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RSS · Revista San Sebastián, 2018-02-05
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San Sebastián en los años 30 era una ciudad cercana a los 80.000 habitantes que intentaba mantener el nivel adquirido durante la Belle Époque, pero el clima político general comenzaba a pedir cambios de gran calado.
Fue ese año cuando nuestra ciudad acogió la reunión de políticos republicanos que se dio en llamar Pacto de San Sebastián y que fue el embrión de la II República. El libro “La Masonería del siglo XX”, relata como: “Ramón Franco y Ángel Galarza, el 30 de enero de 1930, se reunieron con tres dirigentes del PSOE: Julián Besteiro, Fernando de los Ríos y Albornoz en casa de Besteiro y en agosto los dos mismos aviadores lo hicieron en el Café Guria de San Sebastián con Prieto, Miguel Maura y un hermano de Ortega y Gasset.”
El 12 de abril de 1931 se celebraron las elecciones municipales y en nuestra ciudad ganaron de forma clara los republicanos-socialistas con Fernando Sasiain a la cabeza, que fue nombrado Alcalde de Donosti.
La ciudad mientras intentaba seguir su buen ritmo. La Avenida de la Libertad seguía llena de Cafés y ampliaba su oferta con el nuevo establecimiento de Jerónimo Villagarcía, el Café Raga.
El Boulevard no se quedaba atrás. El Café París en la esquina con la calle Mayor, el Café Oriental, el Oliden, el Cho-Ko y alguno más, daban un gran ambiente a toda la zona.
Y la Parte Vieja, seguía siendo un punto de gran actividad. Las calles llenas de bares donde las cuadrillas de chiquiteros entonaban sus canciones mientras daban buena cuenta de un vino, más o menos peleón.
Este es el entorno que se encontró la urnietarra Paulina Garmendia cuando un 19 de enero de 1933 abrió el Bar Intza en la calle Esterlines 12. Una vía con un nombre curioso y que según algunas fuentes se debe a la actividad que existió en ella con comerciantes ingleses que pagaban en “sterlings”. De ahí acabó derivando en Esterlines, que es como se conoce desde hace siglos.
No era una calle muy ancha, ni tampoco muy concurrida, pero el Intza, era muy diferente a lo que se estilaba en la zona y tenía su encanto. Un periódico de la época lo describía de la siguiente forma:
“Yo iba camino de un restaurante… Siempre me ha llamado la atención en una calle estrecha de la Parte Vieja ese restaurante que tiene una verja y un patinillo con azulejos y emparrado. En el exterior parece andaluz. Creí que dentro iba a encontrar manzanilla y rasgueo de guitarra. Me equivoqué. El andalucismo no pasa de la fachada. La patrona y cocinera es de Urnieta.”
Y no es de extrañar que diese esa impresión porque no era un local al uso. Al entrar a la izquierda había una barra alicatada de azulejo en dos colores. Este espacio daba paso al comedor, donde perfectamente alineadas se estiraban las mesas con sus manteles de cuadros y sus sillas de madera. Al fondo los tiestos colgados en la pared que parecía un auténtico patio andaluz con su suelo de azulejos geométricos. Pero ahí acababa todo, una vez que se atravesaba la puerta, la gastronomía de Paulina era lo más importante. Había mucha competencia y por ello había que esmerarse en los fogones y en eso, la dueña era una especialista.
El Bar Intza fue adquiriendo prestigio día a día y cada vez eran más los banquetes y bodas que allí se celebraban. Pero llegó 1936 y el comienzo de la Guerra Civil. El marido de Paulina, José Antonio Irulegi, aunque no se había significado políticamente, si había mostrado su simpatía por el Partido Nacionalista Vasco. En 1933 había sido multado porque en el bar Intza se había preparado una pintura de brea que se utilizó en unas pintadas nacionalistas en el Pº de la Concha. Al entrar los requetés en San Sebastián, Paulina y Antonio pretendieron embarcarse como tantos otros, huyendo de los rebeldes, pero había tanta confusión en el puerto que se tuvieron que quedar. Pronto fue denunciado, detenido y a los pocos días fusilado. A la viuda le obligaron a cambiar el nombre del bar por el de “Bar España”, como lo hemos conocido hasta 1975 en que recuperó el nombre primitivo.
Años más tarde, Paulina volvió a casarse, en esta ocasión con Ignacio Solana, y entre ambos sacaron el negocio adelante, no sin dificultad. La siguiente generación, Coro Solana y su marido Luis Astrain tomaron el relevo. Luis era un hombre carismático que se relacionaba de maravilla con los clientes y Coro no tenía horas para atender y preparar, todos los días, una atractiva barra de pintxos y bocadillos. Esa combinación funcionó a la perfección y pusieron el negocio en valor a base de mucho trabajo y esfuerzo.
Tras el fallecimiento de Luis fue su hijo Koldo quien, junto a su mujer Inés Acero, peruana de nacimiento, le han dado un giro total, fusionando la gastronomía vasca y la del Perú con un magnífico resultado, que hace del Bar Intza una visita obligada en la Parte Vieja donostiarra.
Fue ese año cuando nuestra ciudad acogió la reunión de políticos republicanos que se dio en llamar Pacto de San Sebastián y que fue el embrión de la II República. El libro “La Masonería del siglo XX”, relata como: “Ramón Franco y Ángel Galarza, el 30 de enero de 1930, se reunieron con tres dirigentes del PSOE: Julián Besteiro, Fernando de los Ríos y Albornoz en casa de Besteiro y en agosto los dos mismos aviadores lo hicieron en el Café Guria de San Sebastián con Prieto, Miguel Maura y un hermano de Ortega y Gasset.”
El 12 de abril de 1931 se celebraron las elecciones municipales y en nuestra ciudad ganaron de forma clara los republicanos-socialistas con Fernando Sasiain a la cabeza, que fue nombrado Alcalde de Donosti.
La ciudad mientras intentaba seguir su buen ritmo. La Avenida de la Libertad seguía llena de Cafés y ampliaba su oferta con el nuevo establecimiento de Jerónimo Villagarcía, el Café Raga.
El Boulevard no se quedaba atrás. El Café París en la esquina con la calle Mayor, el Café Oriental, el Oliden, el Cho-Ko y alguno más, daban un gran ambiente a toda la zona.
Y la Parte Vieja, seguía siendo un punto de gran actividad. Las calles llenas de bares donde las cuadrillas de chiquiteros entonaban sus canciones mientras daban buena cuenta de un vino, más o menos peleón.
Este es el entorno que se encontró la urnietarra Paulina Garmendia cuando un 19 de enero de 1933 abrió el Bar Intza en la calle Esterlines 12. Una vía con un nombre curioso y que según algunas fuentes se debe a la actividad que existió en ella con comerciantes ingleses que pagaban en “sterlings”. De ahí acabó derivando en Esterlines, que es como se conoce desde hace siglos.
No era una calle muy ancha, ni tampoco muy concurrida, pero el Intza, era muy diferente a lo que se estilaba en la zona y tenía su encanto. Un periódico de la época lo describía de la siguiente forma:
“Yo iba camino de un restaurante… Siempre me ha llamado la atención en una calle estrecha de la Parte Vieja ese restaurante que tiene una verja y un patinillo con azulejos y emparrado. En el exterior parece andaluz. Creí que dentro iba a encontrar manzanilla y rasgueo de guitarra. Me equivoqué. El andalucismo no pasa de la fachada. La patrona y cocinera es de Urnieta.”
Y no es de extrañar que diese esa impresión porque no era un local al uso. Al entrar a la izquierda había una barra alicatada de azulejo en dos colores. Este espacio daba paso al comedor, donde perfectamente alineadas se estiraban las mesas con sus manteles de cuadros y sus sillas de madera. Al fondo los tiestos colgados en la pared que parecía un auténtico patio andaluz con su suelo de azulejos geométricos. Pero ahí acababa todo, una vez que se atravesaba la puerta, la gastronomía de Paulina era lo más importante. Había mucha competencia y por ello había que esmerarse en los fogones y en eso, la dueña era una especialista.
El Bar Intza fue adquiriendo prestigio día a día y cada vez eran más los banquetes y bodas que allí se celebraban. Pero llegó 1936 y el comienzo de la Guerra Civil. El marido de Paulina, José Antonio Irulegi, aunque no se había significado políticamente, si había mostrado su simpatía por el Partido Nacionalista Vasco. En 1933 había sido multado porque en el bar Intza se había preparado una pintura de brea que se utilizó en unas pintadas nacionalistas en el Pº de la Concha. Al entrar los requetés en San Sebastián, Paulina y Antonio pretendieron embarcarse como tantos otros, huyendo de los rebeldes, pero había tanta confusión en el puerto que se tuvieron que quedar. Pronto fue denunciado, detenido y a los pocos días fusilado. A la viuda le obligaron a cambiar el nombre del bar por el de “Bar España”, como lo hemos conocido hasta 1975 en que recuperó el nombre primitivo.
Años más tarde, Paulina volvió a casarse, en esta ocasión con Ignacio Solana, y entre ambos sacaron el negocio adelante, no sin dificultad. La siguiente generación, Coro Solana y su marido Luis Astrain tomaron el relevo. Luis era un hombre carismático que se relacionaba de maravilla con los clientes y Coro no tenía horas para atender y preparar, todos los días, una atractiva barra de pintxos y bocadillos. Esa combinación funcionó a la perfección y pusieron el negocio en valor a base de mucho trabajo y esfuerzo.
Tras el fallecimiento de Luis fue su hijo Koldo quien, junto a su mujer Inés Acero, peruana de nacimiento, le han dado un giro total, fusionando la gastronomía vasca y la del Perú con un magnífico resultado, que hace del Bar Intza una visita obligada en la Parte Vieja donostiarra.
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