Imagen: La Marea / Paco Tomás |
Paco Tomás disecciona en esta entrevista las trampas del modelo de masculinidad que se ha impuesto entre los hombres gais.
Patricia Simón | La Marea, 2019-06-10
https://www.lamarea.com/2019/06/10/el-hombre-gay-espanol-se-ha-vuelto-muy-conservador/
El periodista, escritor y guionista Paco Tomás prodiga la rara cualidad de alumbrar las trampas de los discursos dominantes, e invitarnos a cambiar la perspectiva desde la que los analizamos, con la naturalidad de quien pela una naranja, separa los gajos y los engulle sin mancharse los dedos. Y, como en este caso, lo puede hacer convirtiendo herramientas tan mundanas como las redes sociales y los selfies en vías para el ‘hackeo’ del “relato de los cuerpos deseables en el mundo gay”. A finales de abril publicó un tuit que no sentó demasiado bien a algunos: “Imagino una semana en la que en vez de publicar vuestras siete poses en el gimnasio, publiquéis siete exposiciones, siete libros, siete obras de teatro, siete museos, siete restaurantes, siete conciertos, siete paisajes...”. Hombres gais, pero también políticas como Carla Antonelli, le reprocharon que lo dijese él, que publica en sus redes autorretratos en ropa interior. Respondió con un hilo que da pie a esta entrevista.
P. En su respuesta, explica que si usted se toma fotos en calzoncillos en casa es para ampliar la narrativa de los cuerpos que se consideran deseables en el mundo gay, que ahora está limitada al joven musculado y de ademanes masculinos.
R. Hay una clara diferencia entre posar en casa en calzoncillos y en el gimnasio. Lo primero lo puede hacer cualquier persona y con cualquier físico, edad, condición o discapacidad. Y el subtexto que está lanzando es: “Este soy yo, quiero a mi cuerpo, con sus imperfecciones y aciertos, y tengo un lugar en el relato de la construcción social del deseo”. Mientras que lo que nos está diciendo la foto del gimnasio es: “Este es el único cuerpo válido, la única masculinidad deseable, el único pasaporte hacia el deseo. Si haces el esfuerzo de conseguir estos bíceps, subirás en el estatus de nuestra sociedad”.
P. Un discurso, el de “si no te deseo, es porque no trabajas tu cuerpo lo suficiente”, que está muy imbricado en la narrativa neoliberal de la meritocracia: la promesa de que si te sacrificas, podrás conseguir lo que te propongas.
R. Lo peor del neoliberalismo no son ya sus teorías económicas, sino que nos ha convertido en neoliberales emocionalmente, que es peor que serlo en cuestiones económicas. Nos ha convencido de que lo único que importa es nuestra satisfacción personal y da igual si el otro sufre. Si es así, que espabile. Y en esa construcción del deseo neoliberal, lo que nos encontramos es que el mundo gay ha asumido perfectamente la masculinidad tóxica del bíceps, de la fuerza, del ‘esto se hace por mis cojones, porque soy el tío y tengo la fuerza’. La ha interiorizado porque hace 40 años teníamos negada la felicidad por ley. Éramos considerados delincuentes, pervertidos, corruptores de menores, monstruos a los que encerraban en la cárcel. Cuando suprimieron los actos de homosexualidad de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, teníamos que hacernos visibles en la sociedad para que nos aceptasen. Y en esa estrategia, lo más sencillo era el asimilacionismo: que nos viesen igual a ellos para que no nos tuvieran miedo. En ese afán de parecernos a lo normativo, el sistema ha ganado porque hemos perdido diversidad para acabar reducidos a una imagen: la del hombre gay fuerte, al que no puedes agredir o insultar porque ‘mira qué musculo tengo’. Y, claro, el discurso resultante es cada vez más peligroso: no quiero que tengas rasgos de feminidad, ni que hables en femenino, ni que vayas en una carroza... Para llegar a la conclusión de que el gay respetable es Javier Maroto. Pues si estos 40 años de lucha y movimiento LGTBI para lo que han servido es para que el modelo de hombre homosexual sea Javier Maroto y para poder sacar una bandera LGTBI en Colón con los fascistas, algo hemos hecho mal por el camino.
P. Una plumofobia que también ha inoculado el heteropatriarcado y está calando en la juventud.
R. El único referente de lo que es deseable que se van a encontrar las nuevas generaciones, que pueden dar con un entorno familiar que no les cree ningún conflicto, y con grupos de amigos con los que pasear por Chueca, es el de hombres musculosos con actitudes masculinas. No hay diversidad, solo pequeños guetos en los que nos encontramos los osos, los que tienen más pluma... Por eso, igual que las mujeres –que siguen viviendo el estigma de la imagen heteronormativa– son el principal colectivo en las unidades de trastornos alimenticios, el segundo lo son los adolescentes gays.
P. Ese culto al cuerpo es general a toda la sociedad, y se ve en la proliferación de los gimnasios. Pero usted sostiene que el hombre gay es especialmente sensible al mismo, ¿por qué?
R. Puede que tenga que ver con que los gimnasios, a principios de los años 80, eran un lugar de encuentro, donde ir a ver hombres desnudos y donde ampliar el deseo. Y también está relacionado con ese afán de ser aceptados: no hay mejor manera de hacerlo que convirtiéndote en un dios del Olimpo al que todos admiren. Y no seguir esa senda significa aceptar un coste, quedarte al margen en lo que llamamos el mercado.
P. Empezó a tomarse fotos en ropa interior porque a los 50 se sentía invisible en el mundo gay…
R. Tuve una ruptura sentimental y me di cuenta de que era invisible en el mercado. No soy el físico que se vende en las portadas de las revistas ni en los posters de las fiestas. Y me apunté al gimnasio.
P. Lo dice como si fuera una confesión.
R. (Ríe). Claro, porque soy igual de frágil que todos. Y cuando estaba allí me preguntaba qué estaba haciendo, por qué. Confundimos las decisiones personales con el contexto que nos empuja a ello. Lo dejé y un día subí a las redes una foto en calzoncillos, que causó mucho revuelo porque estamos acostumbrados a que el que muestra su cuerpo es el que está oficialmente bueno. Si no, el mensaje que recibimos es ‘tápate’. Mira no, porque a lo mejor a ti no te gusto, pero hay alguien a quien sí. Porque si no, la construcción del relato del deseo va a estar siempre dominada por los mismos.
P. Lo interesante es que sus fotos se convierten en un espejo, es decir, es más relevante los comentarios que suscitan –y lo que estos dicen de su emisor– que la imagen en sí.
R. Esa es la base y tiene que ver con lo dispuestos que estamos a desaprender. Somos una generación que ha crecido con un lenguaje machista, con una homofobia interiorizada. Y es ahora cuando empezamos a darnos cuenta de que hay que cambiar muchas cosas, y eso significa esfuerzo y trabajo. Para mí hubiese sido mucho más fácil seguir en el gimnasio y convertirme en un tío deseable, pero he elegido el camino más complicado, que es el de hacer pensar a otros por qué lo están haciendo.
P. Está escribiendo un ensayo sobre la evolución del hombre gay en los últimos 40 años. ¿Cuál es su conclusión?
R. Que se han hecho extremadamente conservadores y que anteponen sus intereses y los privilegios que tienen como hombres. El movimiento LGTBI está tan flojo porque ha estado liderado por la G, los tíos, que se han aburguesado, y que no han trabajado su discurso, al contrario de las lesbianas y las trans.
P. Paradójicamente, el feminista se ha disparado, con las mujeres lesbianas y las trans en la cabecera.
R. Ellas siempre estuvieron en el movimiento feminista, mientras que en el LGTBI a las trans no se les hacía caso e, incluso, en un determinado momento, se les rechazó porque se pensaba que daban mala imagen y que obstaculizaban esa asimilación a la sociedad imperante. Y las mujeres lesbianas tuvieron protagonismo hasta que se dieron cuenta de que ahí también los hombres imponían su criterio, por lo que acabaron marchándose al movimiento feminista. Solo empezamos a crear discurso cuando llegó el sida. Cuando dejó de ser mortal y pasó a ser una enfermedad crónica, nos volvimos a relajar. Y entonces surgió la reclamación del matrimonio igualitario, pero era un activismo que reclamaba acceder a los mismos derechos, no era un discurso identitario. Y yo sí creo que la sociedad nos tiene que aceptar con nuestras diferencias, porque nuestras vivencias son distintas, porque la gente de mi generación pasamos una infancia que es determinante a la hora de entender los adultos que somos, porque sigue habiendo acoso escolar por razón de identidad de género y orientación sexual... Por no entrar en cómo entendemos nuestras relaciones afectivas, de pareja. De todo eso no hemos hablado porque en estos cuarenta años había que resolver.
Los desórdenes alimenticios afectan más a los homosexuales que a los heterosexuales
La incidencia de los desórdenes alimenticios es muy superior entre los hombres homosexuales y bisexuales que entre los heterosexuales, según diversos estudios. Uno de los más completos y referenciados es el que publicaron en 2007 los investigadores Matthew B. Feldman y Ilan H. Meyer, del Instituto Nacional de Investigaciones y Desarrollo y de la Universidad de Columbia, respectivamente. La investigación concluyó que mientras que el porcentaje estimado de hombres heterosexuales estadounidenses que habían sufrido bulimia, anorexia o atracones por ansiedad en sus vidas era de un 3%, entre los homosexuales era de al menos un 14%. Y según la Asociación Nacional de Desórdenes Alimenticios, el 42% de los hombres que pide ayuda por este motivo se identifica como gay. Las causas son, según ‘International Journal of Eating Disorders’ (‘El Diario Internacional de los Desórdenes Alimenticios’, en español), de origen socioculturales: la mayor presión social hacia el aspecto físico y la numerosa publicidad dirigida a este colectivo sobre su imagen, lo que provoca un mayor grado de insatisfacción sobre su cuerpo que entre los heterosexuales.
También hay investigadoras, como Laurence Corbeil-Serre, que observan que los trastornos alimenticios pueden estar relacionados con la ansiedad y depresión que muchos jóvenes gais siguen sufriendo por la discriminación. Sin embargo, frente a este consenso, los resultados son contradictorios en cuanto a las mujeres lesbianas y bisexuales. Hay investigaciones que sostienen que este colectivo sufre menos la presión de la imagen heteronormativa y, consecuentemente, hay un menor grado de insatisfacción con la propia imagen, lo que conlleva una menor prevalencia de la anorexia y la bulimia. Y también las hay que no extraen diferencias con respecto a las chicas heterosexuales. Sí subrayan, no obstante, que las que tienen una estética más cercana a lo que se ha considerado femenino, tienen más tendencia a tener baja autoestima con respecto a su cuerpo, y las que se decantan por un estilo más andrógino o masculino, todo lo contrario. Al final, siempre está el heteropatriarcado.
P. En su respuesta, explica que si usted se toma fotos en calzoncillos en casa es para ampliar la narrativa de los cuerpos que se consideran deseables en el mundo gay, que ahora está limitada al joven musculado y de ademanes masculinos.
R. Hay una clara diferencia entre posar en casa en calzoncillos y en el gimnasio. Lo primero lo puede hacer cualquier persona y con cualquier físico, edad, condición o discapacidad. Y el subtexto que está lanzando es: “Este soy yo, quiero a mi cuerpo, con sus imperfecciones y aciertos, y tengo un lugar en el relato de la construcción social del deseo”. Mientras que lo que nos está diciendo la foto del gimnasio es: “Este es el único cuerpo válido, la única masculinidad deseable, el único pasaporte hacia el deseo. Si haces el esfuerzo de conseguir estos bíceps, subirás en el estatus de nuestra sociedad”.
P. Un discurso, el de “si no te deseo, es porque no trabajas tu cuerpo lo suficiente”, que está muy imbricado en la narrativa neoliberal de la meritocracia: la promesa de que si te sacrificas, podrás conseguir lo que te propongas.
R. Lo peor del neoliberalismo no son ya sus teorías económicas, sino que nos ha convertido en neoliberales emocionalmente, que es peor que serlo en cuestiones económicas. Nos ha convencido de que lo único que importa es nuestra satisfacción personal y da igual si el otro sufre. Si es así, que espabile. Y en esa construcción del deseo neoliberal, lo que nos encontramos es que el mundo gay ha asumido perfectamente la masculinidad tóxica del bíceps, de la fuerza, del ‘esto se hace por mis cojones, porque soy el tío y tengo la fuerza’. La ha interiorizado porque hace 40 años teníamos negada la felicidad por ley. Éramos considerados delincuentes, pervertidos, corruptores de menores, monstruos a los que encerraban en la cárcel. Cuando suprimieron los actos de homosexualidad de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, teníamos que hacernos visibles en la sociedad para que nos aceptasen. Y en esa estrategia, lo más sencillo era el asimilacionismo: que nos viesen igual a ellos para que no nos tuvieran miedo. En ese afán de parecernos a lo normativo, el sistema ha ganado porque hemos perdido diversidad para acabar reducidos a una imagen: la del hombre gay fuerte, al que no puedes agredir o insultar porque ‘mira qué musculo tengo’. Y, claro, el discurso resultante es cada vez más peligroso: no quiero que tengas rasgos de feminidad, ni que hables en femenino, ni que vayas en una carroza... Para llegar a la conclusión de que el gay respetable es Javier Maroto. Pues si estos 40 años de lucha y movimiento LGTBI para lo que han servido es para que el modelo de hombre homosexual sea Javier Maroto y para poder sacar una bandera LGTBI en Colón con los fascistas, algo hemos hecho mal por el camino.
P. Una plumofobia que también ha inoculado el heteropatriarcado y está calando en la juventud.
R. El único referente de lo que es deseable que se van a encontrar las nuevas generaciones, que pueden dar con un entorno familiar que no les cree ningún conflicto, y con grupos de amigos con los que pasear por Chueca, es el de hombres musculosos con actitudes masculinas. No hay diversidad, solo pequeños guetos en los que nos encontramos los osos, los que tienen más pluma... Por eso, igual que las mujeres –que siguen viviendo el estigma de la imagen heteronormativa– son el principal colectivo en las unidades de trastornos alimenticios, el segundo lo son los adolescentes gays.
P. Ese culto al cuerpo es general a toda la sociedad, y se ve en la proliferación de los gimnasios. Pero usted sostiene que el hombre gay es especialmente sensible al mismo, ¿por qué?
R. Puede que tenga que ver con que los gimnasios, a principios de los años 80, eran un lugar de encuentro, donde ir a ver hombres desnudos y donde ampliar el deseo. Y también está relacionado con ese afán de ser aceptados: no hay mejor manera de hacerlo que convirtiéndote en un dios del Olimpo al que todos admiren. Y no seguir esa senda significa aceptar un coste, quedarte al margen en lo que llamamos el mercado.
P. Empezó a tomarse fotos en ropa interior porque a los 50 se sentía invisible en el mundo gay…
R. Tuve una ruptura sentimental y me di cuenta de que era invisible en el mercado. No soy el físico que se vende en las portadas de las revistas ni en los posters de las fiestas. Y me apunté al gimnasio.
P. Lo dice como si fuera una confesión.
R. (Ríe). Claro, porque soy igual de frágil que todos. Y cuando estaba allí me preguntaba qué estaba haciendo, por qué. Confundimos las decisiones personales con el contexto que nos empuja a ello. Lo dejé y un día subí a las redes una foto en calzoncillos, que causó mucho revuelo porque estamos acostumbrados a que el que muestra su cuerpo es el que está oficialmente bueno. Si no, el mensaje que recibimos es ‘tápate’. Mira no, porque a lo mejor a ti no te gusto, pero hay alguien a quien sí. Porque si no, la construcción del relato del deseo va a estar siempre dominada por los mismos.
P. Lo interesante es que sus fotos se convierten en un espejo, es decir, es más relevante los comentarios que suscitan –y lo que estos dicen de su emisor– que la imagen en sí.
R. Esa es la base y tiene que ver con lo dispuestos que estamos a desaprender. Somos una generación que ha crecido con un lenguaje machista, con una homofobia interiorizada. Y es ahora cuando empezamos a darnos cuenta de que hay que cambiar muchas cosas, y eso significa esfuerzo y trabajo. Para mí hubiese sido mucho más fácil seguir en el gimnasio y convertirme en un tío deseable, pero he elegido el camino más complicado, que es el de hacer pensar a otros por qué lo están haciendo.
P. Está escribiendo un ensayo sobre la evolución del hombre gay en los últimos 40 años. ¿Cuál es su conclusión?
R. Que se han hecho extremadamente conservadores y que anteponen sus intereses y los privilegios que tienen como hombres. El movimiento LGTBI está tan flojo porque ha estado liderado por la G, los tíos, que se han aburguesado, y que no han trabajado su discurso, al contrario de las lesbianas y las trans.
P. Paradójicamente, el feminista se ha disparado, con las mujeres lesbianas y las trans en la cabecera.
R. Ellas siempre estuvieron en el movimiento feminista, mientras que en el LGTBI a las trans no se les hacía caso e, incluso, en un determinado momento, se les rechazó porque se pensaba que daban mala imagen y que obstaculizaban esa asimilación a la sociedad imperante. Y las mujeres lesbianas tuvieron protagonismo hasta que se dieron cuenta de que ahí también los hombres imponían su criterio, por lo que acabaron marchándose al movimiento feminista. Solo empezamos a crear discurso cuando llegó el sida. Cuando dejó de ser mortal y pasó a ser una enfermedad crónica, nos volvimos a relajar. Y entonces surgió la reclamación del matrimonio igualitario, pero era un activismo que reclamaba acceder a los mismos derechos, no era un discurso identitario. Y yo sí creo que la sociedad nos tiene que aceptar con nuestras diferencias, porque nuestras vivencias son distintas, porque la gente de mi generación pasamos una infancia que es determinante a la hora de entender los adultos que somos, porque sigue habiendo acoso escolar por razón de identidad de género y orientación sexual... Por no entrar en cómo entendemos nuestras relaciones afectivas, de pareja. De todo eso no hemos hablado porque en estos cuarenta años había que resolver.
Los desórdenes alimenticios afectan más a los homosexuales que a los heterosexuales
La incidencia de los desórdenes alimenticios es muy superior entre los hombres homosexuales y bisexuales que entre los heterosexuales, según diversos estudios. Uno de los más completos y referenciados es el que publicaron en 2007 los investigadores Matthew B. Feldman y Ilan H. Meyer, del Instituto Nacional de Investigaciones y Desarrollo y de la Universidad de Columbia, respectivamente. La investigación concluyó que mientras que el porcentaje estimado de hombres heterosexuales estadounidenses que habían sufrido bulimia, anorexia o atracones por ansiedad en sus vidas era de un 3%, entre los homosexuales era de al menos un 14%. Y según la Asociación Nacional de Desórdenes Alimenticios, el 42% de los hombres que pide ayuda por este motivo se identifica como gay. Las causas son, según ‘International Journal of Eating Disorders’ (‘El Diario Internacional de los Desórdenes Alimenticios’, en español), de origen socioculturales: la mayor presión social hacia el aspecto físico y la numerosa publicidad dirigida a este colectivo sobre su imagen, lo que provoca un mayor grado de insatisfacción sobre su cuerpo que entre los heterosexuales.
También hay investigadoras, como Laurence Corbeil-Serre, que observan que los trastornos alimenticios pueden estar relacionados con la ansiedad y depresión que muchos jóvenes gais siguen sufriendo por la discriminación. Sin embargo, frente a este consenso, los resultados son contradictorios en cuanto a las mujeres lesbianas y bisexuales. Hay investigaciones que sostienen que este colectivo sufre menos la presión de la imagen heteronormativa y, consecuentemente, hay un menor grado de insatisfacción con la propia imagen, lo que conlleva una menor prevalencia de la anorexia y la bulimia. Y también las hay que no extraen diferencias con respecto a las chicas heterosexuales. Sí subrayan, no obstante, que las que tienen una estética más cercana a lo que se ha considerado femenino, tienen más tendencia a tener baja autoestima con respecto a su cuerpo, y las que se decantan por un estilo más andrógino o masculino, todo lo contrario. Al final, siempre está el heteropatriarcado.
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