jueves, 21 de febrero de 2019

#hemeroteca #lesbofobia | Vendrán a por las bolleras

Imagen: 20 Minutos / Ataque al Centre LGTBI de Barcelona
Vendrán a por las bolleras.
Andrea Momoitio | Público, 2019-02-21

https://blogs.publico.es/otrasmiradas/18401/vendran-a-por-las-bolleras/

Z. me cuenta que, rodeada de gente, se siente insegura. Si vamos a un festival, a un concierto, a un partido de fútbol o a cualquier otro sitio en el que hay mucha gente, Z. se siente insegura. No sufre agorafobia, pero arrastra, como todas, malas experiencias. Es más, lo suyo no es agorafobia. Es estadística. Las posibilidades de que Z. o yo suframos una agresión aumentan exponencialmente si aumenta el número de personas que tenemos a nuestro alrededor. Lo dicen las cifras, no lo digo yo. Yo solo la escucho y me revuelvo. Rabio de coraje y rabio de pena. La inseguridad se comunica muy bien con el miedo, pero ¿a qué podemos temer? Pues a querernos. Bueno. No. No es verdad. No. No exactamente: lo que nos asusta es que, por eso, alguien se moleste y nos joda la noche, el día o, quién sabe, la vida. Lo que nos da miedo es la lesbofobia. No seríamos las primeras ni, desde luego, las últimas lesbianas de este planeta que sufren las consecuencias de un sistema que no está pensado para nosotras, que nos desprecia en sus leyes, en sus representaciones culturales y artísticas, un sistema que nos acoge y expulsa según le interesa.

He sentido muchas veces miedo. Sobre todo, en determinados espacios. Matizo: en espacios masculinizados. Matizo más: he sentido miedo en espacios masculinazos y ese miedo ha aumentado exponencialmente cuando me he atrevido a enfrentarme a él, cuando me he enfrentado a ellos. Porque, en este caso, enfrentarse al miedo es enfrentarse a la violencia, a los violentos, a los agresores, a la lesbofobia, a la mierda que tenemos que tragar todos los días por no querer tener miedo. Por si no fuera lo suficientemente injusto, siempre que me he enfrentado a algún agresor, la violencia se ha convertido también en culpa. Siempre he pensado después de cada uno de los cientos de enfrentamiento que he vivido que podría haber actuado de otra manera. Siempre he pensado que la culpa era mía. Siempre. Ni más ni menos: que la culpa era mía porque soy una bollera de mierda, malhabada, contestona. La culpa siempre es nuestra.

Una noche, en unas fiestas populares, un grupo de tíos nos rodearon a mi novia y a mí para tocarnos y reírse de nosotras; en otra ocasión, en plena celebración del día de la visibilidad lésbica, un tipo agredió a una de chicas que participan en la acción de denuncia; en Barcelona, un grupo de ‘guiris’ nos señaló y ridiculizó por besarnos; nos pidieron discreción al hacer la reserva de un hotel y pedir una cama grande; he sido invisibilizada por novias y amantes, que para no hacer daño a sus familias, amigas o compañeras de trabajo han preferido hacerme daño a mí; he sufrido comentarios lesbófobos de gente cercana y querida; he tenido que defenderme de agresiones físicas con uñas y dientes, con la rabia que solo se sostiene a base de palos, de injusticias. He llorado pérdidas y ausencias, he pensado que ojalá no me hubiera tocado a mí, he pataleado de dolor y me he enfrentado a momentos irrepetibles de mi vida, como el primer amor y la primera ruptura, más sola que la una solo por ser bollera. Porque es más difícil que alguien consuele a una bollera. Una bollera de mierda.

Una de esas bolleras de mierda que, generalmente, se olvida de que lo es e, incluso, a veces se sorprende cuando siente miradas de incredulidad. Una bollera de mierda que, orgullosa y activista, se avergüenza de sentir miedo y se enfrenta a él para que el miedo, después, se convierta en algo peor: en culpa. Una bollera de mierda que rabia de pena cuando escucha Z. decir que se siente insegura, cuando lee las historias de resistencia y dolor de tantas bolleras aquí y allá. Una bollera de mierda que, hasta estos días, vivía la negación más inocente de todas las negaciones que se recuerdan. Sí, la extrema derecha arrasa en Andalucía, pero ¿qué puede significar eso en mi vida? ¿En qué va a traducirse esa violencia sistémica que seguro va a provocar el auge de la extrema derecha? ¿Cuánto van a tardar volver a decir, ahora con orgullo ellos, que somos una panda de bolleras y de maricones de mierda? Según un estudio, en 1983, el 54% de la ciudadanía española decía que la homosexualidad nunca podría estar justificada. Solo el 28% lo repetía en voz alta en 2011. ¿Los cambios sociales son cambios de mentalidad o cambio de discursos? Vox ha irrumpido con fuerza en el Parlamento de Andalucía con 12 escaños. Nadie sabe qué pasará el 28 de abril. En sus 100 medidas urgentes para España defienden a ultranza un modelo de familia y sociedad en el que nosotras no tenemos cabida. Dicen, literalmente, que quieren “suprimir en la sanidad pública las intervenciones quirúrgicas ajenas a la salud” haciendo alusión a las operaciones de reasignación sexual o los tratamientos hormonales. ¿Qué tiene que pasar para que nos demos cuenta de lo que está pasando? ¿Cuándo dejas de ser exagerada para ser prudente? ¿Cuándo dejas de decir lo que piensa por miedo? ¿Cuándo dejas de escribir?

Los cambios legislativos, los avances y los logros que nos ha regalado el movimiento LGTB en el Estado español a todas son tinta. Ni más ni menos: tinta. Están escritos, están sellados, están firmados y avalados, pero mientras todo eso sucedía, en sus sillones, miles de hombres y mujeres despreciables rumiaban que aquello era blasfemia y lamentaban los tiempos en los que podían tirarse piedras a los maricones. Ese tiempo puede volver. Barcelona ya amanecía herida hace unas semanas, ¿cuándo vamos a aparecer heridas alguna de nosotras?

Ya han pasado.

Habrá que detenerles.

Andrea Momoitio. Periodista. Coordinadora de 'Pikara Magazine'

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