Imagen: El Salto / Ilustración de Byron Maher |
La mayor visibilidad de la literatura queer está haciendo que se tambaleen sus cimientos. Esta nueva realidad ha supuesto una salida de los márgenes, lo que para muchos es algo positivo, pero para otros un alejamiento de su identidad primigenia.
Carlos Madrid | El Salto, 2020-04-20
https://www.elsaltodiario.com/literatura/escribir-bajo-la-etiqueta-de-nueva-narrativa-queer
Lo queer, según su definición del inglés, es lo raro, lo extraño. Lo que está en los márgenes. Una definición que el movimiento LGTBIQ+ tomó como bandera irónica de su lucha. Desde este contexto, son muchas las voces que han escrito y siguen escribiendo para hacer visibles sus historias.
Pero, desde hace unos años, esta marginalidad se está revirtiendo. La literatura queer está experimentando un mayor interés social, por lo que ha dejado de estar en la periferia para ocupar otros espacios. Algo que, para muchas firmas queer, está suponiendo una pérdida de identidad.
A este cambio, hay que añadir la llegada de una nueva ola de escritores jóvenes que han ampliado la representación del colectivo queer en sus libros. No hace mucho, la literatura queer como tal no existía, ya que la mayoría de relaciones que aparecían en los libros eran las homosexuales. Ahora, los personajes son más variados, comprenden más sensibilidades y representan a todas las letras del colectivo LGTBIQ+.
Gonzalo Izquierdo y Alberto Rodríguez, editores de la editorial Dos Bigotes, profundizan en este último punto. “En los últimos tiempos, la tendencia es dar voz a historias más diversas, más complejas, que incluyan más sensibilidades y expresiones. Antes no existían personajes transgénero o de género no binario que fuesen protagonistas y ocupasen el centro de las tramas, y eso está cambiando”.
Y, como muestra de este cambio, han publicado una antología de relatos con 15 voces de la nueva narrativa queer española. ¿Su título? ‘Asalto a Oz’. Hablamos con cuatro de ellas para que nos cuenten cómo es escribir bajo esta etiqueta.
Para la escritora y colaboradora de El Salto Alana Portero, escribir bajo esta etiqueta es su forma normal de escribir y, por tanto, estar en el mundo. “Lo queer, entendido como activismo y disidencia, ha sido mi espacio de desarrollo como mujer. Mi educación sentimental. Mi genealogía”.
Una identificación que se empieza a desmigar si la pregunta la responde el poeta, profesor y actor Ángelo Néstore. Para él, escribir bajo la etiqueta de lo queer le produce sentimientos encontrados: “Por un lado, siento la necesidad política de expresarme desde la ‘extrañez’, tal y como la propia palabra sugiere, pero, por otro, el mismo hecho de concebir lo queer como una etiqueta lo alejaría de una de sus características fundamentales, eso es, la de ser un movimiento postidentitario y no una identidad más dentro de la tradición cultural”.
Por su parte, Rodrigo G. Marina y Elizabeth Duval se desvinculan completamente de esta etiqueta. El primero apunta que “las etiquetas cuelgan de la ropa de Zara” y que “el deseo queer no se puede transformar en producto precisamente porque no forma parte de la realidad óntica, el decir no lo concreta”. Duval, por su parte, afirma que desmerecería la etiqueta si se la identificara con ella. “Yo no soy eso ni lo queer es lo que soy yo: soy demasiado burguesa, demasiado lesbiana, demasiado blanca, demasiado tranquila, demasiado acomodada y demasiado mujer para lo queer”.
Marina completa las palabras de Duval añadiendo que “la corporalidad queer actual está mejor representada por la cantidad de personas ancianas que están falleciendo solas. Quienes trabajaron precariamente para sostener un sistema de bienestar y que ahora la mano invisible del mercado y un principio de rentabilidad que vende plantas de hospital a sociedades anónimas gracias a las externalizaciones de su gestión se lo devuelve dándoles muerte en el abandono, ahogadas en su propio moco”.
¿Qué supone esta mayor visibilidad en la literatura queer?
La mayor visibilidad de la literatura queer está haciendo que se tambaleen sus cimientos. Esta nueva realidad ha supuesto una salida de los márgenes, lo que para muchos es algo positivo, pero para otros un alejamiento de su identidad primigenia.
Los editores de Dos Bigotes lo ven como algo positivo. “La mayor visibilidad del colectivo LGTBIQ+ en todos los ámbitos sociales y culturales propicia que la literatura queer tenga también más representación y de alguna manera se reivindique su valor y la necesidad de aportar referentes tanto para lectores de menor edad, como jóvenes y adultos”.
Sin embargo, el escritor Rodrigo G. Marina se muestra más crítico. Cree que este mayor interés social por ciertos temas tiene que ver “con las vías políticas de normalización e institucionalización de los cuerpos no captables”. Y añade que “estas vías no son necesariamente ‘malas’, pero es cierto que solo se pueden dar en el margen de la representación capitalista y que no garantizan la reciprocidad. Por lo tanto suelen ser ineficaces”.
Elizabeth Duval también argumenta siguiendo esta línea crítica. Cree que se da una mayor visibilidad porque supone un nicho de minimercado interesante. “Además, permite a instituciones en su núcleo conservadoras erigirse como ahora y súbitamente hiperprogres por incluir un poquito, aunque sea en su terrenito vallado, a los raritos estos de los queer”. Y no se olvida de todo el trabajo que han hecho sus compañeras. Defiende que la visibilidad también se debe “al auge de figuras públicas trans y del movimiento trans —sobre todo de menores y sus familias— en 2019, por una normalización, por un momento de reacción por parte de la derecha contra lo LGTB que rearma discursos que ya no tenían algo contra lo que combatir”.
Para Alana Portero, esta visibilidad tiene que ver simplemente con que “no nos callamos ni debajo del agua”.
¿Es necesaria la etiqueta queer? ¿Debe desaparecer?
Como todas las etiquetas, la queer tiene una doble cara. Por un lado ayuda a entender una realidad, a ponerle nombre; pero, al mismo tiempo, parece que lo transforma en nicho. La idea de la editorial Dos Bigotes es visibilizar la realidad LGTBIQ+ a través de los libros, que, como apuntan, “desde la especialización se llegue a un público heterogéneo y diverso”.
Así, la etiqueta queer para ellos es una forma de reivindicarse, cristalizar problemas o cuestiones que nos afectan a todos como sociedad. “Todas las personas tenemos unos condicionantes que nos ayudan o nos abocan a tener una vida menos o más precaria según la raza, el género, la clase social o la identidad y la orientación sexual. Esto va a seguir ocurriendo mientras el sistema siga funcionando”, apuntan Gonzalo y Alberto.
Ángelo Néstore cree que algún día la etiqueta queer no será necesaria. “Aunque me temo que será a largo plazo, que yo no podré verlo”, matiza. “Para que eso ocurra creo que una de nuestras responsabilidades es salir de la zona de confort y llevar la disidencia al centro, a la norma, aunque eso cueste, sin lugar a dudas, pasar por el dolor de la violencia y de la humillación pública”.
Una idea que también defiende Alana Portero, pero con ciertas dudas. Para ella, la etiqueta queer es como la abolición de género y otras quimeras. “Llegará el día en que las etiquetas sean prescindibles, pero queda tanto tiempo y ni siquiera existe una hoja de ruta fiable para llegar hasta allí todavía. Me parece teoría ficción. Tampoco tengo claro que no sigan haciendo falta. Mis etiquetas son un poco como mi nombre, no me imagino sin la descripción de mi realidad material que me dan. y sin la genealogía que llevan detrás”.
Algo que Elizabeth Duval ya está llevando a cabo. En su literatura, aunque se diga que es queer, ella huye de esa etiqueta. “No me interesa”, apunta. “Creo que mi literatura es una literatura antiqueer o con una aspiración que quiere superar esa hegemonía de lo queer en la literatura construida por sujetos anteriormente subalternos”.
Continúa su explicación haciendo una metáfora entre su literatura y la Transición Española. “Podríamos incluso pensar mi literatura como la Transición española, permitir a sujetos que no habían participado antes del reparto de poder participar en él, acogerse a nuevas prácticas democráticas, tener un trozo del pastel y de la gran fiesta de la industria cultural; esto no representa nada subversivo ni ningún cambio trascendental en esos engranajes del poder, claro, pero sí un cambio a nivel social por el que se me puede criticar o alabar. Pero mi literatura es literatura antiqueer, yo escribo contra lo queer porque quiero hacer otra cosa, no quiero ser queer”.
Y, como si zanjara su respuesta, apunta Rodrigo G. Marina: “Sin quiebra, no hay lenguaje. Sin metáfora, no hay futuro. Sin tópico, no hay ficción”.
Llegar a un entendimiento sobre cómo es escribir bajo la etiqueta queer, o si es necesario, resulta complejo. Cuatro apellidos, reunidos en una antología, se explican desde puntos muy distintos. De lo que uno puede estar seguro es de que su literatura abre nuevas realidades. Son textos cargados de ideas, radicales y subversivos. No puede ser de otra forma.
Pero, desde hace unos años, esta marginalidad se está revirtiendo. La literatura queer está experimentando un mayor interés social, por lo que ha dejado de estar en la periferia para ocupar otros espacios. Algo que, para muchas firmas queer, está suponiendo una pérdida de identidad.
A este cambio, hay que añadir la llegada de una nueva ola de escritores jóvenes que han ampliado la representación del colectivo queer en sus libros. No hace mucho, la literatura queer como tal no existía, ya que la mayoría de relaciones que aparecían en los libros eran las homosexuales. Ahora, los personajes son más variados, comprenden más sensibilidades y representan a todas las letras del colectivo LGTBIQ+.
Gonzalo Izquierdo y Alberto Rodríguez, editores de la editorial Dos Bigotes, profundizan en este último punto. “En los últimos tiempos, la tendencia es dar voz a historias más diversas, más complejas, que incluyan más sensibilidades y expresiones. Antes no existían personajes transgénero o de género no binario que fuesen protagonistas y ocupasen el centro de las tramas, y eso está cambiando”.
Y, como muestra de este cambio, han publicado una antología de relatos con 15 voces de la nueva narrativa queer española. ¿Su título? ‘Asalto a Oz’. Hablamos con cuatro de ellas para que nos cuenten cómo es escribir bajo esta etiqueta.
Para la escritora y colaboradora de El Salto Alana Portero, escribir bajo esta etiqueta es su forma normal de escribir y, por tanto, estar en el mundo. “Lo queer, entendido como activismo y disidencia, ha sido mi espacio de desarrollo como mujer. Mi educación sentimental. Mi genealogía”.
Una identificación que se empieza a desmigar si la pregunta la responde el poeta, profesor y actor Ángelo Néstore. Para él, escribir bajo la etiqueta de lo queer le produce sentimientos encontrados: “Por un lado, siento la necesidad política de expresarme desde la ‘extrañez’, tal y como la propia palabra sugiere, pero, por otro, el mismo hecho de concebir lo queer como una etiqueta lo alejaría de una de sus características fundamentales, eso es, la de ser un movimiento postidentitario y no una identidad más dentro de la tradición cultural”.
Por su parte, Rodrigo G. Marina y Elizabeth Duval se desvinculan completamente de esta etiqueta. El primero apunta que “las etiquetas cuelgan de la ropa de Zara” y que “el deseo queer no se puede transformar en producto precisamente porque no forma parte de la realidad óntica, el decir no lo concreta”. Duval, por su parte, afirma que desmerecería la etiqueta si se la identificara con ella. “Yo no soy eso ni lo queer es lo que soy yo: soy demasiado burguesa, demasiado lesbiana, demasiado blanca, demasiado tranquila, demasiado acomodada y demasiado mujer para lo queer”.
Marina completa las palabras de Duval añadiendo que “la corporalidad queer actual está mejor representada por la cantidad de personas ancianas que están falleciendo solas. Quienes trabajaron precariamente para sostener un sistema de bienestar y que ahora la mano invisible del mercado y un principio de rentabilidad que vende plantas de hospital a sociedades anónimas gracias a las externalizaciones de su gestión se lo devuelve dándoles muerte en el abandono, ahogadas en su propio moco”.
¿Qué supone esta mayor visibilidad en la literatura queer?
La mayor visibilidad de la literatura queer está haciendo que se tambaleen sus cimientos. Esta nueva realidad ha supuesto una salida de los márgenes, lo que para muchos es algo positivo, pero para otros un alejamiento de su identidad primigenia.
Los editores de Dos Bigotes lo ven como algo positivo. “La mayor visibilidad del colectivo LGTBIQ+ en todos los ámbitos sociales y culturales propicia que la literatura queer tenga también más representación y de alguna manera se reivindique su valor y la necesidad de aportar referentes tanto para lectores de menor edad, como jóvenes y adultos”.
Sin embargo, el escritor Rodrigo G. Marina se muestra más crítico. Cree que este mayor interés social por ciertos temas tiene que ver “con las vías políticas de normalización e institucionalización de los cuerpos no captables”. Y añade que “estas vías no son necesariamente ‘malas’, pero es cierto que solo se pueden dar en el margen de la representación capitalista y que no garantizan la reciprocidad. Por lo tanto suelen ser ineficaces”.
Elizabeth Duval también argumenta siguiendo esta línea crítica. Cree que se da una mayor visibilidad porque supone un nicho de minimercado interesante. “Además, permite a instituciones en su núcleo conservadoras erigirse como ahora y súbitamente hiperprogres por incluir un poquito, aunque sea en su terrenito vallado, a los raritos estos de los queer”. Y no se olvida de todo el trabajo que han hecho sus compañeras. Defiende que la visibilidad también se debe “al auge de figuras públicas trans y del movimiento trans —sobre todo de menores y sus familias— en 2019, por una normalización, por un momento de reacción por parte de la derecha contra lo LGTB que rearma discursos que ya no tenían algo contra lo que combatir”.
Para Alana Portero, esta visibilidad tiene que ver simplemente con que “no nos callamos ni debajo del agua”.
¿Es necesaria la etiqueta queer? ¿Debe desaparecer?
Como todas las etiquetas, la queer tiene una doble cara. Por un lado ayuda a entender una realidad, a ponerle nombre; pero, al mismo tiempo, parece que lo transforma en nicho. La idea de la editorial Dos Bigotes es visibilizar la realidad LGTBIQ+ a través de los libros, que, como apuntan, “desde la especialización se llegue a un público heterogéneo y diverso”.
Así, la etiqueta queer para ellos es una forma de reivindicarse, cristalizar problemas o cuestiones que nos afectan a todos como sociedad. “Todas las personas tenemos unos condicionantes que nos ayudan o nos abocan a tener una vida menos o más precaria según la raza, el género, la clase social o la identidad y la orientación sexual. Esto va a seguir ocurriendo mientras el sistema siga funcionando”, apuntan Gonzalo y Alberto.
Ángelo Néstore cree que algún día la etiqueta queer no será necesaria. “Aunque me temo que será a largo plazo, que yo no podré verlo”, matiza. “Para que eso ocurra creo que una de nuestras responsabilidades es salir de la zona de confort y llevar la disidencia al centro, a la norma, aunque eso cueste, sin lugar a dudas, pasar por el dolor de la violencia y de la humillación pública”.
Una idea que también defiende Alana Portero, pero con ciertas dudas. Para ella, la etiqueta queer es como la abolición de género y otras quimeras. “Llegará el día en que las etiquetas sean prescindibles, pero queda tanto tiempo y ni siquiera existe una hoja de ruta fiable para llegar hasta allí todavía. Me parece teoría ficción. Tampoco tengo claro que no sigan haciendo falta. Mis etiquetas son un poco como mi nombre, no me imagino sin la descripción de mi realidad material que me dan. y sin la genealogía que llevan detrás”.
Algo que Elizabeth Duval ya está llevando a cabo. En su literatura, aunque se diga que es queer, ella huye de esa etiqueta. “No me interesa”, apunta. “Creo que mi literatura es una literatura antiqueer o con una aspiración que quiere superar esa hegemonía de lo queer en la literatura construida por sujetos anteriormente subalternos”.
Continúa su explicación haciendo una metáfora entre su literatura y la Transición Española. “Podríamos incluso pensar mi literatura como la Transición española, permitir a sujetos que no habían participado antes del reparto de poder participar en él, acogerse a nuevas prácticas democráticas, tener un trozo del pastel y de la gran fiesta de la industria cultural; esto no representa nada subversivo ni ningún cambio trascendental en esos engranajes del poder, claro, pero sí un cambio a nivel social por el que se me puede criticar o alabar. Pero mi literatura es literatura antiqueer, yo escribo contra lo queer porque quiero hacer otra cosa, no quiero ser queer”.
Y, como si zanjara su respuesta, apunta Rodrigo G. Marina: “Sin quiebra, no hay lenguaje. Sin metáfora, no hay futuro. Sin tópico, no hay ficción”.
Llegar a un entendimiento sobre cómo es escribir bajo la etiqueta queer, o si es necesario, resulta complejo. Cuatro apellidos, reunidos en una antología, se explican desde puntos muy distintos. De lo que uno puede estar seguro es de que su literatura abre nuevas realidades. Son textos cargados de ideas, radicales y subversivos. No puede ser de otra forma.
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