domingo, 24 de septiembre de 2023

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Vanity Fair / Christo Casas //

Christo Casas: “Ser una marica mala es aceptar que aquello que nos han dicho que era lo peor de nosotras es lo mejor que podemos ofrecer al mundo”

Después de triunfar en la ficción con ‘El power ranger rosa’, el antropólogo y periodista conquense publica ‘Maricas malas’, un ensayo vibrante que desborda y cuestiona algunos de los mandatos más asentados en los discursos en torno a la cuestión LGTBQ+.
Darío Gael Blanco | Vanity Fair, 2023-09-24
https://www.revistavanityfair.es/articulos/christo-casas-maricas-malas-libro-ensayo

Christo Casas (Cuenca, 1991) es perfectamente consciente de cómo pueden sonar algunas de las premisas más disruptivas que desarrolla en ‘Maricas malas. Construir un futuro colectivo desde la disidencia’, como la de afirmar que el matrimonio igualitario fue una derrota. Y lo fue, sin duda, en el sentido de desactivar muchas reivindicaciones políticas necesarias y estrechar nuestros horizontes, entre otros resultados que ilustra con creces. Pero ni Casas ni su ensayo de debut buscan epatar ni ser carne de ‘clickbait’, sino tender la mano a todas aquellas personas cuyas necesidades y malestares no han quedado resueltos por una ley. Y tampoco por su institucionalización. Es decir: a todas. Y, de paso, ofrecernos un espacio seguro (pero no por ello inofensivo) en el que plantearnos nuevas dudas, ideas y propuestas de cara a los desafíos presentes y futuros. En el que, utilizando sus propias palabras y conceptos, mariconizarnos.

Recogiendo el testigo teórico de maricas malas tan ilustres como los inextinguibles Paco Vidarte y Shangay Lily, hallando asidero en autoras como Holly Lewis, Jasbir Puar, Alana S. Portero, Silvia Agüero, Donna Haraway o Gracia Trujillo y autores como Paul B. Preciado, Víctor Mora, Ignacio Elpidio Domínguez y Óscar Guasch, la propuesta de Casas analiza sin miedo, sin complejos y con mucha y muy buena pluma por qué la promesa de la normalidad tras la legalización del matrimonio igualitario ha contribuido a desvincular y capitalizar las vidas LGTBI+, convirtiéndolas en bienes consumibles y en partícipes de un sistema para el que nunca han sido ni serán lo suficientemente buenas.

Casas tiene muy claro su lugar de enunciación y, lejos de pretender que “marica” o “maricón” sean términos paraguas, lo que propone es que no sean esencialistas, que constituyan más una práctica accesible a todo el mundo que una identidad inmóvil. “No soy maricón, estoy maricón”, sentencia en uno de los momentos de la entrevista. Y explica que opta por reapropiarse de este término porque “a diferencia de lo homosexual o lo gay, tan limpio e higiénico, se solapa con lo obrero”, citando a Camila Sosa Villada y su ya célebre defensa de “travesti”, una palabra imposible de higienizar y despolitizar. Y es que “un maricón ni agradece la tolerancia ni pide permiso para serlo”.

El periodista es especialmente hábil y generoso a la hora de trazar y sostener conexiones que a más de uno se le antojarán improbables. Una buena muestra de ello es el peso de la influencia de Silvia Agüero y su propuesta (por otra parte, colectiva) de gitanizar el mundo. Parte de la fuerza arrolladora de este ensayo radica precisamente en su apertura hacia teorías y realidades que sin duda conectan y se solapan con lo ‘queer’, pero que desde el ‘mainstream’ se suelen presentar incluso como antagónicas, o cuanto menos jerarquizar, como en el caso de las personas discapacitadas o en situación de sinhogarismo.

Situando en nuestro contexto y recuperando el espíritu revolucionario que tan bien supieron cristalizar aquellas primeras manifestaciones del Orgullo que, partiendo de la de Barcelona en 1978 [i.e. 1977], rápidamente se replicaron y extendieron por el resto del territorio, el autor profundiza en nuestras genealogías sin sacralizarlas ni idealizarlas, exponiendo sus aciertos, errores y contradicciones. Con la distancia justa, cierto humor y sin un ápice de frialdad.

Y en este desbordamiento que trasciende de lo identitario, ¿cuáles son las “maricas malas” que más le inspiran? Una de ellas es Pepa Flores, porque “únicamente tenía que cantar (bueno, y haber padecido mucho maltrato infantil), pero de haber querido habría tenido la vida más que resuelta. Y entonces ella va y decide echarlo todo por la borda, lanzarse a la militancia comunista y morder con mala leche a los medios cada vez que le tienden la mano, y al sistema cada vez que le intenta acariciar el lomo erizado”. Otra es Sara Montiel, que le parece “una marica mala maravillosa” por su reivindicación de la sexualidad y promiscuidad femeninas en una época en la que hacerlo era harto complicado. Y tirando de un escenario mucho más actual, reivindica, “si es que ella está cómoda definiéndose así”, a Samantha Hudson y su manera de abrazar el fracaso y el esperpento.

Siguiendo su propia propuesta de ampliar y extender el ámbito de lo marica más allá de individuos concretos, Casas considera que “en cuanto a movimiento colectivo, yo creo que los sindicatos de inquilinos son una cosa muy marica mala, porque yo la reivindico mucho como algo que siempre hace lo inesperado, que no va a cumplir con el patrón y va a buscar alianzas donde menos te lo esperas. Y a mí me parece que el sistema inmobiliario español jamás se esperó que los inquilinos hicieran esas alianzas. Vivimos un momento de gran precariedad habitacional y de crisis de la vivienda drástico y los sindicatos de inquilinos, como el Sindicat de Llogateres, son un ejemplo de una unión, de una construcción de lazos y de puentes, no desde la identidad, sino desde la necesidad que tenemos en común todas las personas que los conformamos. Creo que este sería un buen ejemplo de cómo quiero construir puentes cuando hablo de amariconar el mundo, las relaciones y las luchas”.

Y además es uno que conecta directamente con una de las genealogías más recurrentes, idealizadas y manoseadas por el colectivo: las de las activistas Sylvia Rivera y Marsha P. Johnson, mucho más conocidas por su implicación en la revuelta de Stonewall que por su proyecto con el colectivo S.T.A.R (Street Transvestite Action Revolutionaries o Acción Travesti Callejera Revolucionaria), cuya principal finalidad era “habitar y dar vivienda a personas LGBT que se encontraban viviendo en la calle. En el libro explico que el sinhogarismo tiende a estar fuertemente atravesado por lo LGTBI, hay muchísimas personas que han sido expulsadas de sus hogares por salir del armario”. Según Casas, S.T.A.R. fue su proyecto más transformador, hasta el punto de demostrar su vigencia transformadora en lo que hoy en día conocemos como sindicatos y asociaciones de inquilinos.

Al abordar uno de los jardines más poblados del discurso en los últimos años, el conquense reconoce que la “trinchera de la identidad” ha sido necesaria durante mucho tiempo porque "había fuego cruzado y las víctimas íbamos a ser siempre nosotras, así que tocaba atrincherarse y justificar nuestra existencia, salvaguardarnos”. No obstante, considera que “ya somos una sociedad y un colectivo suficientemente maduros y asentados como para dar el siguiente paso, el de cuestionar la identidad y hablar de la práctica, que es lo realmente transformador. Porque lo identitario tú no puedes cambiarlo, pero si lo que pretendemos es transformar el mundo, lo que van a cambiar son prácticas y maneras de hacer las cosas, no las esencias”. En ese sentido le interesa mucho dar el paso de “dejar de hablar de quiénes somos y hablar de a dónde vamos, tender puentes y ver quién se suma en ese camino”.

Siguiendo ese hilo, según él “hay un potencial revolucionario en el hecho de que ser maricón no sea un compromiso de por vida, no has firmado ningún contrato para serlo”, explica, refiriéndose a volver a incidir más en las prácticas que en la identidad como algo inmóvil, incluso innato, sino como algo maleable y sujeto a posibles modificaciones. “Creo que hay un poco de miedo a aceptar esto, porque parece que hay quien cree que eso justificaría que la homosexualidad se puede corregir, pero el tema es que no hay nada que corregir porque está bien devenir bi, devenir trans, homo o hetero”, matiza.

Algo más que le preocupa del énfasis identitario es que “no nos da herramientas para hacer frente los nuevos discursos emergentes de la extrema derecha, que de hecho son super identitarios, en este caso del nacionalismo español, y que han entendido perfectamente de qué va eso de la identidad”, hasta el punto de utilizarla para hacerse “un lavado de cara presentándonos a un maricón, a una mujer o a una persona racializada como candidatos”.

Otra reflexión interesante de ‘Maricas malas’ es la que plantea la necesidad de tener espacios desde los que trazar estrategias, cuidarse y abordar debates que suelen ser utilizados como munición en contra de colectivos enteros, como es el caso del ‘chemsex’. "Esa es la parte que más me costó escribir del libro, porque aunque hablo en todo momento de abrir las puertas y dejar correr el aire, soy consciente de que hay ciertos debates que requieren de una privacidad, donde no estemos sujetos a la mirada hetero, que va a mirar con tres toneladas más de desprecio todo lo que hagamos, en comparación con cuando quienes lo hacen son ellos”.

Según este ensayo, mucho más sugerente que académico pese a la abundancia de referencias, la familia, la vejez, la crianza, la vivienda, los cuidados, los placeres, el trabajo, la cultura, la literatura, las masculinidades, el espacio público, las fiestas de tu pueblo... todo es susceptible de ser mariconizado, de beneficiarse de la mirada y la praxis queer. Y, en el caso de las personas, de encarnarlo. Pero la suya es además una propuesta multidireccional, y es que “los maricas también hemos de bollerizarnos, discapacitarnos, racializarnos y emprender este mismo viaje que yo propongo hacer al resto". Así, nos invita a encontrar nuestro propio estigma desde el que reivindicarnos y que compartir con los demás, colectivizándolo. “Yo me he vaciado. Ahora estoy dispuesto a llenarme de otras personas y otras experiencias”, concluye, con cierto alivio.

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