Imagen: Público / Zaida Muxí |
La arquitecta y urbanista ha publicado su último libro 'Mujeres, casas y ciudades. Más allá del umbral', un repaso por la historia de la arquitectura y el urbanismo a partir de las aportaciones realizadas por mujeres que han sido silenciadas en la Historia.
Marga Tojo | Público, 2019-02-04
https://www.publico.es/sociedad/voces-femeninas-zaida-muxi-familia-nuclear-invencion-siglo-xix.html
“Valga afirmar una obviedad, que sin las actividades de reproducción es imposible e inviable cualquier actividad productiva”. Es una de las frases introductorias del último libro de la arquitecta Zaida Muxí, ‘Mujeres, casas y ciudades. Más allá del umbral’ (dpr-barcelona, 2018), en el que abre las puertas de las viviendas para descubrir el vínculo directo entre su interior y la edificación de la familia nuclear y el sistema capitalista.
El menosprecio de los trabajos relacionados con los cuidados está urdido también en la estructura de las casas. La especialización espacial de las viviendas nobles y burguesas de los siglos XVII y XVIII inicia la importancia de representar la vida privada para construir al hombre público. En esa fórmula se concede un lugar invisible a la mujer, como soporte de toda esa representación.
La obra recoge más de ciento cincuenta nombres de mujeres, sus aportaciones y sus biografías. A través de ellas, Muxí escribe los espacios en blanco de la historia universal de la arquitectura y del urbanismo. La primera en obtener el título de arquitecta fue Mary Louisa Page en la Universidad de Illinois, en 1878, pero antes y después de ella, muchas contribuyeron desde diferentes ámbitos a crear teoría y práctica para ambas disciplinas, en las casas y en las ciudades.
Zaida Muxí es doctora en arquitectura. Es una de las fundadoras del Col·lectiu Punt 6 de investigación y difusión de urbanismo con perspectiva de género y de la red de investigación y visibilización Un día una arquitecta. Ha sido codirectora durante una década del máster Laboratorio de la vivienda del siglo XXI y codirige el Congreso internacional de vivienda colectiva sostenible . Reclama un cambio de paradigma en arquitectura que tenga en cuenta la diversidad y la sostenibilidad y el desafío de “construir un espacio sin género ni orden patriarcal y, por tanto, sin jerarquías”.
P. Dice que presentar una historia de la arquitectura hecha por mujeres es tarea complicada porque se enfrenta al rechazo de quienes creen que la historia ya está bien contada, y que si ellas no figuran es porque no han realizado aportaciones destacables. ¿Cuál es la realidad?
R. A pesar de las dificultades, sí que ha habido mujeres que han aportado desde muchos ámbitos a construir el hábitat rompiendo con los corsés de los conocimientos. No solo desde la arquitectura, a veces son ingenieras, muchas proceden de otros ámbitos, no siempre con una titulación académica, pero con la experiencia como conocimiento.
P. Se ha centrado en la vivienda como elemento relegado de la gran arquitectura, a no ser que se trate de una pieza de autor. Sin embargo, es un componente esencial de los tejidos urbanos.
R. Se da una doble o triple negación con respecto a la importancia de la vivienda. La primera es que, aunque la mayoría de los que se dedican a la arquitectura harán viviendas, en la formación académica recibe una atención relativa menor y muchas veces no puede ser tema de proyecto final de carrera, no se le concede suficiente relevancia, se la considera un proyecto sencillo. La segunda es que para muchas mujeres el ámbito posible del desarrollo profesional ha sido el espacio doméstico, la vivienda, y esta presencia de las mujeres trabajando en lo cotidiano se ha considerado poco relevante. Pero cuando han sido los hombres los que han hecho vivienda, escapan del valor de lo doméstico para ser transformadas en monumentos, en obra singular
P. El hogar, tal como lo conocemos hoy, es una realidad históricamente reciente cimentada en el asentamiento del capitalismo y de la clase social burguesa. ¿Cómo se transforma la vivienda para albergar a la familia nuclear hegemónica en el marco de la eclosión de la ciudad, a mediados del XIX, y cómo pasa a convertirse en el espacio privado que es hoy?
R. Por la cultura que nos han transmitido tenemos la creencia de que la familia siempre ha sido esa y parece que es el siglo XX el que ha venido a cambiarla. La familia nuclear es una invención del siglo XIX. La industrialización trae consigo la separación fábrica versus casa y la especificación de quién vive en esa casa: familia formada por padre, madre y dos o tres hijos, persona que gana el sueldo, persona que cuida y personas cuidadas.
Eso ni ha sido así siempre ni es así ahora y sin embargo la vivienda está pensada para esta unidad, y refuerza una jerarquía desde los propios espacios interiores. Hay una habitación más grande con baño privado para la pareja; la casa es el espacio del descanso y recuperación del hombre, del guerrero, y para la mujer es un espacio de obligaciones, de duro trabajo permanente y oculto.
P. El concepto de ‘hogar, dulce hogar’ parte de la experiencia masculina.
R. Soledad Murillo lo explica muy bien en ‘El mito de la vida privada’. Cómo la familia se regula por el derecho natural. Considera que no puede hablarse de espacio privado para las mujeres ya que el espacio privado solo es posible para quien puede abstraerse voluntariamente de lo público, derecho del rol de género masculino. Reclusión no es privacidad. La casa es un espacio de tareas inacabables, con su propio orden y organización, que establece el lugar adecuado de ser mujer.
Contrasta con la idea de una casa vista como algo mítico desde el punto de vista del reposo del guerrero, que no coincide con la realidad y que se conforma con unos espacios muy predeterminados. Esa casa inmóvil ni siquiera sirve a lo largo de la vida de esa supuesta familia modelo nuclear porque se va modificando en su propia historia, mientras crecen y cambian sus integrantes.
P. ¿Esa idea de la casa solo como descanso no coincide con la de mujeres de fuera de la clase trabajadora, que contribuye a hacer invisible la carga de trabajo doméstico y de los cuidados?
R. No, porque la casa, su orden y su correcta gestión -de espacios, economía, tareas y personas- ha sido asignada a las mujeres, más allá de otros trabajos que pueda tener, aunque no haga con sus propias fuerzas las tareas. Es una cuestión de asignación de lugar y responsabilidad.
P. El libro es también un glosario de mujeres. Algunas fueron detonantes de grandes cambios, aunque su aportación se haya diluido. Flora Tristán (1803-1844) fue pionera en denunciar las desigualdades, la insalubridad y la contaminación de las grandes ciudades. En su obra 'Paseos por Londres' (1840) habla de las infraviviendas, antes incluso de que lo hiciese el grueso de los higienistas que impulsaron el nacimiento del urbanismo.
R. Ese libro es coetáneo a la obra de Edwin Chadwick (1800-1890), que estudió por orden del Parlamento la situación insalubre en la que vivía la clase obrera, aunque para él la solución estaba en manos de los propios habitantes. Sin embargo, la obra de Flora Tristán es poco conocida hoy y en ella reflexiona y pone en cuestión una ciudad que se entendía como la más avanzada del momento. Se adelanta con su denuncia a la famosa obra de Engels ‘Contribución al problema de la vivienda’ (1873).
P. La burguesía fue una fuerza esencial para la construcción del modelo de sumisión familiar. Además, ya a principios del XIX empleaba la mayor precarización de las trabajadoras fabriles como arma de disgregación de clase.
R. Las mujeres burguesas eran el ideal al que todas debían aspirar. La carga de trabajo para las mujeres trabajadoras dentro y fuera del hogar era enorme. Se usaba el peso de la moralidad y la culpa por si los hijos no están suficientemente limpios, la casa suficientemente ordenada… Esto sigue siendo así.
La burguesía, efectivamente, generó el enfrentamiento salarial entre hombres y mujeres al tiempo que instauraba como modelo la mujer ‘ángel del hogar’. La realidad es que el trabajo de las mujeres en las fábricas no disminuía. En Cataluña, en 1839 un 38,5% de los trabajadores eran mujeres y un 8,7% niños y niñas.
P. A lo largo de la historia del diseño de las casas en las grandes ciudades ha habido propuestas de mujeres para disminuir la carga del trabajo doméstico, muchas a través de espacios de colectivización, pero parece que seguimos en un punto parecido.
R. Cuando Melusina Fay Peirce (1836-1923) reivindica las casas sin cocina y acuña el término ‘cooperative housekeeping’, proponiendo la eliminación de los trabajos del hogar individuales, la revista ‘Architectural Record’ de 1902 acaba exponiendo la preocupación hacia las residencias familiares en apartamentos con labores compartidas ya que eso supone más tiempo libre para las mujeres. Eso significaba un peligro en el momento en que las sufragistas estaban en la calle pidiendo el voto. Un peligro para la continuidad de la especie americana, ya que las mujeres no van a poder criar si están en la calle.
Hay otros muchos ejemplos. Margarete Schütte-Lihotzky (1897-2000), que fue la primera arquitecta austríaca, comenzó a trabajar en 1921 en la Secretaría de Vivienda de Viena y formó parte activa de la resistencia durante la II Guerra Mundial. Dio soluciones pensando en especificidades diferenciales, no la solución única y universal. Proyectó la conocida Cocina de Frankfurt en 1927, la primera cocina modular con todos los detalles para la máxima eficiencia. Antes, se había ocupado de mejorar las condiciones de trabajo de las mujeres en los hogares, planteando las primeras zonas húmedas, lavandería, cocina y limpieza corporal, en los interiores de las viviendas. Uno de sus proyectos de viviendas estuvo destinado a mujeres solas y, otros, a plantear la casa crecedera como una opción de acceso a la vivienda para las familias con menos recursos en el período de entreguerras en Viena.
En esa búsqueda por disminuir la carga del trabajo doméstico están, por un lado, aquellas propuestas que no cuestiona el lugar de las mujeres como responsables y que estudian la cocina como una pequeña fábrica. Por otro, la que considera que las tareas domésticas no han de estar asignadas a las mujeres ni carecer de remuneración, y que ven la necesaria reproducción social como responsabilidad compartida. Pero no hay una única solución perfecta para la vivienda, sino un abanico de posibilidades adaptables a cada realidad. La posición o blanco o negro es un fallo de la modernidad.
P. Habla del mobiliario medieval como algo móvil, transformable o plegable que adapta los espacios. ¿Se podría traer a una nueva concepción de casa sin divisiones de hoy?
R. Los muebles que se esconden o pliegan no siempre funcionan, si bien no deja de ser una idea que siempre ha atraído al mundo del diseño y la arquitectura. Sin embargo, muchas veces no se tiene en cuenta que esta posibilidad de escamotear requiere de un trabajo y unas circunstancias de orden en la casa que no siempre se tienen, por lo que lejos de mejorar puede empeorar la situación.
Catharine Beecher (1800-1878), una de las primeras tratadistas sobre la vivienda y vida doméstica, plantea que las cosas sirvan para más de un uso, sin necesidad de mucha transformación, que no es necesaria una gran mesa para la comida de navidad, sino una mesa que se adapte a varias utilidades. Beecher no cuestionó el rol de la mujer, pero estudió cómo facilitar el trabajo.
P. En su libro se plantea el 'cohousing', la vivienda compartida, como oportunidad de ruptura con los roles tradicionales dentro de las casas. ¿En qué se diferencia esta opción del 'coliving', un término que últimamente se emplea como si fuese la última tendencia de moda en las grandes ciudades, sin mencionar que es el resultado de alquileres muy elevados, salarios bajos y un mercado laboral fraccionado y precario, y que a priori no tiene nada de emancipador?
R. Sin duda, la crisis ha sido el disparador del ‘coliving’, que incluye a quien necesita compartir por razones económicas un piso o una casa. No es el mismo proceso del cohousing, que requiere de un compromiso social por cambiar situaciones de responsabilidad y ayuda mutua diferente al que estamos habituados. El ‘cohousing’ debe trascender la solución económica. La posibilidad de la propiedad colectiva y cooperativa de una vivienda ha estado dificultada por la legislación, es una acción de compromiso político en el sentido de considerarla como bien de uso y que conforma conceptualmente y espacialmente una red de soportes mutuos. Otra de las bases del ‘cohousing’ es la corresponsabilidad social de los cuidados. Es un modelo que puede ayudar a una verdadera igualdad de oportunidades para mujeres y hombres.
P. Jane Jacobs, menospreciada en su día, es hoy un referente del urbanismo. Su obra 'Muerte y vida de las grandes ciudades' (1961), que usted prologó para la reedición en español (Capitán Swing, 2011), sigue teniendo una demoledora vigencia. Jacobs criticó la descentralización que defendía inicialmente Lewis Mumford, la ciudad radiante de Le Corbusier o la city beautiful de Chicago. ¿Qué peso han tenido estos modelos de arquitectura en la configuración de nuestras ciudades?
El menosprecio de los trabajos relacionados con los cuidados está urdido también en la estructura de las casas. La especialización espacial de las viviendas nobles y burguesas de los siglos XVII y XVIII inicia la importancia de representar la vida privada para construir al hombre público. En esa fórmula se concede un lugar invisible a la mujer, como soporte de toda esa representación.
La obra recoge más de ciento cincuenta nombres de mujeres, sus aportaciones y sus biografías. A través de ellas, Muxí escribe los espacios en blanco de la historia universal de la arquitectura y del urbanismo. La primera en obtener el título de arquitecta fue Mary Louisa Page en la Universidad de Illinois, en 1878, pero antes y después de ella, muchas contribuyeron desde diferentes ámbitos a crear teoría y práctica para ambas disciplinas, en las casas y en las ciudades.
Zaida Muxí es doctora en arquitectura. Es una de las fundadoras del Col·lectiu Punt 6 de investigación y difusión de urbanismo con perspectiva de género y de la red de investigación y visibilización Un día una arquitecta. Ha sido codirectora durante una década del máster Laboratorio de la vivienda del siglo XXI y codirige el Congreso internacional de vivienda colectiva sostenible . Reclama un cambio de paradigma en arquitectura que tenga en cuenta la diversidad y la sostenibilidad y el desafío de “construir un espacio sin género ni orden patriarcal y, por tanto, sin jerarquías”.
P. Dice que presentar una historia de la arquitectura hecha por mujeres es tarea complicada porque se enfrenta al rechazo de quienes creen que la historia ya está bien contada, y que si ellas no figuran es porque no han realizado aportaciones destacables. ¿Cuál es la realidad?
R. A pesar de las dificultades, sí que ha habido mujeres que han aportado desde muchos ámbitos a construir el hábitat rompiendo con los corsés de los conocimientos. No solo desde la arquitectura, a veces son ingenieras, muchas proceden de otros ámbitos, no siempre con una titulación académica, pero con la experiencia como conocimiento.
P. Se ha centrado en la vivienda como elemento relegado de la gran arquitectura, a no ser que se trate de una pieza de autor. Sin embargo, es un componente esencial de los tejidos urbanos.
R. Se da una doble o triple negación con respecto a la importancia de la vivienda. La primera es que, aunque la mayoría de los que se dedican a la arquitectura harán viviendas, en la formación académica recibe una atención relativa menor y muchas veces no puede ser tema de proyecto final de carrera, no se le concede suficiente relevancia, se la considera un proyecto sencillo. La segunda es que para muchas mujeres el ámbito posible del desarrollo profesional ha sido el espacio doméstico, la vivienda, y esta presencia de las mujeres trabajando en lo cotidiano se ha considerado poco relevante. Pero cuando han sido los hombres los que han hecho vivienda, escapan del valor de lo doméstico para ser transformadas en monumentos, en obra singular
P. El hogar, tal como lo conocemos hoy, es una realidad históricamente reciente cimentada en el asentamiento del capitalismo y de la clase social burguesa. ¿Cómo se transforma la vivienda para albergar a la familia nuclear hegemónica en el marco de la eclosión de la ciudad, a mediados del XIX, y cómo pasa a convertirse en el espacio privado que es hoy?
R. Por la cultura que nos han transmitido tenemos la creencia de que la familia siempre ha sido esa y parece que es el siglo XX el que ha venido a cambiarla. La familia nuclear es una invención del siglo XIX. La industrialización trae consigo la separación fábrica versus casa y la especificación de quién vive en esa casa: familia formada por padre, madre y dos o tres hijos, persona que gana el sueldo, persona que cuida y personas cuidadas.
Eso ni ha sido así siempre ni es así ahora y sin embargo la vivienda está pensada para esta unidad, y refuerza una jerarquía desde los propios espacios interiores. Hay una habitación más grande con baño privado para la pareja; la casa es el espacio del descanso y recuperación del hombre, del guerrero, y para la mujer es un espacio de obligaciones, de duro trabajo permanente y oculto.
P. El concepto de ‘hogar, dulce hogar’ parte de la experiencia masculina.
R. Soledad Murillo lo explica muy bien en ‘El mito de la vida privada’. Cómo la familia se regula por el derecho natural. Considera que no puede hablarse de espacio privado para las mujeres ya que el espacio privado solo es posible para quien puede abstraerse voluntariamente de lo público, derecho del rol de género masculino. Reclusión no es privacidad. La casa es un espacio de tareas inacabables, con su propio orden y organización, que establece el lugar adecuado de ser mujer.
Contrasta con la idea de una casa vista como algo mítico desde el punto de vista del reposo del guerrero, que no coincide con la realidad y que se conforma con unos espacios muy predeterminados. Esa casa inmóvil ni siquiera sirve a lo largo de la vida de esa supuesta familia modelo nuclear porque se va modificando en su propia historia, mientras crecen y cambian sus integrantes.
P. ¿Esa idea de la casa solo como descanso no coincide con la de mujeres de fuera de la clase trabajadora, que contribuye a hacer invisible la carga de trabajo doméstico y de los cuidados?
R. No, porque la casa, su orden y su correcta gestión -de espacios, economía, tareas y personas- ha sido asignada a las mujeres, más allá de otros trabajos que pueda tener, aunque no haga con sus propias fuerzas las tareas. Es una cuestión de asignación de lugar y responsabilidad.
P. El libro es también un glosario de mujeres. Algunas fueron detonantes de grandes cambios, aunque su aportación se haya diluido. Flora Tristán (1803-1844) fue pionera en denunciar las desigualdades, la insalubridad y la contaminación de las grandes ciudades. En su obra 'Paseos por Londres' (1840) habla de las infraviviendas, antes incluso de que lo hiciese el grueso de los higienistas que impulsaron el nacimiento del urbanismo.
R. Ese libro es coetáneo a la obra de Edwin Chadwick (1800-1890), que estudió por orden del Parlamento la situación insalubre en la que vivía la clase obrera, aunque para él la solución estaba en manos de los propios habitantes. Sin embargo, la obra de Flora Tristán es poco conocida hoy y en ella reflexiona y pone en cuestión una ciudad que se entendía como la más avanzada del momento. Se adelanta con su denuncia a la famosa obra de Engels ‘Contribución al problema de la vivienda’ (1873).
P. La burguesía fue una fuerza esencial para la construcción del modelo de sumisión familiar. Además, ya a principios del XIX empleaba la mayor precarización de las trabajadoras fabriles como arma de disgregación de clase.
R. Las mujeres burguesas eran el ideal al que todas debían aspirar. La carga de trabajo para las mujeres trabajadoras dentro y fuera del hogar era enorme. Se usaba el peso de la moralidad y la culpa por si los hijos no están suficientemente limpios, la casa suficientemente ordenada… Esto sigue siendo así.
La burguesía, efectivamente, generó el enfrentamiento salarial entre hombres y mujeres al tiempo que instauraba como modelo la mujer ‘ángel del hogar’. La realidad es que el trabajo de las mujeres en las fábricas no disminuía. En Cataluña, en 1839 un 38,5% de los trabajadores eran mujeres y un 8,7% niños y niñas.
P. A lo largo de la historia del diseño de las casas en las grandes ciudades ha habido propuestas de mujeres para disminuir la carga del trabajo doméstico, muchas a través de espacios de colectivización, pero parece que seguimos en un punto parecido.
R. Cuando Melusina Fay Peirce (1836-1923) reivindica las casas sin cocina y acuña el término ‘cooperative housekeeping’, proponiendo la eliminación de los trabajos del hogar individuales, la revista ‘Architectural Record’ de 1902 acaba exponiendo la preocupación hacia las residencias familiares en apartamentos con labores compartidas ya que eso supone más tiempo libre para las mujeres. Eso significaba un peligro en el momento en que las sufragistas estaban en la calle pidiendo el voto. Un peligro para la continuidad de la especie americana, ya que las mujeres no van a poder criar si están en la calle.
Hay otros muchos ejemplos. Margarete Schütte-Lihotzky (1897-2000), que fue la primera arquitecta austríaca, comenzó a trabajar en 1921 en la Secretaría de Vivienda de Viena y formó parte activa de la resistencia durante la II Guerra Mundial. Dio soluciones pensando en especificidades diferenciales, no la solución única y universal. Proyectó la conocida Cocina de Frankfurt en 1927, la primera cocina modular con todos los detalles para la máxima eficiencia. Antes, se había ocupado de mejorar las condiciones de trabajo de las mujeres en los hogares, planteando las primeras zonas húmedas, lavandería, cocina y limpieza corporal, en los interiores de las viviendas. Uno de sus proyectos de viviendas estuvo destinado a mujeres solas y, otros, a plantear la casa crecedera como una opción de acceso a la vivienda para las familias con menos recursos en el período de entreguerras en Viena.
En esa búsqueda por disminuir la carga del trabajo doméstico están, por un lado, aquellas propuestas que no cuestiona el lugar de las mujeres como responsables y que estudian la cocina como una pequeña fábrica. Por otro, la que considera que las tareas domésticas no han de estar asignadas a las mujeres ni carecer de remuneración, y que ven la necesaria reproducción social como responsabilidad compartida. Pero no hay una única solución perfecta para la vivienda, sino un abanico de posibilidades adaptables a cada realidad. La posición o blanco o negro es un fallo de la modernidad.
P. Habla del mobiliario medieval como algo móvil, transformable o plegable que adapta los espacios. ¿Se podría traer a una nueva concepción de casa sin divisiones de hoy?
R. Los muebles que se esconden o pliegan no siempre funcionan, si bien no deja de ser una idea que siempre ha atraído al mundo del diseño y la arquitectura. Sin embargo, muchas veces no se tiene en cuenta que esta posibilidad de escamotear requiere de un trabajo y unas circunstancias de orden en la casa que no siempre se tienen, por lo que lejos de mejorar puede empeorar la situación.
Catharine Beecher (1800-1878), una de las primeras tratadistas sobre la vivienda y vida doméstica, plantea que las cosas sirvan para más de un uso, sin necesidad de mucha transformación, que no es necesaria una gran mesa para la comida de navidad, sino una mesa que se adapte a varias utilidades. Beecher no cuestionó el rol de la mujer, pero estudió cómo facilitar el trabajo.
P. En su libro se plantea el 'cohousing', la vivienda compartida, como oportunidad de ruptura con los roles tradicionales dentro de las casas. ¿En qué se diferencia esta opción del 'coliving', un término que últimamente se emplea como si fuese la última tendencia de moda en las grandes ciudades, sin mencionar que es el resultado de alquileres muy elevados, salarios bajos y un mercado laboral fraccionado y precario, y que a priori no tiene nada de emancipador?
R. Sin duda, la crisis ha sido el disparador del ‘coliving’, que incluye a quien necesita compartir por razones económicas un piso o una casa. No es el mismo proceso del cohousing, que requiere de un compromiso social por cambiar situaciones de responsabilidad y ayuda mutua diferente al que estamos habituados. El ‘cohousing’ debe trascender la solución económica. La posibilidad de la propiedad colectiva y cooperativa de una vivienda ha estado dificultada por la legislación, es una acción de compromiso político en el sentido de considerarla como bien de uso y que conforma conceptualmente y espacialmente una red de soportes mutuos. Otra de las bases del ‘cohousing’ es la corresponsabilidad social de los cuidados. Es un modelo que puede ayudar a una verdadera igualdad de oportunidades para mujeres y hombres.
P. Jane Jacobs, menospreciada en su día, es hoy un referente del urbanismo. Su obra 'Muerte y vida de las grandes ciudades' (1961), que usted prologó para la reedición en español (Capitán Swing, 2011), sigue teniendo una demoledora vigencia. Jacobs criticó la descentralización que defendía inicialmente Lewis Mumford, la ciudad radiante de Le Corbusier o la city beautiful de Chicago. ¿Qué peso han tenido estos modelos de arquitectura en la configuración de nuestras ciudades?
R. Jane Jacobs propone en su libro una mirada y comprensión de las ciudades sin veladuras, desde el conocimiento empírico, entendiendo la complejidad de las mismas, y poniendo el bienestar de las personas en el centro de las decisiones. Mumford o Le Corbusier fueron personas de su tiempo. El problema es cuando continuamos hablando de ellas cincuenta años después de su muerte sin espíritu crítico. Obviamente, han aportado cosas importantísimas. Pero también ha sucedido que en la transmisión de sus ideas la complejidad del pensamiento se ha perdido. Si queremos difundir sus ideas, hagámoslo en serio, no repitiendo sus mitos. Como anécdota, un compañero con quién compartía el tribunal de una tesina que yo dirigía sobre Jane Jacobs se quejaba de que ya estaba bien de hablar todo el tiempo de ella, a lo que yo respondí: El día que vosotros dejéis de hablar a todas horas de Le Corbusier podremos hablar menos de Jane Jacobs.
P. ¿Es necesario un cambio de paradigma en arquitectura?
P. ¿Es necesario un cambio de paradigma en arquitectura?
R. Sí, es muy necesario. Los valores de la arquitectura se han creado desde el dominio, desde la situación de poder. También necesitamos que las decisiones sean más democráticas, más conscientes de la finitud del planeta, de la variedad de la población, de las características de cada edad, género y económicas. El urbanismo debe poder responder a estas cuestiones porque lo supuestamente universal no nos acoge a todos, solo es bueno para un grupo privilegiado al que el resto se tiene que acomodar.
Es importante reescribir de nuevo la historia con las aportaciones de las mujeres, dejando de basar la historia en la heroicidad de una sola persona, porque nunca ha sido cierta. Siempre ha sido importante el trabajo colectivo y el resultado de diferentes miradas. Si no lo entendemos así, repetiremos errores.
P. El urbanismo ha estado atravesado en España por pelotazos y especulación, sobre todo durante la época de la Ley del suelo de 1998 y en operaciones que llegan hasta nuestros días. ¿Hasta qué punto impide el desarrollo de otro modelo?
R. Una fuente importante de recurso de las ciudades está en la capacidad de recalificación del suelo, generando un sistema que solo es posible si se considera que el mundo es infinito y con ello nuestro crecimiento. Son imprescindibles otros sistemas para la generación de recursos de las ciudades. Los pelotazos urbanísticos los encontramos no solo en las grandes ciudades sino en los cientos de pueblos que entre el 1998 y 2008 más que duplicaron sus superficies urbanas, sin ninguna relación con la demografía.
Aunque el resultado fueran pueblos fantasmas, el negocio ya estaba hecho. El cambio de valor de suelo por la recalificación ya daba un crecimiento de valor financiero del mismo y devengaba unos impuestos. La presencia de firmas arquitectónicas para avalar estas especulaciones ha hecho un flaco favor a nuestra profesión. Es necesario repensar nuestro modelo de estar en el mundo y con ello repensar la arquitectura y el urbanismo para acercarnos a las necesidades de las personas reales en su diversidad, sin poner en juego el planeta.
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