Imagen: El Diario / Jean Wyllys |
Jean Wyllys fue elegido en 2010 como el primer diputado federal en llevar la causa del orgullo LGTB al Parlamento brasileño donde se convirtió en el principal opositor de Bolsonaro. Cuando el ultraderechista alcanzó la presidencia, aumentaron las amenazas contra su vida, por lo que decidió huir a Europa. "Bolsonaro pasó a la segunda vuelta de las presidenciales y yo estaba seguro de que ganaría; y de que si ganaba, yo no seguiría vivo".
João França | El Diario, 2019-06-12
https://www.eldiario.es/desalambre/Jean-Wyllys-exdiputado-Bolsonaro-Brasil_0_909209272.html
Jean Wyllys (Alagoinhas, Brasil, 1974) es periodista, profesor universitario y teórico de la comunicación, pero no es por eso por lo que se le conoce. Su fama está marcada por dos hitos: en 2005 fue el ganador de Big Brother Brasil, la versión local del reality Gran Hermano, y en 2010 fue elegido como el primer diputado federal en llevar la causa del orgullo LGTB al Parlamento brasileño.
Desde entonces ha desarrollado su lucha por los derechos humanos como diputado del Partido Socialismo y Libertad (PSOL), hasta que, tras la victoria del ultraderechista Jair Bolsonaro, optó por abandonar el país temiendo por su vida, ya que se habían intensificado las amenazas contra él y su familia. Actualmente se encuentra en Alemania, donde empezará una tesis doctoral sobre las fake news, con mucha atención a todo lo que ha sucedido en Brasil en los últimos años.
Jean Wyllys y Jain Bolsonaro coincidieron en el Congreso durante los últimos años como diputados. Según explicó el diputado de izquierdas en el documental 'Entre Hombres de Bien', mientras hablaba en el Parlamento, Bolsonaro le murmullaba detrás de él: "Marica, marica".
En otra ocasión el actual presidente de Brasil le espetó: "¡Fuera de aquí, maricón!". Jean Wyllys respondió escupiendo.
Cuando el ultra derechista obtuvo la victoria electoral, el parlamentario decidió exiliarse. Su vida, sostiene, corría aún más peligro en un Brasil presidido por Bolsonaro.
P. En 2011 entró en el Congreso brasileño como único diputado abiertamente LGTB.
R. Antes que yo hubo otra persona abiertamente gay en el Parlamento, Clodovil Hernandes, sin embargo, él era homófobo, y no abogaba por la extensión de la plena ciudadanía a la comunidad LGTB, al contrario. Se posicionó contra el matrimonio igualitario o la idea de orgullo LGTB. Era un tipo muy misógino. Yo llegué ahí con una historia completamente distinta de la suya.
P. ¿Cuál era su bagaje?
R. Yo venía del activismo LGTB, y antes de eso mi vida ya había sido politizada por el movimiento pastoral de la iglesia católica, orientado por la teología de la liberación, que fue muy combatida por Juan Pablo II y la derecha católica en América Latina. Esta oposición se debía a que era un movimiento de inspiración marxista, un movimiento de facto cristiano, porque no hay nada más comunista que el cristianismo primitivo. Es en los años 90 cuando empiezo el activismo en el movimiento LGTB, que entonces era llamado movimiento gay, muy en relación con la epidemia del sida.
P. ¿Y por qué dio el paso a la política institucional?
R. Cuando decidí presentarme a las elecciones fue para unir dos aspectos de mi vida que estaban separados. Mi formación académica y mi activismo político, por un lado, estaban disociados de una fama que conseguí a través de la participación en un programa de televisión, Big Brother Brasil.
Me convertí en una celebridad instantánea. El programa fue muy politizado por mi presencia, que generó incontables debates sobre lo que decía o hacía. Yo creía que esa fama pasaría, pero pasados cinco o seis años me seguían parando por la calle, pidiéndome fotos e invitándome a eventos en los que no quería participar. No podía librarme de eso, así que la manera de unir los dos caminos, el de la fama y el del activismo político y la actividad académica, era mi candidatura.
Así que me presenté, me eligieron y me convertí en la primera figura que llega al Parlamento diciéndose abiertamente gay pero con orgullo de serlo, abriendo la agenda de los derechos humanos para que incluya la cuestión LGTB. Pero también lo hice de forma distinta a como el movimiento LGTB conducía el debate.
P. ¿Cómo era esa perspectiva sobre la cuestión LGTB?
R. El movimiento se miraba mucho al ombligo, teniendo como buque insignia la criminalización de la homofobia. No trabajaba de manera interseccional. Todos los gays somos vulnerables a la homofobia, pero es obvio que un gay pobre y negro es triplemente vulnerable, y no puede tratarse cada cosa por separado, así que no podemos tratar la homofobia de manera uniforme.
Por otro lado, yo también quería afirmar que un hombre gay no tiene que tratar sólo las cuestiones LGTB. Eso quizás fue lo que más molestó de mi presencia ahí, porque además de llevar la agenda LGTB, entré para hacer la "gran política", participar en el "gran debate", hablar de economía, abordar las políticas públicas o disputar el presupuesto. Eso fue un hecho inédito y abrió las puertas para que el número de candidaturas LGTB no haya dejado de crecer en Brasil desde mi elección.
P. ¿Cómo vivió la homofobia en ese espacio institucional?
R. Tuve que enfrentar la homofobia social, practicada incluso por personas que son tus aliadas pero no se dan cuenta que están siendo homófobas. Diputadas a las que tengo mucho cariño pero que de repente soltaban algo como "no me gustaría que mi hijo fuera gay", y cuando se daban cuenta añadían: "porque va a sufrir mucho en este mundo".
¿Qué persona no sufre en este mundo? Eso no es una excusa para no querer un hijo gay. Desde este tipo de situaciones hasta los chistes con el objetivo de insultarme, por ejemplo dentro del baño cuando yo entraba.
Por otro lado, había también una homofobia institucional, que me trataba de manera distinta a los demás. Cada día tenía que imponerme para que los trabajadores de la cámara de los diputados me viesen y me respetasen como a un diputado, porque en su cabeza ese no es lugar para un gay. En su cabeza un diputado es un hombre blanco, hetero, rico, normalmente viejo, un oligarca y vinculado a una familia de políticos. A estos los servían como felpudos, pero personas como yo, o compañeros que venían del Movimiento Sin Tierra, no teníamos su respeto.
Finalmente enfrentaba también una homofobia deliberada, de amenazas de muerte, insultos programados, ataques orquestados, todo para silenciarme y coaccionarme para que desistiera.
P. ¿Qué significó la elección de Jair Bolsonaro como presidente?
R. La elección de Bolsonaro corona un cambio político que empieza en 2013. En junio de ese año hubo movimientos políticos iniciados por la izquierda con reivindicaciones muy justas, contra el aumento de los billetes de autobús o por la transparencia sobre los costes de las obras del Mundial de fútbol.
Sin embargo, ya en 2013, esos movimientos empiezan a ser cooptados y parasitados por una fuerza política que estaba silenciada pero presente: las fuerzas derrotadas por el proceso de democratización que tuvo lugar con la constitución de 1988. Tras 24 años de dictadura militar, esas fuerzas no fueron propiamente derrotadas. La ley de Amnistía en Brasil no castigó a ningún torturador ni a ninguno de los asesinos. Siguieron allí, recibiendo pensiones altísimas, y pudieron convertirse en empresarios con ese dinero. Veían su agenda derrotada en las urnas, y a partir de la primera elección de Lula no había perspectiva de que ese grupo volviera democráticamente al poder, porque la agenda que el Partido de los Trabajadores (PT) presentó contemplaba a los pobres, que eran la mayoría de la población. Era una agenda de reparación histórica a las injusticias practicadas contra los negros, que incluía los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres o que abrazaba a la población LGTB.
P. ¿Y qué ocurrió?
R. Esas fuerzas políticas empiezan a parasitar el movimiento de 2013, se organiza, se financia no sabemos cómo, y empieza a producir un discurso usando sobretodo la táctica de la mentira y las ‘fake news’, aprovechando una inhabilidad de parte de la población, sobre todo la población mayor, con las redes sociales e internet.
Esos grupos empiezan a evocar un discurso de extrema derecha que encuentra su portavoz en Jair Bolsonaro, alguien que llevaba más de 20 años en el Congreso Nacional, como una voz solitaria, políticamente incorrecta, diciendo todo eso que empieza a decirse de manera más clara. Con el uso de la mentira y un portavoz como Bolsonaro, que por su naturaleza jocosa gana espacio en televisión, era obvio que la extrema derecha ganaría esa batalla, porque la izquierda, y me parece genial que sea así, no echa mano de esos artificios.
P. Pero más allá del uso de la mentira, parece que la izquierda tiene reparos en ocupar según qué espacio, como por ejemplo un ‘reality show’ como Gran Hermano.
R. La izquierda todavía tiene muchos prejuicios en relación al consumo cultural. Si bien se autoproclama defensora de los derechos de la mayoría de la población, y de hecho los defiende, la mayoría de la población no se identifica con la izquierda. Entiendo que la izquierda sea derrotada muchas veces, porque el suyo es un ejercicio de despertar las conciencias y mostrar las cadenas que atan a las personas, y no es fácil.
Pero además desprecia el consumo cultural de los pobres: las telenovelas, los ‘reality shows’, las divas del pop… Por ejemplo, la izquierda no ha percibido cómo las maricas en Internet aman a las divas. Esto no puede ser despreciado, nos tenemos que apropiar de ese lenguaje y hablar así con esas personas. En nuestro mandato contratamos a una persona especialmente para hacer eso, conectada con ese universo y esa jerga, y conseguimos politizar a muchas maricas de esa manera.
La izquierda no ha leído a Gramsci, porque si lo hubiera leído entendería, a partir del concepto de hegemonía, que tenemos que ocupar todos los espacios, porque todos son campos de batalla. En cambio, la tendencia de la izquierda es decirme que si participo en Big Brother Brasil soy el enemigo o un traidor. No se da cuenta de que estoy ahí ocupando una posición estratégica, ‘hackeando’ un espacio que debe ser ‘hackeado’.
No tenemos que mentir como hace la extrema derecha, pero tenemos que apropiarnos del lenguaje que usan para mentir. No mentiremos pero tenemos que hacer una fábrica de memes, tenemos que poder decir nuestras verdades en forma de meme. Es por eso que quiero dedicarme al estudio de las ‘fake news’, no sólo porque destruyeron parte de mi vida, sino porque necesitamos encontrar los modos de combatirla. Tenemos que restituir la línea entre la verdad y la mentira.
P. Hay consenso en decir que Bolsonaro ganó las elecciones gracias a WhatsApp y a las ‘fake news’, pero parece una explicación simplista.
R. La ascensión de la extrema derecha está muy basada en prejuicios que están en la mayoría de la población. Lo que pasa es que son prejuicios que no se dicen, porque una ola democrática que vino tras 24 años de dictadura militar remarcó que ya no eran políticamente correctos. Justo después de la aprobación de la constitución ciudadana de 1988, el racismo se convirtió en delito.
¿Significa eso que los racistas desaparecieron por la fuerza de la ley? No. Como dice el poeta Carlos Drummond de Andrade, los lirios no nacen de las leyes. Los racistas no lo decían pero seguían ahí. ¿Y los homófobos? Igual, y el racismo no es tan unánime en Brasil; pero la homofobia, sí. La homofobia es ubicua, está en todas las clases sociales, entre letrados, académicos, iletrados, ignorantes… está en todas partes. ,
P. ¿Cómo?
R. En 2011 inventaron el bulo del "kit gay" [que teóricamente quería repartir el ministerio de educación], creando un pánico moral de que la homosexualidad es fruto de un proselitismo que se haría en las escuelas. Entonces hasta las personas enrolladas, de izquierdas, se sintieron aterradas con esa idea de que su hijo no iba a ver el partido del Flamengo el domingo en el Maracanã, sino que podría gustarle el ballet gracias al "kit gay".
Esa mentira inventada en 2011 dio la victoria a Bolsonaro en 2018. Y, por supuesto, para eso no era suficiente el discurso, sino que entra en juego un elemento que nunca debe ser menospreciado: la fuerza económica, que sigue definiendo quién gana y quién no. Antes el dinero se dedicaba a preciosas campañas de televisión, y ahora se está invirtiendo masivamente en las nuevas tecnologías.
Sobre todo porque trazan un perfil tuyo que permite enviar un mensaje muy específico, que te tocará específicamente a ti. Mediante esos bancos de datos se dispararon mensajes hechos a medida para diferentes grupos de personas con fake news.
Se caracterizan por su difusión a través de aplicaciones en las que estás con personas en las que confías o con las que has convivido y tienes un afecto, como tu grupo de la escuela, de la universidad, de la familia o del trabajo. Su transmisión en esos espacios hace que pienses que son ciertas o, aunque sepas que no lo son, prefieres no desmentirlas.
Cuando llegamos al punto de desmentirlas ya era demasiado tarde y empezaron las peleas y rupturas en los grupos de familia. Estabas en un grupo de familia y de repente tu tío ponía cualquier mierda contra los gays, faltándote al respeto. A lo mejor ni pensaba que estabas ahí, o le daba igual porque nunca le habías gustado y ahora no tenía problema en decírtelo.
P. Todo ese discurso cala porque había un conservadurismo en Brasil del que no parece que la gente fuera consciente.
R. Vivimos 350 años de esclavitud que se acabó porque una princesa blanca firmó una ley que liberaba a los esclavos. Punto. Esta ley se aprobó no porque ella fuera benevolente, sino porque Inglaterra presionó a Brasil, porque estaba viviendo una revolución industrial y necesitaba mano de obra y nuevos mercados de consumo.
La élite brasileña nunca quiso renunciar a la esclavitud. Todavía hoy hay personas que viven en condiciones similares a la esclavitud. No se desarrolló ninguna política de inclusión de la población negra en el mercado de trabajo, al contrario. Muchas haciendas importaron mano de obra blanca para sustituir a los esclavos en la agricultura como asalariados, sobre todo inmigrantes italianos. Había un propósito, después de la liberación de los esclavos, de emblanquecer la sociedad. Lo teorizaron y escribieron los intelectuales de la época.
Somos un país católico, de tradición judeocristiana, con una población de evangélicos neopentecostales que viene creciendo de forma abrumadora desde los años 80. Y en los fundamentos de estas religiones abrahámicas están el patriarcado, la subalternización de la mujer y el rechazo a la homosexualidad. Esto está dentro de la gente y lo que puede deconstruirlo son los sistemas educativos y de cultura, que nos llevan a conocer otros mundos y a pensar. Pero nuestro país tiene un déficit inmenso en términos de educación de calidad y de acceso a la cultura.
P. ¿Los gobiernos del PT no revirtió esa situación?
R. La era Lula amplió el acceso a la educación, lo pudo masificar, pero no necesariamente garantizó la calidad de la educación pública. Hay ciudades en Brasil que no tienen ni un solo equipamiento cultural, ni siquiera uno. Un cinema, un teatro, una sala de conciertos… nada. En un país como este, que no ha dado acceso a las personas a estos sistemas de ampliación del imaginario, las iglesias neopentecostales sólo pueden triunfar, porque ofrecen eso.
Ofrecen un espacio de sociabilidad. Las personas quieren convivir, estar juntas. Ofrece música, puedes ir a cantar, y ofrece una caridad directa. Evidentemente, a cambio de todo esto introduce en las personas unos valores horribles, de racismo, homofobia, misoginia…
P. ¿En qué momento los ataques a su persona lo llevan a optar por el exilio?
R. En realidad ya lo venía meditando antes de las elecciones. Estaba viviendo una vida muy mala, restringida, con guardaespaldas, sin poder ir a los lugares que frecuentaba, siendo insultado en los espacios, en una postura constantemente reactiva.
Desde 2016 mi equipo dejó de ser productivo para pasar a ser reactivo. No teníamos tiempo para proponer porque estábamos demasiado ocupados en defendernos. El equipo de comunicación gastaba el 20% del tiempo en difundir nuestro trabajo y el 80% en rebatir ‘fake news’. Con la muerte de Marielle Franco [concejal de su partido asesinada en Rio] esa voluntad de abandonar la política institucional ganó más fuerza dentro de mí, pero aún así hice la campaña, y fue muy difícil.
No quería estar en la calle, tenía crisis de pánico. Hay dos personas en Brasil que son odiadas en esta misma proporción, y quizás también queridas, pero una de esas personas es Lula, que fue presidente de la República dos veces, y la otra soy yo, que soy un simple diputado.
Cuando fui elegido para el nuevo mandato, Bolsonaro pasó a la segunda vuelta de las presidenciales y yo estaba seguro de que ganaría; y de que si ganaba, yo no seguiría vivo. Podría morir de muchas maneras, desde un asesinato ostensivo, como pasó con Marielle -porque cada vez hay más asociación entre organizaciones criminales y el poder constituido-. También podría morir en un asesinato fabricado, un asesinato político convertido en crimen pasional, por ejemplo.
Y, si no, moriría de depresión, porque no iba a aguantar cuatro años viviendo atrapado y amenazado. Pero cuando tomé esa decisión no imaginaba que la erosión del Gobierno sería tan rápida. Pensaba que duraría algo más, que engañaría a más gente durante más tiempo. Por suerte no está funcionando y mucha gente ya se ha dado cuenta del imbécil que es, pero no le causa ningún problema gobernar con la minoría contra la mayoría.
P. Ante cuatro años de Bolsonaro, ¿cómo se puede construir un futuro mejor?
R. No sé hacer futurología, pero la manera de construir un futuro mejor es trabajando, haciendo cada uno su parte en la resistencia y en la restitución del tejido democrático. Los movimientos sociales, los intelectuales, la universidad, los artistas… Los que fuimos desterrados, Débora Diniz, Marcia Tiburi y yo, estamos los tres en activo, actuando desde fuera junto a instituciones internacionales para denunciar las violencias que están sucediendo en Brasil. Incluso hemos conseguido cosas importantes, como que Bolsonaro no fuera a Nueva York, y pronto conseguiremos que no lo inviten a París.
En cada entrevista que doy, en cada denuncia, cuando cuento quién es esta figura, el mundo se asusta y quiere alejarse. Esto es un trabajo político en otro nivel, distinto del trabajo parlamentario. Me fui de Brasil para proteger mi vida, para tener una vida, pero no significa que me fuera para callarme, al contrario.
P. Y, en la política institucional, ¿también hay lugar para la esperanza?
R. Claro que hay esperanza, tiene que haberla, no hay más opción. Fuera de la política está la barbarie, así que lo que tenemos que hacer es política. Tenemos que aprender a hablar entre quienes somos diferentes, a articularnos contra el mal mayor que es el fascismo. Las personas de centroderecha, socialdemócratas, liberales, marxistas, socialistas, comunistas, tenemos que hablar más entre nosotros y defender la democracia contra el fascismo. Ese es el ejercicio que nos queda. Tengo muchas críticas al Congreso Nacional de Brasil y a los Parlamentos en todo el mundo, pero es peor sin ellos, sin el espacio de debate.
Desde entonces ha desarrollado su lucha por los derechos humanos como diputado del Partido Socialismo y Libertad (PSOL), hasta que, tras la victoria del ultraderechista Jair Bolsonaro, optó por abandonar el país temiendo por su vida, ya que se habían intensificado las amenazas contra él y su familia. Actualmente se encuentra en Alemania, donde empezará una tesis doctoral sobre las fake news, con mucha atención a todo lo que ha sucedido en Brasil en los últimos años.
Jean Wyllys y Jain Bolsonaro coincidieron en el Congreso durante los últimos años como diputados. Según explicó el diputado de izquierdas en el documental 'Entre Hombres de Bien', mientras hablaba en el Parlamento, Bolsonaro le murmullaba detrás de él: "Marica, marica".
En otra ocasión el actual presidente de Brasil le espetó: "¡Fuera de aquí, maricón!". Jean Wyllys respondió escupiendo.
Cuando el ultra derechista obtuvo la victoria electoral, el parlamentario decidió exiliarse. Su vida, sostiene, corría aún más peligro en un Brasil presidido por Bolsonaro.
P. En 2011 entró en el Congreso brasileño como único diputado abiertamente LGTB.
R. Antes que yo hubo otra persona abiertamente gay en el Parlamento, Clodovil Hernandes, sin embargo, él era homófobo, y no abogaba por la extensión de la plena ciudadanía a la comunidad LGTB, al contrario. Se posicionó contra el matrimonio igualitario o la idea de orgullo LGTB. Era un tipo muy misógino. Yo llegué ahí con una historia completamente distinta de la suya.
P. ¿Cuál era su bagaje?
R. Yo venía del activismo LGTB, y antes de eso mi vida ya había sido politizada por el movimiento pastoral de la iglesia católica, orientado por la teología de la liberación, que fue muy combatida por Juan Pablo II y la derecha católica en América Latina. Esta oposición se debía a que era un movimiento de inspiración marxista, un movimiento de facto cristiano, porque no hay nada más comunista que el cristianismo primitivo. Es en los años 90 cuando empiezo el activismo en el movimiento LGTB, que entonces era llamado movimiento gay, muy en relación con la epidemia del sida.
P. ¿Y por qué dio el paso a la política institucional?
R. Cuando decidí presentarme a las elecciones fue para unir dos aspectos de mi vida que estaban separados. Mi formación académica y mi activismo político, por un lado, estaban disociados de una fama que conseguí a través de la participación en un programa de televisión, Big Brother Brasil.
Me convertí en una celebridad instantánea. El programa fue muy politizado por mi presencia, que generó incontables debates sobre lo que decía o hacía. Yo creía que esa fama pasaría, pero pasados cinco o seis años me seguían parando por la calle, pidiéndome fotos e invitándome a eventos en los que no quería participar. No podía librarme de eso, así que la manera de unir los dos caminos, el de la fama y el del activismo político y la actividad académica, era mi candidatura.
Así que me presenté, me eligieron y me convertí en la primera figura que llega al Parlamento diciéndose abiertamente gay pero con orgullo de serlo, abriendo la agenda de los derechos humanos para que incluya la cuestión LGTB. Pero también lo hice de forma distinta a como el movimiento LGTB conducía el debate.
P. ¿Cómo era esa perspectiva sobre la cuestión LGTB?
R. El movimiento se miraba mucho al ombligo, teniendo como buque insignia la criminalización de la homofobia. No trabajaba de manera interseccional. Todos los gays somos vulnerables a la homofobia, pero es obvio que un gay pobre y negro es triplemente vulnerable, y no puede tratarse cada cosa por separado, así que no podemos tratar la homofobia de manera uniforme.
Por otro lado, yo también quería afirmar que un hombre gay no tiene que tratar sólo las cuestiones LGTB. Eso quizás fue lo que más molestó de mi presencia ahí, porque además de llevar la agenda LGTB, entré para hacer la "gran política", participar en el "gran debate", hablar de economía, abordar las políticas públicas o disputar el presupuesto. Eso fue un hecho inédito y abrió las puertas para que el número de candidaturas LGTB no haya dejado de crecer en Brasil desde mi elección.
P. ¿Cómo vivió la homofobia en ese espacio institucional?
R. Tuve que enfrentar la homofobia social, practicada incluso por personas que son tus aliadas pero no se dan cuenta que están siendo homófobas. Diputadas a las que tengo mucho cariño pero que de repente soltaban algo como "no me gustaría que mi hijo fuera gay", y cuando se daban cuenta añadían: "porque va a sufrir mucho en este mundo".
¿Qué persona no sufre en este mundo? Eso no es una excusa para no querer un hijo gay. Desde este tipo de situaciones hasta los chistes con el objetivo de insultarme, por ejemplo dentro del baño cuando yo entraba.
Por otro lado, había también una homofobia institucional, que me trataba de manera distinta a los demás. Cada día tenía que imponerme para que los trabajadores de la cámara de los diputados me viesen y me respetasen como a un diputado, porque en su cabeza ese no es lugar para un gay. En su cabeza un diputado es un hombre blanco, hetero, rico, normalmente viejo, un oligarca y vinculado a una familia de políticos. A estos los servían como felpudos, pero personas como yo, o compañeros que venían del Movimiento Sin Tierra, no teníamos su respeto.
Finalmente enfrentaba también una homofobia deliberada, de amenazas de muerte, insultos programados, ataques orquestados, todo para silenciarme y coaccionarme para que desistiera.
P. ¿Qué significó la elección de Jair Bolsonaro como presidente?
R. La elección de Bolsonaro corona un cambio político que empieza en 2013. En junio de ese año hubo movimientos políticos iniciados por la izquierda con reivindicaciones muy justas, contra el aumento de los billetes de autobús o por la transparencia sobre los costes de las obras del Mundial de fútbol.
Sin embargo, ya en 2013, esos movimientos empiezan a ser cooptados y parasitados por una fuerza política que estaba silenciada pero presente: las fuerzas derrotadas por el proceso de democratización que tuvo lugar con la constitución de 1988. Tras 24 años de dictadura militar, esas fuerzas no fueron propiamente derrotadas. La ley de Amnistía en Brasil no castigó a ningún torturador ni a ninguno de los asesinos. Siguieron allí, recibiendo pensiones altísimas, y pudieron convertirse en empresarios con ese dinero. Veían su agenda derrotada en las urnas, y a partir de la primera elección de Lula no había perspectiva de que ese grupo volviera democráticamente al poder, porque la agenda que el Partido de los Trabajadores (PT) presentó contemplaba a los pobres, que eran la mayoría de la población. Era una agenda de reparación histórica a las injusticias practicadas contra los negros, que incluía los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres o que abrazaba a la población LGTB.
P. ¿Y qué ocurrió?
R. Esas fuerzas políticas empiezan a parasitar el movimiento de 2013, se organiza, se financia no sabemos cómo, y empieza a producir un discurso usando sobretodo la táctica de la mentira y las ‘fake news’, aprovechando una inhabilidad de parte de la población, sobre todo la población mayor, con las redes sociales e internet.
Esos grupos empiezan a evocar un discurso de extrema derecha que encuentra su portavoz en Jair Bolsonaro, alguien que llevaba más de 20 años en el Congreso Nacional, como una voz solitaria, políticamente incorrecta, diciendo todo eso que empieza a decirse de manera más clara. Con el uso de la mentira y un portavoz como Bolsonaro, que por su naturaleza jocosa gana espacio en televisión, era obvio que la extrema derecha ganaría esa batalla, porque la izquierda, y me parece genial que sea así, no echa mano de esos artificios.
P. Pero más allá del uso de la mentira, parece que la izquierda tiene reparos en ocupar según qué espacio, como por ejemplo un ‘reality show’ como Gran Hermano.
R. La izquierda todavía tiene muchos prejuicios en relación al consumo cultural. Si bien se autoproclama defensora de los derechos de la mayoría de la población, y de hecho los defiende, la mayoría de la población no se identifica con la izquierda. Entiendo que la izquierda sea derrotada muchas veces, porque el suyo es un ejercicio de despertar las conciencias y mostrar las cadenas que atan a las personas, y no es fácil.
Pero además desprecia el consumo cultural de los pobres: las telenovelas, los ‘reality shows’, las divas del pop… Por ejemplo, la izquierda no ha percibido cómo las maricas en Internet aman a las divas. Esto no puede ser despreciado, nos tenemos que apropiar de ese lenguaje y hablar así con esas personas. En nuestro mandato contratamos a una persona especialmente para hacer eso, conectada con ese universo y esa jerga, y conseguimos politizar a muchas maricas de esa manera.
La izquierda no ha leído a Gramsci, porque si lo hubiera leído entendería, a partir del concepto de hegemonía, que tenemos que ocupar todos los espacios, porque todos son campos de batalla. En cambio, la tendencia de la izquierda es decirme que si participo en Big Brother Brasil soy el enemigo o un traidor. No se da cuenta de que estoy ahí ocupando una posición estratégica, ‘hackeando’ un espacio que debe ser ‘hackeado’.
No tenemos que mentir como hace la extrema derecha, pero tenemos que apropiarnos del lenguaje que usan para mentir. No mentiremos pero tenemos que hacer una fábrica de memes, tenemos que poder decir nuestras verdades en forma de meme. Es por eso que quiero dedicarme al estudio de las ‘fake news’, no sólo porque destruyeron parte de mi vida, sino porque necesitamos encontrar los modos de combatirla. Tenemos que restituir la línea entre la verdad y la mentira.
P. Hay consenso en decir que Bolsonaro ganó las elecciones gracias a WhatsApp y a las ‘fake news’, pero parece una explicación simplista.
R. La ascensión de la extrema derecha está muy basada en prejuicios que están en la mayoría de la población. Lo que pasa es que son prejuicios que no se dicen, porque una ola democrática que vino tras 24 años de dictadura militar remarcó que ya no eran políticamente correctos. Justo después de la aprobación de la constitución ciudadana de 1988, el racismo se convirtió en delito.
¿Significa eso que los racistas desaparecieron por la fuerza de la ley? No. Como dice el poeta Carlos Drummond de Andrade, los lirios no nacen de las leyes. Los racistas no lo decían pero seguían ahí. ¿Y los homófobos? Igual, y el racismo no es tan unánime en Brasil; pero la homofobia, sí. La homofobia es ubicua, está en todas las clases sociales, entre letrados, académicos, iletrados, ignorantes… está en todas partes. ,
P. ¿Cómo?
R. En 2011 inventaron el bulo del "kit gay" [que teóricamente quería repartir el ministerio de educación], creando un pánico moral de que la homosexualidad es fruto de un proselitismo que se haría en las escuelas. Entonces hasta las personas enrolladas, de izquierdas, se sintieron aterradas con esa idea de que su hijo no iba a ver el partido del Flamengo el domingo en el Maracanã, sino que podría gustarle el ballet gracias al "kit gay".
Esa mentira inventada en 2011 dio la victoria a Bolsonaro en 2018. Y, por supuesto, para eso no era suficiente el discurso, sino que entra en juego un elemento que nunca debe ser menospreciado: la fuerza económica, que sigue definiendo quién gana y quién no. Antes el dinero se dedicaba a preciosas campañas de televisión, y ahora se está invirtiendo masivamente en las nuevas tecnologías.
Sobre todo porque trazan un perfil tuyo que permite enviar un mensaje muy específico, que te tocará específicamente a ti. Mediante esos bancos de datos se dispararon mensajes hechos a medida para diferentes grupos de personas con fake news.
Se caracterizan por su difusión a través de aplicaciones en las que estás con personas en las que confías o con las que has convivido y tienes un afecto, como tu grupo de la escuela, de la universidad, de la familia o del trabajo. Su transmisión en esos espacios hace que pienses que son ciertas o, aunque sepas que no lo son, prefieres no desmentirlas.
Cuando llegamos al punto de desmentirlas ya era demasiado tarde y empezaron las peleas y rupturas en los grupos de familia. Estabas en un grupo de familia y de repente tu tío ponía cualquier mierda contra los gays, faltándote al respeto. A lo mejor ni pensaba que estabas ahí, o le daba igual porque nunca le habías gustado y ahora no tenía problema en decírtelo.
P. Todo ese discurso cala porque había un conservadurismo en Brasil del que no parece que la gente fuera consciente.
R. Vivimos 350 años de esclavitud que se acabó porque una princesa blanca firmó una ley que liberaba a los esclavos. Punto. Esta ley se aprobó no porque ella fuera benevolente, sino porque Inglaterra presionó a Brasil, porque estaba viviendo una revolución industrial y necesitaba mano de obra y nuevos mercados de consumo.
La élite brasileña nunca quiso renunciar a la esclavitud. Todavía hoy hay personas que viven en condiciones similares a la esclavitud. No se desarrolló ninguna política de inclusión de la población negra en el mercado de trabajo, al contrario. Muchas haciendas importaron mano de obra blanca para sustituir a los esclavos en la agricultura como asalariados, sobre todo inmigrantes italianos. Había un propósito, después de la liberación de los esclavos, de emblanquecer la sociedad. Lo teorizaron y escribieron los intelectuales de la época.
Somos un país católico, de tradición judeocristiana, con una población de evangélicos neopentecostales que viene creciendo de forma abrumadora desde los años 80. Y en los fundamentos de estas religiones abrahámicas están el patriarcado, la subalternización de la mujer y el rechazo a la homosexualidad. Esto está dentro de la gente y lo que puede deconstruirlo son los sistemas educativos y de cultura, que nos llevan a conocer otros mundos y a pensar. Pero nuestro país tiene un déficit inmenso en términos de educación de calidad y de acceso a la cultura.
P. ¿Los gobiernos del PT no revirtió esa situación?
R. La era Lula amplió el acceso a la educación, lo pudo masificar, pero no necesariamente garantizó la calidad de la educación pública. Hay ciudades en Brasil que no tienen ni un solo equipamiento cultural, ni siquiera uno. Un cinema, un teatro, una sala de conciertos… nada. En un país como este, que no ha dado acceso a las personas a estos sistemas de ampliación del imaginario, las iglesias neopentecostales sólo pueden triunfar, porque ofrecen eso.
Ofrecen un espacio de sociabilidad. Las personas quieren convivir, estar juntas. Ofrece música, puedes ir a cantar, y ofrece una caridad directa. Evidentemente, a cambio de todo esto introduce en las personas unos valores horribles, de racismo, homofobia, misoginia…
P. ¿En qué momento los ataques a su persona lo llevan a optar por el exilio?
R. En realidad ya lo venía meditando antes de las elecciones. Estaba viviendo una vida muy mala, restringida, con guardaespaldas, sin poder ir a los lugares que frecuentaba, siendo insultado en los espacios, en una postura constantemente reactiva.
Desde 2016 mi equipo dejó de ser productivo para pasar a ser reactivo. No teníamos tiempo para proponer porque estábamos demasiado ocupados en defendernos. El equipo de comunicación gastaba el 20% del tiempo en difundir nuestro trabajo y el 80% en rebatir ‘fake news’. Con la muerte de Marielle Franco [concejal de su partido asesinada en Rio] esa voluntad de abandonar la política institucional ganó más fuerza dentro de mí, pero aún así hice la campaña, y fue muy difícil.
No quería estar en la calle, tenía crisis de pánico. Hay dos personas en Brasil que son odiadas en esta misma proporción, y quizás también queridas, pero una de esas personas es Lula, que fue presidente de la República dos veces, y la otra soy yo, que soy un simple diputado.
Cuando fui elegido para el nuevo mandato, Bolsonaro pasó a la segunda vuelta de las presidenciales y yo estaba seguro de que ganaría; y de que si ganaba, yo no seguiría vivo. Podría morir de muchas maneras, desde un asesinato ostensivo, como pasó con Marielle -porque cada vez hay más asociación entre organizaciones criminales y el poder constituido-. También podría morir en un asesinato fabricado, un asesinato político convertido en crimen pasional, por ejemplo.
Y, si no, moriría de depresión, porque no iba a aguantar cuatro años viviendo atrapado y amenazado. Pero cuando tomé esa decisión no imaginaba que la erosión del Gobierno sería tan rápida. Pensaba que duraría algo más, que engañaría a más gente durante más tiempo. Por suerte no está funcionando y mucha gente ya se ha dado cuenta del imbécil que es, pero no le causa ningún problema gobernar con la minoría contra la mayoría.
P. Ante cuatro años de Bolsonaro, ¿cómo se puede construir un futuro mejor?
R. No sé hacer futurología, pero la manera de construir un futuro mejor es trabajando, haciendo cada uno su parte en la resistencia y en la restitución del tejido democrático. Los movimientos sociales, los intelectuales, la universidad, los artistas… Los que fuimos desterrados, Débora Diniz, Marcia Tiburi y yo, estamos los tres en activo, actuando desde fuera junto a instituciones internacionales para denunciar las violencias que están sucediendo en Brasil. Incluso hemos conseguido cosas importantes, como que Bolsonaro no fuera a Nueva York, y pronto conseguiremos que no lo inviten a París.
En cada entrevista que doy, en cada denuncia, cuando cuento quién es esta figura, el mundo se asusta y quiere alejarse. Esto es un trabajo político en otro nivel, distinto del trabajo parlamentario. Me fui de Brasil para proteger mi vida, para tener una vida, pero no significa que me fuera para callarme, al contrario.
P. Y, en la política institucional, ¿también hay lugar para la esperanza?
R. Claro que hay esperanza, tiene que haberla, no hay más opción. Fuera de la política está la barbarie, así que lo que tenemos que hacer es política. Tenemos que aprender a hablar entre quienes somos diferentes, a articularnos contra el mal mayor que es el fascismo. Las personas de centroderecha, socialdemócratas, liberales, marxistas, socialistas, comunistas, tenemos que hablar más entre nosotros y defender la democracia contra el fascismo. Ese es el ejercicio que nos queda. Tengo muchas críticas al Congreso Nacional de Brasil y a los Parlamentos en todo el mundo, pero es peor sin ellos, sin el espacio de debate.
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