Imagen: El Confidencial / Reunión económica de la Eurozona |
España está afrontando momentos muy difíciles, también en lo económico. Y estos sí tienen un camino sencillo de salida. Razones morales y pragmáticas aconsejan tomarlo.
Esteban Hernández | El Confidencial, 2020-03-27
https://blogs.elconfidencial.com/espana/postpolitica/2020-03-27/trabajadores-pymes-autonomos-coronavirus-pandemia_2518751/
Ha habido una reacción tardía en general frente al virus, por razones diferentes según los países, pero en muchos casos por simples prejuicios. Cuando supimos lo que estaba ocurriendo en Wuhan, pensamos que era un asunto chino, cosa de gente que come animales vivos en mercados clandestinos, y estábamos más pendientes de la mano dura de la dictadura asiática que del problema en sí. Cuando estalló en Italia, se decía que la sociedad transalpina era caótica, poco adecuada culturalmente para los confinamientos, y que en el fondo algo de responsabilidad tenían. Después nos tocó a nosotros y, como de costumbre, empezamos a culparnos unos a otros. Pero fuera recogimos la misma mirada de desdén que los italianos, al fin y al cabo, éramos un país del sur de Europa, y ya conocemos los estereotipos que circulan al respecto.
Este aire de superioridad también puede explicar por qué los países anglosajones, así como los del norte de Europa, los de la nueva liga hanseática, están tardando tanto en reaccionar. La información que tenían sobre el virus y sus efectos era mayor que la nuestra, aunque solo fuera por el tiempo transcurrido y por la experiencia acumulada. Aquí había llegado antes, pero si se había expandido desde Wuhan hasta Madrid, cómo no iba a hacerlo hasta Berlín, Róterdam o Londres.
A todos nos sorprendió el desprecio con que tomaron la amenaza, las recomendaciones para que siguiera todo igual, las apelaciones a salir a la calle a tomar el sol. Y nos enervaron mucho afirmaciones como la de Johnson cuando aseguró que “muchas familias van a perder a sus seres queridos antes de tiempo”, o la del vicegobernador de Texas cuando dijo que los abuelos deberían sacrificarse para salvar la economía, algo que percibimos como una obscena invocación a poner el dinero por delante de las vidas humanas.
El precio inevitable de la salud
La política de 'id a los pubs e infectaos' de Reino Unido, la misma que siguieron EEUU y Países Bajos, entre otros, y en la que han dado marcha atrás, tenía una lógica que algunos expertos respaldaban bajo el lema 'inmunidad colectiva'. En esencia, consistía en lo siguiente: el virus circulará y cada cuerpo combatirá contra él, irá creando defensas, asimilándolo y venciéndolo con sus propios recursos. En esa batalla individual, habrá quienes sufran o mueran, en general personas mayores o con patologías previas, o aquellas que no se encuentren en buen estado de salud, pero será el precio inevitable de refuerzo de la comunidad. Puede parecer extraña, pero la hemos oído muchas veces antes aplicada a otros campos, y en especial aplicada a las crisis económicas. Cuando las cosas se tuercen, suelen desaparecer los oficios, la mano de obra y las empresas que están en peor situación, aquellas que aportan menos valor a la economía, y por lo tanto, las recesiones tienen mucho de terapéutico, ya que reorganizan la vida material y la resitúan en los sectores con más posibilidades. Hay bajas, pero es el precio que debe pagarse para tener un mercado sano y estable.
En definitiva, que no solo se trataba de priorizar la economía sobre la salud, sino que la forma de abordar ambas cosas era la misma. El pensamiento economicista ha ido impregnando muchas esferas de la vida experta, pero que alcance también a lo sanitario en mitad de una pandemia excede lo desagradable.
El caso Louis Vuitton
Ahora empiezan a ser conscientes del enorme error que supone y ordenan confinamientos. Sin embargo, con lo económico no ocurre lo mismo. Y tampoco es sorprendente, porque esta visión tiene dos caras, la que afecta a los débiles y la referida a los fuertes. Un ejemplo vendrá muy bien para entender cómo funcionan las cosas.
Moët Hennessy Louis Vuitton (LVMH), una de las mayores y más rentables empresas mundiales, especializada en el sector del lujo, emitió bonos corporativos para financiar la compra de una firma estadounidense, la joyería Tiffany. La adquisición ascendía a 14.700 millones de euros, y los beneficios de años anteriores de la firma de Bernard Arnault le permitían adquirirla sin problema. Aun así, decidió pedir prestado, algo que suele resultar rentable a las grandes firmas, como bien sabe Apple. La emisión superó las expectativas iniciales y recogió 7.500 millones de euros y 1.550 millones de libras, algunos de cuyos tramos fueron con interés negativo, de forma que los inversores estaban pagando a LVMH por custodiar su dinero. Este éxito no sería del todo explicable sin la política del BCE y su programa de compras corporativo, dotado con 189.000 millones de euros, con el que suele adquirir el 20% de las emisiones de las grandes empresas con el objetivo de reducir sus costes de financiación.
Vamos a traducirlo al castellano: el BCE ayudó a que la empresa de uno de los hombres más ricos del mundo, que ha obtenido enormes ganancias en los últimos años, adquiriese otra compañía, y que lo hiciera pidiendo dinero prestado y ganando réditos con ello. Ese mismo BCE que se ha negado repetidamente a empujar la economía en una dirección que favoreciese al conjunto de los ciudadanos europeos.
La cultura protestante
Es decir, que tenemos una visión económica, aplicada por los países anglosajones y por la liga hanseática, que al mismo tiempo que presiona a los débiles, consolida a los fuertes. Si juntamos los dos extremos, el aspecto darwinista de la selección natural y el de refuerzo a quienes ya son millonarios, podríamos decir que el virus de la ortodoxia económica se parece mucho a lo que el sociólogo Robert K. Merton denominó ‘efecto Mateo’, en alusión al Evangelio según San Mateo: “Al que tiene se le dará y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, incluso lo que tiene se le quitará”.
Es normal que esta visión económica haya sido impulsada por los países anglosajones y por los de nueva liga hanseática, Estados de cultura protestante. Han vivido inmersos en una mentalidad según la cual el éxito material era la señal de estar predestinado al paraíso, la marca de los elegidos de Dios. Esa alianza entre pensamiento religioso y orden económico, que describió Max Weber de forma expresa, tiene hoy una continuación extraña (recomendable la conexión cultural que estableció Barbara Ehrenreich en ‘Sonríe o muere’), en la que el premio extra no llega en la otra vida sino en esta, a través de un mercado que ofrece esa recompensa adicional que antes se posponía a nuestro encuentro con el Señor. No en vano, Lloyd Blankfein, cuando era CEO de Goldman Sachs, afirmaba que su trabajo era "hacer el papel de Dios". La 'providencia' ejecuta la justicia premiando a quien está en buena forma y castigando a quien se halla en una situación débil, ya sea gracias a los virus, como diría Johnson, o a las crisis, según los economistas ortodoxos.
España, en el lado peor
Esta reformulación laica y financiera de viejas posturas religiosas funciona en el terreno individual, en el colectivo y, por supuesto, en el territorial: los países más poderosos son también aquellos que van a salir reforzados de la crisis porque tienen mucho más músculo, las pymes danesas serán más sólidas que las españolas, las grandes empresas estadounidenses en dificultades recibirán lo que necesiten, en Alemania no habrá problema con los alquileres, los trabajadores del norte tendrán mejores condiciones que los del sur y así sucesivamente.
A nosotros nos tocará el lado peor. En el mejor de los escenarios, ese que subraya que después de la pandemia la economía se recuperará en forma de V, habrá muchas personas que no cobren sus salarios o que no los cobren íntegros, los autónomos perderán su fuente de ingresos, muchas pymes se verán en dificultades o deberán cerrar. Todos tendremos menos dinero, y pedir prestado para subsistir o para mantener el negocio abierto será común. Ni siquiera las cotizadas estarán a salvo a pesar de la ayuda del Estado, ya que muchas de ellas serán presa fácil cuando la pandemia haya pasado, y España estará a merced del mercado de deuda si no hay un decidido respaldo por parte del BCE y de la UE.
Lo moral y lo pragmático
Debería ser diferente. Tendríamos que contar con ayuda. De fondo hay una cuestión moral, y no es casual que la gran mayoría de los países que han solicitado la puesta en marcha de los coronabonos sean de cultura católica, que tiene mucho más en cuenta lo colectivo, y los que se oponen, principalmente Alemania y Holanda, tengan raíces protestantes, a partir de las cuales ha crecido este capitalismo de la selección natural. Pero también hay algo que suele ignorarse y que el coronavirus ha puesto de manifiesto: es una cuestión enormemente pragmática.
La pandemia les ha hecho recular en lo sanitario, han tenido que olvidarse de sus fantasías de la inmunidad, y han tenido que declarar el confinamiento porque esta tarea es colectiva: aquí no hay salvación a través de acciones puramente personales. Entendieron a regañadientes que los virus, librados a su suerte, se van comiendo todo; primero a los más débiles, luego a otra parte de la sociedad y después a la gran mayoría. Con la economía pasa igual, y la nuestra funciona como un virus que ha ido empobreciendo a distintas clases sociales y a distintos países, pero no parará ahí, porque para esto no hay fronteras. Es hora de que Occidente reaccione, y en especial Europa, que deje de actuar como Johnson en la pandemia y piense en el bien común. Es la única manera de solucionar esto. Y sí, hay una cuestión moral de fondo: el mundo no puede estar gobernado por el integrismo económico heredero del calvinismo.
Este aire de superioridad también puede explicar por qué los países anglosajones, así como los del norte de Europa, los de la nueva liga hanseática, están tardando tanto en reaccionar. La información que tenían sobre el virus y sus efectos era mayor que la nuestra, aunque solo fuera por el tiempo transcurrido y por la experiencia acumulada. Aquí había llegado antes, pero si se había expandido desde Wuhan hasta Madrid, cómo no iba a hacerlo hasta Berlín, Róterdam o Londres.
A todos nos sorprendió el desprecio con que tomaron la amenaza, las recomendaciones para que siguiera todo igual, las apelaciones a salir a la calle a tomar el sol. Y nos enervaron mucho afirmaciones como la de Johnson cuando aseguró que “muchas familias van a perder a sus seres queridos antes de tiempo”, o la del vicegobernador de Texas cuando dijo que los abuelos deberían sacrificarse para salvar la economía, algo que percibimos como una obscena invocación a poner el dinero por delante de las vidas humanas.
El precio inevitable de la salud
La política de 'id a los pubs e infectaos' de Reino Unido, la misma que siguieron EEUU y Países Bajos, entre otros, y en la que han dado marcha atrás, tenía una lógica que algunos expertos respaldaban bajo el lema 'inmunidad colectiva'. En esencia, consistía en lo siguiente: el virus circulará y cada cuerpo combatirá contra él, irá creando defensas, asimilándolo y venciéndolo con sus propios recursos. En esa batalla individual, habrá quienes sufran o mueran, en general personas mayores o con patologías previas, o aquellas que no se encuentren en buen estado de salud, pero será el precio inevitable de refuerzo de la comunidad. Puede parecer extraña, pero la hemos oído muchas veces antes aplicada a otros campos, y en especial aplicada a las crisis económicas. Cuando las cosas se tuercen, suelen desaparecer los oficios, la mano de obra y las empresas que están en peor situación, aquellas que aportan menos valor a la economía, y por lo tanto, las recesiones tienen mucho de terapéutico, ya que reorganizan la vida material y la resitúan en los sectores con más posibilidades. Hay bajas, pero es el precio que debe pagarse para tener un mercado sano y estable.
En definitiva, que no solo se trataba de priorizar la economía sobre la salud, sino que la forma de abordar ambas cosas era la misma. El pensamiento economicista ha ido impregnando muchas esferas de la vida experta, pero que alcance también a lo sanitario en mitad de una pandemia excede lo desagradable.
El caso Louis Vuitton
Ahora empiezan a ser conscientes del enorme error que supone y ordenan confinamientos. Sin embargo, con lo económico no ocurre lo mismo. Y tampoco es sorprendente, porque esta visión tiene dos caras, la que afecta a los débiles y la referida a los fuertes. Un ejemplo vendrá muy bien para entender cómo funcionan las cosas.
Moët Hennessy Louis Vuitton (LVMH), una de las mayores y más rentables empresas mundiales, especializada en el sector del lujo, emitió bonos corporativos para financiar la compra de una firma estadounidense, la joyería Tiffany. La adquisición ascendía a 14.700 millones de euros, y los beneficios de años anteriores de la firma de Bernard Arnault le permitían adquirirla sin problema. Aun así, decidió pedir prestado, algo que suele resultar rentable a las grandes firmas, como bien sabe Apple. La emisión superó las expectativas iniciales y recogió 7.500 millones de euros y 1.550 millones de libras, algunos de cuyos tramos fueron con interés negativo, de forma que los inversores estaban pagando a LVMH por custodiar su dinero. Este éxito no sería del todo explicable sin la política del BCE y su programa de compras corporativo, dotado con 189.000 millones de euros, con el que suele adquirir el 20% de las emisiones de las grandes empresas con el objetivo de reducir sus costes de financiación.
Vamos a traducirlo al castellano: el BCE ayudó a que la empresa de uno de los hombres más ricos del mundo, que ha obtenido enormes ganancias en los últimos años, adquiriese otra compañía, y que lo hiciera pidiendo dinero prestado y ganando réditos con ello. Ese mismo BCE que se ha negado repetidamente a empujar la economía en una dirección que favoreciese al conjunto de los ciudadanos europeos.
La cultura protestante
Es decir, que tenemos una visión económica, aplicada por los países anglosajones y por la liga hanseática, que al mismo tiempo que presiona a los débiles, consolida a los fuertes. Si juntamos los dos extremos, el aspecto darwinista de la selección natural y el de refuerzo a quienes ya son millonarios, podríamos decir que el virus de la ortodoxia económica se parece mucho a lo que el sociólogo Robert K. Merton denominó ‘efecto Mateo’, en alusión al Evangelio según San Mateo: “Al que tiene se le dará y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, incluso lo que tiene se le quitará”.
Es normal que esta visión económica haya sido impulsada por los países anglosajones y por los de nueva liga hanseática, Estados de cultura protestante. Han vivido inmersos en una mentalidad según la cual el éxito material era la señal de estar predestinado al paraíso, la marca de los elegidos de Dios. Esa alianza entre pensamiento religioso y orden económico, que describió Max Weber de forma expresa, tiene hoy una continuación extraña (recomendable la conexión cultural que estableció Barbara Ehrenreich en ‘Sonríe o muere’), en la que el premio extra no llega en la otra vida sino en esta, a través de un mercado que ofrece esa recompensa adicional que antes se posponía a nuestro encuentro con el Señor. No en vano, Lloyd Blankfein, cuando era CEO de Goldman Sachs, afirmaba que su trabajo era "hacer el papel de Dios". La 'providencia' ejecuta la justicia premiando a quien está en buena forma y castigando a quien se halla en una situación débil, ya sea gracias a los virus, como diría Johnson, o a las crisis, según los economistas ortodoxos.
España, en el lado peor
Esta reformulación laica y financiera de viejas posturas religiosas funciona en el terreno individual, en el colectivo y, por supuesto, en el territorial: los países más poderosos son también aquellos que van a salir reforzados de la crisis porque tienen mucho más músculo, las pymes danesas serán más sólidas que las españolas, las grandes empresas estadounidenses en dificultades recibirán lo que necesiten, en Alemania no habrá problema con los alquileres, los trabajadores del norte tendrán mejores condiciones que los del sur y así sucesivamente.
A nosotros nos tocará el lado peor. En el mejor de los escenarios, ese que subraya que después de la pandemia la economía se recuperará en forma de V, habrá muchas personas que no cobren sus salarios o que no los cobren íntegros, los autónomos perderán su fuente de ingresos, muchas pymes se verán en dificultades o deberán cerrar. Todos tendremos menos dinero, y pedir prestado para subsistir o para mantener el negocio abierto será común. Ni siquiera las cotizadas estarán a salvo a pesar de la ayuda del Estado, ya que muchas de ellas serán presa fácil cuando la pandemia haya pasado, y España estará a merced del mercado de deuda si no hay un decidido respaldo por parte del BCE y de la UE.
Lo moral y lo pragmático
Debería ser diferente. Tendríamos que contar con ayuda. De fondo hay una cuestión moral, y no es casual que la gran mayoría de los países que han solicitado la puesta en marcha de los coronabonos sean de cultura católica, que tiene mucho más en cuenta lo colectivo, y los que se oponen, principalmente Alemania y Holanda, tengan raíces protestantes, a partir de las cuales ha crecido este capitalismo de la selección natural. Pero también hay algo que suele ignorarse y que el coronavirus ha puesto de manifiesto: es una cuestión enormemente pragmática.
La pandemia les ha hecho recular en lo sanitario, han tenido que olvidarse de sus fantasías de la inmunidad, y han tenido que declarar el confinamiento porque esta tarea es colectiva: aquí no hay salvación a través de acciones puramente personales. Entendieron a regañadientes que los virus, librados a su suerte, se van comiendo todo; primero a los más débiles, luego a otra parte de la sociedad y después a la gran mayoría. Con la economía pasa igual, y la nuestra funciona como un virus que ha ido empobreciendo a distintas clases sociales y a distintos países, pero no parará ahí, porque para esto no hay fronteras. Es hora de que Occidente reaccione, y en especial Europa, que deje de actuar como Johnson en la pandemia y piense en el bien común. Es la única manera de solucionar esto. Y sí, hay una cuestión moral de fondo: el mundo no puede estar gobernado por el integrismo económico heredero del calvinismo.
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