jueves, 23 de abril de 2020

#hemeroteca #saludpublica #crisissociales | Los británicos ya piden cuentas a Boris Johnson

Imagen: La Vanguardia / Cámara de los Comunes
Los británicos ya piden cuentas a Boris Johnson.
Guerra abierta entre el Gobierno y la prensa más crítica.
Rafael Ramos | La Vanguardia, 2020-04-23
https://www.lavanguardia.com/internacional/20200423/48683442229/los-britanicos-ya-piden-cuentas-a-boris-johnson.html

El Reino Unido es como una familia que estaba distraída haciendo un picnic en el bosque (celebrando el Brexit), y el virus es un enorme oso pardo que salió de entre los matorrales y ha dejado malheridos a los abuelos, mientras padres e hijos huían por piernas y tenían el tiempo justo para encerrarse en una cabaña (el confinamiento). Al margen de lamentar las pérdidas, la cuestión ahora es cuándo salir de la casa. Los niños no paran de llorar. Los adolescentes dicen que se aburren. Los adultos necesitan volver al trabajo...

Dentro de la cabaña, sin embargo, la información es muy limitada. Se da por seguro que el oso sigue merodeando, pero no se sabe si está dispuesto a volver a atacar con la misma ferocidad (una segunda ola de contagios), o si regresará con refuerzos (mutaciones de la Covid-19). ¿Qué hacer? ¿Arriesgarse a salir, y que tal vez otro miembro de la familia caiga entre sus garras para que el resto escape (inmunidad de grupo)? ¿Entreabrir la puerta, dar unos cuantos pasos y regresar corriendo a la más mínima que el animal haga acto de presencia (retirada paulatina del confinamiento, la actual táctica de la mayoría de los gobiernos), o quedarse 'sine die' en la casa a esperar a que el plantígrado se vaya, o un cazador lo mate (vacuna), aun a sabiendas de que las provisiones se van a acabar pronto (destrucción de la economía)?

La familia se pelea por qué decisión tomar, los hay más lanzados y más timoratos. La Administración defiende sus decisiones, pero la prensa y la opinión pública son cada vez más críticas. Empiezan las recriminaciones. El Gobierno y una serie de medios (‘Financial Times’, ‘Sunday Times’, ‘The Guardian’) se han declarado la guerra. La oposición está más organizada desde el ascenso de Keir Starmer a la cúpula del Labour: ¿cuál es la estrategia de salida, si es que la hay?; ¿por qué se perdieron de finales de enero a principios de marzo cinco semanas cruciales en que las autoridades no se tomaron en serio la crisis, pese a las advertencias?; ¿por qué no se compraron tests, guantes, mascarillas, batas de hospital y respiradores, como hizo Alemania?; ¿por qué Londres, obsesionado con la pureza ideológica del Brexit, declinó participar en programas de la UE para comprar material sanitario?; ¿por qué, mientras el virus empezaba a causar estragos, Boris Johnson estuvo ausente de cinco reuniones del Comité Cobra (que opera en situaciones de emergencia), prefiriendo pasarse doce días de vacaciones con su novia en la residencia estatal de Cheverley (Kent)?; ¿por qué, al volver, restó importancia a la pandemia (“como una gripe”) y dedicó sus energías a remodelar su Gabinete y festejar la salida de la UE?; ¿se celebró el partido de fútbol entre el Liverpool y el Atlético como parte de un experimento para buscar la inmunidad de grupo?; ¿cómo pudo considerarse un resultado aceptable la muerte de 400.000 personas?; ¿cómo siguen llegando a diario al país 15.000 pasajeros de países con alto grado de infección?

El ambiente es cada vez más tenso, y ya –aunque falta mucho para el final de la historia– se alzan voces exigiendo una investigación independiente sobre errores del Gobierno que van a costar miles o decenas de miles de vidas (ayer la pidió el líder en funciones de los liberales, Ed Davey, al reanudarse las sesiones de los Comunes). Será inevitable que un día la haya, como la hubo sobre la guerra de Irak, pero para entonces ya habrá probablemente otro premier en Downing Street, y otras preocupaciones. El 'establishment' se protege a sí mismo. Tan sólo hace poco se publicaron las conclusiones sobre las causas del desastre de Hillsborough (96 personas murieron en 1989 como consecuencia de una avalancha humana en ese estadio), atribuyéndose la principal responsabilidad a la policía, contradiciendo la campaña de desinformación del gobierno de Thatcher, que culpó a los hinchas. Nadie ha sido llevado a juicio.

Una norma básica de los abogados de litigios es no subir al estrado a un testigo si no se sabe de antemano lo que va a contestar a las preguntas. Pero los ministros de Johnson –el Gabinete intelectualmente más flojo en la historia de la nación, una colección de mediocridades que sólo tienen en común ser leales al primer ministro y al Brexit duro– comparecen cada día ante la prensa como corderos que van al matadero. El de Sanidad, Matt Hancock, es el que se lleva la palma, muy rápido a la hora de hacer promesas (250.000 tests diarios, cargamentos de mascarillas compradas a Turquía, material sanitario de sobra para médicos y enfermeras...) que luego, irremediablemente, no puede cumplir. El NHS (sistema de sanidad pública) no es criticado porque para los británicos es intocable, casi una religión, gran motivo de orgullo. Pero, tras doce años de austeridad, no estaba preparado para una pandemia, no tenía ni las camas ni los respiradores necesarios, mientras que Alemania sí. Esta “guerra” (por utilizar un término del todo inapropiado, pero que les encanta a los políticos) la está ganando Alemania por goleada, por mucho que a los ingleses les dé rabia.

Mientras, dentro de la cabaña, la familia se tira los trastos a la cabeza. Fuera, merodea el oso.

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