Imagen: El Mundo / Ilustración de Patricia Bolinches |
Cuando Samanta Villar dijo que a veces se imaginaba tirando a su bebé por el balcón, empezó la enésima guerra que divide España en dos: la maternidad. De un lado, las Supermadres, para las que un hijo es todo... y más. Del otro, las autodenominadas Malasmadres, que defienden que la crianza puede llegar a ser un tormento y no pasa nada por reconocerlo. Escojan bando (si quieren).
Marta Caballero | Papel, El Mundo, 2017-04-16
http://www.elmundo.es/papel/historias/2017/04/16/58ecc38ce2704e60718b4579.html
«Total, que me engañaron como a una idiota con lo de tener niños», zanjó Julia, la amiga de mi madre, mientras mi madre se reía.
A mí se me atragantó el vino.
Hacía muchísimo calor en el bar de la piscina y la bebida estaba relajando el lenguaje. El tema lo había sacado yo: tenía 33 años, me había separado de mi última pareja y la posibilidad de no llegar a ser madre jamás había pasado a ser mi principal preocupación. Parte de mi círculo no dejaba de reproducirse mientras las cosas se complicaban para mí. O así lo veía en ese momento: un maldito cronómetro en cada ovario.
Conozco a Julia de toda la vida. He jugado con sus dos hijos desde que tengo uso de razón. Sé que les quiere. Pero aquella tarde supe, además, que habría prescindido de tenerlos de haber sido joven en el siglo XXI y no en los primeros 80. Es psicóloga, divorciada, tiene 60 años y canta en un grupo. De pronto, su aseveración me cuadraba. «Es que si tuviera tu edad hoy, no se me ocurriría. ¿Sabes lo que nos hemos perdido por vosotros?». Está bien, Julia, a ti te lo compro.
Lo que no me cuadró fue la reacción de mi madre. Seguía riéndose a carcajadas según su amiga iba hiperbolizando cada afirmación. Pero es que, además, la mujer que me trajo al mundo estaba asintiendo.
-¿Mami?- la miré fijamente.
-¿Y qué quieres que te diga? Dais mucha guerra.
Más tarde, ya en remojo, se explicó: su generación fue la primera que tuvo que compaginar la maternidad con una carrera laboral. Mientras crecíamos, la pedagogía las bombardeaba con la obligación de comunicarse con sus criaturas. Quisieron estar permanentemente al día de nuestros desvelos, soledades y fracasos. Y, a la vez, eligieron desarrollarse como eminentes profesionales. Todo en un país que está a años luz de modelos políticos como los nórdicos en el tema de la maternidad. «Hemos vivido la vida de los otros sin permitirnos un espacio de independencia».
El caso es que mi madre y su amiga, dos señoras de vuelta de todo, me habían puesto al corriente del asunto en un santiamén: la maternidad por fin estaba saliendo del ámbito de lo sagrado. De un tiempo a esta parte, a las mujeres les empieza a estar permitido hablar de los lastres que puede acarrear esta dedicación y no sólo de sus bondades. Se acabó el tabú.
Y de golpe este país, tan tendente a la polarización, tan amigo de las grietas, se ha dividido en dos nuevas Españas. En un bando, las Malasmadres, aquellas que decidieron contarle al mundo que no todo en la crianza es belleza. Y, enfrente, las Supermadres, aquellas que apuestan por una vuelta al apego: lactancia, colecho y porteo mediante.
Dos trincheras levantadas por un buen número de protagonistas que eligieron y luego narraron su posición en el frente. Y, al cabo, un fenómeno amplificado por los medios, que han decidido olvidar la escala de grises que media entre el ruido de Sálvame -el famoso «todas nos hemos imaginado tirando a nuestro hijo por el balcón», pronunciado por la presentadora Samanta Villar en el programa de Telecinco- a las convencidas de que la teta es el centro del universo.
Seamos sinceros, de la maternidad siempre se ha hablado con cierta cursilería. No hay más que ver los anuncios de televisión de productos para bebés, edulcoradas comedias románticas en la que los amantes son la madre perfecta y su nene, en un mundo en el que no parecen existir las prisas ni las ojeras. Los niños -rollizos, rubitos- sonríen mientras sus mamás les besan, como si ese momento encerrase el culmen de la existencia. Y puede que para muchas lo sea, pero no para todas. De la misma manera, hay mujeres que han saltado por encima de una idea que ha calado a fuerza de las veces que nos la han repetido. Eso de que tener un hijo es la experiencia más maravillosa del mundo.
Recientemente, la socióloga israelí Orna Donath abrió la caja de los truenos con su libro 'Madres arrepentidas', en el que ha llevado este debate relativamente joven a su máxima expresión. En él entrevistó a 23 madres que hoy, sabiendo lo que saben, habrían hecho otros planes de vida. No porque no tengan posibles ni porque sus retoños les hayan salido problemáticos sino, simplemente, porque al hacer balance preferirían no haberlos parido. Sin más. Exactamente la misma afirmación de Julia. La discusión es pasto de todo el mundo desarrollado.
La primera persona con la que hablé para este reportaje fue precisamente Samanta Villar. La conversación se produjo unos días antes de que avivara el fuego de su libro 'Madre hay más que una' contando en prime time lo del deseo de lanzar niños en momentos de exasperación. Y me hizo recordar una visita a casa de una compañera que acababa de dar a luz. Según me abrió la puerta, me colocó al bebé en los brazos para encerrarse en una habitación durante una hora. «No podía más con él», confesó más tarde.
Samanta me habló del hartazgo con las mismas palabras que la auparon al trending topic por enésima vez: «Puedes adorarlos, pasarlo bomba. Y luego querer arrojarlos por el balcón. A todas nos han introducido el aguijón de ser madres porque si no lo haces pareciera que has venido a este mundo para nada. Cuando lo eres, te das cuenta de que nadie te ha contado cómo es el primer año. No es que no puedas salir a cenar, es que nadie te avisó de que no podrías ducharte. Mi trabajo es estresante, pero me deja descansar al final del día. Con los hijos, pasas meses sin hacerlo».
Por este tipo de declaraciones, Villar fue duramente criticada. La marca Hero Baby le dedicó un tuit en el que se leía: «A @samantavillar, acomodada y famosa, sus hijos le hacen 'perder calidad de vida'. Ánimo, Samanta, tus hijos te querrán igual». Según la periodista, el problema es que de la crianza se ha venido cantando solamente lo anecdótico y no lo duro: «Ni siquiera puedes hacer tus necesidades sola, ¿quién te cuenta eso?».
En su opinión, el silencio que se ha mantenido tradicionalmente sobre esta otra cara de la maternidad responde a los males del heteropatriarcado y a un grupo de mujeres que se empeñan en sostenerlo, cercenando la información a futuras madres, dorándola con los datos positivos. «A mí se me ha estigmatizado, como a muchas otras mujeres. Pero gracias a estos procesos en anteriores coyunturas logramos la Ley del aborto, así que son necesarios. Hace unos años, nadie se atrevía a mencionarlo. No pasa nada porque al fin haya cambiado, no va a bajar la tasa de natalidad», ironiza.
Relativamente. En los países occidentales, entre un 25% y 30% de las mujeres no serán madres y la polémica de las NoMo [No Mothers] también la desayunamos cada día. Pero ésa es otra historia.
Como Samanta, otros rostros conocidos han sufrido la cólera de las redes. La última, la cantante Soraya Arnelas. Se arregló para salir a cenar con su pareja a la semana de haber dado a luz y lo posteó en su cuenta de Instagram. Recibió miles de tuits de castigo. Sara Carbonero también fue objeto de críticas por incorporarse al trabajo un mes y medio después del nacimiento de su hijo y la modelo Malena Costa fue crucificada por presumir de su cuerpo milagrosamente recuperado a las pocas semanas de haber sido madre. El veredicto de internet fue que dedicaba más tiempo al gimnasio que al bebé.
Unas están, en fin, demasiado delgadas durante la gestación; otras, demasiado ocupadas en mantener sus vidas anteriores. Y otras... pues también del otro lado llueven insultos: que viven demasiado entregadas a sus cachorros, resultan demasiado hippies por defender el parto natural o son hijodependientes por prolongar la lactancia.
Es muy cuñao hablar de cuñadismo, pero si hay un tema en el que la sociedad esté hoy dispuesta a dar consejos y a afirmar que lo tuyo es mejor que lo del vecino es, sin duda, este. Un nuevo catecismo en el que también entran con frecuencia los hombres.
Laura Baena se convirtió en madre hace tres años. Su experiencia personal remite al desengaño que se produce entre la vida real y la idealización de la experiencia de educar niños. En otras palabras, ella era «mejor madre antes de serlo de verdad». Asumido que no sería esa mujer maravillosa, de paciencia infinita y sonrisa perpetua, empezó a desahogarse. De un tuit en 2014 surgió el movimiento Malas Madres, hoy convertido en una comunidad 3.0 volcada con la causa. Algunas de sus consignas humorísticas dicen así: «Ponerte a dieta y desear que tu hijo se deje la comida en el plato», «mandar al buenhijo dopado con Apiretal al cole y rezar para que no te llamen...».
Con esta filosofía Baena creó un club cuyo objetivo es fulminar la quimera de la madre perfecta a través de uno de los grandes recursos del feminismo: el humor. Su web se ha convertido en una suerte de lobby en temas de mujer, conciliación y corresponsabilidad. Además, ha pasado al activismo con change_org/norenuncio, petición que ha sido aprobada en Les Corts de Valencia y que está dando pasos en la Comunidad de Madrid. La web ha abierto telediarios, recibido premios y viralizado buena parte de su contenido. Las siguen más de 400.000 malas madres confesas.
«La imagen tradicional de la maternidad, la que está asentada, se ha quedado obsoleta», explica Baena. «Hay una sociedad que te mira de reojo si no cumples las normas, porque tienes planes en los que no entran tus hijos y porque no quieres que la M de Madre aplaste a la M de Mujer. Pero no nos equivoquemos: somos las mejores madres que podemos ser y nuestra lucha es el mejor ejemplo para nuestros hijos».
El humor, caballo de batalla del movimiento, como decíamos, no es bien recibido, sin embargo, por otras mujeres. Según la política y activista Beatriz Gimeno, resulta un arma de doble filo. «Es legítimo para afrontar temas que son duros pero si siempre lo hacemos desde este punto de vista, se queda en anécdota. Claro que hay un humor que puede ser muy profundo, pero no compro ése que dice que una es mala madre porque no sabe hacer un disfraz para su niño», condena.
Gimeno menciona un elemento «grave» del momento presente: la vuelta a una maternidad intensiva que parecía haber quedado enterrada, ésa de las mujeres abocadas a un esfuerzo que se da de forma desigual respecto a los hombres. «La discusión debe abordarse con más hondura, analizar qué tipo de nuevas imposiciones están recayendo sobre nosotras. El amor madre-hijo puede llegar a ser opresivo. Ahora que criticamos el amor romántico, deberíamos cuestionarnos también por qué hemos trasladado sus características a las relaciones maternofiliales. En la cultura popular hay muchos ejemplos de ello, como esos titulares de las revistas del corazón en los que una famosa dice no tener tiempo para el amor y que su hijo es el hombre de su vida».
La escritora Silvia Nanclares acaba de publicar 'Quién quiere ser madre', una valiente novela autobiográfica sobre las vicisitudes que atraviesa una mujer que intenta quedarse embarazada sin éxito. Las disputas sobre la maternidad han logrado que algunas entrevistas que le han hecho por su libro se centren en la lógica de bandos y en el cuestionamiento de ser madre en el mundo en el que vivimos. A ella todo esto le resulta estéril: «Es difícil un acercamiento no visceral al tema. Lo rico de que trascienda a la opinión pública es situarlo en medio de un debate social».
Nanclares confiesa haberse sentido huérfana de discursos a los que acudir. «Las feministas de los años 70 se afanaron en romper el binomio madre-mujer, para nuestra suerte. Esa impronta se ha quedado, pero el debate se reabre: sigue habiendo multitud de mujeres que quieren ser madres o dudan sobre ello y que se encuentran con cierto vacío. La controversia, por lo tanto, me parece rica únicamente si genera conversación, nuevos textos...».
Gracias al libro, ha hallado algunas respuestas. En primer lugar, sabe que el deseo de la maternidad es complejo y muta según la experiencia. Y que está, además, condicionado por el lugar en el que se desarrolle la vida fértil. En otras palabras, ¿se está hablando de este tema en ambientes socioeconómicos más bajos? ¿Y en entornos rurales?
Por todo ello, considera que mirarlo desde un único prisma empobrece la reflexión. «En mi caso, no me veo siendo madre hormonada, endeudada y precarizada. Quiero una maternidad en buenas condiciones y si no sucede, seré una mujer completa sin ser madre», concluye.
Pienso en lo de la metamorfosis del deseo que menciona Silvia y me recuerdo creyendo en una maternidad de postal. A los 20 y pocos años, muchas mujeres de mi entorno nos imaginábamos siendo madres jóvenes, estupendas. Según me acercaba a la treintena, la imagen de la Supermadre se hizo más fuerte en mi caso: me iba a quedar monísimo el fular porta bebés.
Les educaría (hablaba en plural) desde el sosiego, les sentaría a reflexionar si se portaban mal, nunca les gritaría, les enseñaría idiomas, viajaría con ellos. En mis quimeras no había agotadores grupos de Whatsapp de madres de la guardería, actividades extraescolares ni rabietas.
Cuando llegó la crisis y se precarizó todo, comencé a visualizar el asunto como algo más lejano y hoy pacto con la idea de que, quién sabe, nadie me llame nunca mamá. Algo así como «os quiero tanto, hijos míos, que casi mejor que no os conciba, las cosas están como están». El instinto, el reloj biológico, todo cambia según las circunstancias y una puede desear ser una cosa y luego, cuando tiene el bebé o cuando concluye que no lo va a tener nunca, convertirse en justo la contraria.
Mi amiga Candela, una desprendida de nacimiento, se transformó en otra persona cuando tuvo a su primera hija (con cariño, querida). La llevaba todo el día en brazos, repetía como un mantra lo de la oxitocina y la felicidad. Cuando nació, me pidió que le regalara un humidificador y una almohada de lactancia con reductor de viaje. Se me ocurrió comentarle que a nosotras nos criaron bien sin esos cacharros y me devolvió una mirada de loba. Nos hacía fumar a kilómetros y desinfectarnos las manos con fruición para tocarla. Se pasaba el día leyendo artículos y libros de crianza. Jamás vi a nadie estudiar tantos prospectos.
Le salieron unas heridas tremendas en los pezones y aún así se empecinó en seguir adelante. Buscó a una doula para que la orientara, anduvo con la Liga de la Leche, cambió varias veces de pediatra... Pero Candela es publicista, echa mil horas en la agencia y su discurso quedó confinado en el mismo rincón donde se muere de asco su antiguo sacaleches. Cuando tuvo su segundo bebé, era una madre distinta.
-¿Fui muy insoportable?-, me pregunta en su salón con la pequeña dormida en sus brazos y la mayor tirándole de la camiseta.
-No...
-Es imposible que con la vida que llevamos podamos hacer las cosas así de bien. Lo de las Supermadres es una cuestión de clase social.
-¿Tú crees? En un premio que me tocó cubrir, unas señoras a las que sentaron en mi mesa, las dos muy famosas y millonarias, hablaban de que lo mejor para la crianza era «una niñera filipina». ¿Qué van a ser sólo las ricas Supermadres?
Candela se encoge de hombros.
-¿Y quién decide lo que es eso?
Ileana Medina, autora del conocido blog 'Tenemos tetas', no es rica pero cumple con el perfil de la madre entregada. Tomarse un año de descanso para estar con su segundo hijo le costó mucho esfuerzo y una roncha de 20.000 euros. Es defensora de un estilo de crianza que ella denomina «corporal».
Medina cree que la disputa es sana a pesar del manto de sensacionalismo que la cubre: «Por primera vez en la historia, podemos criar a nuestros hijos con herramientas teóricas, mientras que nuestras madres y abuelas nos educaron en la espontaneidad», dice. «Veo dos debates. Uno, el de las redes y medios, en el que parece que nos estemos atacando unas a otras en una guerra sangrienta. Y otro es el político, en el que deberíamos hallar puntos de encuentro para avanzar en nuestros derechos».
Para ella, todos los modelos de crianza son malos en cuanto a que nunca el cuidado de un niño debería regirse por dogmas. «Aquí no caben esquemas. A mí me ha funcionado lo que se llama el apego, una palabra que no me gusta pues parece que quieras tener al niño debajo de la falda hasta los 40. La excedencia que cogí con mi hijo a muchas mujeres les ha costado su empleo. Por eso deberíamos avanzar hacia las soluciones de los países nórdicos. Sobre los gestos de la crianza corporal, hay que saber que los han practicado todas las culturas pero la sociedad occidental es tan pragmática, tan enfocada hacia lo material, que no quiere contemplarlos».
Medina abunda en que los niños que pasan más tiempo con sus madres gozan de una vida más plena. «Lo veo como una forma de compensar las muchas responsabilidades que tenemos fuera del ámbito doméstico, de dar más alas a nuestros niños desde la seguridad. Se trata de compartir nuestro cuerpo con los bebés, igual que lo hacemos con nuestras parejas, porque es ahí donde está el amor».
Preguntada por la posibilidad de que estas tradiciones de nuevo en boga puedan recaer sólo sobre las mujeres, confiesa que su marido siempre ha estado encantado con prácticas como el colecho. «Mi experiencia es que esta crianza camina hacia una nueva intensidad para madres y padres. En cambio, existe una crítica del feminismo más duro que redunda en que a las mujeres estos hábitos nos devuelven al hogar. Sin embargo, no son lo mismo las tareas domésticas que los hijos».
En una línea similar trabaja la psicóloga Mónica Serrano, responsable de la web 'Maternidad feliz'. A su entender, el enfrentamiento se relaciona con una sociedad patriarcal en la que la maternidad es un blanco fácil. «Es un punto en el que podemos ser muy vulnerables y más si nos enfrentamos entre nosotras. No se trata de que queramos volver atrás, pues, entre otras cosas, es imposible, sino de buscar alternativas para criar a personas que se sientan respetadas». El apego contiene aspectos de épocas anteriores pero Serrano asegura que está siendo reconfigurado hacia el mundo de hoy: «La maternidad es un esfuerzo titánico que la sociedad no facilita».
Bloguera, periodista de El Mundo y madre, Mar Muñiz ofrece varias claves que pueden conciliar las diversas posturas. Para ella es bueno que se haya generado un tiempo de protesta y de charla, el mismo que disfrutaron mi madre y su amiga Julia en la piscina. «Se trata de hablar sobre las dificultades de educar a un hijo, de estudiar los modelos y consejos y luego de negociar con tu día a día. Yo sabía que el compromiso que estaba adquiriendo era el más importante de mi vida y que sería un camino con luces y sombras. Pocas cosas hay en el mundo que te pongan tan al límite. ¿Qué va a quedar? El que podamos manifestar nuestras quejas sin que nadie nos mire muy mal, sin que piensen que eres una loca del colecho o una desnaturalizada. Al final, todas hacemos lo que podemos».
Comenté con Julia que mencionaría en Papel sus proclamas de aquella tarde de canícula. Le pregunté si le importaba que lo contara y, más aún, si se sentirían ofendidos sus hijos. Todavía les tiene viviendo en casa.
-¿Tú eres tonta? Saben que les quiero más que a nada en el mundo... Ahora, que cualquier día cojo la puerta y me voy.
A mí se me atragantó el vino.
Hacía muchísimo calor en el bar de la piscina y la bebida estaba relajando el lenguaje. El tema lo había sacado yo: tenía 33 años, me había separado de mi última pareja y la posibilidad de no llegar a ser madre jamás había pasado a ser mi principal preocupación. Parte de mi círculo no dejaba de reproducirse mientras las cosas se complicaban para mí. O así lo veía en ese momento: un maldito cronómetro en cada ovario.
Conozco a Julia de toda la vida. He jugado con sus dos hijos desde que tengo uso de razón. Sé que les quiere. Pero aquella tarde supe, además, que habría prescindido de tenerlos de haber sido joven en el siglo XXI y no en los primeros 80. Es psicóloga, divorciada, tiene 60 años y canta en un grupo. De pronto, su aseveración me cuadraba. «Es que si tuviera tu edad hoy, no se me ocurriría. ¿Sabes lo que nos hemos perdido por vosotros?». Está bien, Julia, a ti te lo compro.
Lo que no me cuadró fue la reacción de mi madre. Seguía riéndose a carcajadas según su amiga iba hiperbolizando cada afirmación. Pero es que, además, la mujer que me trajo al mundo estaba asintiendo.
-¿Mami?- la miré fijamente.
-¿Y qué quieres que te diga? Dais mucha guerra.
Más tarde, ya en remojo, se explicó: su generación fue la primera que tuvo que compaginar la maternidad con una carrera laboral. Mientras crecíamos, la pedagogía las bombardeaba con la obligación de comunicarse con sus criaturas. Quisieron estar permanentemente al día de nuestros desvelos, soledades y fracasos. Y, a la vez, eligieron desarrollarse como eminentes profesionales. Todo en un país que está a años luz de modelos políticos como los nórdicos en el tema de la maternidad. «Hemos vivido la vida de los otros sin permitirnos un espacio de independencia».
El caso es que mi madre y su amiga, dos señoras de vuelta de todo, me habían puesto al corriente del asunto en un santiamén: la maternidad por fin estaba saliendo del ámbito de lo sagrado. De un tiempo a esta parte, a las mujeres les empieza a estar permitido hablar de los lastres que puede acarrear esta dedicación y no sólo de sus bondades. Se acabó el tabú.
Y de golpe este país, tan tendente a la polarización, tan amigo de las grietas, se ha dividido en dos nuevas Españas. En un bando, las Malasmadres, aquellas que decidieron contarle al mundo que no todo en la crianza es belleza. Y, enfrente, las Supermadres, aquellas que apuestan por una vuelta al apego: lactancia, colecho y porteo mediante.
Dos trincheras levantadas por un buen número de protagonistas que eligieron y luego narraron su posición en el frente. Y, al cabo, un fenómeno amplificado por los medios, que han decidido olvidar la escala de grises que media entre el ruido de Sálvame -el famoso «todas nos hemos imaginado tirando a nuestro hijo por el balcón», pronunciado por la presentadora Samanta Villar en el programa de Telecinco- a las convencidas de que la teta es el centro del universo.
Seamos sinceros, de la maternidad siempre se ha hablado con cierta cursilería. No hay más que ver los anuncios de televisión de productos para bebés, edulcoradas comedias románticas en la que los amantes son la madre perfecta y su nene, en un mundo en el que no parecen existir las prisas ni las ojeras. Los niños -rollizos, rubitos- sonríen mientras sus mamás les besan, como si ese momento encerrase el culmen de la existencia. Y puede que para muchas lo sea, pero no para todas. De la misma manera, hay mujeres que han saltado por encima de una idea que ha calado a fuerza de las veces que nos la han repetido. Eso de que tener un hijo es la experiencia más maravillosa del mundo.
Recientemente, la socióloga israelí Orna Donath abrió la caja de los truenos con su libro 'Madres arrepentidas', en el que ha llevado este debate relativamente joven a su máxima expresión. En él entrevistó a 23 madres que hoy, sabiendo lo que saben, habrían hecho otros planes de vida. No porque no tengan posibles ni porque sus retoños les hayan salido problemáticos sino, simplemente, porque al hacer balance preferirían no haberlos parido. Sin más. Exactamente la misma afirmación de Julia. La discusión es pasto de todo el mundo desarrollado.
La primera persona con la que hablé para este reportaje fue precisamente Samanta Villar. La conversación se produjo unos días antes de que avivara el fuego de su libro 'Madre hay más que una' contando en prime time lo del deseo de lanzar niños en momentos de exasperación. Y me hizo recordar una visita a casa de una compañera que acababa de dar a luz. Según me abrió la puerta, me colocó al bebé en los brazos para encerrarse en una habitación durante una hora. «No podía más con él», confesó más tarde.
Samanta me habló del hartazgo con las mismas palabras que la auparon al trending topic por enésima vez: «Puedes adorarlos, pasarlo bomba. Y luego querer arrojarlos por el balcón. A todas nos han introducido el aguijón de ser madres porque si no lo haces pareciera que has venido a este mundo para nada. Cuando lo eres, te das cuenta de que nadie te ha contado cómo es el primer año. No es que no puedas salir a cenar, es que nadie te avisó de que no podrías ducharte. Mi trabajo es estresante, pero me deja descansar al final del día. Con los hijos, pasas meses sin hacerlo».
Por este tipo de declaraciones, Villar fue duramente criticada. La marca Hero Baby le dedicó un tuit en el que se leía: «A @samantavillar, acomodada y famosa, sus hijos le hacen 'perder calidad de vida'. Ánimo, Samanta, tus hijos te querrán igual». Según la periodista, el problema es que de la crianza se ha venido cantando solamente lo anecdótico y no lo duro: «Ni siquiera puedes hacer tus necesidades sola, ¿quién te cuenta eso?».
En su opinión, el silencio que se ha mantenido tradicionalmente sobre esta otra cara de la maternidad responde a los males del heteropatriarcado y a un grupo de mujeres que se empeñan en sostenerlo, cercenando la información a futuras madres, dorándola con los datos positivos. «A mí se me ha estigmatizado, como a muchas otras mujeres. Pero gracias a estos procesos en anteriores coyunturas logramos la Ley del aborto, así que son necesarios. Hace unos años, nadie se atrevía a mencionarlo. No pasa nada porque al fin haya cambiado, no va a bajar la tasa de natalidad», ironiza.
Relativamente. En los países occidentales, entre un 25% y 30% de las mujeres no serán madres y la polémica de las NoMo [No Mothers] también la desayunamos cada día. Pero ésa es otra historia.
Como Samanta, otros rostros conocidos han sufrido la cólera de las redes. La última, la cantante Soraya Arnelas. Se arregló para salir a cenar con su pareja a la semana de haber dado a luz y lo posteó en su cuenta de Instagram. Recibió miles de tuits de castigo. Sara Carbonero también fue objeto de críticas por incorporarse al trabajo un mes y medio después del nacimiento de su hijo y la modelo Malena Costa fue crucificada por presumir de su cuerpo milagrosamente recuperado a las pocas semanas de haber sido madre. El veredicto de internet fue que dedicaba más tiempo al gimnasio que al bebé.
Unas están, en fin, demasiado delgadas durante la gestación; otras, demasiado ocupadas en mantener sus vidas anteriores. Y otras... pues también del otro lado llueven insultos: que viven demasiado entregadas a sus cachorros, resultan demasiado hippies por defender el parto natural o son hijodependientes por prolongar la lactancia.
Es muy cuñao hablar de cuñadismo, pero si hay un tema en el que la sociedad esté hoy dispuesta a dar consejos y a afirmar que lo tuyo es mejor que lo del vecino es, sin duda, este. Un nuevo catecismo en el que también entran con frecuencia los hombres.
Laura Baena se convirtió en madre hace tres años. Su experiencia personal remite al desengaño que se produce entre la vida real y la idealización de la experiencia de educar niños. En otras palabras, ella era «mejor madre antes de serlo de verdad». Asumido que no sería esa mujer maravillosa, de paciencia infinita y sonrisa perpetua, empezó a desahogarse. De un tuit en 2014 surgió el movimiento Malas Madres, hoy convertido en una comunidad 3.0 volcada con la causa. Algunas de sus consignas humorísticas dicen así: «Ponerte a dieta y desear que tu hijo se deje la comida en el plato», «mandar al buenhijo dopado con Apiretal al cole y rezar para que no te llamen...».
Con esta filosofía Baena creó un club cuyo objetivo es fulminar la quimera de la madre perfecta a través de uno de los grandes recursos del feminismo: el humor. Su web se ha convertido en una suerte de lobby en temas de mujer, conciliación y corresponsabilidad. Además, ha pasado al activismo con change_org/norenuncio, petición que ha sido aprobada en Les Corts de Valencia y que está dando pasos en la Comunidad de Madrid. La web ha abierto telediarios, recibido premios y viralizado buena parte de su contenido. Las siguen más de 400.000 malas madres confesas.
«La imagen tradicional de la maternidad, la que está asentada, se ha quedado obsoleta», explica Baena. «Hay una sociedad que te mira de reojo si no cumples las normas, porque tienes planes en los que no entran tus hijos y porque no quieres que la M de Madre aplaste a la M de Mujer. Pero no nos equivoquemos: somos las mejores madres que podemos ser y nuestra lucha es el mejor ejemplo para nuestros hijos».
El humor, caballo de batalla del movimiento, como decíamos, no es bien recibido, sin embargo, por otras mujeres. Según la política y activista Beatriz Gimeno, resulta un arma de doble filo. «Es legítimo para afrontar temas que son duros pero si siempre lo hacemos desde este punto de vista, se queda en anécdota. Claro que hay un humor que puede ser muy profundo, pero no compro ése que dice que una es mala madre porque no sabe hacer un disfraz para su niño», condena.
Gimeno menciona un elemento «grave» del momento presente: la vuelta a una maternidad intensiva que parecía haber quedado enterrada, ésa de las mujeres abocadas a un esfuerzo que se da de forma desigual respecto a los hombres. «La discusión debe abordarse con más hondura, analizar qué tipo de nuevas imposiciones están recayendo sobre nosotras. El amor madre-hijo puede llegar a ser opresivo. Ahora que criticamos el amor romántico, deberíamos cuestionarnos también por qué hemos trasladado sus características a las relaciones maternofiliales. En la cultura popular hay muchos ejemplos de ello, como esos titulares de las revistas del corazón en los que una famosa dice no tener tiempo para el amor y que su hijo es el hombre de su vida».
La escritora Silvia Nanclares acaba de publicar 'Quién quiere ser madre', una valiente novela autobiográfica sobre las vicisitudes que atraviesa una mujer que intenta quedarse embarazada sin éxito. Las disputas sobre la maternidad han logrado que algunas entrevistas que le han hecho por su libro se centren en la lógica de bandos y en el cuestionamiento de ser madre en el mundo en el que vivimos. A ella todo esto le resulta estéril: «Es difícil un acercamiento no visceral al tema. Lo rico de que trascienda a la opinión pública es situarlo en medio de un debate social».
Nanclares confiesa haberse sentido huérfana de discursos a los que acudir. «Las feministas de los años 70 se afanaron en romper el binomio madre-mujer, para nuestra suerte. Esa impronta se ha quedado, pero el debate se reabre: sigue habiendo multitud de mujeres que quieren ser madres o dudan sobre ello y que se encuentran con cierto vacío. La controversia, por lo tanto, me parece rica únicamente si genera conversación, nuevos textos...».
Gracias al libro, ha hallado algunas respuestas. En primer lugar, sabe que el deseo de la maternidad es complejo y muta según la experiencia. Y que está, además, condicionado por el lugar en el que se desarrolle la vida fértil. En otras palabras, ¿se está hablando de este tema en ambientes socioeconómicos más bajos? ¿Y en entornos rurales?
Por todo ello, considera que mirarlo desde un único prisma empobrece la reflexión. «En mi caso, no me veo siendo madre hormonada, endeudada y precarizada. Quiero una maternidad en buenas condiciones y si no sucede, seré una mujer completa sin ser madre», concluye.
Pienso en lo de la metamorfosis del deseo que menciona Silvia y me recuerdo creyendo en una maternidad de postal. A los 20 y pocos años, muchas mujeres de mi entorno nos imaginábamos siendo madres jóvenes, estupendas. Según me acercaba a la treintena, la imagen de la Supermadre se hizo más fuerte en mi caso: me iba a quedar monísimo el fular porta bebés.
Les educaría (hablaba en plural) desde el sosiego, les sentaría a reflexionar si se portaban mal, nunca les gritaría, les enseñaría idiomas, viajaría con ellos. En mis quimeras no había agotadores grupos de Whatsapp de madres de la guardería, actividades extraescolares ni rabietas.
Cuando llegó la crisis y se precarizó todo, comencé a visualizar el asunto como algo más lejano y hoy pacto con la idea de que, quién sabe, nadie me llame nunca mamá. Algo así como «os quiero tanto, hijos míos, que casi mejor que no os conciba, las cosas están como están». El instinto, el reloj biológico, todo cambia según las circunstancias y una puede desear ser una cosa y luego, cuando tiene el bebé o cuando concluye que no lo va a tener nunca, convertirse en justo la contraria.
Mi amiga Candela, una desprendida de nacimiento, se transformó en otra persona cuando tuvo a su primera hija (con cariño, querida). La llevaba todo el día en brazos, repetía como un mantra lo de la oxitocina y la felicidad. Cuando nació, me pidió que le regalara un humidificador y una almohada de lactancia con reductor de viaje. Se me ocurrió comentarle que a nosotras nos criaron bien sin esos cacharros y me devolvió una mirada de loba. Nos hacía fumar a kilómetros y desinfectarnos las manos con fruición para tocarla. Se pasaba el día leyendo artículos y libros de crianza. Jamás vi a nadie estudiar tantos prospectos.
Le salieron unas heridas tremendas en los pezones y aún así se empecinó en seguir adelante. Buscó a una doula para que la orientara, anduvo con la Liga de la Leche, cambió varias veces de pediatra... Pero Candela es publicista, echa mil horas en la agencia y su discurso quedó confinado en el mismo rincón donde se muere de asco su antiguo sacaleches. Cuando tuvo su segundo bebé, era una madre distinta.
-¿Fui muy insoportable?-, me pregunta en su salón con la pequeña dormida en sus brazos y la mayor tirándole de la camiseta.
-No...
-Es imposible que con la vida que llevamos podamos hacer las cosas así de bien. Lo de las Supermadres es una cuestión de clase social.
-¿Tú crees? En un premio que me tocó cubrir, unas señoras a las que sentaron en mi mesa, las dos muy famosas y millonarias, hablaban de que lo mejor para la crianza era «una niñera filipina». ¿Qué van a ser sólo las ricas Supermadres?
Candela se encoge de hombros.
-¿Y quién decide lo que es eso?
Ileana Medina, autora del conocido blog 'Tenemos tetas', no es rica pero cumple con el perfil de la madre entregada. Tomarse un año de descanso para estar con su segundo hijo le costó mucho esfuerzo y una roncha de 20.000 euros. Es defensora de un estilo de crianza que ella denomina «corporal».
Medina cree que la disputa es sana a pesar del manto de sensacionalismo que la cubre: «Por primera vez en la historia, podemos criar a nuestros hijos con herramientas teóricas, mientras que nuestras madres y abuelas nos educaron en la espontaneidad», dice. «Veo dos debates. Uno, el de las redes y medios, en el que parece que nos estemos atacando unas a otras en una guerra sangrienta. Y otro es el político, en el que deberíamos hallar puntos de encuentro para avanzar en nuestros derechos».
Para ella, todos los modelos de crianza son malos en cuanto a que nunca el cuidado de un niño debería regirse por dogmas. «Aquí no caben esquemas. A mí me ha funcionado lo que se llama el apego, una palabra que no me gusta pues parece que quieras tener al niño debajo de la falda hasta los 40. La excedencia que cogí con mi hijo a muchas mujeres les ha costado su empleo. Por eso deberíamos avanzar hacia las soluciones de los países nórdicos. Sobre los gestos de la crianza corporal, hay que saber que los han practicado todas las culturas pero la sociedad occidental es tan pragmática, tan enfocada hacia lo material, que no quiere contemplarlos».
Medina abunda en que los niños que pasan más tiempo con sus madres gozan de una vida más plena. «Lo veo como una forma de compensar las muchas responsabilidades que tenemos fuera del ámbito doméstico, de dar más alas a nuestros niños desde la seguridad. Se trata de compartir nuestro cuerpo con los bebés, igual que lo hacemos con nuestras parejas, porque es ahí donde está el amor».
Preguntada por la posibilidad de que estas tradiciones de nuevo en boga puedan recaer sólo sobre las mujeres, confiesa que su marido siempre ha estado encantado con prácticas como el colecho. «Mi experiencia es que esta crianza camina hacia una nueva intensidad para madres y padres. En cambio, existe una crítica del feminismo más duro que redunda en que a las mujeres estos hábitos nos devuelven al hogar. Sin embargo, no son lo mismo las tareas domésticas que los hijos».
En una línea similar trabaja la psicóloga Mónica Serrano, responsable de la web 'Maternidad feliz'. A su entender, el enfrentamiento se relaciona con una sociedad patriarcal en la que la maternidad es un blanco fácil. «Es un punto en el que podemos ser muy vulnerables y más si nos enfrentamos entre nosotras. No se trata de que queramos volver atrás, pues, entre otras cosas, es imposible, sino de buscar alternativas para criar a personas que se sientan respetadas». El apego contiene aspectos de épocas anteriores pero Serrano asegura que está siendo reconfigurado hacia el mundo de hoy: «La maternidad es un esfuerzo titánico que la sociedad no facilita».
Bloguera, periodista de El Mundo y madre, Mar Muñiz ofrece varias claves que pueden conciliar las diversas posturas. Para ella es bueno que se haya generado un tiempo de protesta y de charla, el mismo que disfrutaron mi madre y su amiga Julia en la piscina. «Se trata de hablar sobre las dificultades de educar a un hijo, de estudiar los modelos y consejos y luego de negociar con tu día a día. Yo sabía que el compromiso que estaba adquiriendo era el más importante de mi vida y que sería un camino con luces y sombras. Pocas cosas hay en el mundo que te pongan tan al límite. ¿Qué va a quedar? El que podamos manifestar nuestras quejas sin que nadie nos mire muy mal, sin que piensen que eres una loca del colecho o una desnaturalizada. Al final, todas hacemos lo que podemos».
Comenté con Julia que mencionaría en Papel sus proclamas de aquella tarde de canícula. Le pregunté si le importaba que lo contara y, más aún, si se sentirían ofendidos sus hijos. Todavía les tiene viviendo en casa.
-¿Tú eres tonta? Saben que les quiero más que a nada en el mundo... Ahora, que cualquier día cojo la puerta y me voy.
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