Vanity Fair / Alana S. Portero // |
Alana S. Portero: “Es muy fácil ser sobrio cuando todo está hecho a tu medida”
La mala costumbre, el debut narrativo de la escritora, dramaturga y directora escénica madrileña, es un brillante conjuro literario que confirma que los mal llamados márgenes conforman el núcleo de muchas otras vidas que no se suelen contar.
Darío Gael Blanco | Vanity Fair, 2023-05-13
https://www.revistavanityfair.es/articulos/alana-s-portero-la-mala-costumbre-novela-debut
Llevamos años pudiendo disfrutar de la pluma ágil, mordaz y tierna de Alana S. Portero en medios como Vogue España, El Salto Diario, Agente Provocador y eldiario.es o en su Patreon, pero ahora debuta en la ficción con una novela que triunfó en su puesta de largo en la Feria del Libro de Frankfurt, meses antes de publicarse. Desde entonces, ya son once las editoriales que han adquirido sus derechos y por el momento será traducida al menos a ocho idiomas. Tras su publicación el 3 de mayo, 'La mala costumbre' (Seix Barral) no ha dejado de cosechar críticas excelentes y demostrar que las altas expectativas de sus lectores estaban más que justificadas.
Alana me recibe de riguroso negro en la biblioteca y antigua Casa de Fieras del Retiro, en una suerte de aula con un imponente escritorio sobre el que descansa un ejemplar. Lleva un camafeo de Mar del Valle y bromea con que, entre su look y el escritorio a nuestra derecha, guarda cierto parecido con Emilia Pardo Bazán. Parece escuchar atentamente nuestra charla la estampita de santo Domingo Savio que forma parte de la cubierta obra de Roberta Marrero, artista y escritora a la que admira desde hace mucho tiempo y que “apela a casi todos mis fetiches estéticos y culturales”. Al igual que muchos otros habitantes disidentes de la noche dosmilera madrileña, “yo la buscaba muy a menudo en sus pinchadas. Era para mí esa esfinge a la que aspirar, ese ángel en el que te quieres convertir”. Y matiza, bajándola del pedestal, que al fin y al cabo deshumaniza: “es una artista admirable e inteligentísima. Una mujer ejemplar, en el buen y en el mal sentido”.
Si la cultura trans existe (que lo hace, pero no en singular), este libro aúna a dos de sus principales figuras en España. Pero esta delicada 'bildungsroman' nacida de la purpurina y el asfalto tiene múltiples facetas, más allá de iluminar y llenar de matices las vidas trans con información de primera mano, acercándolas a la experiencia de cualquiera. La clase es, junto al autodescubrimiento, uno de los principales ejes de una novela con mucha conciencia de clase a través del tamiz de la autora y sin rastro de la abultada épica condescendiente que se empeña en obviar toda experiencia más allá de ciertos hombres que desempeñan ciertos trabajos. Es una novela en la que abunda el puchero, las obras que son amores a falta de mejores palabras, en la que se ponen de relieve los aciertos y las contradicciones de la solidaridad entre vecinos y familiares, de sus límites y elasticidades. Al mentar sus influencias en este sentido, recurre a una anécdota de la escritora Ursula K. Le Guin, que al recibir la noticia de que había ganado uno de sus primeros premios “su manera de celebrarlo fue salir un momento a respirar a la parte de atrás de su casa y mirar el cielo porque estaba reventada de atender su hogar”. O a Toni Morrison, que iba esbozando sus historias mientras cargaba con las bolsas de la compra. Pero también halló inspiración en las “escritoras a las que conozco personalmente, que están vivísimas y son jovencísimas, que sé que se matan a trabajar y escriben cuando pueden, que es robándole horas a la noche”.
Otro de esos ejes es Madrid, el de las calles de San Blas y la Chueca y Malasaña previas a la gentrificación. “Esta es mi carta de amor a Madrid, una ciudad fea pero con gancho”, matiza sonriendo. “La idea de que Madrid es una especie de club privado para ricos en la que vienes y se te tritura es un relato interesado. Yo no digo que no tenga su traslación real porque aquí se pasa mal, sí. Madrid fue destruida durante la Guerra Civil y a Madrid se le aplicó un correctivo tremebundo que explica en parte que se haya decantado por ciertas cosas. El Madrid obrero, el de las luchas vecinales de finales de los 70 y los años 80, tuvieron que destruirlo y erradicarlo a través de la droga. Pero es una ciudad con un espíritu de lucha enorme, mucha magia y sitios por descubrir, así que me parece injustísimo que al final se piense en ella como un sitio donde solo hay franquicias de tapas”. Al hacer de San Blas su “Macondo particular”, Portero nos ofrece a través de sus páginas un imaginario mucho más cercano que el de los grandes autores del canon, y es que al fin y al cabo, “¿A quién te pareces más, a la protagonista de 'La mala costumbre' o a ese señor austrohúngaro que escribía de maravilla pero tocaba la campanilla para que le trajeran el café? Yo eso no lo he visto en mi vida, pero gente como ella, sin necesidad de ser trans, he conocido a mucha”.
Se nota su paso por las tablas en su manera de expresarse y en los diálogos vívidos de la novela. Pero también en su manera de sublimar las estructuras del teatro, la épica y los mitos griegos, con sus “oráculos que te empujan a seguir, esas mujeres que cumplen la función de las Moiras y te muestran por un instante el hilo del destino, que te cuentan quién eres, te hacen trizas y te dan alegrías a partes iguales”. Pero aplicado al contexto de la protagonista, esas son mujeres, como en el caso de las trabajadoras sexuales trans, a las que se empuja a los márgenes pero que “son el centro de la existencia de mucha gente”: “hacer literatura con ellas me parecía un acto de justicia, necesitaba contar sus vidas coronándolas con magia, con ficción de la mejor que yo fuese capaz de trenzar. También quise hacer un homenaje a esa generación que se llevó la peor parte de la Ley de peligrosidad social y que fue arrasada por el SIDA". Su formación como historiadora medievalista se hace notar en las numerosas referencias que intercala con un santoral mucho más pop ("igual que me he criado leyendo mitología, me he criado leyendo el ¡HOLA! y el Pronto", puntualiza), y con “nuestra cultura [LGTB+] de encontrarnos referentes en lugares donde en principio nadie los busca”.
Tiene todo el sentido, pues, que la protagonista con un pasado de niña confinada en las imágenes y mundos de ficción que le permitían ser quien era únicamente a escondidas del mundo exterior, se nutra con los mitos de transformación griegos, “mitos de seres que evolucionan, que cambian, que seducen adoptando otras formas corporales. Algo con una lectura muy directa para la cultura LGTB, pero también para cualquiera que haya fantaseado con ser otra cosa, con ser algo más o simplemente con cambiar de alguna manera”. También que los resignifique o devuelva a su ductilidad original, la de todas las culturas milenarias que engrandecen el juego, el disfraz y los cuerpos que supuestamente no son posibles, algo rabiosamente queer desde nuestro prisma actual.
Portero lleva años construyendo y reconstruyendo, a través de sus artículos, genealogías trans y queer que nos han sido arrebatadas o a las que se ha tratado de despojar de su importancia. En 'La mala costumbre' lo hace trazando una urdimbre de redes de resistencia y cuidados, primero de un mundo que excluye en un principio a su protagonista, pero del cual siempre ha formado parte: el de la sororidad entre mujeres machacadas por el peso del patriarcado y de la clase, pero que en ocasiones abren el gineceo para recibir a las más desterradas. Y más adelante, el de las familias elegidas a golpe de epifanías y encuentros mágicos, maniobras de supervivencia, observación atenta y puro ingenio. Pero incluso en la masculinidad más normativa, marcada por la grisura y un disciplinamiento salvaje, hay lugar para esos cuidados, ya se manifiesten en la protección discreta pero constante de un hermano o en un padre que se quita la comida de la boca para dársela a una hija trans a la que no entiende. Y es que “no hace falta entender nada cuando se es una persona decente”, sintetizaba la autora en su presentación en Madrid, el pasado 10 de mayo. Precisamente en esa presentación, en la que estuvo acompañada por la ministra de Igualdad Irene Montero, esta última aludía a algo que Portero retrata de forma magistral: las "rupturas del pacto de caballeros" que abren una grieta y posibilitan otras maneras de cuidar y de relacionarse
Abunda también el humor en las páginas de este debut literario que se siente cómodo en lo camp y lo reviste de cierta solemnidad inherente a todo exceso, máxime cuando supone una respuesta a la tiranía de lo que la normalidad considera apropiado. Tan cómoda está en ciertas contradicciones esta “taurina antitaurina”, que sabe “mucho más de toros de lo que me gustaría” y que considera la tauromaquia una práctica aberrante, que no duda en reconocer abiertamente su fascinación por todo lo que tenga que ver con la realeza o el “chafardeo real”, como a ella le gusta decir. “Desde siempre he sentido un amor incondicional por la escenificación de las cosas, hasta el punto de haberme dedicado al teatro, y aquello me parece un teatro llevado al paroxismo, una manera de tratar de mantener la magia, pero que ya no funciona muy bien”. Ciñéndonos a la cultura, más allá de cuestiones tan relevantes como su legitimidad en un escenario actual, “lo camp y lo monárquico están íntimamente unidos. Es una pura teatralización que no puede revestirse de normalidad, porque la monarquía es una anormalidad que pertenece a los cuadros. Así que vístemela como tal. Ya que mantenemos la jefatura de Estado, ponte la corona, el armiño, dame oro, dame teatro”.
En la novela hay también muchos destellos de aparente frivolidad, de performance, rituales y liturgias más o menos ceremoniosas sin las que muchas personas cercenadas por la norma no se pueden construir ni contar a sí mismas, a falta de otras herramientas a las que al fin estamos empezando a tener acceso. Y en todo ello hay un respeto infinito y una hondura propia de quienes han tenido que valerse de estos artificios para aspirar a algo más que sobrevivir. “Es muy fácil ser sobrio cuando estás seguro en tu vida, cuando todo está hecho para ti y toda la fenomenología universal está hecha a tu medida. Pero cuando la cotidianidad no está hecha para ti, te queda fantasear y lo camp no es más que fantasía, teatralización y juego. Al final es un proceso de descubrimiento a través de la tragicomedia, el exceso, la fábula, el asombro, la picardía... ¿Cómo no va a tener hondura eso? Si es pura búsqueda y experimentación, llevada además hasta sus últimas consecuencias. Eso únicamente se puede ver ridículo desde la seguridad y sobriedad y de quien lo tiene todo a su alcance. Quien lo vea ridículo en realidad lo que nos está ofreciendo es una carta de privilegios, un ‘yo no necesito florituras para estar feliz porque no me hace falta’. Bueno, no te hace falta a ti, que lo tienes todo a tu alcance, pero hay muchas personas que necesitan esto que pertenece por derecho a las personas que lo tienen difícil. Y es un orgullo pertenecer a ese mundo. Es una auténtica alegría”, resuelve, acomodándose la melena.
A pesar de sus tablas, a Alana aún le cuesta acostumbrarse a ser entrevistada, a ser el foco de atención desde su faceta como autora, transitar la rueda promocional y leer las primeras reseñas que celebran su obra y aplauden su talento. En el clamor de la presentación en su Madrid natal hubo vítores y aplausos constantes, lágrimas de emoción, pañuelos ennegrecidos por el rímel y una cola de firmas que se prolongó hasta el horario de cierre. No es que haya nacido una estrella, lo que sucede es que esa estrella al fin tiene acceso al escenario y los camerinos que se merece. Este libro es la primera estancia del hogar que Portero nos ofrece, un aquelarre luminoso alrededor de una mesa camilla. Y yo os animo a poneros vuestras mejores galas y participar de él.
Alana me recibe de riguroso negro en la biblioteca y antigua Casa de Fieras del Retiro, en una suerte de aula con un imponente escritorio sobre el que descansa un ejemplar. Lleva un camafeo de Mar del Valle y bromea con que, entre su look y el escritorio a nuestra derecha, guarda cierto parecido con Emilia Pardo Bazán. Parece escuchar atentamente nuestra charla la estampita de santo Domingo Savio que forma parte de la cubierta obra de Roberta Marrero, artista y escritora a la que admira desde hace mucho tiempo y que “apela a casi todos mis fetiches estéticos y culturales”. Al igual que muchos otros habitantes disidentes de la noche dosmilera madrileña, “yo la buscaba muy a menudo en sus pinchadas. Era para mí esa esfinge a la que aspirar, ese ángel en el que te quieres convertir”. Y matiza, bajándola del pedestal, que al fin y al cabo deshumaniza: “es una artista admirable e inteligentísima. Una mujer ejemplar, en el buen y en el mal sentido”.
Si la cultura trans existe (que lo hace, pero no en singular), este libro aúna a dos de sus principales figuras en España. Pero esta delicada 'bildungsroman' nacida de la purpurina y el asfalto tiene múltiples facetas, más allá de iluminar y llenar de matices las vidas trans con información de primera mano, acercándolas a la experiencia de cualquiera. La clase es, junto al autodescubrimiento, uno de los principales ejes de una novela con mucha conciencia de clase a través del tamiz de la autora y sin rastro de la abultada épica condescendiente que se empeña en obviar toda experiencia más allá de ciertos hombres que desempeñan ciertos trabajos. Es una novela en la que abunda el puchero, las obras que son amores a falta de mejores palabras, en la que se ponen de relieve los aciertos y las contradicciones de la solidaridad entre vecinos y familiares, de sus límites y elasticidades. Al mentar sus influencias en este sentido, recurre a una anécdota de la escritora Ursula K. Le Guin, que al recibir la noticia de que había ganado uno de sus primeros premios “su manera de celebrarlo fue salir un momento a respirar a la parte de atrás de su casa y mirar el cielo porque estaba reventada de atender su hogar”. O a Toni Morrison, que iba esbozando sus historias mientras cargaba con las bolsas de la compra. Pero también halló inspiración en las “escritoras a las que conozco personalmente, que están vivísimas y son jovencísimas, que sé que se matan a trabajar y escriben cuando pueden, que es robándole horas a la noche”.
Otro de esos ejes es Madrid, el de las calles de San Blas y la Chueca y Malasaña previas a la gentrificación. “Esta es mi carta de amor a Madrid, una ciudad fea pero con gancho”, matiza sonriendo. “La idea de que Madrid es una especie de club privado para ricos en la que vienes y se te tritura es un relato interesado. Yo no digo que no tenga su traslación real porque aquí se pasa mal, sí. Madrid fue destruida durante la Guerra Civil y a Madrid se le aplicó un correctivo tremebundo que explica en parte que se haya decantado por ciertas cosas. El Madrid obrero, el de las luchas vecinales de finales de los 70 y los años 80, tuvieron que destruirlo y erradicarlo a través de la droga. Pero es una ciudad con un espíritu de lucha enorme, mucha magia y sitios por descubrir, así que me parece injustísimo que al final se piense en ella como un sitio donde solo hay franquicias de tapas”. Al hacer de San Blas su “Macondo particular”, Portero nos ofrece a través de sus páginas un imaginario mucho más cercano que el de los grandes autores del canon, y es que al fin y al cabo, “¿A quién te pareces más, a la protagonista de 'La mala costumbre' o a ese señor austrohúngaro que escribía de maravilla pero tocaba la campanilla para que le trajeran el café? Yo eso no lo he visto en mi vida, pero gente como ella, sin necesidad de ser trans, he conocido a mucha”.
Se nota su paso por las tablas en su manera de expresarse y en los diálogos vívidos de la novela. Pero también en su manera de sublimar las estructuras del teatro, la épica y los mitos griegos, con sus “oráculos que te empujan a seguir, esas mujeres que cumplen la función de las Moiras y te muestran por un instante el hilo del destino, que te cuentan quién eres, te hacen trizas y te dan alegrías a partes iguales”. Pero aplicado al contexto de la protagonista, esas son mujeres, como en el caso de las trabajadoras sexuales trans, a las que se empuja a los márgenes pero que “son el centro de la existencia de mucha gente”: “hacer literatura con ellas me parecía un acto de justicia, necesitaba contar sus vidas coronándolas con magia, con ficción de la mejor que yo fuese capaz de trenzar. También quise hacer un homenaje a esa generación que se llevó la peor parte de la Ley de peligrosidad social y que fue arrasada por el SIDA". Su formación como historiadora medievalista se hace notar en las numerosas referencias que intercala con un santoral mucho más pop ("igual que me he criado leyendo mitología, me he criado leyendo el ¡HOLA! y el Pronto", puntualiza), y con “nuestra cultura [LGTB+] de encontrarnos referentes en lugares donde en principio nadie los busca”.
Tiene todo el sentido, pues, que la protagonista con un pasado de niña confinada en las imágenes y mundos de ficción que le permitían ser quien era únicamente a escondidas del mundo exterior, se nutra con los mitos de transformación griegos, “mitos de seres que evolucionan, que cambian, que seducen adoptando otras formas corporales. Algo con una lectura muy directa para la cultura LGTB, pero también para cualquiera que haya fantaseado con ser otra cosa, con ser algo más o simplemente con cambiar de alguna manera”. También que los resignifique o devuelva a su ductilidad original, la de todas las culturas milenarias que engrandecen el juego, el disfraz y los cuerpos que supuestamente no son posibles, algo rabiosamente queer desde nuestro prisma actual.
Portero lleva años construyendo y reconstruyendo, a través de sus artículos, genealogías trans y queer que nos han sido arrebatadas o a las que se ha tratado de despojar de su importancia. En 'La mala costumbre' lo hace trazando una urdimbre de redes de resistencia y cuidados, primero de un mundo que excluye en un principio a su protagonista, pero del cual siempre ha formado parte: el de la sororidad entre mujeres machacadas por el peso del patriarcado y de la clase, pero que en ocasiones abren el gineceo para recibir a las más desterradas. Y más adelante, el de las familias elegidas a golpe de epifanías y encuentros mágicos, maniobras de supervivencia, observación atenta y puro ingenio. Pero incluso en la masculinidad más normativa, marcada por la grisura y un disciplinamiento salvaje, hay lugar para esos cuidados, ya se manifiesten en la protección discreta pero constante de un hermano o en un padre que se quita la comida de la boca para dársela a una hija trans a la que no entiende. Y es que “no hace falta entender nada cuando se es una persona decente”, sintetizaba la autora en su presentación en Madrid, el pasado 10 de mayo. Precisamente en esa presentación, en la que estuvo acompañada por la ministra de Igualdad Irene Montero, esta última aludía a algo que Portero retrata de forma magistral: las "rupturas del pacto de caballeros" que abren una grieta y posibilitan otras maneras de cuidar y de relacionarse
Abunda también el humor en las páginas de este debut literario que se siente cómodo en lo camp y lo reviste de cierta solemnidad inherente a todo exceso, máxime cuando supone una respuesta a la tiranía de lo que la normalidad considera apropiado. Tan cómoda está en ciertas contradicciones esta “taurina antitaurina”, que sabe “mucho más de toros de lo que me gustaría” y que considera la tauromaquia una práctica aberrante, que no duda en reconocer abiertamente su fascinación por todo lo que tenga que ver con la realeza o el “chafardeo real”, como a ella le gusta decir. “Desde siempre he sentido un amor incondicional por la escenificación de las cosas, hasta el punto de haberme dedicado al teatro, y aquello me parece un teatro llevado al paroxismo, una manera de tratar de mantener la magia, pero que ya no funciona muy bien”. Ciñéndonos a la cultura, más allá de cuestiones tan relevantes como su legitimidad en un escenario actual, “lo camp y lo monárquico están íntimamente unidos. Es una pura teatralización que no puede revestirse de normalidad, porque la monarquía es una anormalidad que pertenece a los cuadros. Así que vístemela como tal. Ya que mantenemos la jefatura de Estado, ponte la corona, el armiño, dame oro, dame teatro”.
En la novela hay también muchos destellos de aparente frivolidad, de performance, rituales y liturgias más o menos ceremoniosas sin las que muchas personas cercenadas por la norma no se pueden construir ni contar a sí mismas, a falta de otras herramientas a las que al fin estamos empezando a tener acceso. Y en todo ello hay un respeto infinito y una hondura propia de quienes han tenido que valerse de estos artificios para aspirar a algo más que sobrevivir. “Es muy fácil ser sobrio cuando estás seguro en tu vida, cuando todo está hecho para ti y toda la fenomenología universal está hecha a tu medida. Pero cuando la cotidianidad no está hecha para ti, te queda fantasear y lo camp no es más que fantasía, teatralización y juego. Al final es un proceso de descubrimiento a través de la tragicomedia, el exceso, la fábula, el asombro, la picardía... ¿Cómo no va a tener hondura eso? Si es pura búsqueda y experimentación, llevada además hasta sus últimas consecuencias. Eso únicamente se puede ver ridículo desde la seguridad y sobriedad y de quien lo tiene todo a su alcance. Quien lo vea ridículo en realidad lo que nos está ofreciendo es una carta de privilegios, un ‘yo no necesito florituras para estar feliz porque no me hace falta’. Bueno, no te hace falta a ti, que lo tienes todo a tu alcance, pero hay muchas personas que necesitan esto que pertenece por derecho a las personas que lo tienen difícil. Y es un orgullo pertenecer a ese mundo. Es una auténtica alegría”, resuelve, acomodándose la melena.
A pesar de sus tablas, a Alana aún le cuesta acostumbrarse a ser entrevistada, a ser el foco de atención desde su faceta como autora, transitar la rueda promocional y leer las primeras reseñas que celebran su obra y aplauden su talento. En el clamor de la presentación en su Madrid natal hubo vítores y aplausos constantes, lágrimas de emoción, pañuelos ennegrecidos por el rímel y una cola de firmas que se prolongó hasta el horario de cierre. No es que haya nacido una estrella, lo que sucede es que esa estrella al fin tiene acceso al escenario y los camerinos que se merece. Este libro es la primera estancia del hogar que Portero nos ofrece, un aquelarre luminoso alrededor de una mesa camilla. Y yo os animo a poneros vuestras mejores galas y participar de él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.