Imagen: Naiz / La Furia |
Itziar Ziga | Naiz, 2019-02-26
https://www.naiz.eus/es/hemeroteca/7k/editions/7k_2019-02-24-06-00/hemeroteca_articles/las-mujeres-tenemos-siete-barreras-delante-siete-puertas-que-romper
Guerrera sobre tacones de vértigo, enaltecida en un feminismo imprescindible y encarnado, La Furia (Nerea Loron; Cascante, 1983) le canta las verdades al patriarcado de frente, sin bajar la mirada, buscando a las otras para sostenernos juntas, y más livianas. Lúcida, poética, afilada, es tan auténtica que no acepta ningún trono ni le brota la arrogancia. Paseando a su lado por la Azoka de Durango, se acercan sin parar chavalas entusiasmadas de retratarse junto a esa rapera que les ha infundido amor y fuerza. Acaba de alumbrar su tercer disco, “Pecadora”. Más bailonga, más mezclada, respirando más hondo, para continuar alzadas, conectadas e invictas.
P. Creciste en la muga, en la encrucijada. ¿Cómo fue ser la niña vasca al sur del Ebro?
R. En casa me dijeron que yo era vasca, me dijeron que había que ser feminista y que no era menos que nadie. Más, tampoco. Y me dijeron que no existía Dios. Me dijeron cosas que en mi pueblo no estaban bien vistas. Crecí siendo distinta, siendo a veces objeto de burla. Me han tirado cigarros encendidos cuando entrenaba a fútbol por llevar la camiseta de la selección vasca. En la primera ikastola que hubo en Tudela, yo estaba ahí. Éramos cinco criaturas o seis. Después me llevaron a la escuela en Cascante porque les resultaba imposible llevarme todos los días hasta Tudela y porque entró el euskara como optativa en Cascante, gracias a la lucha de dos o tres profesoras entre las que se encontraba mi madre. Volví a Tudela al instituto y aprendí todo lo bueno y todo lo malo que puede aprenderse en un instituto. Estuve un par de años y acabé en otro colegio, por inadaptada.
P. Y de la Ribera, a esa metrópoli chiquita nuestra que es Bilbo. ¿Cómo fue?
R. Cuando llegué a Bilbao sentí: ‘Soy de aquí’. Tuve, por primera vez, una sensación de pertenencia. Hice muchas amigas, íbamos de fiesta juntas muchas tías. Una de ellas me dijo un día: ‘Nerea, alguna vez igual queremos ligar’ (risas). Aparecía un tío y yo lo echaba a patadas en plan: ‘No nos molestes, estamos en el paraíso’. Descubrí el ambiente, tuve la primera novia. Me pareció espectacular la sensación de encontrar a las iguales, la sensación de libertad. También me pegué un hostión, porque creí que todo el mundo me quería y que todo el mundo era bueno. Y descubrí la mentira del brillo de la noche, cuando de día no hay nadie. ¿Dónde está todo el mundo cuando tengo ansiedad? Después de unos años de mucha noche y mucho tecno pop en Bilbao, empezando carreras que no continuaba y currando en mil sitios a la vez, me fui a Donostia y estudié Educación Social. Necesitaba feminismo y necesitaba desarrollarme a nivel creativo, aunque todavía no sabía por dónde. En Donostia encontré feminismo y feministas que marcaron mi rumbo, encontré el amor, la paz y los buenos alimentos, todo con mayúsculas. Y me encontré a mí, de manera profunda.
P. La noche en que nos conocimos hace nueve años, me rapeaste al oído. ¿De dónde te viene?
R. Yo siempre he escrito: he escrito rimando y leía poesía. Me ha encantado la música y, cuando cayó en mis manos el rap, me maravilló esa capacidad de decir muchísimas cosas en tan poco tiempo. Nos juntábamos en esa época a rapear en un callejón de Tudela, con mi hermano y sus amigos, en el Tubo. Era nuestro divertimento mientras otra gente andaba en los bares. De hecho, en aquel callejón yo nunca rapeé, solo los escuchaba a ellos. Luego le enseñaba a mi hermano lo que escribía y él me decía: ‘Pero esto, ¿por qué no lo cantas?’. Me di cuenta de que mi freno era ser chica. Para ocupar el espacio de manera física, hablando o rapeando en este caso, nosotras tenemos que tener algo realmente importante que decir o hacer. Tenemos siete barreras delante, siete puertas que romper. Lo nuestro no vale porque sí, lo tenemos que demostrar.
P. A ellos les cuesta mucho menos lanzarse a mostrar su talento, el que tengan...
R. Ya te digo. Organizamos por aquellos tiempos un pequeñísimo festival llamado Riber Rap en un gaztetxe de la Ribera, un antiguo puticlub de carretera. Vinieron varios grupos, todos chicos obviamente, entre ellos unos de Madrid y al verlos pensé: ‘¿Cómo se atreven?’ Rapeando mal, diciendo tonterías. Y entonces dije: ‘¿Cómo puede ser que todos estos consideren que lo que hacen es digno de enseñarse y yo, que lo que escribo es bastante más interesante y bien dicho, no me atreva? No puede ser, esto tiene que ver con la construcción de género’. Ese mismo día fue la primera vez que rapeé en público. No se puede decir que subí al escenario: me senté en el escenario, porque me daba vergüenza, e hice una capela de una de mis letras.
P. Y de Nerea nació La Furia. A mi ama le divertía que fueras tan encantadora con ese nombre aguerrido.
R. Recuerdo el día que nos conocimos... La Furia es una carta de presentación y un aviso a navegantes, además de una parte de mí. Lo que pasa es que para seres bonitos, como tu ama, tengo mi parte encantadora.
P. Y del callejón donde no llegaste a cantar, a sacar tu primer disco en 2013: «No hay clemencia».
R. “No hay clemencia”, para mí, es punk que parece rap. Yo no sabía cuales eran las bases técnicas para hacer rap, y me daba igual. Mi único objetivo era lo que quería decir, no la forma. Es un grito de rabia y una necesidad de decir súper claro cosas que a mí me dañaban. Hay una copla, que es una capela, que cuando la escucho ahora pienso que está desafinada. En el hip hop, la comunidad te legitima y yo no quería pasar por ese aro: ‘Yo –decía– no soy rapera, soy una feminista que utiliza el rap como herramienta’. Después, he comprendido que detrás había miedo a que me rechacen. Ahora sí que digo que hago rap; sobre todo hago hip hop. Porque el hip hop busca la transformación social. Cuando, para mis talleres, busqué la raíz, me di cuenta de que me identificaba mucho con esa raíz. Nadie me tiene que legitimar, soy yo la que decido hacerlo cada vez mejor.
P. Ahora que vuelven a amenazarnos a las mujeres con reducir nuestros derechos ganados a pulso, ¿cómo fue cantarle a Gallardón en 2013 que ni un paso atrás con el aborto?
R. Tenía tanto que decir que, cuando La Tuerka me pidió un tema, “Aborto retrospectivo” me salió solo, en un día. Grabé la imagen con mi móvil, en casa. Para mí lo más impresionante de todo fue cantar en la manifestación nacional en Iruñea, con todo el movimiento feminista de Euskal Herria delante.
P. La cantante punk Kathleen Hannah recuerda cuando su madre le llevó a una gran concentración feminista con 9 años: «Fue la primera vez que formé parte de una multitud de mujeres que gritaban y, desde entonces, he querido volver a estar ahí siempre».
R. Estar en una manifestación feminista siempre te da subidón. Mi madre y mi padre me llevaban desde que tengo uso de razón. Pero, de repente, ponerle música a la revolución, y en una manifestación, es de lo más bonito que me ha pasado.
P. Tardas cuatro años en sacar otro disco. Y llega el «Vendaval».
R. Mi ritmo de sacar discos no lo soportaría ninguna discográfica, tiene que ver con mi ritmo vital. “Vendaval” es un proceso terapéutico, es una mirada a mi vida desde el inicio, es una necesidad de levantar la alfombre para sacar toda la mierda, de matar fantasmas por mucho que les quisiera porque me habían infringido los mayores daños de mi vida. Lo fui escribiendo mientras hacia esa revisión. Es un disco oscuro, pero que busca la luz. Es un disco duro pero sanador. Éste es un vómito consciente. Empecé a trabajar como educadora social en pisos de menores y me encontré con mis dolores profundos. Yo conectaba con las chavalas que estaban más dañadas, más con las enfadadas y explosivas que con las reservadas.
P. Es alucinante esa etapa en la que el dolor de otra te hace sangrar tu propio dolor como nunca antes, y como nunca después. Y puedes poner a salvo al fin a esa niña tan herida, tan asustada, tan cabreada que fuiste y que no pudo defenderse entonces.
R. Llegué a la conclusión de que cuando el enfado hacia fuera es tan tan tan grande, igual es que hay dentro un enfado no identificado. Ahora quiero ir cambiando las cosas desde lo más cercano hasta lo más lejano. Es muchísimo más complicado cambiar lo que está cerca, porque el enfado se mezcla con quereres, hay amor. Con este disco se me ha acercado gente que no conozco de nada que ha llorado en los conciertos, aunque no entendiera las letras porque ni hablaba el idioma. “Vendaval” me ha costado muchísimo sacarlo y hacerlo, pero ya quiero que se acabe. No quiero estar todo el rato abriéndome la herida, porque la herida se está cerrando. La cicatriz va a estar ahí. Los conciertos de “Vendaval” durante un año han sido para mí akelarres. Tengo la sensación de estar en medio de la Bardena y el cierzo me está dando de hostias. Ya, al cierzo, lo voy a dejar ir.
P. Cuéntame más sobre tu trabajo en los pisos tutelados de menores, con las chavalas.
R. Mantengo mucha relación con una chica que tiene 22 años ahora; la conocí cuando tenía 16. Y me dice: ‘Nere, tú siempre me entendiste’. En el trabajo siempre he sido muy empática. Se trata de ver a la otra y, si tú no te ves, no puedes ver a la otra. Y si no ves a la otra, no te puedes ver tú. Hay que revisarse, para verse y limpiar las tuberías. En este curro hay mucha gente que prejuzga, que no se pone en el lugar de la otra, que igual ha tenido otras vivencias muy alejadas. Yo creo que sin calle es muy difícil trabajar bien en un piso de menores. Y sin una infancia jodida, también.
P. Estamos viviendo un momento precioso y largamente fraguado, en el que muchísimas mujeres nos mostramos de pie con nuestras heridas patriarcales, que son las heridas del mundo.
R. Hay una corriente de creernos que antes no pasaba. Y el enemigo se está rearmando para deslegitimarnos. Lo estamos viendo incluso con el resurgir del fascismo sin careta, porque el fascismo siempre ha estado ahí. Hoy puedes nombrar tus heridas más alto porque hay menos gente que las cuestiona. Me parece muy chulo y tenía que pasar, porque ha habido un trabajo previo muy cañero, muy potente, muy del barro. Como nos pasa siempre, pensamos que lo hemos inventado todo y sin mirar atrás. Por eso hay que leerse “Malditas” (Itziar Ziga, Txalaparta 2014) y buscar genealogías feministas, escuchar a las que estaban antes. Pasa lo mismo con el rap feminista: no lo he inventado yo ni una que ha venido cinco años después, obviamente. Lo inventó Queen Latifah en los 80. Hay una necesidad de ocupar lugares visibles dentro de la lucha feminista que me preocupa. Estoy horrorizada con la gente que ve un rédito en el feminismo que no tiene que ver con lo que le mueve la tripa. Entonces el discurso se vacía, el capitalismo se frota las manos y nos venden camisetas en Zara. ¡Qué yo tengo una!, me la regaló mi padre. Como también tengo otras camisetas de Zara que no pone nada sobre feminismo; no voy a ser hipócrita.
P. El feminismo es contagioso, igual que la música. ¿Quiénes son tus hermanas en el rap?
R. Yo escuchaba a La Mala y a Ari, y cuando preguntaba a mis colegas por más raperas, me decían que no había raperas buenas. Decidí hacer mi propia búsqueda, porque necesitaba referentes. De ahí nacen mis talleres de rap. El hip hop nace en los 70 en el Bronx como una alternativa a la violencia extrema en que vivía la gente joven negra: ‘En vez de darnos tiros, mañana vamos a quedar para pelear rimando’. El primer disco de rap hecho por mujeres se editó diez años más tarde que el primero hecho por un hombre. Mis referentes parten de las que se lo inventaron, del Bronx, de Harlem, de los márgenes. Luego he tenido que hacer una búsqueda en el underground para encontrar el discurso que hablara de mí, como Keny Arkana. Y también muchas en Latinoamérica: Anita Tijoux, de Chile; Rebeca Lane, de Guatemala... También he conocido a raperas de los suburbios de Londres, de Atenas, que son a la vez referentes y amigas… Ahora hay en el Estado Español grupos muy potentes: la Ira, Tribade, Machete en Boca.
P. Hacia otras raperas eres obstinadamente amorosa, promiscua.
R. Cuando descubro una rapera que me gusta, le lanzo el lazo. Esto lo aprendí de Rebeca Lane, que lo hizo conmigo hace varios años y hemos trabajado mucho juntas. Acercarme a otras para crear es algo que me encanta, estar conectada con tías de otros sitios siempre. Me gustaría dedicarme a producir eventos porque tengo muchas amigas que hacen cosas preciosas y me apetece invitarlas a todas. Dentro del rap feminista hay mucho cariño. Y me parece muy rico entendernos entre nosotras, entender nuestros momentos y lugares, compartir ritmos, miedos, alegrías... No hay nada que me guste más que compartir escenario y, sobre todo, camerino con las hermanas.
P. ¡Qué subidón el tema de la Korrika 2019! ¿Cómo lo has vivido?
R. Que Fermín Muguruza me llamara para la canción de la Korrika 2019 me hizo muchísima ilusión, por lo que para mí representa la Korrika desde niña. Para mí, tiene que ver con las luchas de mi madre y de mi padre por poder ser vascas en la Ribera, porque nadie nos diga que no lo somos. También sentí una gran responsabilidad, porque soy muy currela con lo que me interesa. Yo no sé rapear en euskara, no lo hablo, lo entiendo y puedo mantener una conversación fácil. Y no canto cosas que no haya escrito yo. Pero, como siempre, cuando me doy cuenta que si digo que no será por miedo, automáticamente digo sí y ya lo resolveré. Cuando me puse, me salió solo y trabajé en la traducción con mi amigo Arkaitz Biain. Me ha gustado mucho colaborar con Mad Muasel y con Fermín. Y hacer este experimento uniendo tres propuestas tan distintas. Estoy muy contenta con el resultado, me parece valiente y honesto.
P. ¿Quieres responder desde aquí a las críticas que recibiste por haber participado en la canción de la Korrika 2019 sin hablar euskara al 100%?
R. Sí, quiero. Creo que cuando una crítica viene de un sitio más oprimido que el tuyo tienes que sentarte a escuchar. Una mujer racializada nos dijo que no estaba bien que en el vídeo de la canción feminista “Machirulo escóndete”, del grupo Tongo en colaboración con varias cantantes entre las que me incluyo, todas las participantes fuéramos blancas. Acabé súper colega de ella, que en principio estaba muy enfadada. Siempre me voy a parar a escuchar a mis compañeras feministas cuando critiquen algo que he hecho desde mis privilegios porque, si no es así, qué sentido tiene todo esto. Pero en este caso, que tíos blancos heterosexuales que han aprendido euskara en su casa y en la ikastola más cercana, con todas las facilidades del mundo, me vengan a mí, tía ribera, a criticarme que estoy publicando en Facebook la canción de la Korrika sin poner nada en euskara, mi respuesta es: Os podéis ir en fila a la mierda. Podría haber pedido que me tradujeran mis entradas de Facebook sobre la canción, pero es que no es así, no es verdad. No voy a pedir perdón ni a pedir permiso. Yo soy quien soy, con mi trayectoria vital, y si a alguien le interesa saber algo, que me lo pregunte. No voy a pararme a escuchar a señores sentados en sus privilegios.
P. ¿Cómo fue cantar en Altsasu el día en que el facherío español vino a regodearse en su odio y salimos airosas en nuestro amor, con mil campanas de fondo?
R. Fue un gusto aportar lo mío a las mías, y también tuvo para mí algo de exorcismo, sabiendo que había gente mezquina y provocadora que había venido a hurgar en la herida de un pueblo tan injustamente tratado como es el de Altsasu. Una mezcla de sentimientos y, sobre todo, uno muy poderoso: respeto y amor profundos por el pueblo que resiste, por las gentes, como dices, dolidas aunque amorosas, de Altsasu, Nafarroa y Euskal Herria entera.
P. Acabas de sacar disco...
R. Se llama “Pecadora” y lo saco en dos partes: ahora, seis temas y dentro de un año, el resto. Hay un tema que se llama “Opinel”, que es una marca de navajas. Tiene una base muy bailable, entre reguetón y dancehall, y es bastante vacilón, pero al final viene a decir que estamos ya muy cansadas. Y que yo pienso llevar una navaja en el bolso, por si tengo que hacer los honores: autodefensa feminista. Lo escribí cuando la sentencia de La Manada. En este disco canto más, he mimado mucho los sonidos. Me he ido a grabar a Madrid con Wiloo, un andaluz que producía a la Gata Cattana. Ella me gustaba mucho. Me he ido más al rap, pero también con trap, con techno,… Me apetecía moverme de mi sitio de confort. He hecho un disco que yo escucharía. Y suena muy raro, pero con los dos anteriores no me pasaba.
P. ¿Por qué «Pecadora»? Confiesa, hermana.
R. Me rindo: no voy a ser ni la mejor feminista, ni la mejor hija, ni la mejor esposa: no soy la mejor en nada, ni quiero. No quiero ser modelo, no quiero portar el peso de quien lo hace todo bien. Yo lo hago fatal, me equivoco, me caigo, me levanto despeinada, me maquillo demasiado, hago las cosas a destiempo y nunca he sido lo que se esperaba de mi, ni cuando más lo parece. Me siento una pecadora para quienes siguen la norma y también para quienes la trasgreden. Y ya me da igual. Me lo voy a permitir. Y por supuesto, pecadora para esa iglesia rancia que ha encorsetado a todo el mundo, y frente a lo católicas que seguimos siendo a veces, incluso cuando no lo somos.
P. Creciste en la muga, en la encrucijada. ¿Cómo fue ser la niña vasca al sur del Ebro?
R. En casa me dijeron que yo era vasca, me dijeron que había que ser feminista y que no era menos que nadie. Más, tampoco. Y me dijeron que no existía Dios. Me dijeron cosas que en mi pueblo no estaban bien vistas. Crecí siendo distinta, siendo a veces objeto de burla. Me han tirado cigarros encendidos cuando entrenaba a fútbol por llevar la camiseta de la selección vasca. En la primera ikastola que hubo en Tudela, yo estaba ahí. Éramos cinco criaturas o seis. Después me llevaron a la escuela en Cascante porque les resultaba imposible llevarme todos los días hasta Tudela y porque entró el euskara como optativa en Cascante, gracias a la lucha de dos o tres profesoras entre las que se encontraba mi madre. Volví a Tudela al instituto y aprendí todo lo bueno y todo lo malo que puede aprenderse en un instituto. Estuve un par de años y acabé en otro colegio, por inadaptada.
P. Y de la Ribera, a esa metrópoli chiquita nuestra que es Bilbo. ¿Cómo fue?
R. Cuando llegué a Bilbao sentí: ‘Soy de aquí’. Tuve, por primera vez, una sensación de pertenencia. Hice muchas amigas, íbamos de fiesta juntas muchas tías. Una de ellas me dijo un día: ‘Nerea, alguna vez igual queremos ligar’ (risas). Aparecía un tío y yo lo echaba a patadas en plan: ‘No nos molestes, estamos en el paraíso’. Descubrí el ambiente, tuve la primera novia. Me pareció espectacular la sensación de encontrar a las iguales, la sensación de libertad. También me pegué un hostión, porque creí que todo el mundo me quería y que todo el mundo era bueno. Y descubrí la mentira del brillo de la noche, cuando de día no hay nadie. ¿Dónde está todo el mundo cuando tengo ansiedad? Después de unos años de mucha noche y mucho tecno pop en Bilbao, empezando carreras que no continuaba y currando en mil sitios a la vez, me fui a Donostia y estudié Educación Social. Necesitaba feminismo y necesitaba desarrollarme a nivel creativo, aunque todavía no sabía por dónde. En Donostia encontré feminismo y feministas que marcaron mi rumbo, encontré el amor, la paz y los buenos alimentos, todo con mayúsculas. Y me encontré a mí, de manera profunda.
P. La noche en que nos conocimos hace nueve años, me rapeaste al oído. ¿De dónde te viene?
R. Yo siempre he escrito: he escrito rimando y leía poesía. Me ha encantado la música y, cuando cayó en mis manos el rap, me maravilló esa capacidad de decir muchísimas cosas en tan poco tiempo. Nos juntábamos en esa época a rapear en un callejón de Tudela, con mi hermano y sus amigos, en el Tubo. Era nuestro divertimento mientras otra gente andaba en los bares. De hecho, en aquel callejón yo nunca rapeé, solo los escuchaba a ellos. Luego le enseñaba a mi hermano lo que escribía y él me decía: ‘Pero esto, ¿por qué no lo cantas?’. Me di cuenta de que mi freno era ser chica. Para ocupar el espacio de manera física, hablando o rapeando en este caso, nosotras tenemos que tener algo realmente importante que decir o hacer. Tenemos siete barreras delante, siete puertas que romper. Lo nuestro no vale porque sí, lo tenemos que demostrar.
P. A ellos les cuesta mucho menos lanzarse a mostrar su talento, el que tengan...
R. Ya te digo. Organizamos por aquellos tiempos un pequeñísimo festival llamado Riber Rap en un gaztetxe de la Ribera, un antiguo puticlub de carretera. Vinieron varios grupos, todos chicos obviamente, entre ellos unos de Madrid y al verlos pensé: ‘¿Cómo se atreven?’ Rapeando mal, diciendo tonterías. Y entonces dije: ‘¿Cómo puede ser que todos estos consideren que lo que hacen es digno de enseñarse y yo, que lo que escribo es bastante más interesante y bien dicho, no me atreva? No puede ser, esto tiene que ver con la construcción de género’. Ese mismo día fue la primera vez que rapeé en público. No se puede decir que subí al escenario: me senté en el escenario, porque me daba vergüenza, e hice una capela de una de mis letras.
P. Y de Nerea nació La Furia. A mi ama le divertía que fueras tan encantadora con ese nombre aguerrido.
R. Recuerdo el día que nos conocimos... La Furia es una carta de presentación y un aviso a navegantes, además de una parte de mí. Lo que pasa es que para seres bonitos, como tu ama, tengo mi parte encantadora.
P. Y del callejón donde no llegaste a cantar, a sacar tu primer disco en 2013: «No hay clemencia».
R. “No hay clemencia”, para mí, es punk que parece rap. Yo no sabía cuales eran las bases técnicas para hacer rap, y me daba igual. Mi único objetivo era lo que quería decir, no la forma. Es un grito de rabia y una necesidad de decir súper claro cosas que a mí me dañaban. Hay una copla, que es una capela, que cuando la escucho ahora pienso que está desafinada. En el hip hop, la comunidad te legitima y yo no quería pasar por ese aro: ‘Yo –decía– no soy rapera, soy una feminista que utiliza el rap como herramienta’. Después, he comprendido que detrás había miedo a que me rechacen. Ahora sí que digo que hago rap; sobre todo hago hip hop. Porque el hip hop busca la transformación social. Cuando, para mis talleres, busqué la raíz, me di cuenta de que me identificaba mucho con esa raíz. Nadie me tiene que legitimar, soy yo la que decido hacerlo cada vez mejor.
P. Ahora que vuelven a amenazarnos a las mujeres con reducir nuestros derechos ganados a pulso, ¿cómo fue cantarle a Gallardón en 2013 que ni un paso atrás con el aborto?
R. Tenía tanto que decir que, cuando La Tuerka me pidió un tema, “Aborto retrospectivo” me salió solo, en un día. Grabé la imagen con mi móvil, en casa. Para mí lo más impresionante de todo fue cantar en la manifestación nacional en Iruñea, con todo el movimiento feminista de Euskal Herria delante.
P. La cantante punk Kathleen Hannah recuerda cuando su madre le llevó a una gran concentración feminista con 9 años: «Fue la primera vez que formé parte de una multitud de mujeres que gritaban y, desde entonces, he querido volver a estar ahí siempre».
R. Estar en una manifestación feminista siempre te da subidón. Mi madre y mi padre me llevaban desde que tengo uso de razón. Pero, de repente, ponerle música a la revolución, y en una manifestación, es de lo más bonito que me ha pasado.
P. Tardas cuatro años en sacar otro disco. Y llega el «Vendaval».
R. Mi ritmo de sacar discos no lo soportaría ninguna discográfica, tiene que ver con mi ritmo vital. “Vendaval” es un proceso terapéutico, es una mirada a mi vida desde el inicio, es una necesidad de levantar la alfombre para sacar toda la mierda, de matar fantasmas por mucho que les quisiera porque me habían infringido los mayores daños de mi vida. Lo fui escribiendo mientras hacia esa revisión. Es un disco oscuro, pero que busca la luz. Es un disco duro pero sanador. Éste es un vómito consciente. Empecé a trabajar como educadora social en pisos de menores y me encontré con mis dolores profundos. Yo conectaba con las chavalas que estaban más dañadas, más con las enfadadas y explosivas que con las reservadas.
P. Es alucinante esa etapa en la que el dolor de otra te hace sangrar tu propio dolor como nunca antes, y como nunca después. Y puedes poner a salvo al fin a esa niña tan herida, tan asustada, tan cabreada que fuiste y que no pudo defenderse entonces.
R. Llegué a la conclusión de que cuando el enfado hacia fuera es tan tan tan grande, igual es que hay dentro un enfado no identificado. Ahora quiero ir cambiando las cosas desde lo más cercano hasta lo más lejano. Es muchísimo más complicado cambiar lo que está cerca, porque el enfado se mezcla con quereres, hay amor. Con este disco se me ha acercado gente que no conozco de nada que ha llorado en los conciertos, aunque no entendiera las letras porque ni hablaba el idioma. “Vendaval” me ha costado muchísimo sacarlo y hacerlo, pero ya quiero que se acabe. No quiero estar todo el rato abriéndome la herida, porque la herida se está cerrando. La cicatriz va a estar ahí. Los conciertos de “Vendaval” durante un año han sido para mí akelarres. Tengo la sensación de estar en medio de la Bardena y el cierzo me está dando de hostias. Ya, al cierzo, lo voy a dejar ir.
P. Cuéntame más sobre tu trabajo en los pisos tutelados de menores, con las chavalas.
R. Mantengo mucha relación con una chica que tiene 22 años ahora; la conocí cuando tenía 16. Y me dice: ‘Nere, tú siempre me entendiste’. En el trabajo siempre he sido muy empática. Se trata de ver a la otra y, si tú no te ves, no puedes ver a la otra. Y si no ves a la otra, no te puedes ver tú. Hay que revisarse, para verse y limpiar las tuberías. En este curro hay mucha gente que prejuzga, que no se pone en el lugar de la otra, que igual ha tenido otras vivencias muy alejadas. Yo creo que sin calle es muy difícil trabajar bien en un piso de menores. Y sin una infancia jodida, también.
P. Estamos viviendo un momento precioso y largamente fraguado, en el que muchísimas mujeres nos mostramos de pie con nuestras heridas patriarcales, que son las heridas del mundo.
R. Hay una corriente de creernos que antes no pasaba. Y el enemigo se está rearmando para deslegitimarnos. Lo estamos viendo incluso con el resurgir del fascismo sin careta, porque el fascismo siempre ha estado ahí. Hoy puedes nombrar tus heridas más alto porque hay menos gente que las cuestiona. Me parece muy chulo y tenía que pasar, porque ha habido un trabajo previo muy cañero, muy potente, muy del barro. Como nos pasa siempre, pensamos que lo hemos inventado todo y sin mirar atrás. Por eso hay que leerse “Malditas” (Itziar Ziga, Txalaparta 2014) y buscar genealogías feministas, escuchar a las que estaban antes. Pasa lo mismo con el rap feminista: no lo he inventado yo ni una que ha venido cinco años después, obviamente. Lo inventó Queen Latifah en los 80. Hay una necesidad de ocupar lugares visibles dentro de la lucha feminista que me preocupa. Estoy horrorizada con la gente que ve un rédito en el feminismo que no tiene que ver con lo que le mueve la tripa. Entonces el discurso se vacía, el capitalismo se frota las manos y nos venden camisetas en Zara. ¡Qué yo tengo una!, me la regaló mi padre. Como también tengo otras camisetas de Zara que no pone nada sobre feminismo; no voy a ser hipócrita.
P. El feminismo es contagioso, igual que la música. ¿Quiénes son tus hermanas en el rap?
R. Yo escuchaba a La Mala y a Ari, y cuando preguntaba a mis colegas por más raperas, me decían que no había raperas buenas. Decidí hacer mi propia búsqueda, porque necesitaba referentes. De ahí nacen mis talleres de rap. El hip hop nace en los 70 en el Bronx como una alternativa a la violencia extrema en que vivía la gente joven negra: ‘En vez de darnos tiros, mañana vamos a quedar para pelear rimando’. El primer disco de rap hecho por mujeres se editó diez años más tarde que el primero hecho por un hombre. Mis referentes parten de las que se lo inventaron, del Bronx, de Harlem, de los márgenes. Luego he tenido que hacer una búsqueda en el underground para encontrar el discurso que hablara de mí, como Keny Arkana. Y también muchas en Latinoamérica: Anita Tijoux, de Chile; Rebeca Lane, de Guatemala... También he conocido a raperas de los suburbios de Londres, de Atenas, que son a la vez referentes y amigas… Ahora hay en el Estado Español grupos muy potentes: la Ira, Tribade, Machete en Boca.
P. Hacia otras raperas eres obstinadamente amorosa, promiscua.
R. Cuando descubro una rapera que me gusta, le lanzo el lazo. Esto lo aprendí de Rebeca Lane, que lo hizo conmigo hace varios años y hemos trabajado mucho juntas. Acercarme a otras para crear es algo que me encanta, estar conectada con tías de otros sitios siempre. Me gustaría dedicarme a producir eventos porque tengo muchas amigas que hacen cosas preciosas y me apetece invitarlas a todas. Dentro del rap feminista hay mucho cariño. Y me parece muy rico entendernos entre nosotras, entender nuestros momentos y lugares, compartir ritmos, miedos, alegrías... No hay nada que me guste más que compartir escenario y, sobre todo, camerino con las hermanas.
P. ¡Qué subidón el tema de la Korrika 2019! ¿Cómo lo has vivido?
R. Que Fermín Muguruza me llamara para la canción de la Korrika 2019 me hizo muchísima ilusión, por lo que para mí representa la Korrika desde niña. Para mí, tiene que ver con las luchas de mi madre y de mi padre por poder ser vascas en la Ribera, porque nadie nos diga que no lo somos. También sentí una gran responsabilidad, porque soy muy currela con lo que me interesa. Yo no sé rapear en euskara, no lo hablo, lo entiendo y puedo mantener una conversación fácil. Y no canto cosas que no haya escrito yo. Pero, como siempre, cuando me doy cuenta que si digo que no será por miedo, automáticamente digo sí y ya lo resolveré. Cuando me puse, me salió solo y trabajé en la traducción con mi amigo Arkaitz Biain. Me ha gustado mucho colaborar con Mad Muasel y con Fermín. Y hacer este experimento uniendo tres propuestas tan distintas. Estoy muy contenta con el resultado, me parece valiente y honesto.
P. ¿Quieres responder desde aquí a las críticas que recibiste por haber participado en la canción de la Korrika 2019 sin hablar euskara al 100%?
R. Sí, quiero. Creo que cuando una crítica viene de un sitio más oprimido que el tuyo tienes que sentarte a escuchar. Una mujer racializada nos dijo que no estaba bien que en el vídeo de la canción feminista “Machirulo escóndete”, del grupo Tongo en colaboración con varias cantantes entre las que me incluyo, todas las participantes fuéramos blancas. Acabé súper colega de ella, que en principio estaba muy enfadada. Siempre me voy a parar a escuchar a mis compañeras feministas cuando critiquen algo que he hecho desde mis privilegios porque, si no es así, qué sentido tiene todo esto. Pero en este caso, que tíos blancos heterosexuales que han aprendido euskara en su casa y en la ikastola más cercana, con todas las facilidades del mundo, me vengan a mí, tía ribera, a criticarme que estoy publicando en Facebook la canción de la Korrika sin poner nada en euskara, mi respuesta es: Os podéis ir en fila a la mierda. Podría haber pedido que me tradujeran mis entradas de Facebook sobre la canción, pero es que no es así, no es verdad. No voy a pedir perdón ni a pedir permiso. Yo soy quien soy, con mi trayectoria vital, y si a alguien le interesa saber algo, que me lo pregunte. No voy a pararme a escuchar a señores sentados en sus privilegios.
P. ¿Cómo fue cantar en Altsasu el día en que el facherío español vino a regodearse en su odio y salimos airosas en nuestro amor, con mil campanas de fondo?
R. Fue un gusto aportar lo mío a las mías, y también tuvo para mí algo de exorcismo, sabiendo que había gente mezquina y provocadora que había venido a hurgar en la herida de un pueblo tan injustamente tratado como es el de Altsasu. Una mezcla de sentimientos y, sobre todo, uno muy poderoso: respeto y amor profundos por el pueblo que resiste, por las gentes, como dices, dolidas aunque amorosas, de Altsasu, Nafarroa y Euskal Herria entera.
P. Acabas de sacar disco...
R. Se llama “Pecadora” y lo saco en dos partes: ahora, seis temas y dentro de un año, el resto. Hay un tema que se llama “Opinel”, que es una marca de navajas. Tiene una base muy bailable, entre reguetón y dancehall, y es bastante vacilón, pero al final viene a decir que estamos ya muy cansadas. Y que yo pienso llevar una navaja en el bolso, por si tengo que hacer los honores: autodefensa feminista. Lo escribí cuando la sentencia de La Manada. En este disco canto más, he mimado mucho los sonidos. Me he ido a grabar a Madrid con Wiloo, un andaluz que producía a la Gata Cattana. Ella me gustaba mucho. Me he ido más al rap, pero también con trap, con techno,… Me apetecía moverme de mi sitio de confort. He hecho un disco que yo escucharía. Y suena muy raro, pero con los dos anteriores no me pasaba.
P. ¿Por qué «Pecadora»? Confiesa, hermana.
R. Me rindo: no voy a ser ni la mejor feminista, ni la mejor hija, ni la mejor esposa: no soy la mejor en nada, ni quiero. No quiero ser modelo, no quiero portar el peso de quien lo hace todo bien. Yo lo hago fatal, me equivoco, me caigo, me levanto despeinada, me maquillo demasiado, hago las cosas a destiempo y nunca he sido lo que se esperaba de mi, ni cuando más lo parece. Me siento una pecadora para quienes siguen la norma y también para quienes la trasgreden. Y ya me da igual. Me lo voy a permitir. Y por supuesto, pecadora para esa iglesia rancia que ha encorsetado a todo el mundo, y frente a lo católicas que seguimos siendo a veces, incluso cuando no lo somos.
- Letras con mensaje
- «Somos las que reescribirán la historia entera. Brujas del infierno, nuestro lema es la defensa. Feminismo activo y ni una agresión sin respuesta. Cuesta hacer oír una protesta cuando el resto del sistema lo alimenta y lo sustenta» («No hay clemencia», 2013)
- «Los nietos del Caudillo quieren gobernar mi útero. Mi coño no es vuestro templo bendito. ¡Mi cuerpo, mi cuerpo!». («Aborto retrospectivo», 2014)
- «Cada vez menos deshecha. Quien sabe lo que siembra, no le teme a la cosecha». («Lo llamáis cielo», 2017)
- «Que si hablo me lo invento, si grito soy violenta, si callo ‘ve y denuncia’. Confía en la policía, tía. Nos queda soltar mecha y el akelarre. Que el día que nos aliemos, esto prende». (“Orfidal”, Anita Parker & La Furia, 2018)
- «A mí se me entiende, y no me respetes. Que no necesito esas mierdas de los que no miran de frente. De los que te miran de arriba, de los que te explican la vida, que tú no la entiendes».(«Opinel», 2019)
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