martes, 29 de enero de 2019

#hemeroteca #lgtbifobia | Vox o el retorno del padre autoritario

Imagen: El Salto / Ataque violento contra el Centre LGTBI de Barcelona
Vox o el retorno del padre autoritario.
Las personas LGTBQ, las migrantes y quienes se encuentran en riesgo de exclusión social han sido señaladas como el primer frente a combatir y a apartar para recuperar pasados míticos nacionales y familiares.
Nacho M. Segarra | El Salto, 2019-01-29
https://www.elsaltodiario.com/opinion/vox-retorno-padre-autoritario

A través de las redes sociales se intuía que íbamos a tener un mal inicio de semana. El único centro municipal LGTBQ+ de España, en el barcelonés barrio de Sant Antoni, amanecía violentado, ensuciado con amenazas de muerte y cristales rotos. Casi al mismo tiempo, un vídeo corría por Twitter en el que, durante un acto de Vox en Huesca, un ponente detrás de una espectral bandera de España bramaba: “¡¡¡Vamos a quitar la bandera de los gais y las lesbianas del Casino de Huesca!!! Porque cada uno, su orientación sexual, en su casa y en su cama”. El auditorio se venía abajo celebrando las palabras. Estos hechos, que podrían no tener una relación aparente, sin embargo, no dejaban de ser invocaciones para el retorno de un mismo fantasma: el padre autoritario.

Ese baile agarrado entre violencia verbal y física que se produjo este fin de semana me pillaba leyendo un artículo de una olvidada feminista socialista, Kate Ellis. En ese artículo de 1987 titulado “Gimme Shelter” hablaba de tres elementos que parece que se van a convertir en esenciales de los ciclos electorales que nos esperan: el feminismo, la fantasía y el fascismo.

Para Ellis, era importante analizar las fantasías desde un punto de vista histórico y, para ello, animaba a que el feminismo recuperara la obra del filósofo alemán Ernst Bloch, especialmente su crítica al fascismo. Para este autor, Bloch, el triunfo del fascismo no solo se debió a un engaño monumental sino a que la gente no solo vivía —y vive— en un mundo racional sino que poseen “excedentes” o “remanentes” de épocas pasadas, de tiempos pretéritos, de modos de producción pre-industrial y de mundos no burocráticos.

Estos escenarios de fantasía, un poco a lo Disney donde los gorriones y los cervatillos te hacían la cama y el sol siempre brillaban, eran obstáculos para la conciencia de clase e impedían la acción y, por ello, eran utilizados por el nazismo para atacar al capitalismo industrial, siendo ellos mismos sus perros de caza. Para Bloch, la ideología fascista era “un fragmento de un viejo y romántico antagonismo con el capitalismo, derivado de las privaciones de la vida contemporánea y con una nostalgia vaga”. La teoría de Bloch funcionaba a la hora de explicar cómo el nazismo había ganado terreno en las zonas rurales pero se quedaba corta a la hora de analizar su triunfo en las ciudades y entre la burguesía urbana de la década de 1930.

Para Kate Ellis, intentar solventar esa duda era lo mismo que preguntarse: ¿cómo podría utilizar el feminismo ese análisis del fascismo?, ¿cómo podemos las feministas analizar las fantasías contemporáneas con esas herramientas? Lo que viene a explicar Ellis es que en una sociedad dominada por el matrimonio entre el Patriarcado y el Capitalismo, a veces, como en todos los matrimonios, surgen conflictos. Por ejemplo, el Patriarcado requiere la separación de géneros y de esferas, donde la mujer es la ama de casa y el hombre trabaja fuera, pero el Capitalismo, en su necesidad de fagocitar todo, en su necesidad de mano de obra barata, necesita aprovecharse también del trabajo femenino.

Para Ellis, la familia tradicional, la familia ideal, con un hombre a la cabeza que es dueño de los electrodomésticos pagados a plazos, el vehículo y la casa adosada, ese empleado fiel al que se suma una mujer en calidad de sirvienta y dos o tres niños, es una parte importante de ese pasado mítico que habita en nosotros y en nosotras. Por lo menos tan importante como lo era para los campesinos alemanes de 1930 el concepto de Volk.

Ellis habla de cómo muchas novelas románticas de 1980 estaban situadas en un pasado mítico, un lugar romántico y antagónico al capitalismo, pero también afirma que muchos discursos políticos caían en la misma lógica. En 1984 la campaña a la presidencia de Ronald Reagan lanzaba un conocido vídeo que iba a revolucionar la comunicación política “It’s morning in America”, que retrata una América rural, trabajadora y colectiva, alegre y positiva, en muchos aspectos falsamente anticapitalista y antiburocrática; una campaña, por cierto, imitada con éxito por Vox en las elecciones andaluzas.

Esa campaña, como muchos discursos de la derecha de los 80, planteaban cómo frente a ese estado impersonal, la familia nuclear con el cabeza de familia al mando económico es una poderosa fantasía nostálgica sobre la que construir política.

Kate Ellis explica que, pese a que el estado capitalista es, en parte, responsable del desmantelamiento de la familia patriarcal, sin embargo los ataques de la derecha van dirigidos a “aquellos a los que la ideología patriarcal ha convertido usualmente en víctimas: homosexuales, feministas, y mujeres con niños pero sin medios de subsistencia”. Más adelante señala que es falso que la derecha quiera menos Estado, al contrario, quiere un Estado más patriarcal, un Estado que niegue “financiación a aquellos a los que un padre estricto castigaría: las que han tenido un hijo no deseado, los que realizan actos homosexuales, los que se han quedado sin trabajo y recurren a la caridad”. A estos colectivos deberías sumar a personas migrantes y racializadas, cuya diversidad cultural es una amenaza a la familia tradicional.

Aunque Ellis termina estando de acuerdo con Bloch y señalando que la izquierda debería aprovechar esos “remanentes”, ese pensamiento mágico y nostálgico, también hemos visto que, por mucho que ciertos partidos repitan la palabra “España” —me refiero a Podemos—, la fantasía de la derecha ha acabado siendo más intrincada, turbia y efectiva, porque incluye, como bien decía el señor de Huesca, no solo nuestras plazas sino nuestras casas y camas.

Desconozco la solución porque desconfío de las soluciones fáciles, pero parece claro que las feministas, las personas LGTBQ, las migrantes y las personas en riesgo de exclusión social han sido señaladas como el primer frente a combatir y a apartar para recuperar pasados míticos nacionales y familiares. Su lucha, consecuentemente, debería pasar a primera fila si no queremos convertir a ‘La trampa de la diversidad’ en un título premonitorio que señale a los primeros en caer en el fascismo contemporáneo.

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