Imagen: BBC |
Daniel García Marco | BBC, 2020-04-26
https://www.bbc.com/mundo/noticias-52318438
De repente, una enfermedad inesperada de un ser querido para la que no hay respuesta lo cambia todo. Es el argumento de "La Enfermedad", la premiada novela de 2006 de Alberto Barrera Tyszka que ahora ofrece reflexiones válidas en el contexto de la pandemia del coronavirus. "Todo esto nos devuelve a la conciencia de la fragilidad", dice el escritor venezolano de 60 años, afincado en México, en una entrevista con BBC Mundo sobre el temor a enfermarnos y nuestra impotencia ante la falta de remedio. Lo que sigue es un extracto de la conversación.
P. La pandemia ha sido algo súbito que aún nos tiene perplejos. Tras varias semanas, ¿qué reflexión hace de lo que está pasando?
R. Lo que está pasando tiene un elemento de sorpresa, pese a que había advertencias políticas y científicas. Todo esto nos devuelve a la conciencia del cuerpo y de la vulnerabilidad, nos devuelve a la conciencia de la fragilidad. En Occidente se venía construyendo una nueva utopía en relación con la salud y esa idea de que podemos controlar nuestra salud y nuestro futuro. La idea de que si comes lo que te decimos y haces los ejercicios que debes, el cuerpo será casi eterno. Y la pandemia te devuelve a una noción más primitiva, pero quizás más real: no importa lo que hagas, un contagio en una esquina del mundo produce una hecatombe total. Esa cultura que había creado nuevos altares en los gimnasios, las farmacias y en la comida orgánica, de repente se tambalea.
P. ¿Qué es lo que más puede cambiar en nuestra vida una vez que lo superemos?
R. Pasó algo similar en los años 80, que había un goce respecto al cuerpo y a la sexualidad y de repente apareció el sida y la culpa regresó al cuerpo. Aquí pueden venir temores y culpabilizaciones respecto al manejo del cuerpo en relación con los otros, al toque, al roce... Estamos inciertos sobre cómo será este futuro. Puede haber un replanteamiento de la intimidad y de qué lugar vuelve a tener la responsabilidad de los seres humanos con respecto al cuerpo, a una interacción con los otros. Se agitan muchos fantasmas de todo tipo.
P. ¿Seremos más precavidos o cree que tras la cuarentena habrá un efecto rebote en nuestra manera de disfrutar de la vida, del cuerpo, con los demás?
R. Siento que va a haber temor y prudencia. El riesgo es grande. Los Estados promoverán la prudencia. Esa administración del temor va a ser importante en el futuro.
P. Este virus no sólo es invisible, sino que sus efectos son difíciles de visualizar también. No hay muchas imágenes y sí números. ¿Esto hace que nos esté costando asimilar más la magnitud?
R. Es parte de una estrategia pública. Esta muerte debe ser bastante terrible porque tiene que ver con la incapacidad sanitaria. Muchos mueren porque no hay manera de atenderlos y eso en una enfermedad pulmonar tiene que ser horrible. La perspectiva de verte en el espejo de la asfixia debe ser aterradora. Te mueres no solo por la enfermedad, sino también porque no somos capaces de atenderlos. No solo falla el cuerpo, sino el sistema de salud.
P. Y a eso se agrega la imposibilidad de un duelo normal cuando pierdes a un ser querido.
R. Mi novela se basaba en el poder terapéutico de la palabra. El que va a morir lo que no quiere es morir en silencio. Aquí se muere en lugares donde no se conoce a nadie y en un ambiente de guerra donde solo hay apuro, donde hasta pueden desear que se muera rápido para darle la cama a otro. No hay cuerpo visible, uno tiene la sensación de que esto es una pesadilla y de que mañana, cuando acabe la cuarentena, saldrás y verás a tu padre.
P. Esto nos lleva a una de las grandes ideas de su novela, resumida en la pregunta de "¿por qué nos cuesta tanto aceptar que la vida es una casualidad?".
R. Corromperse es una de las condiciones del cuerpo humano. Hay algo que va a cambiar en la manera de pensar: que una pandemia, que pertenecía al género de la ciencia ficción, ahora se ha vuelto un relato realista. No somos capaces de defendernos y el planeta aparece de repente como un sitio súper frágil.
P. El protagonista de su novela, un médico, se lamenta de los límites de la medicina. Es algo que pasa ahora también, que no entendemos cómo no somos capaces de parar esto.
R. Los seres humanos tenemos una idea mágica de la medicina y entonces aparece un fenómeno como éste. Nos dicen que para que llegue una vacuna va a tardar un año. Y nos parece una cosa insólita, nos parece imposible que la ciencia no pueda reaccionar con absoluta velocidad.
P. Su novela habla también de que tememos más a la enfermedad que a la muerte.
R. En nuestra cultura se ha sustituido el terror a la muerte por el terror a la enfermedad. Todos vivimos preparándonos para la muerte. Hay recursos, religiones para enfrentar eso. Pero la idea de que la llegada de esa muerte sea un proceso clínico, doloroso, es aterradora. La experiencia del dolor produce una conciencia nueva. Pasa con los enfermos que han sobrevivido a un cáncer o una enfermedad casi terminal. Su idea de lo que es importante es lo primero que cambia.
P. ¿Nos va a pasar eso? ¿Piensa que vamos a cambiar nuestra escala de valores?
R. Eso en términos masivos no sé cómo será posible, pero el dolor y la vulnerabilidad cambian la mirada sobre la vida.
P. Se utiliza mucho la idea de que estamos en una guerra, pero vemos a los caídos a través de un aluvión de cifras difíciles de asimilar.
R. Hablamos de una guerra, pero lo que estamos haciendo es defendernos. Es que no se ve al enemigo, sólo sabes que te arrasa. La única posibilidad de heroicidad son los médicos y los enfermeros. Los demás solo somos víctimas probables. Lo único que queda no es enfrentarlo, sino ver cómo huimos. Es una guerra un poco particular. Es muy rara. No vamos a derrotar a nadie, estamos tratando de que el virus nos mate menos, así que la metáfora de la guerra tiene sus matices.
P. Si escribiera una novela de lo que está pasando, ¿qué aspecto le llamaría más la atención para su relato?
R. Me van a interesar los médicos o enfermeras que de la noche a la mañana se enfrentaron a la decisión de quién vive y quién muere. Ahí hay un relato trágico durísimo.
P. En su novela también hay un elogio a las personas ancianas, que son quienes peor paradas salen de esta pandemia porque les afecta más y porque tienen las de perder en esa decisión que enfrentan los médicos.
R. Me llamaba la atención que Madrid era una de las mejores ciudades para vivir siendo una persona mayor. Veía a la cantidad de gente mayor en la calle disfrutando de los planes de la ciudad, de los museos. Y eso de la noche a la mañana se convierte en un peligro. La enfermedad siempre ataca a los mayores y ahora hay un sistema de salud no preparado que tiene que decidir sacrificar a los mayores de la manada. Estamos hablando en términos animales y eso introduce dilemas morales. Es una manera muy injusta de llegar al final de tus días pasar por un trámite hospitalario con ese apuro, con esa urgencia y con esa soledad.
P. La pandemia ha sido algo súbito que aún nos tiene perplejos. Tras varias semanas, ¿qué reflexión hace de lo que está pasando?
R. Lo que está pasando tiene un elemento de sorpresa, pese a que había advertencias políticas y científicas. Todo esto nos devuelve a la conciencia del cuerpo y de la vulnerabilidad, nos devuelve a la conciencia de la fragilidad. En Occidente se venía construyendo una nueva utopía en relación con la salud y esa idea de que podemos controlar nuestra salud y nuestro futuro. La idea de que si comes lo que te decimos y haces los ejercicios que debes, el cuerpo será casi eterno. Y la pandemia te devuelve a una noción más primitiva, pero quizás más real: no importa lo que hagas, un contagio en una esquina del mundo produce una hecatombe total. Esa cultura que había creado nuevos altares en los gimnasios, las farmacias y en la comida orgánica, de repente se tambalea.
P. ¿Qué es lo que más puede cambiar en nuestra vida una vez que lo superemos?
R. Pasó algo similar en los años 80, que había un goce respecto al cuerpo y a la sexualidad y de repente apareció el sida y la culpa regresó al cuerpo. Aquí pueden venir temores y culpabilizaciones respecto al manejo del cuerpo en relación con los otros, al toque, al roce... Estamos inciertos sobre cómo será este futuro. Puede haber un replanteamiento de la intimidad y de qué lugar vuelve a tener la responsabilidad de los seres humanos con respecto al cuerpo, a una interacción con los otros. Se agitan muchos fantasmas de todo tipo.
P. ¿Seremos más precavidos o cree que tras la cuarentena habrá un efecto rebote en nuestra manera de disfrutar de la vida, del cuerpo, con los demás?
R. Siento que va a haber temor y prudencia. El riesgo es grande. Los Estados promoverán la prudencia. Esa administración del temor va a ser importante en el futuro.
P. Este virus no sólo es invisible, sino que sus efectos son difíciles de visualizar también. No hay muchas imágenes y sí números. ¿Esto hace que nos esté costando asimilar más la magnitud?
R. Es parte de una estrategia pública. Esta muerte debe ser bastante terrible porque tiene que ver con la incapacidad sanitaria. Muchos mueren porque no hay manera de atenderlos y eso en una enfermedad pulmonar tiene que ser horrible. La perspectiva de verte en el espejo de la asfixia debe ser aterradora. Te mueres no solo por la enfermedad, sino también porque no somos capaces de atenderlos. No solo falla el cuerpo, sino el sistema de salud.
P. Y a eso se agrega la imposibilidad de un duelo normal cuando pierdes a un ser querido.
R. Mi novela se basaba en el poder terapéutico de la palabra. El que va a morir lo que no quiere es morir en silencio. Aquí se muere en lugares donde no se conoce a nadie y en un ambiente de guerra donde solo hay apuro, donde hasta pueden desear que se muera rápido para darle la cama a otro. No hay cuerpo visible, uno tiene la sensación de que esto es una pesadilla y de que mañana, cuando acabe la cuarentena, saldrás y verás a tu padre.
P. Esto nos lleva a una de las grandes ideas de su novela, resumida en la pregunta de "¿por qué nos cuesta tanto aceptar que la vida es una casualidad?".
R. Corromperse es una de las condiciones del cuerpo humano. Hay algo que va a cambiar en la manera de pensar: que una pandemia, que pertenecía al género de la ciencia ficción, ahora se ha vuelto un relato realista. No somos capaces de defendernos y el planeta aparece de repente como un sitio súper frágil.
P. El protagonista de su novela, un médico, se lamenta de los límites de la medicina. Es algo que pasa ahora también, que no entendemos cómo no somos capaces de parar esto.
R. Los seres humanos tenemos una idea mágica de la medicina y entonces aparece un fenómeno como éste. Nos dicen que para que llegue una vacuna va a tardar un año. Y nos parece una cosa insólita, nos parece imposible que la ciencia no pueda reaccionar con absoluta velocidad.
P. Su novela habla también de que tememos más a la enfermedad que a la muerte.
R. En nuestra cultura se ha sustituido el terror a la muerte por el terror a la enfermedad. Todos vivimos preparándonos para la muerte. Hay recursos, religiones para enfrentar eso. Pero la idea de que la llegada de esa muerte sea un proceso clínico, doloroso, es aterradora. La experiencia del dolor produce una conciencia nueva. Pasa con los enfermos que han sobrevivido a un cáncer o una enfermedad casi terminal. Su idea de lo que es importante es lo primero que cambia.
P. ¿Nos va a pasar eso? ¿Piensa que vamos a cambiar nuestra escala de valores?
R. Eso en términos masivos no sé cómo será posible, pero el dolor y la vulnerabilidad cambian la mirada sobre la vida.
P. Se utiliza mucho la idea de que estamos en una guerra, pero vemos a los caídos a través de un aluvión de cifras difíciles de asimilar.
R. Hablamos de una guerra, pero lo que estamos haciendo es defendernos. Es que no se ve al enemigo, sólo sabes que te arrasa. La única posibilidad de heroicidad son los médicos y los enfermeros. Los demás solo somos víctimas probables. Lo único que queda no es enfrentarlo, sino ver cómo huimos. Es una guerra un poco particular. Es muy rara. No vamos a derrotar a nadie, estamos tratando de que el virus nos mate menos, así que la metáfora de la guerra tiene sus matices.
P. Si escribiera una novela de lo que está pasando, ¿qué aspecto le llamaría más la atención para su relato?
R. Me van a interesar los médicos o enfermeras que de la noche a la mañana se enfrentaron a la decisión de quién vive y quién muere. Ahí hay un relato trágico durísimo.
P. En su novela también hay un elogio a las personas ancianas, que son quienes peor paradas salen de esta pandemia porque les afecta más y porque tienen las de perder en esa decisión que enfrentan los médicos.
R. Me llamaba la atención que Madrid era una de las mejores ciudades para vivir siendo una persona mayor. Veía a la cantidad de gente mayor en la calle disfrutando de los planes de la ciudad, de los museos. Y eso de la noche a la mañana se convierte en un peligro. La enfermedad siempre ataca a los mayores y ahora hay un sistema de salud no preparado que tiene que decidir sacrificar a los mayores de la manada. Estamos hablando en términos animales y eso introduce dilemas morales. Es una manera muy injusta de llegar al final de tus días pasar por un trámite hospitalario con ese apuro, con esa urgencia y con esa soledad.
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