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Piro Subrat ha documentado las relaciones del movimiento LGTB y la izquierda (no siempre buenas) en el profundo ensayo ‘Invertidos y rompepatrias. Marxismo, anarquismo y desobediencia sexual y de género en el Estado español (1868-1982)’.
Teresa Díaz Guzmán | El Salto, 2020-03-23
https://www.elsaltodiario.com/lgtbiq/piro-subrat-aun-existe-homofobia-heteronormatividad-grupos-izquierda
Piro Subrat llega en bicicleta a la sede de Lambda, col·lectiu LGTB+ de València, donde ha acordado la celebración de la entrevista. Sorprende su juventud (30 años) y una ligera timidez que pasa pronto, en cuanto este archivero, formado en Historia, comienza a soltar información con verbo rápido y sencillo. Delgado, con el pelo muy corto y un largo mechón con tonos rosas que recorre su cabeza desde la frente hasta la nuca y que puede imaginarse fácilmente alzado en una cresta, arrastra la estructura de un carro con copias de su libro para vender.
El volumen se titula ‘Invertidos y rompepatrias. Marxismo, anarquismo y desobediencia sexual y de género en el Estado español (1868-1982)’ y es un tratado erudito, de más de 500 páginas, sobre las relaciones —no siempre buenas— del movimiento LGTB y la izquierda. El ensayo está disponible de forma abierta en su blog, donde también pueden encontrarse varios capítulos extra y una fe de erratas.
P. ¿Cómo surgió la idea de investigar la participación del movimiento LGTB en la historia de la izquierda española?
R. Es un tema que siempre me ha interpelado, porque desde muy pequeño me habían vinculado a grupos de izquierda, y también desde muy pequeño sabía que era marica. A lo largo de mi adolescencia hubo momentos de conflicto, de interpelación, de contacto entre mis dos vidas. Al final del libro comento una anécdota: me lié con un chaval de Venezuela que tenía una trayectoria muy parecida a la mía a nivel político y nos dimos cuenta de que no estaba escrita para nada esta historia, ni en Venezuela ni aquí, y nos pusimos a recopilar lo que encontramos de este tema. Luego coincidió que unos colegas me dejaron ‘De Sodoma a Chueca’, de Alberto Mira, lo leí y me quedé como ‘guau’. Entonces me puse a investigar.
P. ¿Cómo dirías que evoluciona el movimiento LGTB en el Estado español y en los países de nuestro entorno?
R. Depende de en qué contexto geopolítico estemos hablando, porque ya hay peña teorizando en el siglo XVIII a nivel mundial. En Alemania y en Holanda hay un movimiento muy fuerte a principios del siglo XX. En el Estado español, creo que hay rasgos tímidos durante la II República y el franquismo acaba con ellos como acabó Hitler con el movimiento homosexual en Alemania. Lo que podría haber sido un movimiento homosexual como en Francia, que ya estaba configurado en los 50, aquí fue imposible porque estaba Franco. Aquí tenemos que esperar al momento oficial cuando Armand de Fluvià y otros se ponen a hacer escritos en contra de la Ley de Peligrosidad Social, en el año 70. Para mí ese es el inicio junto con el Movimiento Español de Liberación Homosexual.
P. ¿Crees que existe un prejuicio positivo hacia la gente de izquierda?
R. Así es, en general se piensa en positivo porque la historia demuestra que la izquierda ha sido una fuerza muy importante en la revolución social, también en la cuestión LGTB, pero, por otra parte, algo no demasiado contado es que aún en la actualidad existe una homofobia y una heteronormatividad muy fuerte dentro de la gente de izquierda, de los grupos de izquierda. Al final la gente sigue pensando que lo correcto es hacer una familia heterosexual con hijos. Que “mejor no salga un hijo gay porque lo va a pasar mal”. Esto dicho por padres de izquierdas, incluso militantes durante la Transición.
P. La relación entre la izquierda y el movimiento LGTB, ¿es mejor ahora que en los 80?
R. Si hubiera una respuesta sencilla diría que en efecto ha mejorado, pero habría que matizar. No es lo mismo hacerlo en los 80, con el tema del sida, que en los 90 con toda la visibilidad de los enormes Gay Pride de Nueva York y de París. En ese momento la izquierda en general, tanto la institucional como la más autónoma, consideró que este tema era prioritario y desde entonces vivimos progresos como las parejas de hecho, el matrimonio homosexual y las sucesivas leyes en identidad de género.
P. ¿Y en la calle?
R. En los colectivos de base el tema ha empezado a calar en los últimos cinco años: ha habido un resurgir del feminismo, ha empezado a hablarse de temas dentro de la disidencia sexual y de género de los que no se había hablado –como un mayor relanzamiento del tema trans–, y desde la política se le ha prestado mayor atención al movimiento. También porque ha empezado a visibilizarse mogollón de peña marica, bollera y trans dentro de los propios colectivos e incluso de los partidos. Van a la par: mayor visibilidad social, la izquierda entra más en el tema y la peña ve que la izquierda está ahí, piensa que igual la izquierda les apoya, y entonces se meten en esos grupos.
P. ¿Todavía hay retos para la izquierda?
R. Hay mucho moralismo con algunos temas que tienen que ver con cosas que aún están diagnosticadas como parafilias, etcétera. Ese tema sigue generando discordias. También a nivel institucional y de colectivos, a raíz sobre todo de la crisis de los refugiados, viene mucha gente que necesita asilo político derivado de su condición sexual o de género y ningún colectivo está terminando de llevarlo bien, además de que seguimos con los CIES, con redadas racistas... No es nuevo. De hecho, el asilo sólo se resuelve favorablemente en España en un 2% de los casos —en relación con el total de solicitudes en Europa— y alguna gente que ha pedido asilo por ser gay, lesbiana o travesti ha sido deportada a países como Irán, donde les ahorcan por ser homosexuales.
P. ¿Cuál es el recorrido de la interseccionalidad en el movimiento LGTB?
La Transición fue tan efervescente a nivel político y social que se pensó que realmente habría una ruptura con el régimen franquista, que se harían cosas nuevas: “Venga, vamos a hacer una revolución integral”. Y si se va a hacer la revolución para cambiar el sistema hay que contar con todo el mundo posible. Esto la peña lo tenía en el ‘chip’ en la Transición y se demuestra porque toda la documentación del movimiento homosexual de esos años está atravesadísima por el contexto y por la izquierda. Participaron en manis naturistas, ecologistas, hubo contactos con todos los partidos de la izquierda, incluso un intento por parte de la derecha —algo que fue bastante complicado, obviamente—, y muchos con el feminismo...
P. En el inicio del movimiento LGTB, el feminismo tuvo momentos de desencuentro con los gais, ¿es comparable al rechazo actual a las mujeres trans?
R. Hay cosas comparables y cosas que no. Algo que me sorprende es que gente que está ahora diciendo auténticas movidas tránsfobas —como la propia Lidia Falcón, pero también más gente—, era peña que en los 70 defendía unas políticas en relación a la disidencia sexual y de género muy radicales para la época. No sé qué ha ocurrido desde entonces, no sé si de repente han visto que no eran el sujeto político y se han sentido heridas en el orgullo, sin embargo, el movimiento en los 70 también tuvo mucha relación con el feminismo. Entonces estaba penalizado el divorcio, el aborto, el adulterio... y también la homosexualidad, el travestismo o la prostitución, de modo que ambos grupos decidieron juntarse.
P. ¿Se puede ser LGTB y de derechas?
R. No es que se pueda ser, es que hay gente que lo es desde hace bastantes años. Es un hecho. Nuevas Generaciones aparece firmando manifiestos en los años 90, y la Plataforma Popular Gay a principios del 2000 iba a las manis del Orgullo. Otra cosa es lo de Ciudadanos promoviendo el Orgullo, olvidando y obviando toda la historia del Orgullo en Madrid, que la hizo el Frente de Liberación Homosexual de Castilla formado por peña de la liga comunista, anarquista, muchas travestis, etc.
Creo que esto tiene que ver con que la cuestión de la homosexualidad –homosexualidad masculina, que es casi lo único que tiene lugar en este discurso de la derecha– ha tenido visibilización social y ha entrado dentro del capitalismo a nivel sociológico: antes estabas marginalizado, pero a día de hoy puedes ser gay y triunfar políticamente, socialmente, económicamente. Desde ese privilegio hay peña que dice: “Me cago en todo el movimiento homosexual que ha habido previamente y soy de derechas”.
P. ¿Y de ultraderecha?
R. Lo que me parece más pérfido de todo son los gais de Vox, que tiene un discurso de volver al armario: “Soy homosexual pero estoy en esta formación porque mi intimidad no tiene que ser algo político”. Ese discurso es una condena a muerte, es condenarnos otra vez al armario y tendrá su cuota política. En realidad, en Plataforma por Cataluña, que era un grupo fascista, también había homosexuales con este discurso, y en el PP hace 20 años también había gente que decía: “Bueno, hay homosexuales en el PP pero no tiene por qué airearse esto”.
P. ¿Dices que quieren invisibilidad?
R. Nos condenan al armario otra vez y encima dan una imagen de “mira, esta persona es gay y no está yendo al Orgullo a travestirse”. Es un discurso horrible que a estos grupos les va bien. Mucha gente vota a Vox o antes votaba al PP porque quieren invisibilidad, que no haya Orgullo. Es la gente que dice tolerar a los gais pero que no se besen en público.
P. ¿Que opinas de la cultura como vía de escape donde se tolera la homosexualidad como una excentricidad?
R. En los 70 había en Barcelona un colectivo llamado Coordinadora d’Iniciatives Gais con un grupo de travestis y transexuales dentro que ya se quejaban de esto, de por qué tenían que estar relegadas al espectáculo o al mundo del trabajo sexual cuando querían poder tener otra salida laboral. En los años 20-30 ya te encuentras espectáculos transformistas y de hecho en el franquismo, con la homofobia generalizada que existía, los espectáculos transformistas estaban medianamente tolerados. Alguna vez podían acabar en trifulca o con la persona travesti golpeada, pero en general había cierta tolerancia. Se ha entendido, por parte del mundo heteronormativo, que la mariquita o la travesti sirven para su entretenimiento.
P. La apropiación del movimiento LGTB por parte de estos partidos de derecha y el cambio que hacen del discurso, ¿no es una manera de desvirtuarlo?
R. En parte, el potencial de esto es reventar el movimiento porque les molesta que exista, porque quieren gente sometida. Lo del armario tiene mucho que ver. El movimiento LGTB ha reivindicado mucho estar fuera del armario y a mí me parece muy importante porque generas tu existencia y tu espacio, generas que otra peña te vea y diga “anda, mira, yo puedo ser como esa y no morirme como en las pelis”, donde las bolleras siempre se mueren, las maricas acaban teniendo unas vidas horribles y a las travestis siempre las matan. Sirve para ver que puedes ser como esas personas, viviendo una vida con sus movidas pero sin ultradramas y estando bien. Eso a cierta peña no le mola.
P. ¿Qué significa vivir fuera del armario?
R. Estar fuera del armario es algo básico y ya se decía en los 70, pero en esa época, y hasta hace ocho años, no se decían discursos políticos que están ahora en la tele. Muchísimas personas siguen en el armario. Hace unos meses se suicidó un chaval con el que estuve hace años y, que yo sepa, seguía en el armario. El armario mata, es así.
P. ¿Tiene sentido dejar de luchar contra el sistema?
R. No tiene ningún sentido y es contraproducente, es recaer en tu opresión, consigues unas migajas pero luego vas a seguir fatal. Si una parte de tu comunidad acaba marginalizada, la más vulnerable —no solo por cuestiones de género, también por cuestiones de raza, de clase, etcétera—, al final te perjudica porque seguirá existiendo una situación social desfavorable para ti aunque tu subgrupo haya conseguido ciertas migajas.
Esto es lo que ha pasado tradicionalmente con los hombres gais, blancos, de clase media —que es el prototipo de Chueca y de todo este mundillo—, que acaba dándoles problemas igual, ya sea porque vayas un día por el barrio equivocado y te den una paliza o porque te encuentres una situación de discriminación laboral.
El volumen se titula ‘Invertidos y rompepatrias. Marxismo, anarquismo y desobediencia sexual y de género en el Estado español (1868-1982)’ y es un tratado erudito, de más de 500 páginas, sobre las relaciones —no siempre buenas— del movimiento LGTB y la izquierda. El ensayo está disponible de forma abierta en su blog, donde también pueden encontrarse varios capítulos extra y una fe de erratas.
P. ¿Cómo surgió la idea de investigar la participación del movimiento LGTB en la historia de la izquierda española?
R. Es un tema que siempre me ha interpelado, porque desde muy pequeño me habían vinculado a grupos de izquierda, y también desde muy pequeño sabía que era marica. A lo largo de mi adolescencia hubo momentos de conflicto, de interpelación, de contacto entre mis dos vidas. Al final del libro comento una anécdota: me lié con un chaval de Venezuela que tenía una trayectoria muy parecida a la mía a nivel político y nos dimos cuenta de que no estaba escrita para nada esta historia, ni en Venezuela ni aquí, y nos pusimos a recopilar lo que encontramos de este tema. Luego coincidió que unos colegas me dejaron ‘De Sodoma a Chueca’, de Alberto Mira, lo leí y me quedé como ‘guau’. Entonces me puse a investigar.
P. ¿Cómo dirías que evoluciona el movimiento LGTB en el Estado español y en los países de nuestro entorno?
R. Depende de en qué contexto geopolítico estemos hablando, porque ya hay peña teorizando en el siglo XVIII a nivel mundial. En Alemania y en Holanda hay un movimiento muy fuerte a principios del siglo XX. En el Estado español, creo que hay rasgos tímidos durante la II República y el franquismo acaba con ellos como acabó Hitler con el movimiento homosexual en Alemania. Lo que podría haber sido un movimiento homosexual como en Francia, que ya estaba configurado en los 50, aquí fue imposible porque estaba Franco. Aquí tenemos que esperar al momento oficial cuando Armand de Fluvià y otros se ponen a hacer escritos en contra de la Ley de Peligrosidad Social, en el año 70. Para mí ese es el inicio junto con el Movimiento Español de Liberación Homosexual.
P. ¿Crees que existe un prejuicio positivo hacia la gente de izquierda?
R. Así es, en general se piensa en positivo porque la historia demuestra que la izquierda ha sido una fuerza muy importante en la revolución social, también en la cuestión LGTB, pero, por otra parte, algo no demasiado contado es que aún en la actualidad existe una homofobia y una heteronormatividad muy fuerte dentro de la gente de izquierda, de los grupos de izquierda. Al final la gente sigue pensando que lo correcto es hacer una familia heterosexual con hijos. Que “mejor no salga un hijo gay porque lo va a pasar mal”. Esto dicho por padres de izquierdas, incluso militantes durante la Transición.
P. La relación entre la izquierda y el movimiento LGTB, ¿es mejor ahora que en los 80?
R. Si hubiera una respuesta sencilla diría que en efecto ha mejorado, pero habría que matizar. No es lo mismo hacerlo en los 80, con el tema del sida, que en los 90 con toda la visibilidad de los enormes Gay Pride de Nueva York y de París. En ese momento la izquierda en general, tanto la institucional como la más autónoma, consideró que este tema era prioritario y desde entonces vivimos progresos como las parejas de hecho, el matrimonio homosexual y las sucesivas leyes en identidad de género.
P. ¿Y en la calle?
R. En los colectivos de base el tema ha empezado a calar en los últimos cinco años: ha habido un resurgir del feminismo, ha empezado a hablarse de temas dentro de la disidencia sexual y de género de los que no se había hablado –como un mayor relanzamiento del tema trans–, y desde la política se le ha prestado mayor atención al movimiento. También porque ha empezado a visibilizarse mogollón de peña marica, bollera y trans dentro de los propios colectivos e incluso de los partidos. Van a la par: mayor visibilidad social, la izquierda entra más en el tema y la peña ve que la izquierda está ahí, piensa que igual la izquierda les apoya, y entonces se meten en esos grupos.
P. ¿Todavía hay retos para la izquierda?
R. Hay mucho moralismo con algunos temas que tienen que ver con cosas que aún están diagnosticadas como parafilias, etcétera. Ese tema sigue generando discordias. También a nivel institucional y de colectivos, a raíz sobre todo de la crisis de los refugiados, viene mucha gente que necesita asilo político derivado de su condición sexual o de género y ningún colectivo está terminando de llevarlo bien, además de que seguimos con los CIES, con redadas racistas... No es nuevo. De hecho, el asilo sólo se resuelve favorablemente en España en un 2% de los casos —en relación con el total de solicitudes en Europa— y alguna gente que ha pedido asilo por ser gay, lesbiana o travesti ha sido deportada a países como Irán, donde les ahorcan por ser homosexuales.
P. ¿Cuál es el recorrido de la interseccionalidad en el movimiento LGTB?
La Transición fue tan efervescente a nivel político y social que se pensó que realmente habría una ruptura con el régimen franquista, que se harían cosas nuevas: “Venga, vamos a hacer una revolución integral”. Y si se va a hacer la revolución para cambiar el sistema hay que contar con todo el mundo posible. Esto la peña lo tenía en el ‘chip’ en la Transición y se demuestra porque toda la documentación del movimiento homosexual de esos años está atravesadísima por el contexto y por la izquierda. Participaron en manis naturistas, ecologistas, hubo contactos con todos los partidos de la izquierda, incluso un intento por parte de la derecha —algo que fue bastante complicado, obviamente—, y muchos con el feminismo...
P. En el inicio del movimiento LGTB, el feminismo tuvo momentos de desencuentro con los gais, ¿es comparable al rechazo actual a las mujeres trans?
R. Hay cosas comparables y cosas que no. Algo que me sorprende es que gente que está ahora diciendo auténticas movidas tránsfobas —como la propia Lidia Falcón, pero también más gente—, era peña que en los 70 defendía unas políticas en relación a la disidencia sexual y de género muy radicales para la época. No sé qué ha ocurrido desde entonces, no sé si de repente han visto que no eran el sujeto político y se han sentido heridas en el orgullo, sin embargo, el movimiento en los 70 también tuvo mucha relación con el feminismo. Entonces estaba penalizado el divorcio, el aborto, el adulterio... y también la homosexualidad, el travestismo o la prostitución, de modo que ambos grupos decidieron juntarse.
P. ¿Se puede ser LGTB y de derechas?
R. No es que se pueda ser, es que hay gente que lo es desde hace bastantes años. Es un hecho. Nuevas Generaciones aparece firmando manifiestos en los años 90, y la Plataforma Popular Gay a principios del 2000 iba a las manis del Orgullo. Otra cosa es lo de Ciudadanos promoviendo el Orgullo, olvidando y obviando toda la historia del Orgullo en Madrid, que la hizo el Frente de Liberación Homosexual de Castilla formado por peña de la liga comunista, anarquista, muchas travestis, etc.
Creo que esto tiene que ver con que la cuestión de la homosexualidad –homosexualidad masculina, que es casi lo único que tiene lugar en este discurso de la derecha– ha tenido visibilización social y ha entrado dentro del capitalismo a nivel sociológico: antes estabas marginalizado, pero a día de hoy puedes ser gay y triunfar políticamente, socialmente, económicamente. Desde ese privilegio hay peña que dice: “Me cago en todo el movimiento homosexual que ha habido previamente y soy de derechas”.
P. ¿Y de ultraderecha?
R. Lo que me parece más pérfido de todo son los gais de Vox, que tiene un discurso de volver al armario: “Soy homosexual pero estoy en esta formación porque mi intimidad no tiene que ser algo político”. Ese discurso es una condena a muerte, es condenarnos otra vez al armario y tendrá su cuota política. En realidad, en Plataforma por Cataluña, que era un grupo fascista, también había homosexuales con este discurso, y en el PP hace 20 años también había gente que decía: “Bueno, hay homosexuales en el PP pero no tiene por qué airearse esto”.
P. ¿Dices que quieren invisibilidad?
R. Nos condenan al armario otra vez y encima dan una imagen de “mira, esta persona es gay y no está yendo al Orgullo a travestirse”. Es un discurso horrible que a estos grupos les va bien. Mucha gente vota a Vox o antes votaba al PP porque quieren invisibilidad, que no haya Orgullo. Es la gente que dice tolerar a los gais pero que no se besen en público.
P. ¿Que opinas de la cultura como vía de escape donde se tolera la homosexualidad como una excentricidad?
R. En los 70 había en Barcelona un colectivo llamado Coordinadora d’Iniciatives Gais con un grupo de travestis y transexuales dentro que ya se quejaban de esto, de por qué tenían que estar relegadas al espectáculo o al mundo del trabajo sexual cuando querían poder tener otra salida laboral. En los años 20-30 ya te encuentras espectáculos transformistas y de hecho en el franquismo, con la homofobia generalizada que existía, los espectáculos transformistas estaban medianamente tolerados. Alguna vez podían acabar en trifulca o con la persona travesti golpeada, pero en general había cierta tolerancia. Se ha entendido, por parte del mundo heteronormativo, que la mariquita o la travesti sirven para su entretenimiento.
P. La apropiación del movimiento LGTB por parte de estos partidos de derecha y el cambio que hacen del discurso, ¿no es una manera de desvirtuarlo?
R. En parte, el potencial de esto es reventar el movimiento porque les molesta que exista, porque quieren gente sometida. Lo del armario tiene mucho que ver. El movimiento LGTB ha reivindicado mucho estar fuera del armario y a mí me parece muy importante porque generas tu existencia y tu espacio, generas que otra peña te vea y diga “anda, mira, yo puedo ser como esa y no morirme como en las pelis”, donde las bolleras siempre se mueren, las maricas acaban teniendo unas vidas horribles y a las travestis siempre las matan. Sirve para ver que puedes ser como esas personas, viviendo una vida con sus movidas pero sin ultradramas y estando bien. Eso a cierta peña no le mola.
P. ¿Qué significa vivir fuera del armario?
R. Estar fuera del armario es algo básico y ya se decía en los 70, pero en esa época, y hasta hace ocho años, no se decían discursos políticos que están ahora en la tele. Muchísimas personas siguen en el armario. Hace unos meses se suicidó un chaval con el que estuve hace años y, que yo sepa, seguía en el armario. El armario mata, es así.
P. ¿Tiene sentido dejar de luchar contra el sistema?
R. No tiene ningún sentido y es contraproducente, es recaer en tu opresión, consigues unas migajas pero luego vas a seguir fatal. Si una parte de tu comunidad acaba marginalizada, la más vulnerable —no solo por cuestiones de género, también por cuestiones de raza, de clase, etcétera—, al final te perjudica porque seguirá existiendo una situación social desfavorable para ti aunque tu subgrupo haya conseguido ciertas migajas.
Esto es lo que ha pasado tradicionalmente con los hombres gais, blancos, de clase media —que es el prototipo de Chueca y de todo este mundillo—, que acaba dándoles problemas igual, ya sea porque vayas un día por el barrio equivocado y te den una paliza o porque te encuentres una situación de discriminación laboral.
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