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Si echamos la mirada atrás, nos daremos cuenta de que el repudio del Partido Feminista hacia las mujeres trans no es nada nuevo.
Alaine Álvarez Fernández | El Salto, 2020-03-31
https://www.elsaltodiario.com/transfobia/feminismo-que-odia-mujeres-transsexualidad-transfobia
¿Os habéis dado cuenta de que todavía cuando mencionamos a las personas trans es siempre en relación a sus derechos? Las mujeres trans son mujeres que no se sienten conformes con el género que le asignaron al nacer, ya que este está en nuestra cabeza y poco tiene que ver con los genitales, en resumidas cuentas: la sociedad asumió que eran chicos. Nadie se identifica con un género, sino que se “es”, se “nace siendo”, y es imposible de cambiar. Ante esto tienes dos opciones: vivir una infancia reprimida o, en el mejor de los casos, irás a un médico que en la mayoría de ocasiones (bendita la excepción) te dirá las operaciones que debes hacerte y las pastillas que debes tomar para cambiar tu cuerpo si quieres ser “una mujer normal”. Actualmente, hay una vertiente del feminismo conocida como TERF (Trans-Exclusive Radical Feminism) cuya finalidad es excluir a las mujeres trans de la lucha feminista, ya que aseguran que “son hombres disfrazados de mujeres que pretenden ocupar sus espacios”.
Si echamos la mirada atrás, nos daremos cuenta de que el repudio del Partido Feminista hacia las mujeres trans no es nada nuevo. Todos los grupos que sufren discriminación están formados a su vez por grupos minoritarios, y cuando consiguen que su lucha sea escuchada, cuando consiguen un espacio en la sociedad, cuando entran en la norma, piensan que aquellos subcolectivos les estorban, y, por tanto, es hora de echarlos, de evitar que “se relacione con nosotros”, porque ahora nosotros tenemos privilegios. Es algo que sucedió con el colectivo gay no hace mucho, cuando comenzó a disfrutar de sus espacios y a encajar como un colectivo más en la sociedad opresora. Una vez más, esta disonancia surge porque la gente no conoce al colectivo trans, no lo entiende; sin embargo, aunque estén en contra, todo el mundo conoce el feminismo, todo el mundo conoce la homosexualidad, por ello, es más fácil “echar a las transexuales porque se puede confundir nuestro mensaje y nos supone más esfuerzo avanzar en la consecución de derechos”. En una palabra, estorbamos.
El colectivo trans es muy frágil, creemos que no, pero desgraciadamente le hace falta mucho empoderamiento, porque está formado por una gran minoría de la sociedad, la cual vive, en su mayoría, intentando encajar en la norma, por lo que cuando lo consiguen, dejan de luchar, generando falta de cohesión grupal. Hermanas trans, estamos dispersadas.
Se está mostrando que el colectivo trans ahora más que nunca está autoaceptándose. Yo digo que es mentira, cuanto más reconocimiento obtenemos y más avanza la ciencia más se les enseña a los niños trans desde pequeños que encajen en el modelo binario, en un intento de “normalización”, cuando antes las mujeres trans pisaban las calles con un estilo estrafalario y debido a la falta de recursos sobresaltaban sus cuerpos. Solo les quedaba ser auténticas.
La normalización no es un proceso negativo. Sin embargo, el enfoque debería ir encaminado a la autoaceptación, reivindicación de lo diferente y no como medio para encajar en la norma. Y precisamente, la transexualidad rompe la norma en todos los sentidos, rompe todos los modelos sociales que hay, y eso incomoda porque hace que todo tenga que ser tachado, desmitificado, reevaluado y readaptado, desde el machismo hasta el feminismo, incluyendo roles de género, hasta el género en sí mismo, sin olvidarnos de los cuerpos. Supone decir que el mundo como lo hemos concebido es una mentira, pasando por todos los ámbitos de conocimiento; la psicología, la medicina y la biología son formas de entender y etiquetar la realidad y, por tanto, han sido tránsfobas, y lo son. Si encajamos en la norma, ya no somos trans. Las personas como yo pretendemos introducirnos y, con ello, dejar de ser nosotros, desde que intentamos entrar en el molde, lo cual sucede continuamente.
Un profesor de historia me dijo una vez que las mayores guerras no se generan por dinero, sino por creencias, y es así. Lo más rígido e inamovible que puede tener una persona son sus creencias, y las creencias parten de lo establecido, de eso que nos llevan enseñando desde que nacemos... Y las trans rompemos esas creencias. Por ello, la sociedad recurre a la biología en busca de un argumento de apoyo que nos sirva para entender que hay algo malo en este colectivo, nada más lejos de la realidad.
Hagas lo que hagas está mal, da igual que encajes o sobresalgas. El rechazo no atiende a la razón, sino al puño y, menos aún, el miedo a lo diferente. La sociedad nos ha intentado moldear asumiendo que teníamos un problema que debía ser tratado, y no hay nada peor que decirle a un niño desde los cinco años que tiene que someterse a una serie de cirugías porque es un bicho raro.
Actualmente, las feministas que pretenden abolir el género, romper con la existencia de los géneros, nos culpan a las personas trans de intentar perpetuar el género, cuando precisamente son ellas las que nos han obligado a encajar en uno, ya que nosotros llevamos rompiendo el binarismo de género cisnormativo establecido desde que existen las personas trans, es decir, desde que existe la humanidad.
Cuando asistí al 8M, iba con una pancarta que ponía “El Feminismo será trans-inclusivo o no será”. Debo admitir que iba con algo de miedo, ya que soportar el rechazo por parte de los hombres (asumir que aquel que te atrae te rechaza, te hace daño, te discrimina, o se avergüenza de ti -¿debido a su frágil masculinidad?- es algo a lo que estoy acostumbrada) lo he vivido y lo viviré hasta que me muera, pero sentir el propio rechazo de las mujeres son palabras mayores. Y llega un punto en el que te cansas, te cansas de sentir inseguridad en un espacio y que de repente todo se vuelva gris, de sentir impotencia y resquemor de que en todos los espacios siempre haya alguien que te rechace, de no poder bajar la guardia, y confiar, y que te acaben rechazando los rechazados y oprimiendo los oprimidos. Es una sensación de agotamiento y evitación mezclada con rabia, que vives cada día, pero solo te queda seguir luchando y sacar positivismo, pensando en todo lo bueno que tienes y lo que puedes cambiar. “Eso es, todo sucede por algo, y he venido a cambiar el mundo, aunque sea un poco”, me digo a mí misma cuando siento que nadie me entiende.
He sido conocedora de que las TERFs asistieron a la manifestación feminista de forma violenta y generando conflictos en el inicio de la marcha. Sin embargo, yo estuve en el bloque mixto, aquel en el que pueden estar hombres y mujeres diversos, y solo puedo decir que me sentí arropada por mis compañeras. Miles de pancartas a modo de sororidad con las personas trans iluminaban Madrid al caer la noche: “Yo te apoyo, hermana” o “Hermanas trans, gracias, sin vosotras no habría feminismo”. Me resultó de lo más bonito, ya que, ¿quién se iba a preocupar por un grupo de personas insignificante? Ellas. Todas con pasados diferentes, intentando labrarnos un mismo futuro, y haciendo que, cada día, este mundo sea menos de hombres y más de todos. Por último, citar una frase, “no existe nada imposible para una mujer, solo le toma tiempo conseguirlo”, y yo soy una mujer, una mujer trans.
Gracias a El Salto Extremadura y a Fundación Triángulo de Extremadura por darme voz.
Si echamos la mirada atrás, nos daremos cuenta de que el repudio del Partido Feminista hacia las mujeres trans no es nada nuevo. Todos los grupos que sufren discriminación están formados a su vez por grupos minoritarios, y cuando consiguen que su lucha sea escuchada, cuando consiguen un espacio en la sociedad, cuando entran en la norma, piensan que aquellos subcolectivos les estorban, y, por tanto, es hora de echarlos, de evitar que “se relacione con nosotros”, porque ahora nosotros tenemos privilegios. Es algo que sucedió con el colectivo gay no hace mucho, cuando comenzó a disfrutar de sus espacios y a encajar como un colectivo más en la sociedad opresora. Una vez más, esta disonancia surge porque la gente no conoce al colectivo trans, no lo entiende; sin embargo, aunque estén en contra, todo el mundo conoce el feminismo, todo el mundo conoce la homosexualidad, por ello, es más fácil “echar a las transexuales porque se puede confundir nuestro mensaje y nos supone más esfuerzo avanzar en la consecución de derechos”. En una palabra, estorbamos.
El colectivo trans es muy frágil, creemos que no, pero desgraciadamente le hace falta mucho empoderamiento, porque está formado por una gran minoría de la sociedad, la cual vive, en su mayoría, intentando encajar en la norma, por lo que cuando lo consiguen, dejan de luchar, generando falta de cohesión grupal. Hermanas trans, estamos dispersadas.
Se está mostrando que el colectivo trans ahora más que nunca está autoaceptándose. Yo digo que es mentira, cuanto más reconocimiento obtenemos y más avanza la ciencia más se les enseña a los niños trans desde pequeños que encajen en el modelo binario, en un intento de “normalización”, cuando antes las mujeres trans pisaban las calles con un estilo estrafalario y debido a la falta de recursos sobresaltaban sus cuerpos. Solo les quedaba ser auténticas.
La normalización no es un proceso negativo. Sin embargo, el enfoque debería ir encaminado a la autoaceptación, reivindicación de lo diferente y no como medio para encajar en la norma. Y precisamente, la transexualidad rompe la norma en todos los sentidos, rompe todos los modelos sociales que hay, y eso incomoda porque hace que todo tenga que ser tachado, desmitificado, reevaluado y readaptado, desde el machismo hasta el feminismo, incluyendo roles de género, hasta el género en sí mismo, sin olvidarnos de los cuerpos. Supone decir que el mundo como lo hemos concebido es una mentira, pasando por todos los ámbitos de conocimiento; la psicología, la medicina y la biología son formas de entender y etiquetar la realidad y, por tanto, han sido tránsfobas, y lo son. Si encajamos en la norma, ya no somos trans. Las personas como yo pretendemos introducirnos y, con ello, dejar de ser nosotros, desde que intentamos entrar en el molde, lo cual sucede continuamente.
Un profesor de historia me dijo una vez que las mayores guerras no se generan por dinero, sino por creencias, y es así. Lo más rígido e inamovible que puede tener una persona son sus creencias, y las creencias parten de lo establecido, de eso que nos llevan enseñando desde que nacemos... Y las trans rompemos esas creencias. Por ello, la sociedad recurre a la biología en busca de un argumento de apoyo que nos sirva para entender que hay algo malo en este colectivo, nada más lejos de la realidad.
Hagas lo que hagas está mal, da igual que encajes o sobresalgas. El rechazo no atiende a la razón, sino al puño y, menos aún, el miedo a lo diferente. La sociedad nos ha intentado moldear asumiendo que teníamos un problema que debía ser tratado, y no hay nada peor que decirle a un niño desde los cinco años que tiene que someterse a una serie de cirugías porque es un bicho raro.
Actualmente, las feministas que pretenden abolir el género, romper con la existencia de los géneros, nos culpan a las personas trans de intentar perpetuar el género, cuando precisamente son ellas las que nos han obligado a encajar en uno, ya que nosotros llevamos rompiendo el binarismo de género cisnormativo establecido desde que existen las personas trans, es decir, desde que existe la humanidad.
Cuando asistí al 8M, iba con una pancarta que ponía “El Feminismo será trans-inclusivo o no será”. Debo admitir que iba con algo de miedo, ya que soportar el rechazo por parte de los hombres (asumir que aquel que te atrae te rechaza, te hace daño, te discrimina, o se avergüenza de ti -¿debido a su frágil masculinidad?- es algo a lo que estoy acostumbrada) lo he vivido y lo viviré hasta que me muera, pero sentir el propio rechazo de las mujeres son palabras mayores. Y llega un punto en el que te cansas, te cansas de sentir inseguridad en un espacio y que de repente todo se vuelva gris, de sentir impotencia y resquemor de que en todos los espacios siempre haya alguien que te rechace, de no poder bajar la guardia, y confiar, y que te acaben rechazando los rechazados y oprimiendo los oprimidos. Es una sensación de agotamiento y evitación mezclada con rabia, que vives cada día, pero solo te queda seguir luchando y sacar positivismo, pensando en todo lo bueno que tienes y lo que puedes cambiar. “Eso es, todo sucede por algo, y he venido a cambiar el mundo, aunque sea un poco”, me digo a mí misma cuando siento que nadie me entiende.
He sido conocedora de que las TERFs asistieron a la manifestación feminista de forma violenta y generando conflictos en el inicio de la marcha. Sin embargo, yo estuve en el bloque mixto, aquel en el que pueden estar hombres y mujeres diversos, y solo puedo decir que me sentí arropada por mis compañeras. Miles de pancartas a modo de sororidad con las personas trans iluminaban Madrid al caer la noche: “Yo te apoyo, hermana” o “Hermanas trans, gracias, sin vosotras no habría feminismo”. Me resultó de lo más bonito, ya que, ¿quién se iba a preocupar por un grupo de personas insignificante? Ellas. Todas con pasados diferentes, intentando labrarnos un mismo futuro, y haciendo que, cada día, este mundo sea menos de hombres y más de todos. Por último, citar una frase, “no existe nada imposible para una mujer, solo le toma tiempo conseguirlo”, y yo soy una mujer, una mujer trans.
Gracias a El Salto Extremadura y a Fundación Triángulo de Extremadura por darme voz.
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