Imagen: La Mirada Común |
Los feminismos han conseguido acuñar el término de la sororidad, esa solidaridad entre mujeres, para que se ayuden entre ellas y no se hagan más daño, pero en el colectivo LGBT no hemos creado ninguna palabra que designe los cuidados que nos debemos.
Roy Galán | La Mirada Común, 2018-11-16
https://lamiradacomun.es/opinion/en-busca-de-la-solidaridad-lgtb/
Lo ideal sería que no existiera ningún armario del que salir, que no te preguntaran una y otra vez si tienes novia como única opción posible, que se escribieran ficciones en las que “lo gay” no fuera objeto de conflicto, ni de sufrimiento, ni más relevante que cualquier otra cosa, que se terminara ese morbo absurdo por saber qué hacemos en nuestras camas, que las orientaciones sexuales de las personas no se usaran como armas arrojadizas, que no se chantajeara a nadie con revelar un “secreto” a voces, que se asumieran las realidades existentes, que se dejara a un lado la moral imperante y la violencia que las ideas únicas ejercen sobre aquellos que no cumplimos con lo que otros consideran normal.
Eso sería lo ideal, pero no es lo que es. Todavía hoy, si eres LGTB, tienes que enfrentarte a ese momento en el que has de decírselo a la gente que te quiere porque sientes que les estás mintiendo, o al menos estás ocultando una parte importante de ti. Y tienes que “confesarlo” no porque haya nada malo, sino porque el mundo está ordenado de tal manera que se presupone tu heterosexualidad.
Cuando eres feliz quieres compartir tu felicidad, quieres compartir cómo te sientes con los demás, pero tienes miedo a que la gente que te rodea te rechace por ser lo que eres. Te acuestas imaginado cómo será su reacción, te visualizas en la cocina, tal vez en el coche, puede que sea hoy el día en el que te atrevas y lo dejas pasar y dices “mañana será otro día” y te vas haciendo triste con toda la alegría que tenías.
Y un día, por fin, y normalmente sin esperártelo tú mismo, lo cuentas. Te liberas y eres valiente para decir quién eres aunque eso pueda hacer que dejen de quererte.
Si tienes suerte y tu entorno te quiere más que a sus ideas sobre las cosas, entonces piensas que ya está todo hecho, que ahora por fin puedes ser tú y que hay un colectivo de más personas que pueden haber sentido algo parecido esperando a recibirte con los brazos abiertos.
Pero te equivocas.
El problema es que cuando sales del armario descubres que este era solo un cajón y que hay otras puertas aún mayores.
Te encuentras con un rechazo tras otro dentro del propio colectivo oprimido que a su vez oprime.
No plumas, no gordos, no enfermos, no locas, gente fuera del ambiente, ‘mascxmasc’, solo discretos, solo negros, nunca me lo he hecho con un chino, qué asco una vagina (como si tú no hubieras salido de una), bloqueos, silencios o el creías que te iba a tocar la lotería y poder enrollarte con alguien tan guapo, con este cuerpazo y tan varonil como yo.
Homofobia interiorizada, misoginia, machismo y racismo camuflados bajo la bandera de los gustos personales.
Los feminismos han conseguido acuñar el término de la sororidad, de esa solidaridad entre mujeres, para que se ayuden entre ellas y no se hagan más daño, sin embargo en el colectivo LGBT no hemos creado ninguna palabra que designe los cuidados que nos debemos porque tal vez nos hemos acostumbrado a que nos hieran, al maltrato, a considerarnos mercancía, a asumir que las cosas son así y ya está. Tal vez sea hora de buscar una palabra para referirnos a la ‘solidaridad LGTB’, porque una vez exista tendremos que llenarla de contenido, de buenos tratos y podremos apelar a ella cuando sintamos que nuestra autoestima como seres humanos se tambalea una vez más por todos los ataques a la misma.
Porque lo que no puede ser es que reproduzcamos formas nocivas para sentirnos poderosos, lo que no podemos es coger la piedra con la que otros nos golpearon y tirársela a nuestros hermanos de miedos, de dudas, de deseos, de amores y vida. Y porque es nuestra responsabilidad como colectivo humano que cunda el ejemplo del afecto.
Eso sería lo ideal, pero no es lo que es. Todavía hoy, si eres LGTB, tienes que enfrentarte a ese momento en el que has de decírselo a la gente que te quiere porque sientes que les estás mintiendo, o al menos estás ocultando una parte importante de ti. Y tienes que “confesarlo” no porque haya nada malo, sino porque el mundo está ordenado de tal manera que se presupone tu heterosexualidad.
Cuando eres feliz quieres compartir tu felicidad, quieres compartir cómo te sientes con los demás, pero tienes miedo a que la gente que te rodea te rechace por ser lo que eres. Te acuestas imaginado cómo será su reacción, te visualizas en la cocina, tal vez en el coche, puede que sea hoy el día en el que te atrevas y lo dejas pasar y dices “mañana será otro día” y te vas haciendo triste con toda la alegría que tenías.
Y un día, por fin, y normalmente sin esperártelo tú mismo, lo cuentas. Te liberas y eres valiente para decir quién eres aunque eso pueda hacer que dejen de quererte.
Si tienes suerte y tu entorno te quiere más que a sus ideas sobre las cosas, entonces piensas que ya está todo hecho, que ahora por fin puedes ser tú y que hay un colectivo de más personas que pueden haber sentido algo parecido esperando a recibirte con los brazos abiertos.
Pero te equivocas.
El problema es que cuando sales del armario descubres que este era solo un cajón y que hay otras puertas aún mayores.
Te encuentras con un rechazo tras otro dentro del propio colectivo oprimido que a su vez oprime.
No plumas, no gordos, no enfermos, no locas, gente fuera del ambiente, ‘mascxmasc’, solo discretos, solo negros, nunca me lo he hecho con un chino, qué asco una vagina (como si tú no hubieras salido de una), bloqueos, silencios o el creías que te iba a tocar la lotería y poder enrollarte con alguien tan guapo, con este cuerpazo y tan varonil como yo.
Homofobia interiorizada, misoginia, machismo y racismo camuflados bajo la bandera de los gustos personales.
Los feminismos han conseguido acuñar el término de la sororidad, de esa solidaridad entre mujeres, para que se ayuden entre ellas y no se hagan más daño, sin embargo en el colectivo LGBT no hemos creado ninguna palabra que designe los cuidados que nos debemos porque tal vez nos hemos acostumbrado a que nos hieran, al maltrato, a considerarnos mercancía, a asumir que las cosas son así y ya está. Tal vez sea hora de buscar una palabra para referirnos a la ‘solidaridad LGTB’, porque una vez exista tendremos que llenarla de contenido, de buenos tratos y podremos apelar a ella cuando sintamos que nuestra autoestima como seres humanos se tambalea una vez más por todos los ataques a la misma.
Porque lo que no puede ser es que reproduzcamos formas nocivas para sentirnos poderosos, lo que no podemos es coger la piedra con la que otros nos golpearon y tirársela a nuestros hermanos de miedos, de dudas, de deseos, de amores y vida. Y porque es nuestra responsabilidad como colectivo humano que cunda el ejemplo del afecto.
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