Imagen: Tercera Información / izquierda Unido en un 8M de Madrid |
Pilar Aguilar Carrasco · Analista y crítica de cine | Público, 2020-03-22
https://blogs.publico.es/otrasmiradas/30585/feminismo-y-partidos-politicos/
El movimiento feminista siempre ha buscado alianzas, apoyos y colaboración con partidos políticos y asociaciones progresistas y de izquierdas. Pero esas relaciones también siempre han sido tensas y conflictivas, como ilustra, por ejemplo, el debate sobre el voto femenino en 1930.
No puedo pararme a analizar aquel episodio porque quiero centrarme en la actualidad, pero sí evocaré someramente uno ocurrido en los últimos años del franquismo.
Durante el primer lustro de los 70, grupos de mujeres, afiliadas o no a partidos políticos (aún ilegales) empezaron a organizarse en torno a sus reivindicaciones específicas.
El 6, 7 y 8 de diciembre de 1975 se convocaron en Madrid las Primeras jornadas estatales de asociaciones de mujeres. Tema: "La liberación de la Mujer".
El encuentro -ilegal, por supuesto- congregó a unas quinientas mujeres procedentes de Madrid, Barcelona, Sevilla, Málaga, Valencia, Alicante, Valladolid, etc. Está claro que, hablando en puridad, tal número de personas no puede reunirse en clandestinidad. Obligatoriamente las autoridades franquistas estaban al tanto, pero, después de más de una docena de años de durísima lucha antifascista que, pese a la represión, fue en crescendo, el Régimen ya no era capaz de controlar los movimientos y las dinámicas promovidas por las fuerzas democráticas y progresistas. Ya no tenía suficientes agentes, ni guardias civiles, ni brigadas político-sociales, ni jueces, ni cárceles. Lo subrayo para evidenciar, una vez más, que no nos regalaron la democracia, sino que la pelamos ruda y fuertemente. El franquismo inició la transición porque no les quedaba más alternativa que esa o la de lanzar otra vez al ejército, como en el 36.
Hecho este inciso, vuelvo a tema.
¿De dónde provenían las mujeres que acudieron a aquella convocatoria? Algunas, de asociaciones creadas por los partidos de izquierdas: MDM (PCE) y ADM (PTE), por ejemplo, otras, de grupos feministas sin adscripción política.
Entre las primeras y las segundas -y desde el primer hasta el último momento de las jornadas- se produjeron encontronazos en torno a prioridades de la agenda, enfoque de los problemas, propuestas para avanzar, etc., etc.
Tres momentos álgidos escenificaron ese desencuentro:
1. Las posiciones en torno a algunas ponencias como «Mujer y Familia» y «Mujer y Barrios». Las unas insistían en discutir sobre sexualidad, anticonceptivos, aborto, divorcio... Las otras acusaban a las primeras de burguesas y querían centrarse en carestía de la vida, falta de equipamientos sociales, etc. Es más, estas últimas ni siquiera admitían el término ‘feminismo’.
2. El dictador murió dos semanas antes de estas jornadas (convocadas con mucha antelación). Y hete aquí que las fuerzas democráticas llamaron a manifestarse para pedir la amnistía en fechas que coincidían con el encuentro. Las asociaciones de mujeres dependientes de los partidos propusieron interrumpir los debates para sumarse a esas movilizaciones. Las no afiliadas a partidos se opinían alegando que la fecha de las jornadas había sido fijada con anterioridad, que organizarlas había supuesto un gran esfuerzo, que era fundamental discutir nuestras propias problemáticas... exigían, pues, que se cumpliera el programa y la agenda previstas.
No puedo pararme a analizar aquel episodio porque quiero centrarme en la actualidad, pero sí evocaré someramente uno ocurrido en los últimos años del franquismo.
Durante el primer lustro de los 70, grupos de mujeres, afiliadas o no a partidos políticos (aún ilegales) empezaron a organizarse en torno a sus reivindicaciones específicas.
El 6, 7 y 8 de diciembre de 1975 se convocaron en Madrid las Primeras jornadas estatales de asociaciones de mujeres. Tema: "La liberación de la Mujer".
El encuentro -ilegal, por supuesto- congregó a unas quinientas mujeres procedentes de Madrid, Barcelona, Sevilla, Málaga, Valencia, Alicante, Valladolid, etc. Está claro que, hablando en puridad, tal número de personas no puede reunirse en clandestinidad. Obligatoriamente las autoridades franquistas estaban al tanto, pero, después de más de una docena de años de durísima lucha antifascista que, pese a la represión, fue en crescendo, el Régimen ya no era capaz de controlar los movimientos y las dinámicas promovidas por las fuerzas democráticas y progresistas. Ya no tenía suficientes agentes, ni guardias civiles, ni brigadas político-sociales, ni jueces, ni cárceles. Lo subrayo para evidenciar, una vez más, que no nos regalaron la democracia, sino que la pelamos ruda y fuertemente. El franquismo inició la transición porque no les quedaba más alternativa que esa o la de lanzar otra vez al ejército, como en el 36.
Hecho este inciso, vuelvo a tema.
¿De dónde provenían las mujeres que acudieron a aquella convocatoria? Algunas, de asociaciones creadas por los partidos de izquierdas: MDM (PCE) y ADM (PTE), por ejemplo, otras, de grupos feministas sin adscripción política.
Entre las primeras y las segundas -y desde el primer hasta el último momento de las jornadas- se produjeron encontronazos en torno a prioridades de la agenda, enfoque de los problemas, propuestas para avanzar, etc., etc.
Tres momentos álgidos escenificaron ese desencuentro:
1. Las posiciones en torno a algunas ponencias como «Mujer y Familia» y «Mujer y Barrios». Las unas insistían en discutir sobre sexualidad, anticonceptivos, aborto, divorcio... Las otras acusaban a las primeras de burguesas y querían centrarse en carestía de la vida, falta de equipamientos sociales, etc. Es más, estas últimas ni siquiera admitían el término ‘feminismo’.
2. El dictador murió dos semanas antes de estas jornadas (convocadas con mucha antelación). Y hete aquí que las fuerzas democráticas llamaron a manifestarse para pedir la amnistía en fechas que coincidían con el encuentro. Las asociaciones de mujeres dependientes de los partidos propusieron interrumpir los debates para sumarse a esas movilizaciones. Las no afiliadas a partidos se opinían alegando que la fecha de las jornadas había sido fijada con anterioridad, que organizarlas había supuesto un gran esfuerzo, que era fundamental discutir nuestras propias problemáticas... exigían, pues, que se cumpliera el programa y la agenda previstas.
Un tercer grupo proponía que, caso de ir a la manifestación, habría que hacerlo con la petición de amnistía específica para "los actos considerados delictivos por una legislación que discrimina a la mujer, como adulterio, aborto, anticonceptivos, prostitución, homosexualidad, etc.". Pero esta propuesta, que tan razonable y moderada nos parece hoy, quedaba a años luz de la reclamada por los partidos, solo interesados por delitos "políticos" (y los partidos no consideraban, ni por asomo, que lo personal fuera político).
3. A la hora de crear comisiones para preparar el siguiente encuentro, los choques alcanzaron el paroxismo: unas decían que las discriminaciones que sufrían las mujeres sólo se resolverían en democracia y que, por lo tanto, la prioridad era acabar con el Régimen. Tal objetivo debía, pues, condicionar, articular y centrar la lucha de las mujeres. Otras denunciaban el profundo machismo que anidaba en los partidos y sostenían que las mujeres constituían una clase social, la más explotada, y, en consecuencia, debían crear su propio partido y militar solo en él.
Una tercera vía –llamada línea de Barcelona- aunaba las dos tendencias y sostenía que, en efecto, las mujeres no podrían liberarse sin que se produjera un cambio de estructuras políticas, sociales y económicas (aún soñábamos con derribar el capitalismo), pero que tales cambios, por sí solos, no conllevarían nuestra liberación. Contar con un fuerte movimiento feminista autónomo e independiente era imprescindible y única garantía de que las fuerzas de izquierda incorporaran las reivindicaciones específicas de las mujeres a la lucha común.
Acabadas aquellas turbulentas jornadas, los desencuentros (englobados bajo el apelativo de "la doble militancia") perduraron y originaron múltiples debates, a veces, muy enconados.
Con el tiempo, se fueron apaciguando, pero, porque como bien sabemos, en el transcurso de los años 80, los partidos políticos que habían luchado contra la dictadura se debilitaron (como le ocurrió al PCE) o desaparecieron (como el PTE). Y todos los movimientos sociales perdieron empuje.
En el feminismo solo quedaron aquellas mujeres (pertenecieran a un partido político o no, que más bien no) que lo consideraban eje esencial de su modo de estar en el mundo, de analizar la realidad y de querer transformarla.
Aclaro que yo no acudí a aquellas históricas jornadas. Para empezar, porque estaba en el exilio del que solo pude volver con la amnistía del 76. Pero, si hubiese estado en España, probablemente tampoco hubiera asistido porque mis energías se centraban en la militancia política (marxista-leninista-maoísta, nada menos). Es decir, que yo, como muchas otras, pese a soportar cotidianamente el machismo (también dentro de mi partido) no tenía un análisis coherente sobre ello.
Creo, sin embargo, que aquella militancia me lleva, por una parte, a no sentir hostilidad alguna hacia las feministas afiliadas a partidos y, por otra, a comprender algunos mecanismos psicológicos que acompañan esa condición: una cierta ofuscación, una perpetua pugna competitiva, una resistencia a la crítica hacia la propia organización, un hipercriticismo respecto a otras y, por supuesto, una tendencia al oportunismo.
Cabe preguntarse sobre cómo se manifiestan hoy los conflictos y alianzas entre movimiento feminista y partidos políticos ya que seguimos necesitándonos mutuamente.
En efecto, dado que las feministas no contemplan la posibilidad de convertir el movimiento en organización y dado que poquísimas militan en algún partido feminista, precisamos de los partidos para que nuestras reivindicaciones lleguen al Parlamento y se plasmen en leyes. Los necesitamos como logística de apoyo y como creadores de estructuras a todos los niveles, por ejemplo, el municipal.
Los partidos, por su parte, también necesitan ganarse al movimiento feminista. Y más ahora, cuando este muestra su capacidad movilizadora.
Pero, aunque las organizaciones de izquierdas -debido a su pensamiento progresista, teñido en mayor o menor grado de igualitarismo- son muchísimo más proclives a escuchar las reivindicaciones de las mujeres, también rebosan de ideología patriarcal, vienen de una tradición misógina y sus dirigentes son varones (ser hombre no imposibilita apoyar las reivindicaciones de las mujeres, pero dificulta comprenderlas y asumirlas).
Y ahí andan, bailando en la cuerda floja del cinismo. Sin oponerse ni rechazar las propuestas y demandas del feminismo, pero sin considerarlas esenciales ni priorizarlas decididamente.
Así, por ejemplo, resulta pasmosa su complacencia ante la prostitución. Unidas Podemos se justifica diciendo que no sabe lo que quiere el movimiento feminista... Tal argumento, si no resultara siniestro, daría risa. Si lo aplicara a otros asuntos, Unidas Podemos carecería de programa ¿sabe acaso qué quiere la población ante el independentismo catalán, la emigración, la renta básica, etc., etc.?
La posición del PSOE es más astuta, pero me atrevería a asegurar que igualmente desvergonzada: dicen condenar la prostitución, pero no están dispuestos ni siquiera a elaborar una ley eficaz contra la trata. Pasmoso ¿verdad?
Porque, incluso sin hacer un estudio sociológico detallado, solo con echar una somera ojeada a polígonos, parques, puticlubs y rotondas, es fácil deducir que esas personas son carne de cañón. Si un tráfico semejante de seres humanos no se hiciera con mujeres, los tendría puestos en pie. No soportarían unas prácticas de sometimiento y humillación similares si se aplicaran a otro colectivo.
En fin, no es posible desgranar aquí todas las incongruencias, medias verdades o cobardías que las organizaciones de izquierdas practican con el feminismo. Y eso, a pesar de que muchas –o bastantes- de sus afiliadas son feministas.
Pero hoy, el feminismo, entre otras dificultades, también se encuentra con una pugna entre partidos que puede resumirse en: "Y el vuestro más". Nos preocupa porque frena nuestro avance.
Por eso, las feministas sin partido hemos de interpelar a las que sí lo tienen, sin hostilidad, pero con contundencia. Pedirles que, en vez de concentrar energías en denostar a los otros, se esfuercen por exigirle al suyo. Que promuevan alianzas feministas intrapartido e incluso alianzas entre feministas de diversos partidos para obligarlos a posicionarse en algunos aspectos básicos en los que todas las feministas podemos estar de acuerdo, tales como: Ministerio exclusivo para las mujeres (y no, ello no obliga a desproteger a ningún colectivo), suficientemente dotado de fondos, personal y poder. Batería de leyes de primera necesidad: remodelación de la ley de violencia, decretos que concreten la de Igualdad, reformas laborales que combatan la doble explotación de las mujeres, medidas de protección para colectivos especialmente fragilizados (mujeres con discapacidad, cuidadoras, desahuciadas, emigrantes, madres...), ley abolicionista, etc.
Hay un inmenso campo para el entendimiento y el trabajo común...
3. A la hora de crear comisiones para preparar el siguiente encuentro, los choques alcanzaron el paroxismo: unas decían que las discriminaciones que sufrían las mujeres sólo se resolverían en democracia y que, por lo tanto, la prioridad era acabar con el Régimen. Tal objetivo debía, pues, condicionar, articular y centrar la lucha de las mujeres. Otras denunciaban el profundo machismo que anidaba en los partidos y sostenían que las mujeres constituían una clase social, la más explotada, y, en consecuencia, debían crear su propio partido y militar solo en él.
Una tercera vía –llamada línea de Barcelona- aunaba las dos tendencias y sostenía que, en efecto, las mujeres no podrían liberarse sin que se produjera un cambio de estructuras políticas, sociales y económicas (aún soñábamos con derribar el capitalismo), pero que tales cambios, por sí solos, no conllevarían nuestra liberación. Contar con un fuerte movimiento feminista autónomo e independiente era imprescindible y única garantía de que las fuerzas de izquierda incorporaran las reivindicaciones específicas de las mujeres a la lucha común.
Acabadas aquellas turbulentas jornadas, los desencuentros (englobados bajo el apelativo de "la doble militancia") perduraron y originaron múltiples debates, a veces, muy enconados.
Con el tiempo, se fueron apaciguando, pero, porque como bien sabemos, en el transcurso de los años 80, los partidos políticos que habían luchado contra la dictadura se debilitaron (como le ocurrió al PCE) o desaparecieron (como el PTE). Y todos los movimientos sociales perdieron empuje.
En el feminismo solo quedaron aquellas mujeres (pertenecieran a un partido político o no, que más bien no) que lo consideraban eje esencial de su modo de estar en el mundo, de analizar la realidad y de querer transformarla.
Aclaro que yo no acudí a aquellas históricas jornadas. Para empezar, porque estaba en el exilio del que solo pude volver con la amnistía del 76. Pero, si hubiese estado en España, probablemente tampoco hubiera asistido porque mis energías se centraban en la militancia política (marxista-leninista-maoísta, nada menos). Es decir, que yo, como muchas otras, pese a soportar cotidianamente el machismo (también dentro de mi partido) no tenía un análisis coherente sobre ello.
Creo, sin embargo, que aquella militancia me lleva, por una parte, a no sentir hostilidad alguna hacia las feministas afiliadas a partidos y, por otra, a comprender algunos mecanismos psicológicos que acompañan esa condición: una cierta ofuscación, una perpetua pugna competitiva, una resistencia a la crítica hacia la propia organización, un hipercriticismo respecto a otras y, por supuesto, una tendencia al oportunismo.
Cabe preguntarse sobre cómo se manifiestan hoy los conflictos y alianzas entre movimiento feminista y partidos políticos ya que seguimos necesitándonos mutuamente.
En efecto, dado que las feministas no contemplan la posibilidad de convertir el movimiento en organización y dado que poquísimas militan en algún partido feminista, precisamos de los partidos para que nuestras reivindicaciones lleguen al Parlamento y se plasmen en leyes. Los necesitamos como logística de apoyo y como creadores de estructuras a todos los niveles, por ejemplo, el municipal.
Los partidos, por su parte, también necesitan ganarse al movimiento feminista. Y más ahora, cuando este muestra su capacidad movilizadora.
Pero, aunque las organizaciones de izquierdas -debido a su pensamiento progresista, teñido en mayor o menor grado de igualitarismo- son muchísimo más proclives a escuchar las reivindicaciones de las mujeres, también rebosan de ideología patriarcal, vienen de una tradición misógina y sus dirigentes son varones (ser hombre no imposibilita apoyar las reivindicaciones de las mujeres, pero dificulta comprenderlas y asumirlas).
Y ahí andan, bailando en la cuerda floja del cinismo. Sin oponerse ni rechazar las propuestas y demandas del feminismo, pero sin considerarlas esenciales ni priorizarlas decididamente.
Así, por ejemplo, resulta pasmosa su complacencia ante la prostitución. Unidas Podemos se justifica diciendo que no sabe lo que quiere el movimiento feminista... Tal argumento, si no resultara siniestro, daría risa. Si lo aplicara a otros asuntos, Unidas Podemos carecería de programa ¿sabe acaso qué quiere la población ante el independentismo catalán, la emigración, la renta básica, etc., etc.?
La posición del PSOE es más astuta, pero me atrevería a asegurar que igualmente desvergonzada: dicen condenar la prostitución, pero no están dispuestos ni siquiera a elaborar una ley eficaz contra la trata. Pasmoso ¿verdad?
Porque, incluso sin hacer un estudio sociológico detallado, solo con echar una somera ojeada a polígonos, parques, puticlubs y rotondas, es fácil deducir que esas personas son carne de cañón. Si un tráfico semejante de seres humanos no se hiciera con mujeres, los tendría puestos en pie. No soportarían unas prácticas de sometimiento y humillación similares si se aplicaran a otro colectivo.
En fin, no es posible desgranar aquí todas las incongruencias, medias verdades o cobardías que las organizaciones de izquierdas practican con el feminismo. Y eso, a pesar de que muchas –o bastantes- de sus afiliadas son feministas.
Pero hoy, el feminismo, entre otras dificultades, también se encuentra con una pugna entre partidos que puede resumirse en: "Y el vuestro más". Nos preocupa porque frena nuestro avance.
Por eso, las feministas sin partido hemos de interpelar a las que sí lo tienen, sin hostilidad, pero con contundencia. Pedirles que, en vez de concentrar energías en denostar a los otros, se esfuercen por exigirle al suyo. Que promuevan alianzas feministas intrapartido e incluso alianzas entre feministas de diversos partidos para obligarlos a posicionarse en algunos aspectos básicos en los que todas las feministas podemos estar de acuerdo, tales como: Ministerio exclusivo para las mujeres (y no, ello no obliga a desproteger a ningún colectivo), suficientemente dotado de fondos, personal y poder. Batería de leyes de primera necesidad: remodelación de la ley de violencia, decretos que concreten la de Igualdad, reformas laborales que combatan la doble explotación de las mujeres, medidas de protección para colectivos especialmente fragilizados (mujeres con discapacidad, cuidadoras, desahuciadas, emigrantes, madres...), ley abolicionista, etc.
Hay un inmenso campo para el entendimiento y el trabajo común...
Y, por supuesto, las feministas con y sin "doble militancia", necesitamos apertura mental para continuar polemizando entre nosotras, porque sí, hay asuntos en los que seguimos sin estar de acuerdo. No se trata de negarlo, si no de afrontarlo y debatirlo.
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