítines del PP, el PSOE o Podemos?
R. A los primeros por corruptos, a los segundos, por lo mismo y, a los últimos, por hipócritas. Es un partido que se montaron unos colegas, muy inteligentes, politólogos que creen que se puede manipular al pueblo. De la única que me fío es de Manuela Carmena. Ella sí es ‘sentipensante’. Muy preguntona, humilde y con sentido común. ¿Qué hace una señora así, con la vida solucionada y pudiendo estar jubilada en ese cargo? Está claro: buscar soluciones. Ahora, te digo una cosa: este pueblo debe tener los huevos hinchados de aguantar tanta corrupción.
P. ¿Y no flaquea a la hora de lanzarse al boicot?
R. No, ¿sabes en lo que pienso en el momento de entrar en la boca del lobo? En todos los que he visto en la calle con cáncer y con su sonda, por ejemplo, cuando los han sacado del hospital para no afrontar los cuidados necesarios. Salgo como un cosaco, pero nunca a faltar el respeto.
Pregunta. ¿Me cuenta su vida?
Respuesta. Nací en una ciudad del sur: Slatina, cerca de la residencia de Ceaucescu. Mi familia me abandonó en el hospital, fui un niño más dentro de las acogidas gigantes que tenía el régimen.
P. ¿Cómo se crece en un orfanato de la Rumanía de Ceaucescu?
R. Como en una jungla, tratando de que los mayores no te quiten la comida porque escaseaba. Tengo la nariz rota y todas estas cicatrices en la cara, 13 o 14, no sé…
P. Empezamos bien…
R. Lo bueno es que estos orfanatos no tenían escuela dentro y debíamos salir a las de la ciudad. Tuve la suerte de encontrar a una persona que me cambió la vida. Se convirtió en una madre. Kosoveanu Doina, se llamaba. Mi profesora. Hoy que veo todo lo que me ha sucedido, comprendo que me hizo darme cuenta de lo que significaba mi propia libertad. Ella se fijó en mí porque recogía las sobras de los otros chicos del colegio y me las comía debajo de un nogal. Apareció y me dijo: eso lo tenemos que cambiar.
P. ¿El qué? ¿El hambre?
R. Se refería a adquirir un compromiso conmigo. Yo, a partir de entonces, también me comprometí a dejar de robar los bocadillos de mis compañeros. Fue una lección que desde entonces me pesa y creo que por eso, hoy trabajo por la igualdad de oportunidades.
P. Muchos justificarían su inclinación hacia la delincuencia en ese tipo de infancias. Pero usted ha escogido otras sendas. ¿Cómo es el camino entre la ley de la selva y creer en la igualdad de oportunidades?
R. La mayoría de mis compañeros de orfanato no aprendieron esas cosas. Creo en los seres ‘sentipensantes’. Quienes mantienen su equilibrio entre el ser, las sensaciones y el pensamiento. Mi maestra era así. Ponía pasión a lo que hacía, buscaba esa igualdad en su día a día. Siempre me demostró su empatía. Regalándome libros, por ejemplo, el primero fue ‘Oliver Twist’. Leyéndolo vi reflejado mi mundo pero también que no vale resignarse. A partir de entonces me puse a soñar en convertirme en profesor de secundaria y denunciar lo que me rodeaba.
P. Así que desde siempre le han gustado los líos…
R. Desde que con 11 años me planté en el despacho de un ministro para denunciar lo que ocurría en los orfanatos. Era un liberal cristiano, como la Merkel, pero lo sorprendente es que me escuchó. Entré, él estaba escuchando ‘Las cuatro estaciones’, de Vivaldi, me arrodillé, le conté y nos hicimos amigos. Quiso reformarlo todo, tenía ese espíritu de justicia parecido al de Ángel Gabilondo, el del PSOE.
P. De ahí, hasta reventar mítines de todos los partidos y reivindicarse como okupa, gay y gitano rumano, ¿es cuestión de actitud?
R. Lo último responde a las etiquetas necesarias, pero detrás hay mucho más. Una necesidad de reivindicar la justicia, un viaje sin destino, una puesta en valor de la experiencia. La lucha contra la criminalización de la pobreza, que es un acto consciente. Necesitamos hacer partícipes a los más pobres de sus propias soluciones.
P. ¿Cómo?
R. Visibilizando, por ejemplo. Yo decido vivir en la calle porque, a través de mí, mucha gente se siente identificada. He llegado a autoculpabilizarme de mi situación de pobreza. Pero sé que está en mi mano salir, ser consecuente conmigo y no participar de esta sociedad del postureo.
P. ¿Qué lleva en la mochila?
R. Hoy, pancartas…
P. ¿Y la ropa?
R. Me la guardan en una floristería de la plaza Tirso de Molina, como el saco de dormir. Lo recojo a las nueve y duermo cerca de sitios con cámara por si me pasa algo de noche. Pero elijo lugares donde también pueden verse claramente las estrellas. Me quedo frito contándolas.
P. ¿Qué come?
R. De lo que despilfarra el sistema o de los centros sociales, muchos hacen el menú con productos reciclados o desperdicios de los supermercados… También de lo que me invitan por la calle. Hoy, un café y una magdalena que me ha pagado un señor.
P. Entonces, ¿no necesitamos dinero para sobrevivir?
R. No. Nos crean esa necesidad de dependencia y con ello la de no ser auténticos. Los políticos hablan del pueblo, pero no lo conocen. Hay que estar en la calle para comprobar la inteligencia emocional de la gente y su solidaridad.
P. ¿Ha sentido demasiado el racismo en España?
R. Me he hartado de recibir mensajes: vete a tu puto país, gitano de mierda… Pero mucha gente se da cuenta también de las contradicciones que vamos denunciando.
P. ¿Por ejemplo?
R. Lo humillante que nos resulta la caridad. Muchos comedores sociales, en agosto, cierran. ¿Qué pasa? ¿Que los estómagos de los sin techo nos vamos de vacaciones? Es absurdo.
P. ¿Por qué hay que reventar los mítines del PP, el PSOE o Podemos?
R. A los primeros por corruptos, a los segundos, por lo mismo y, a los últimos, por hipócritas. Es un partido que se montaron unos colegas, muy inteligentes, politólogos que creen que se puede manipular al pueblo. De la única que me fío es de Manuela Carmena. Ella sí es ‘sentipensante’. Muy preguntona, humilde y con sentido común. ¿Qué hace una señora así, con la vida solucionada y pudiendo estar jubilada en ese cargo? Está claro: buscar soluciones. Ahora, te digo una cosa: este pueblo debe tener los huevos hinchados de aguantar tanta corrupción.
P. ¿Y no flaquea a la hora de lanzarse al boicot?
R. No, ¿sabes en lo que pienso en el momento de entrar en la boca del lobo? En todos los que he visto en la calle con cáncer y con su sonda, por ejemplo, cuando los han sacado del hospital para no afrontar los cuidados necesarios. Salgo como un cosaco, pero nunca a faltar el respeto.
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