Imagen: El Salto / Concentración contra la criminalización de menores migrantes |
En estos tiempos de excepción, es difícil escapar del imaginario dictatorial. No solo por el creciente protagonismo del ejército en las calles, sino porque hasta las ruedas de prensa acerca de un grave problema de salud pública las protagonizan señores llenos de medallas que nos arengan con sus soflamas cuartelarias y nos llaman a la guerra.
Eduardo Romero | El Salto, 2020-03-26
https://www.elsaltodiario.com/coronavirus/menores-bajo-tutela-y-criminalizacion-alarmas-acerca-del-estado-de-alarma
Recordaba un amigo nacido en los años cincuenta, militante clandestino durante el tardofranquismo, que, en aquellos tiempos, tu declaración en comisaría, reconociendo los hechos, ya estaba escrita incluso antes de que te capturaran. Recibías más o menos golpes y luego firmabas lo que te pusieran delante.
En estos tiempos de excepción, es difícil escapar del imaginario dictatorial. No sólo por el creciente protagonismo del ejército en las calles, sino porque hasta las ruedas de prensa acerca de un grave problema de salud pública las protagonizan —¿anomalía española?— señores llenos de medallas que nos arengan con sus soflamas cuartelarias y nos llaman a la guerra.
Nuestro presidente, por cierto, desgrana los datos de las personas fallecidas llamándolas compatriotas y apelando a nuestro patriotismo. Quizás esté pensando en conceder la residencia y la nacionalidad a todas las personas afectadas por el virus, entre ellas a las que cuidan, sin ser cuidadas, de las personas más dependientes; incluso, retroactivamente, nacionalizará a las muertas extracomunitarias y, de paso, abolirá la Ley de Extranjería.
Como tanta gente entre la que puede hacerlo —el privilegio de tener casa, tiempo y conexión a internet—, estos días soy lector compulsivo de noticias y datos. Esta semana he leído que en Melilla, en el Centro La Purísima, se hacinan cientos de menores en riesgo de contagio. Ellas y ellos, al menos por el momento, no son compatriotas. También he leído que hace unos días la policía detuvo a un menor que paseaba por Gijón desobedeciendo el confinamiento. Vivía en el Centro de Menores de Colloto —cerca de Oviedo—, y al parecer desde el centro se había cursado una denuncia porque el chico se habría escapado tras agredir a alguna de las educadoras.
Con este revoltijo de noticias en la mochila, y para contribuir a la crítica del discurso de la excepción, relacionándolo con otros asuntos más bien sombríos que ya asomaban antes del virus, se me ocurre un pequeño texto satírico basado en aquella anécdota del militante antifranquista.
Imagínense que las denuncias contra los menores “fugados” se escribieran, como hacía aquel comisario hace medio siglo, por adelantado. Aderezadas por el imaginario que tanto ha expandido Vox sobre los llamados —con saña— menas, ese preventivo relato de los hechos podría ser algo así como:
Espero no haber caído en demasiados lugares comunes. Cuando parodias un discurso, reproduciéndolo, siempre enfrentas el riesgo de que, por exceso, la sátira no funcione en absoluto.
Pero el problema es que esto no es una sátira.
El problema es que este texto no lo he escrito yo, ni tampoco Vox. Lo ha escrito la Sección de Centros de Menores de la Consejería de Servicios y Derechos Sociales asturiana, imagino que en coordinación con la Fiscalía de Menores. Acompaña al llamado “procedimiento de actuación ante las fugas de los y las menores que, en esta situación de alarma, exhiban comportamientos disruptivos”. Este procedimiento se ha hecho llegar a todos los centros y a todos los equipos educativos. En él se recuerda que la Entidad Pública debe proteger a los y las menores con la “diligencia de un buen padre de familia” (sic).
Parece lógico pensar que, en el contexto del estado de alarma decretado por el gobierno, la Fiscalía de Menores y la Administración asturiana, dada su misión de velar por la salud de los menores —y, de paso, contribuir a la del conjunto de la sociedad—, hayan querido establecer medidas especiales para garantizar que las y los jóvenes tutelados permanezcan en sus respectivos centros.
Hasta aquí, todo normal, si puede existir alguna normalidad en medio de una situación como ésta. Sin embargo, lo que resulta realmente disruptivo —mucho más que las hipotéticas conductas de los chavales y chavalas— es que el protocolo conmine y presione a las educadoras a recoger evidencias de un delito de desobediencia y/o de atentado por parte de los menores contra el personal educativo.
La intención de todo ello es proporcionar a la fiscalía argumentos para ingresar inmediatamente a los mayores de 14 años en el centro de reforma (cárcel de menores) de Sograndio y a los niños y niñas de entre 12 y 14 años en el centro de Miraflores en Noreña.
Lo que resulta realmente disruptivo es que, para agilizar, se le ofrezca al personal educativo un modelo de denuncia por anticipado; una denuncia, por cierto, que destila todo el imaginario racista y criminalizador que se ha ido construyendo contra los menores extranjeros.
No tengo ni idea de qué sucedió con el chaval al que detuvieron en Gijón. Desconozco cómo se marchó del Centro de Menores de Colloto.
Lo que sí puedo afirmar es que, como en tantas cosas estos días, vuelve el tufo a dictadura. O a democracia ecofascista, si prefieren.
En estos tiempos de excepción, es difícil escapar del imaginario dictatorial. No sólo por el creciente protagonismo del ejército en las calles, sino porque hasta las ruedas de prensa acerca de un grave problema de salud pública las protagonizan —¿anomalía española?— señores llenos de medallas que nos arengan con sus soflamas cuartelarias y nos llaman a la guerra.
Nuestro presidente, por cierto, desgrana los datos de las personas fallecidas llamándolas compatriotas y apelando a nuestro patriotismo. Quizás esté pensando en conceder la residencia y la nacionalidad a todas las personas afectadas por el virus, entre ellas a las que cuidan, sin ser cuidadas, de las personas más dependientes; incluso, retroactivamente, nacionalizará a las muertas extracomunitarias y, de paso, abolirá la Ley de Extranjería.
Como tanta gente entre la que puede hacerlo —el privilegio de tener casa, tiempo y conexión a internet—, estos días soy lector compulsivo de noticias y datos. Esta semana he leído que en Melilla, en el Centro La Purísima, se hacinan cientos de menores en riesgo de contagio. Ellas y ellos, al menos por el momento, no son compatriotas. También he leído que hace unos días la policía detuvo a un menor que paseaba por Gijón desobedeciendo el confinamiento. Vivía en el Centro de Menores de Colloto —cerca de Oviedo—, y al parecer desde el centro se había cursado una denuncia porque el chico se habría escapado tras agredir a alguna de las educadoras.
Con este revoltijo de noticias en la mochila, y para contribuir a la crítica del discurso de la excepción, relacionándolo con otros asuntos más bien sombríos que ya asomaban antes del virus, se me ocurre un pequeño texto satírico basado en aquella anécdota del militante antifranquista.
Imagínense que las denuncias contra los menores “fugados” se escribieran, como hacía aquel comisario hace medio siglo, por adelantado. Aderezadas por el imaginario que tanto ha expandido Vox sobre los llamados —con saña— menas, ese preventivo relato de los hechos podría ser algo así como:
COMISARIA DE POLICÍA DE….... PUESTO DE LA GUARDIA CIVIL DE…....
DENUNCIA QUE INTERPONE (nombre y apellidos), DNI......, como directora, director del Centro de Menores de…..... CONTRA el o la menor (nombre y apellidos del menor); tutelado en virtud de resolución de (fecha) de la Consejería de Derechos Sociales y Bienestar y alojado en este centro desde.......
Desde el primer momento en el centro se comenzó a trabajar con los menores la situación de alarma y la imposibilidad de salir por un problema de salud pública.
Desde el principio_____ comenzó a decir que no iba a aguantar, por lo que extremamos con él la vigilancia e intensificamos las explicaciones. No sirvió de mucho y así, el día X, se fugó por primera vez, pese a los intentos de convencerle, pese a que delante de él le decíamos que lo pensase. Llegamos incluso a cerrar la puerta y ponernos delante de él a lo que él nos llamaba “hijas de puta”, “quitaros de en medio”, “me estáis poniendo muy nervioso”...; amenazas que oían el resto de menores, con lo que supone de alteración en un momento tan complicado como es el encierro. Situación extraña que ya de por sí afecta a los niños y niñas más pequeños y a (descripción de casos que se tengan en el centro)
Cuando regresó al centro incumplió el aislamiento, en este periodo sus retos al personal educativo y las amenazas a sus compañeros se repitieron y se volvió a fugar junto con otros tres menores. Dándose las mismas situaciones, incluso peores, porque se burlaron, delante de todos los menores, de los intentos de las educadoras por contenerlos.
La situación para un joven de 1... años supone un riesgo real para el resto de niños y niñas con características..., alterando su salud emocional por estar expuestos a voces, a rotura de objetos y sobre todo su integridad física porque sus amenazas son constantes a menores y a personal.
Espero no haber caído en demasiados lugares comunes. Cuando parodias un discurso, reproduciéndolo, siempre enfrentas el riesgo de que, por exceso, la sátira no funcione en absoluto.
Pero el problema es que esto no es una sátira.
El problema es que este texto no lo he escrito yo, ni tampoco Vox. Lo ha escrito la Sección de Centros de Menores de la Consejería de Servicios y Derechos Sociales asturiana, imagino que en coordinación con la Fiscalía de Menores. Acompaña al llamado “procedimiento de actuación ante las fugas de los y las menores que, en esta situación de alarma, exhiban comportamientos disruptivos”. Este procedimiento se ha hecho llegar a todos los centros y a todos los equipos educativos. En él se recuerda que la Entidad Pública debe proteger a los y las menores con la “diligencia de un buen padre de familia” (sic).
Parece lógico pensar que, en el contexto del estado de alarma decretado por el gobierno, la Fiscalía de Menores y la Administración asturiana, dada su misión de velar por la salud de los menores —y, de paso, contribuir a la del conjunto de la sociedad—, hayan querido establecer medidas especiales para garantizar que las y los jóvenes tutelados permanezcan en sus respectivos centros.
Hasta aquí, todo normal, si puede existir alguna normalidad en medio de una situación como ésta. Sin embargo, lo que resulta realmente disruptivo —mucho más que las hipotéticas conductas de los chavales y chavalas— es que el protocolo conmine y presione a las educadoras a recoger evidencias de un delito de desobediencia y/o de atentado por parte de los menores contra el personal educativo.
La intención de todo ello es proporcionar a la fiscalía argumentos para ingresar inmediatamente a los mayores de 14 años en el centro de reforma (cárcel de menores) de Sograndio y a los niños y niñas de entre 12 y 14 años en el centro de Miraflores en Noreña.
Lo que resulta realmente disruptivo es que, para agilizar, se le ofrezca al personal educativo un modelo de denuncia por anticipado; una denuncia, por cierto, que destila todo el imaginario racista y criminalizador que se ha ido construyendo contra los menores extranjeros.
No tengo ni idea de qué sucedió con el chaval al que detuvieron en Gijón. Desconozco cómo se marchó del Centro de Menores de Colloto.
Lo que sí puedo afirmar es que, como en tantas cosas estos días, vuelve el tufo a dictadura. O a democracia ecofascista, si prefieren.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.