“En mis ojos ven la alegría y la tristeza y las cosas del mundo que hay en la gente marginada. Yo soy un marginado como las putas, como los chulos, como los maricones, como los ladronzuelos que roban motos… aunque soy pintor me puedo meter en su mundo, me siento identificado con toda esa gente, me encanta y me fascina”, decía el artista de Cantillana a Ventura Pons en ‘Ocaña, retrato intermitente’.
Esa honestidad, esa empatía con el más débil y esa alegría han hecho de Ocaña uno de los iconos más queridos por la comunidad LGTBQ, que también se está encargando de recuperar la memoria de un artista que ha sido algo abandonado por las instituciones. “Se hizo una exposición en el Virreina con la que el Ayuntamiento [de Barcelona] quiso saldar la deuda pero también, y lo explicamos en la obra, esa ciudad del diseño aplaca esa Barcelona ‘underground’ y la soterra en pos de la ciudad del parador, del diseño, del ‘ponte guapa’ y del maquillaje”, explica Marc Rosich, dramaturgo de ‘Ocaña, reina de las Ramblas’, obra de teatro sobre el artista sevillano que, en una primera versión, se hizo en alemán para la Neuköllner Oper de Berlín y que Rosich reescribió en castellano. Protagonizada por Joan Vázquez y con Marc Sambola encargado de la música, la obra tuvo que dejar de representarse en España de forma abrupta por la llegada de la pandemia, pero eso no impidió que recibiera el premio de la crítica o que este mismo año viajara de nuevo a Berlín, donde se representó ante un entusiasta público en el que había tanto alemanes como españoles.
Pero empecemos por el principio: Ocaña nace en el pueblo sevillano de Cantillana en 1947, en plena posguerra, en una España triste, paupérrima y carente de libertades y donde un chaval que enseguida sale del armario y que con 12 años se puso a trabajar no lo tuvo nada fácil, pero tampoco se resignó a ser víctima. “Su hermano me contaba el otro día que iba a recoger algodón y le pegaban, y él se meaba en los botijos de los otros niños. Y son historias que todos hemos vivido, y que parecen pequeñas pero que tienen una repercusión en la vida”, explica Samuel Perea-Díaz, uno de los comisarios de ‘Ocaña, der Engel, der in de Qual singt’, la exposición recién inaugurada en Berlín que hace hincapié en las huellas del artista en la capital alemana (volveremos a esto en breve) y que permanecerá abierta hasta el 12 de septiembre. Esas vivencias compartidas y su forma de enfrentarse a la homofobia son también claves para entender la fascinación que aún hoy ejerce el artista y el cariño que se le tiene.
En 1971, Ocaña se muda a Barcelona, donde no solo desarrolla su faceta artística y su activismo, sino que conoce a dos personas que serán fundamentales en su vida: Camilo y Nazario. Su piso de la Plaza Real no solo fue un epicentro del ‘underground’ de la ciudad condal, sino que se convirtió en el estudio en el que pudo dar rienda suelta a una pintura y escultura en la que se daban la mano elementos folclóricos y religiosos. “Ocaña relaciona estos símbolos de su infancia, los toma prestado y celebra la vida con esas tradiciones, celebra hasta los funerales”, explica Pepe Sánchez-Molero Martínez, comisario junto a Perea-Díaz de la muestra de Berlín, “pero sin esas connotaciones sino porque es lo que conoce, porque no se forma en Bellas Artes, deja la escuela a los 12 años para poder trabajar, así no hay un plan de Ocaña, sino que usa sus referencias”.
Como los comisarios explican, hay dos Ocañas, el del bombín y el del mantón de Manila, que es el que se sube a los escenarios, se pasea por las Ramblas y hasta realiza una ‘performance’ en el muro de Berlín con una Marilyn troquelada que robó de un cine junto a Gerard Courant, director de la
pieza que se registró durante la Berlinale de 1979.
“Cuenta Gerard que en un momento dado Ocaña empieza a tirar flores a los soldados soviéticos y Gerard se preguntaba si estaban en peligro pero Ocaña a su rollo, ahí con la Marilyn, cantando y bailando”, explica Sanchez-Molero, que ve en esa actitud del artista una de las claves por las que Ocaña ha conectado tan bien con la gente. “Esa celebración que hace de la vida que hace muchas veces sin etiquetas, a lo mejor porque no las tenía y porque no sabía utilizarlas pero también porque no le dio la gana. En su entrevista con Ventura Pons dice ‘yo no soy travestí ni un saco de patatas, yo hago lo que me da la gana’. Es un activista desde nuestra perspectiva, pero en ningún momento se plantea unirse a un partido, organizar charlas o nada, simplemente era ‘ay, jornadas del orgullo, pues vamos a primera fila’, ’ay, jornadas en el parque Güell, pues vamos y me voy a desnudar delante de todo el mundo’… Luego la gente se mosquea, claro, pero ahí ya has tenido una ‘performance’ y un impacto”.
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El Salto / Ocaña con CCAG en una mani gay en Barcelona, 1978 //
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España no era el único sitio en que se quería pulir lo que Ocaña hacía: “Hablando con Ventura Pons me decía ‘tú no sabes cómo la lió Ocaña en la rueda de prensa en Berlín’”, recuerda Perea-Díaz, “él decía ‘me he tirado toda la tarde chupando pollas’ y lo traducían todo muy limpio, y claro, no era así, no era lo que estaba diciendo. Pero Ocaña era una persona que explotaba, brillaba y tenía una repercusión positiva en la gente. Y todas las relecturas de Ocaña son importantes: la de Marina en ‘Drag Race’, o la de Preciado… todas son importantes desde diferentes contextos, la nuestra es desde una perspectiva museal”. Rosich coincide: “Es la luz que tenía y no sé si la palabra es sinceridad, pero sin filtro para decir todo lo que pensaba y que no puedes hacer otra cosa que escucharle y, para mí, es el mensaje de libertad y de que cada uno sea uno mismo y que se vaya a la mierda la fuerza castradora del poder, él lo dice de esta forma tan libre y tan bestia y sin tapujos… esa es la fascinación”.
Ocaña fallecía en su Cantillana natal tras un accidente en el que se incendió el traje de sol que llevaba en el pasacalles que él mismo organizó. Nazario recoge en una de sus obras la reacción del artista cuando, ingresado con quemaduras de las que no se recuperaría, hablaba con el fotógrafo del evento: “Niño, me habrás hecho buenas fotos cuando estaba ardiendo, ¿no?!”. Decepcionada al comentarle este que había soltado la máquina para socorrerle, le contestó: “¡Pues, nene, te has perdido la foto de tu vida!”.
Ocaña en Berlín “Al investigar el paso de Ocaña por Berlín empezamos a encontrar una presencia de más gente y queríamos que no fuera solo la presencia de Ocaña, sino la de otros agentes de resistencia política, y ahí están Serafín Fernández y Gregorio Ortega Coto. Serafín es un voluntario del museo y activista gay. Es uno de los voluntarios que más tiempo lleva en el museo y conoció a Ocaña en Berlín, y uno de los originales que tenemos en la exposición es de Serafín que nos ha dejado y es hasta el que pone la música a la película 'Silencis', y también queríamos escuchar sus historias”, explica Samuel sobre la conexión entre el sevillano y la capital alemana. Gregorio, que también es pintor, lleva años donando su obra al Museo Queer de Berlín, explica Pepe, y “es imposible contar la historia de una persona sin su contexto histórico ni el social ni sus colaboraciones, porque Ocaña colabora con sus amigos íntimos, con artistas, con directores, aquí en Berlín colabora de forma súper improvisada con el director francés… y todas estas historias son parte de la misma historia, no queríamos presentar a Ocaña como un genio que ya todo lo sabía desde el principio, sino que ya gracias a esas historias y colaboraciones consigue mandar su mensaje”.
“Serafín se presentó al estreno de la obra”, explica el dramaturgo Rosich, “y nos mandó una carta diciendo que conoció a Ocaña y nos decía ‘es muy fuerte, porque es en alemán pero lo que habéis hecho con Denis (Fischer) y con el vestuario... yo veo a Ocaña’. La obra era diferente de la que tú viste [la versión de 2019], 40 minutos más larga, porque había que informar al público berlinés de qué era la Transición, cómo era la España de la transición, etc., y aprovechamos también para hacer ‘links’ entre las dos ciudades, la Barcelona de la transición y el Berlín de la caída del Muro, porque una de las tramas era también la transformación de las ciudades y cómo se pueden vivir las calles”.